martes, 18 de junio de 2019

EL PATRIMONIO CULTURAL Y LA NUEVA LEY DE PATRIMONIO CULTURAL




El 29 de mayo, Día del Patrimonio Cultural, según apareció en los medios de comunicación, el presidente Sebastián Piñera firmó el proyecto de ley que promueve el reconocimiento y cuidado del patrimonio cultural de Chile. Lo acompañaba en ese acto, la ministra de las Culturas, las Artes y el Patrimonio, Consuelo Valdés. En una página del sitio web de este Ministerio se ve al presidente y a la ministra mostrando el proyecto firmado.

La nueva ley sobre la materia es ampliamente esperada, pues viene a modernizar una materia regulada en parte por la ley de Monumentos Nacionales, que ya tiene casi 50 años, y que en estricto rigor, surgió anticuada.

Pero claramente la discusión del proyecto no será un tema sencillo. Y es que el concepto mismo de patrimonio cultural no es sencillo. Unesco ha dado sucesivos conceptos, las legislaciones nacionales también y la doctrina no se pone de acuerdo. Durante más de 150 años “nuestro patrimonio cultural” invisibilizó a la mayoría de los chilenos. En él no estaban presentes los obreros, los campesinos, los pobladores, los pescadores, los artesanos, los mineros... Sólo estaban los objetos de la alta aristocracia, los militares, y la iglesia católica.
En términos de evolución política, por ejemplo, la idea de patrimonio puede estimarse que ha tenido tres visiones esenciales.

Durante la primera, el patrimonio cultural es propiedad exclusiva de una élite. A ella pertenecen los bienes que la integran, pero también son parte de sus propios miembros quienes les otorgan esa categoría, es decir los que los seleccionan como tales. Y por último, es la propia élite la única digna de disfrutar de los valores y el gozo que ellos representan. Probablemente en donde mejor se refleja esta visión de la cultura, es en los espectáculos de las élites. De la ópera, del concierto, sólo participa la élite. Y no hay interés alguno por ampliar dicho espacio. Por el contrario, quienes provienen desde estratos sociales inferiores y tratan de incorporarse a la alta sociedad, y participar con ellos de ese mundo, son a menudo mirados con absoluto desprecio. 

En una segunda etapa, y en lo que se ha considerado el inicio de la democratización de la cultura y por tanto también del patrimonio cultural, el discurso dominante se abre a llevar la cultura a las masas. Es decir, desde la élite se sigue eligiendo y decidiendo lo que es o no es patrimonio cultural, pero al menos desde un sector de esta élite, se estima que esa cultura se debe difundir y educar al pueblo para que éste pueda acceder a ella. Esta concepción, que continúa siendo profundamente elitista, cargada ahora con una visión claramente paternalista, queda reflejada de manera muy gráfica en la “Recomendación sobre los medios más eficaces para hacer los museos accesibles a todos”, aprobada por Unesco en diciembre de 1960. En ella y luego de recordar que la constitución de Unesco le atribuye entre otras funciones la de “…dar un vigoroso impulso a la educación popular y a la difusión de la cultura…”, se señala que “…debe estimularse por todos los medios la frecuentación de los museos por todos los sectores de la población y, en especial, por las clases laboriosas”. Los museos están listos, la cultura está allí ya definida como tal, es necesario bajarla para que el pueblo, y especialmente la clase trabajadora, como dice Unesco, pueda acceder a ella. (Desde esta perspectiva no deja de ser paradójico que la cultura, entendida como viene, desde el iluminismo, se presenta con un claro rol emancipador, y sin embargo en la práctica se transforma en uno de los principales instrumentos de opresión).

