lunes, 22 de junio de 2020

CIENCIA, CONOCIMIENTO Y CONSPIRACIÓN



VILLALEGRINOS DE AYER, PARA EL CHILE DE HOY

(Sobre villalegrinos que ya no están con nosotros, pero cuyo ejemplo puede servirnos hoy, no sólo para comprender mejor el mundo en que vivimos, sino por sobre todo, para luchar por cambiarlo)


CIENCIA, CONOCIMIENTO Y CONSPIRACIÓN


Un día como hoy, pero hace 280 años, el 24 de junio de 1740, nació en Huaraculén, probablemente a una “media legua” del actual pueblo de Villa Alegre, quien es sin duda su hijo más ilustre, Juan Ignacio Molina González, más conocido como el Abate Molina. Sus restos, traídos desde Bolonia, hoy descansan en la parroquia del pueblo, y la principal calle, aquella que lo cruza en su totalidad de norte a sur, y que durante décadas se llamó simplemente “Comercio”, hoy lleva su nombre. Pero ni eso, ni los homenajes que cada cierto tiempo se le rinden, han cambiado el hecho que el Abate Molina siga siendo un desconocido. Hoy, en tiempos de incredulidad frente al conocimiento y descrédito de las ciencias, queremos rescatar parte de su legado.

Si hacemos hoy un breve recorrido por algunos medios de comunicación tradicionales, pero sobre todo por las redes sociales, nos encontramos con un panorama incomprensible dos o tres décadas atrás, dado por la enorme cantidad de personas que no sólo no creen en la posibilidad de alcanzar un conocimiento cierto, -no existe la verdad, todo es relativo, tú tienes tu verdad, yo la mía, y ambas valen lo mismo, son algunas de las frases que dan cuenta de esa idea-, sino también de aquellas que “teniendo su propia verdad”, ésta contradice profundamente los más elementales postulados de las ciencias, como cuando se sostiene que la tierra es plana, o es hueca, que los norteamericanos no fueron a la luna, que las vacunas enferman o el coronavirus no existe. Y aún hay más, hay un amplio grupo que cree que muchas de las verdades que la ciencia describe, son falsedades planificadas para engañar a las grandes mayorías, aprovecharse de ellas, o peor aún, eliminarlas del planeta.

Y todo esto, en un mundo en que precisamente el conocimiento y especialmente las ciencias, a través de ese maravilloso producto suyo, la tecnología, nos sorprenden cada día con experiencias que hasta hace muy poco hubiéramos considerado simplemente “magia”, como el comunicarnos en forma prácticamente instantánea en sonido e imagen con cualquier lugar del mundo, tener procesos matemáticos y de millones de datos en fracciones de segundos, obtener imágenes del interior del cuerpo humano sin procedimientos invasivos, y aún realizar complejas operaciones médicas mediante robots.

Es verdad que siempre ha habido un porcentaje significativo de personas que mantienen un pensamiento contradictorio con las ciencias, -horóscopos, parapsicólogos, mentalistas, adivinos, dan cuenta de ello-, pero lo que hoy vemos supera todos los límites conocidos en varias décadas. Y es que, aun manejándonos en nuestra vida diaria con pensamientos como los referidos, eso no significaba cuestionar seriamente el conocimiento y las ciencias en su conjunto. En las últimas décadas pasamos de una verdadera fe, casi religiosa en las ciencias, a un descrédito de ellas, a esa negación incluso de las posibilidades mismas de llegar a conocer la verdad y a la creencia en una diversidad de conspiraciones que verdaderamente impresionan.

Por supuesto que el conocimiento y la ciencia, como toda actividad humana, están sujetos al análisis y la crítica, y probablemente muchas de ellas pueden tener sólidos argumentos. La historia nos muestra como las ciencias, en su acelerado desarrollo durante el siglo XIX, por ejemplo, estuvieron al servicio del colonialismo y el racismo y en el siglo XX posibilitaron los genocidios de Hiroshima y Nagasaki, la experimentación racista en Tuskegee, la irresponsabilidad con que se actuó y terminó en desastres como los de Bopal o Chernobil, o aún el actuar sostenido y criminal de grandes empresas, como Monsanto. Pero si  bien críticas tienen lógica y razón, de ellas no es posible inferir que no es posible la verdad, o que los científicos conspiran contra el mundo.

