domingo, 27 de septiembre de 2020

 

EL NEGACIONISMO COMO DELITO

“Para nunca más vivirlo, nunca más negarlo” (*)

 

Recientemente, la Cámara de Diputados despachó al Senado, un proyecto de ley que modifica el Código Penal y establece sanciones para conductas como la incitación a la violencia física y al odio y además, a aquellas que configuran el llamado delito de “negacionismo”.

Carlos Peña, en su columna de este domingo 27 de septiembre en el diario El Mercurio,(pág D 5), se manifiesta contrario a la creación del “negacionismo” como delito. Para ello, argumenta que esta figura atentaría en contra de la libertad de expresión. Así, señala textualmente:

“El derecho a la libertad de expresión deriva de la igual capacidad de discernimiento que los miembros adultos de una sociedad democrática se reconocen recíprocamente. De esa igual capacidad se sigue que ninguno de ellos posee el derecho de controlar lo que cualquiera pueda querer decir o escuchar”.

Y poco más adelante agrega:

“El control de la expresión equivale entonces a negar una misma condición de igualdad a los miembros adultos, hombres y mujeres, de una sociedad democrática”.

La libertad de expresión entonces, en la argumentación de Peña, resulta de tal envergadura que cualquier intento de control constituye un atentado inaceptable contra ella, y de paso contra el principio de igualdad de los seres humanos.

La verdad es que lo primero que llama la atención en este artículo es la profunda contradicción que existe entre los textos citados y lo que el mismo autor señala párrafos más adelante, cuando sin ninguna explicación razonable ahora nos indica que:

“La incitación al odio, en cambio es ilícita porque supone la intención y la idoneidad de los medios empleados para promover la hostilidad o la agresión violenta hacia un cierto grupo.”

A menos que no entendamos bien, Carlos Peña estima que si yo sanciono a quien niega cierta realidad histórica comprobada y comprobable, es atentar contra la libertad de expresión y negarle la condición de igualdad a quien lo hace y por tanto es inaceptable; pero si sanciono a quien se expresa incitando al odio, no atento contra la libertad de expresión ni le niego la condición de igualdad y por tanto si lo puedo hacer. Ello es, a nuestro entender, claramente incomprensible.

Es interesante por otro lado recordarle a Carlos Peña que la libertad de expresión ha estado en nuestro país limitada desde tiempos inmemoriales. Y no me refiero a las limitaciones que medios de comunicación como El Mercurio mantienen regularmente respecto de quienes no comparten sus ideas, sino a algo tan elemental como los delitos de injurias y calumnias, contemplados en nuestro Código Penal desde su origen, (arts. 416 al 431 C.P.), y en la legislación española desde mucho antes. Como es sabido, dichas figuras penales precisamente lo que hacen es sancionar penalmente expresiones, verbales o escritas la mayoría de las veces, pero también mediante actos.

En resumen, la idea que se debe rechazar la figura del delito del negacionismo porque no es posible establecer límites a la libertad de expresión, pues ello constituye una negación de la condición de igualdad de los miembros de la sociedad, parece simplemente carecer de sentido, o al menos de realidad.

Pero por otro lado tiene razón Carlos Peña cuando plantea que se puede discutir la legitimidad de esa figura penal, sólo que su argumentación fue por mal camino. Y eso, porque si bien la libertad de expresión puede limitarse, como lo prueban las figuras existentes y las que él acepta como legítimas, dichos límites si necesitan fundamentos sólidos, respecto de los cuales se puede debatir. Y en el ámbito de la filosofía se ha debatido y se sigue debatiendo. Y no obstante las dificultades y las opiniones discrepantes, los autores está de acuerdo en que es necesario establecer una correspondencia entre los fundamentos teóricos de la tolerancia y la acción política.

En términos genéricos, el negacionismo dice relación con el rechazo a aceptar una realidad comprobada y comprobable empíricamente, ya sea científica, como la evolución, el VIH, el Covid 19, el calentamiento global, o una realidad histórica, como el holocausto nazi. Se trata de una postura carente de racionalidad, cuyo fundamentos se encuentran más bien en posiciones religiosas, políticas o ideológicas. El delito conocido como “negacionismo” se refiere a la negación de realidades históricas específicas, de genocidio, de crímenes de guerra, de crímenes de lesa humanidad.