La última etapa de este proceso de democratización de la cultura y el patrimonio, en nuestro país se desarrolla recién a partir de la década de los años noventa del siglo pasado, saliendo de la dictadura, cuando la visión anterior entra en una profunda crisis. Esta nueva visión se caracteriza porque ahora se identifica a las personas y las comunidades como sujetos de cultura y por tanto se reconoce en ellos el derecho a definir que bienes y lugares son los que para ellos poseen un valor excepcional para la memoria colectiva, y en consecuencia los que deben ser considerados patrimonio cultural. La cultura no viene desde el poder, la hacemos todos, las decisiones sobre qué es y que no es patrimonio cultural no están en las manos de un grupo de expertos que deciden por otros, son los propios miembros de cada grupo social los que deben tomar sus propias decisiones al respecto. Unesco, en una recomendación con un desafortunado y paternalista título “Recomendación relativa a la Participación y la Contribución de las Masas Populares en la Vida Cultural” ya había reconocido explícitamente esta situación, cuando en 1976 dice “Considerando …c) que la cultura ha dejado de ser Únicamente una acumulación de obras y de conocimientos que produce, compila y conserva una minoría selecta para ponerlos al alcance de todos, o que un pueblo rico por su patrimonio ofrece a otros como modelo del que les hubiere privado la historia; que la cultura no se limita al acceso a las obras de arte y a las humanidades sino que es a la vez adquisición de conocimientos, exigencia de un modo de vida, necesidad de comunicación”.


Entendido así, el patrimonio cultural deja de ser un conjunto de objetos que natural y objetivamente encierran un valor incontestable. Por el contrario, los bienes culturales deben ser entendidos como consecuencia de una elección política, que puede tener mayor o menor aceptación en la comunidad.

Este proceso por supuesto no ha sido, ni es fácil, y el “patrimonio cultural”, como por lo demás ocurre con todo el mundo de la cultura, se ha transformado a menudo en un espacio de conflicto, en donde se enfrentan visiones diferentes del mundo y de la vida. En algunos casos esos enfrentamientos son velados, subterráneos, como cuando la prensa o la televisión oficial simplemente menosprecia las noticias referidas al patrimonio o la cultura popular, y simplemente no las divulga (lo que por lo demás ocurre todos los días). Pero en otros momentos, especialmente cuando la lucha política adquiere ribetes de mayor envergadura, el conflicto por definir lo que es cultural y/o lo cultural que debe protegerse, alcanza una mayor dimensión y puede no sólo cuestionar el surgimiento de nuevos bienes como patrimoniales, sino comprometer incluso los tradicionalmente aceptados como tales. Así ha ocurrido por ejemplo con buena parte del patrimonio arqueológico, que se ha visto afectado por el accionar de mineras, constructoras, o incluso de eventos deportivos, como el Dakar, en donde claramente se dio preferencia a los intereses de la industria automotriz internacional. El Dakar, sólo en dos realizaciones en Chile significó la destrucción de más de 100 sitios arqueológicos. En otros casos el conflicto es aún más evidentemente político, como ha ocurrido con los intentos de cambiar el carácter del Museo de la Memoria, que da cuenta de los crímenes cometidos por la dictadura cívico militar de Pinochet, para modificarlo por uno que la justifique.

Probablemente el conflicto más permanente y público, en cuanto se puede apreciar día a día por cualquiera, pero a la vez más soterrado, pues su naturaleza valórica se encubre, se da en torno a los monumentos en lugares públicos, honoríficos o conmemorativos esencialmente, que día a día son ignorados, valorados o despreciados por quienes pasan a su lado, y a menudo víctimas de acciones que los rayan o destruyen, por un sector social que no sólo no los valora, no se siente interpretado por ellos, sino que claramente los desprecia.

¿Qué perspectiva presentará el proyecto? ¿Qué valores buscará destacar? No lo sabemos, porque aunque han pasado más de 15 días desde que públicamente se firmó el proyecto, aún no se ingresa al parlamento.

Pero podemos adelantar algo. En el mismo acto de firma se anunció la reapertura del Museo Histórico Nacional. Lo que no se dijo, es que el proyecto de modificación original, que aspiraba a una remodelación total del edificio, se pospuso, para trabajar en la ampliación del espacio de exposición, en donde se tiene ya decidido instalar el “Museo de la Democracia”, que como sabemos, busca ser la contrapartida del Museo de la Memoria, es decir, la justificación de la Dictadura.

¡Habrá que estar alerta!

Santiago, 18 de junio de 2019


Publicado en Lavanguardia.cl