Este mundo de descrédito del conocimiento oficial cubre el más amplio espectro, movimientos esotéricos nuevos o antiguos, religiones surgidas de la mente de escritores de ciencia ficción, o decenas de pseudo ciencias que ofrecen los tratamientos más insólitos para las más variadas enfermedades, pasando por creencias individuales, no sistemáticas, repartidas y repetidas por miles de personas, muestran algunos de ellos. Un ejemplo de esto último lo constituye la repetida expresión “no existe la verdad absoluta, todo es relativo”, que ni siquiera se sostiene en sí misma, pues al afirmar que todo es relativo, se está afirmando eso como verdad absoluta. Demás está decir que esta frase jamás fue dicha por Eisntein y que nada, absolutamente nada tiene que ver con sus teorías de la relatividad.

                          Otro villalegrino para considerar: Malaquías Concha 


Las razones del desarrollo que ha alcanzado este tipo de pensamiento son probablemente muy variadas y van desde características personales de quienes las sostienen (credulidad, tendencia a sobregeneralizar, a creer lo confortable, en algunos, aprovechamiento económico o aún político en otros) a circunstancias políticas y sociales de la mayor envergadura. Probablemente entre estas últimas esté tanto el descrédito en que han caído las religiones tradicionales, como la caída de los socialismos europeos, en cuanto ambos fenómenos han significado la pérdida de referentes importantes para millones de personas, que han visto desaparecer sus ejemplos o sus guías tradicionales. Por supuesto también ha contribuido el conocimiento de grandes mentiras y oscuros intereses, ya en el mundo de la política o de las grandes empresas transnacionales. Por otro lado, las redes sociales han permitido la difusión de estas ideas en millones de personas que de otro modo no las podrían haber conocido. Y si a eso agregamos que conocidas figuras públicas repiten o promocionan estas ideas, el impacto resulta claro.

Ahora bien, cuando se sostienen afirmaciones como que la tierra es plana, o es hueca como señalan otros, y está plagada de reptilianos o de annunakis, como afirman los de más allá, no hay grandes y graves problemas. En verdad se trata de ideas que se encuentran en las antípodas de la racionalidad científica, y si bien cuestionan el conocimiento y las ciencias, contribuyendo al descrédito de éstas, su impacto social es más bien limitado. Lo verdaderamente complejo e inaceptable, es cuando esas ideas ponen en riesgo la vida o la salud de terceros, y eso es precisamente lo que ocurre hoy, en tiempos de pandemia.

Ya teníamos alguna experiencia en ese sentido con el movimiento antivacuna, y con las pseudociencias, y el sinnúmero de tratamientos, cual más increíble, carentes del más elemental respaldo científico; pero hoy la pandemia nos presenta una nueva realidad, más compleja y peligrosa, liderada por quienes niegan la existencia del coronavirus como causante de la enfermedad, o le atribuyen a ésta, o sus tratamientos, finalidades ilícitas.

Las principales líneas de este negacionismo son las siguientes:

1. El coronavirus no existe, causante de la enfermedad es la nueva tecnología 5G

2. El coronavirus existe, pero se trata de una simple “gripe”.

3- El coronavirus es una creación humana, (hay versiones distintas sobre su origen, y finalidad)

En todas ellas hay dos elementos comunes, la falta de pruebas que acrediten la realidad de lo afirmado, y la creencia en una conspiración de gigantescas proporciones, para ocultar la verdad y a menudo conseguir finalidades ocultas y perversas.

En el primer caso, el objetivo principal de la conspiración es simplemente ocultar el origen de la enfermedad, para poder difundir impunemente la tecnología 5 G, en el segundo, enriquecer a grandes laboratorios, y en ambos se cuenta con el apoyo de la “corrupta” Organización Mundial de la Salud, (OMS). En el tercero, el objetivo supera las mejores fantasías infantiles, de historietas o películas animadas, dado que la finalidad es “conquistar el mundo”. Ya se trate mediante el dar muerte a millones de personas en determinados lugares, matando a los “inútiles” (los viejos), provocando el descalabro de ciertas economías, o constituyendo la justificación para insertar en los seres humanos un chip -mediante la nueva vacuna que se aplicará-, y que permitirá el control de cada uno de ellos. 