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En relación con el derecho comparado es necesario señalar que esta figura existe en numerosas democracias que vivieron períodos de horror. El propio Peña señala que la figura existe en países como en Francia y Alemania, referido al holocausto, atribuyéndolo él “a la culpa que han sentido” dichos países, lo que al menos respecto de Francia resulta curioso.

Desde el punto de vista valórico, o si se prefiere desde la perspectiva de los bienes jurídicos protegidos, es interesante recordar que nuestro Código Penal, en su artículo 416 dice que “Es injuria toda expresión proferida o acción ejecutada en deshonra, descrédito o menosprecio de otra persona”, y a esa conducta le atribuye una pena.

Es decir, una expresión proferida o una acción ejecutada en deshonra, descrédito o menosprecio de otra persona, en nuestro ordenamiento jurídico merece una sanción penal. ¿Y qué es negar las violaciones a los derechos humanos cometidas por agentes del Estado durante la dictadura cívico militar ocurrida en Chile entre el 11 de septiembre de 1973 y el 11 de marzo de 1990, si no una expresión proferida o acción ejecutada en deshonra, descrédito o menosprecio de las decenas de miles de chilenos que fueron víctimas de delitos de lesa humanidad, secuestros, torturas, ejecuciones o desapariciones?

Celebrar crímenes de lesa humanidad no es una legítima manifestación de libertad de expresión, es no sólo un insulto, un agravio a la memoria de las víctimas, de sus familiares, es un abuso contra toda la sociedad, y como el mismo Carlos Peña lo señala, es además una enseñanza inaceptable:

“Despues de todo, tolerar que se nieguen, justifiquen o aprueben los crímenes es una manera grave de decir que bajo determinadas circunstancias sería correcto que se  repitieran. Si usted dice que la desaparición de rivales políticos se justificó por tal circunstancia, entonces usted está afirmando que cuando esa circunstancia ocurra de nuevo será admisible que la desaparición se reitere”

Fernando García Díaz

Profesor de Derecho Penal

* Título del Prólogo del “Informe de la Comisión Nacional sobre Prisión Política y Tortura”,



jueves, 10 de septiembre de 2020

LA LUCHA POR LA LIBERTAD



VILLALEGRINOS DE AYER, PARA EL CHILE DE HOY


(Sobre villalegrinos que ya no están con nosotros, pero cuyo ejemplo puede servirnos hoy, no sólo para comprender mejor el mundo en que vivimos, sino por sobre todo, para luchar por cambiarlo)


Septiembre, para los chilenos, es un mes cargado de simbolismos, entre los cuales destaca, por sobre todo, la celebración de nuestra independencia nacional, que conmemoramos el 18 de septiembre. En esa fecha se celebra un aniversario más de la constitución de la Primera Junta Nacional de Gobierno que inició el proceso emancipatorio, que nos liberó del imperio español. Más allá de discusiones sobre los verdaderos alcances de esa Junta, lo cierto es que todo el proceso estuvo marcado por la idea de libertad. Un buen ejemplo de ello lo dan las sucesivas letras que ha tenido nuestro Himno patrio.

Así por ejemplo, entre otros textos, ya en el Coro, que escribió Bernardo Vera y Pintado en 1819 se lee:
“…que o la tumba serás de los libres
o el asilo contra la opresión…”

Y en el primer coro escrito años después por Eusebio Lillo se dice

“Libertad invocando tu nombre,
La chilena y altiva nación,…”

Pero septiembre no es sólo el mes de la independencia, es también el mes de la tragedia, de la noche negra de la dictadura, por ello y porque por la libertad se debe seguir luchando día a día, este mes también traemos a la memoria a otros hombres y mujeres que dieron su vida por la libertad.

Como ocurre con la gran mayoría de las palabras con complejos contenidos, lo que ha de entenderse por “libertad” ha ido variando con la historia.

Durante prácticamente toda la Edad Media, con la hegemonía indiscutible de la ideología cristiana, hablar de la libertad humana era hablar del “libre albedrío”, entendida éste como un “don de Dios”, en virtud del cual se consideraba al hombre, cualquiera fueran las circunstancias de la realidad, pues éstas en la práctica no tenían ninguna relevancia, capaz de elegir entre el bien y el mal. Era en definitiva esa condición la que le permitía elegir el pecado, y ser responsable de ello.