                        Carolina Wiff S., una villalegrina para recordar 

Con frecuencia, además, en la difusión de estas ideas se suele utilizar un lenguaje oscuro, mediado por términos sin un sentido claro, y que en sus expresiones gramaticales parecen vincularse con las ciencias, como “energía mental”, “energía positiva”, “salto cuántico espíritual”, y muchas más.

La hipótesis de la existencia de ciertas conspiraciones por supuesto que puede ser válida, más aún, hay algunas cuya existencia se encuentra acreditada, como el ocultamiento del daño provocado por el tabaco, durante los años 60 del siglo pasado, por las empresas tabacaleras norteamericanas, el uso de sustancias psicodélicas por la CIA para lograr el control mental, el empleo de población negra para experimentos no consentidos. En los casos que aquí comentamos, sin embargo, todo tiene una dimensión diferente. Quienes niegan el virus no logran explicar ni siquiera los miles de muertos, menos cómo es posible que cientos de miles de equipos con tecnología PCR de muy diferentes empresas, identifiquen secuencias del virus. Ya no se trata de unos pocos hombres, o de unas pocas decenas, o centenares quizás, en verdad se trata de cientos de miles de conspiradores, -médicos, biólogos, químicos- de todo el mundo, de las más variadas orientaciones políticas, religiosas, o culturales.

Como todas las afirmaciones de naturaleza similar, carecen del más absoluto respaldo empírico, ni una sola prueba. Mucho menos un marco teórico o experimentación replicable. Frente a las críticas que vienen desde el mundo científico, en vez de enfrentarlas, suelen descalificarlas, ya sea desautorizando a los científicos (están pagados por gobiernos o empresas del imperio industrial farmacéutico), aduciendo algún tipo de conspiración o “denunciando” que son objeto de algún tipo de persecución, que busca impedir que sus planteamientos sean conocidos.

Así como los antivacunas han logrado penetrar en las mentes de miles de padres, que por temor, han dejado a sus hijos menores no sólo sin vacunar, sino a menudo sin otros tratamientos médicos necesarios, poniendo en riesgo no sólo la vida (hay ya niños muertos por no haber sido vacunados), o la salud de ellos, sino también de terceros, igualmente lo han hecho quienes ven en el coronavirus una conspiración de cualquier tipo, ofreciendo panaceas para superarlo, -consumo de jugo de limón, enjuagues con vinagre, poniendo en definitiva en peligro la vida de muchos.

Frente a esta situación, en el mes en que se cumplen 280 años de su nacimiento, queremos levantar la figura sobresaliente de nuestro villalegrino más ilustre, más universal, el Abate Molina.,

Juan Ignacio Molina fue sacerdote jesuita, historiador y geógrafo, profesor de griego y más tarde de ciencias naturales, en la Universidad de Bolonia, pero por sobre todo ello, un gigante de las ciencias. Autor de diversos textos, en varios de los cuales describe la historia natural de Chile, refiriéndose a su clima, sus aguas de consumo y termales, así como a minerales, fósiles, vegetales y animales, clasificando numerosas especies del país, según el sistema pocas décadas antes descrito por Linneo, de modo tan preciso que algunas de dichas clasificaciones perduran hasta hoy. Su obra “Ensayo sobre la Historia Natural de Chile”, publicado en 1782, en italiano, tuvo un inmediato gran éxito, siendo pronto traducida al alemán, español, francés e inglés, y debió publicarse una segunda edición en 1810. Sus obras causaron tal impresión, que el prestigio de su autor alcanzó los más altos honores que la ciencia otorgaba en aquel momento en Italia. Entre otros, fue nominado Miembro del Real Instituto Italiano de Ciencias, Letras y Artes, y el primer académico americano de la Academia del Instituto de Ciencias. 

Pero más que el contenido específico de su obra, que también está vigente en algunas materias específicas, lo que hoy queremos retomar es su modo de mirar el mundo, de enfrentarlo, su actitud frente a él, que hoy, nos parece, cobra más fuerza que nunca.

Como lo señalamos, Juan Ignacio Molina fue un científico destacadísimo y como tal, fue un hombre no sólo convencido que el mundo que lo rodeaba podía y debía ser conocido por los seres humanos, sino que precisamente es famoso por el conocimiento que él logró alcanzar sobre ese mundo, así como por la manera como interpretó ese conocimiento. El Abate Molina tuvo la claridad para entender que el pensamiento racional, unido a un método específico, el científico, otorga un saber riguroso y válido sobre el mundo natural. Sus textos se basaron esencialmente en sus exhaustivas observaciones y sus profundas reflexiones sobre lo observado.

Y esta postura no era banal, ni ayer, ni hoy. En una época como la nuestra ya lo hemos mencionado, pero en la que le tocó vivir a este villalegrino ilustre tampoco.

Por supuesto que el Abate Molina no debió enfrentarse al conspiracionismo, pero ello no lo liberó de verdaderos demonios que afectaban a la ciencia y la sociedad en esa época, y si lo queremos mirar así, de la mayor conspiración por la ignorancia que ha habido en la historia.

De partida digamos que en el período en que vivió, nuestro país no sólo no tenía tradición científica alguna, sino por el contrario, las figuras que habían destacado lo habían hecho básicamente en el mundo de las letras, la historia o la teología. Alonso de Ovalle, Diego de Rosales, o más cercanas temporalmente a nuestro villalegrino, como Vicente de Carvallo y Goyeneche, Felipe Gómez de Vidaurre, Miguel de Olivares, todos habían destacado en el mundo de las letras. Probablemente su contemporáneo más ilustre, también jesuita, Manuel Lacunza, había dedicado su esfuerzo a la teología.

Juan Ignacio Molina podría haberse destacado en cualquier área del pensamiento. Él eligió distanciarse de la tradición chilena y, si bien también escribió algunos textos en el ámbito de las letras, fue en el mundo de las ciencias donde sus respuestas a las preguntas que lo acuciaban alcanzaron su mayor esplendor.

En segundo lugar, al optar por la mirada científica, el Abate lo hizo por la disposición a reconocer la ignorancia. La gran proeza de la ciencia moderna fue demostrar y difundir tres ideas centrales, una, que los humanos no sabemos todo, dos, que si podemos aspirar a saberlo, y tres, que ello se logra si utilizamos la razón acompañada del método de la observación y la experimentación. Ninguna de estas tres ideas eran dominantes en el Chile del Abate Molina.

Por último, debemos destacar que nuestro ilustre villalegrino no sólo observó y documentó dichas observaciones, sino que además, lo hizo con tal originalidad y visión, que sus obras al menos ayudaron a abrir el camino por el que hasta el día de hoy avanza la ciencia.  Su obra “Sobre la propagación del género humano en las diversas partes de la tierra”, aún partiendo desde la teología, se adelanta a visiones actuales de la antropología, en donde, además contra todo el racismo imperante -en nuestro país aún había esclavos- plantea que las diferencias físicas entre los seres humanos son resultado de las diferencias climáticas y geográficas. Y su escrito “Analogías menos observadas sobre los tres reinos de la naturaleza” ha sido considerada por algunos como precursor de las teorías de la evolución, y aún quienes no lo ven así, reconocen en él que su visión unificadora de la naturaleza está hoy más acorde con las ideas actuales de la ciencia. No por nada esta obra fue considerada una herejía por algunos, y aunque en definitiva no fue condenada por el “Santo Oficio de la Inquisición”, si vio obstaculizada su publicación por más de siete años, por esa, la que fuera la organización conspirativa contra el conocimiento humano más influyente que ha conocido la historia de la humanidad.

La grandeza de nuestro villalegrino más ilustre, hoy, a 280 años de su nacimiento, se agiganta aún más, no sólo por lo que logró saber, sino sobre todo, por la decisión de elegir un camino hasta ese momento intransitado por nuestros compatriotas, el camino de la observación y el análisis empírico de la realidad, camino que hoy aún presenta escollos, pero que sigue siendo requisito imprescindible si queremos una humanidad sin injusticias, sin discriminaciones, sin desigualdades.

Villa Alegre junio de 2020

P.D. "Villalegrinos de ayer para el Chile de hoy" busca rescatar a personas y personajes de mi pueblo, que contribuyeron al desarrollo de la ciencia, la historia, las artes o la democracia. 

El próximo artículo se refiere a "La lucha por la libertad".

Se agradece todo comentario.





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