Con el pensamiento ilustrado el concepto de libertad empezó a tener un significado distinto, ligado en parte a las condiciones vitales del ser humano, y caracterizada ésta en lo esencial por la ausencia de coacciones externas. Se entiende que el individuo es libre en cuanto nada ni nadie restringe su posibilidad de actuar, tenga o no la intención y sobre todo, el poder de hacerlo. Y la lucha por la libertad está dirigida precisamente a eliminar restricciones o prohibiciones. Es esa libertad que en muchas imágenes se ilustra rompiendo cadenas, y que, con su gorro frigio, heredero de la revolución de 1789, guía al pueblo en la inmortal imagen de Delacroix, referida a los sucesos de Francia en 1830. Es esta la libertad que reclaman los burgueses a fines del feudalismo. En este caso se trata de cesar las obligaciones para con el señor feudal, y a las que estaban adscritos por el sólo hecho de nacer en sus territorios. Y esta la libertad por la que se lucha en nuestra independencia, se trata de cesar la ataduras al imperio español. A esta libertad se le suele llamar “libertad negativa”, y se inserta en la más clásica tradición de liberalismo político, económico y filosófico. La “mano invisible” de Adan Smith o el “laissez faire”, de Gournay, son precisamente las metáforas más conocidas de esas ideas, en el ámbito económico. Y es esta la concepción que la derecha chilena levanta como la única libertad concebible, identificando al Estado que interviene en la vida económica como el principal elemento capaz de atentar contra la libertad,

Desde esta perspectiva de libertad negativa, es la “tiranía”, el gobierno de quien no respeta las más elementales libertades humanas, el que más atenta contra la libertad de las personas.

En la tradición socialista del siglo XIX se empieza a identificar una nueva perspectiva, la llamada “libertad positiva” y que en lo esencial significa que efectivamente hay libertad sólo cuando la persona “puede” concretar su elección. Es decir, para ser libre, para poder efectivamente elegir, no basta con la ausencia exterior de coacciones, es necesario además que la persona tenga las posibilidades reales de conocer diferentes alternativas, y las condiciones materiales para poder materializar la alternativa elegida.

Nuestro país, ejemplo hoy de liberalismo brutal, es también un buen ejemplo de libertad negativa y ausencia de libertad positiva. Así, por ejemplo, en términos legales, no hay coacción externa, no hay impedimento alguno para que una persona pueda elegir para sus hijos un colegio privado, el mejor plan de salud en una Isapre, o darse unas buenas vacaciones en el Caribe. La realidad de la inmensa mayoría de los chilenos nos muestra una situación absolutamente diferente. El 80% de los chilenos carecen de libertad para elegir su sistema de salud y se ven obligado a incorporarse a Fonasa; tampoco pueden elegir donde mandar a sus hijos y se ven obligados a enviarlos a un colegio público. El 95% de los chilenos no puede soñar siquiera con unas vacaciones en el Caribe. Para la inmensa mayoría de los chilenos, la libertad que nuestra constitución proclama no es más que un conjunto de mitos que carecen de la más elemental realidad.

Esta concepción de libertad, que podemos rastrear hasta el siglo XIX, a fines del siglo XX, y por sobre todo ahora, en el siglo XXI, identifica a la pobreza como la falta más radical de libertad. Y es que la pobreza no es solo la falta o escasez de recursos, la pobreza es en verdad la más radical imposibilidad de elegir. La pobreza significa imposibilidad de elegir en los aspectos más elementales de la vida, como en la alimentación, en la educación propia o de los hijos, en materia de salud también propia o de la familia, de trabajo y seguridad social, de vivienda, entorno, etc. Quien es pobre, carece de la más mínima posibilidad de elegir en prácticamente todas las áreas de su vida. 
Así entendido, las principales fuentes de privación de libertad para los seres humanos son la pobreza y la tiranía.

Y Modesta Carolina Wiff Sepúlveda, villalegrina de nacimiento, (1941), luchó decidida y esforzadamente, primero contra la pobreza y luego contra la tiranía.

Carolina, tal vez sin tener toda la claridad para ello, al salir del liceo ya tenía decidido luchar por la libertad. Y es así como ingresó a la universidad a estudiar Servicio Social, esto es, una carrera que por definición trabaja con personas pertenecientes a sectores carenciados y que busca fomentar cambios sociales que deriven en mayores niveles de bienestar y libertad para dichas personas. El trabajador social interactúa directa y especialmente con familias, mujeres, niños, cesantes, en definitiva con personas carentes de posibilidades reales de elegir, buscando actuar sobre ciertos factores que permitan que sus interacciones con el medio y con otras personas tengan los mayores niveles posibles de autonomía, para que efectivamente puedan satisfacer de la mejor manera sus necesidades. En condiciones de pobreza, el trabajo del trabajador social es particularmente importante, pues para vivir la libertad real no basta siquiera mejorar los ingresos, es fundamental el empoderamiento que te permite llevar adelante los planes de vida que previamente definiste.

Primero se matriculó en la Universidad de Concepción, carrera que dejó en 1964 por la necesidad de trabajar. Algún tiempo después reinició sus estudios de Servicio Social en Santiago, en donde llegó a ser Presidenta del Centro de Alumnos. Su profundo compromiso con los más pobres, que ya se había manifestado en la elección de su carrera, la llevó a hacer su práctica en un programa piloto de la Escuela de Medicina de la Universidad de Chile, en la comuna de Quinta Normal.

Pero pronto Carolina entendió que más allá de su labor profesional, las únicas posibilidades reales de contribuir a superar las condiciones en que se encontraban millones de chilenos, -analfabetismo, hacinamiento, alcoholismo, miseria-, y que en definitiva limitaban de forma absoluta sus reales posibilidades de elegir, era cambiando la estructura política y social que daba sustento a esas situaciones de miseria. Su experiencia, y la influencia de sus compañeros de trabajo, la llevaron a ingresar a las filas del Partido Socialista, en donde rápidamente destacó por su trabajo y compromiso. Durante el gobierno de la Unidad Popular se desempeñó en la Junta de Jardines Infantiles, a cargo del Programa para Poblaciones Marginales de esa institución. Más tarde fue Jefa del Programa de Capacitación para Mujeres Proletarias, cargo que desempeñó hasta el día del golpe de estado.

Pero las condiciones políticas y sociales del país cambiaron drásticamente con el golpe militar. Los partidos políticos fueron disueltos, lo mismo las asociaciones sindicales, y hombres, mujeres y niños que ayer circulaban libres por las calles empezaron a ser perseguidos, perdieron no sólo las más elementales libertades, de opinión, de reunión, de circulación, sino que además empezaron a ser secuestrados, torturados, masacrados. Era el fascismo en su versión más grotesca.


En noviembre del 73 Carolina se integró a trabajar en la rearticulación del Partido Socialista, en actividades cercanas al Comité Central. Desde allí, en diferentes tareas, varias de altísima responsabilidad partidista, día a día arriesgó su vida, luchando por un Chile democrático, solidario, humano y con libertad.

Tenía 34 años cuando el 25 de junio de 1975 fue detenida por la DINA y sus esbirros. Fue vista por última vez en “Villa Grimaldi” y hoy es una de las mujeres “detenidas desaparecidas”. Cuesta releer, por dolor y repugnancia, los métodos de tortura utilizados allí. A los “clásicos”, la parrilla eléctrica, el submarino, colgamiento, se sumaban, entre otras, cual más cruel, las violaciones masivas delante de esposos, padres, hijos o compañeros, las violaciones con perros amaestrados, el uso de un camarote metálico de dos pisos, amarrando al primero a un prisionero, mientras en el segundo se torturaba a su padre, hermano, amigo o compañero. Y así, … para que seguir.


No sabemos en concreto qué de todo esto sufrió Carolina, pero sí que una detenida allí la reconoció más tarde y dijo que estaba en malas condiciones, pero además, sabemos que ninguno de los sobrevivientes de Villa Grimaldi declara no haber sido torturado. Y ella ni siquiera sobrevivió. Tampoco sabemos con certeza el nombre de sus torturadores. Sí sabemos el de algunos de los que allí estuvieron, Marcelo Moren Brito, Osvaldo Romo, Miguel Krasnoff, Cristián Labbe (si, el ex alcalde de Providencia), Ingrid Olderock, (la que adiestraba perros para violar mujeres), y así un lista de los peores criminales de nuestra historia.

Este año, a 45 de su secuestro y desaparición, cuando nuestro país pasa por la peor crisis sanitaria que jamás hayamos tenido, dejando al descubierto ante el mundo entero una realidad de miseria y hacinamiento que por décadas se había intentado ocultar y para millones de chilenos, el hambre se transforma en la peor cadena, aquella que transforma cualquier idea de “libertad” en una palabra absolutamente vacía, el recuerdo y el ejemplo de nuestra coterránea, Carolina Wiff Sepúlveda, se agiganta, y nos obliga a seguir luchando por la libertad.

Por eso, y por más, yo APRUEBO.

Villa Alegre, 11 de septiembre de 2020

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