lunes, 17 de junio de 2024

18 DE JUNIO. DÍA INTERNACIONAL PARA CONTRARRESTAR EL DISCURSO DE ODIO

 

 “Antes de que haya habido muertos en las batallas y torturados en los campos de prisioneros, se había destruido al enemigo en libros, panfletos y numerosas reuniones en las universidades y academia. Debemos mirar de frente esta terrible verdad: la intolerancia tiene, casi por principio, raíces intelectuales”.

Wolf Lepenies

 

Hace sólo dos años, el 2022, Naciones Unidas conmemoró por primera vez el 18 de junio como el Día Internacional para contrarrestar el “discurso de odio”. 

La expresión “discurso de odio” es relativamente nueva, aunque las comunicaciones destinadas a denigrar a determinados grupos de personas son muy antiguas.

La expresión encuentra sus raíces más cercanas en los tiempos posteriores a la Segunda Guerra Mundial, cuando la toma de conciencia de las barbaridades nazis motiva la necesidad de proteger a los grupos cuya destrucción había sido propuesta mediante la incitación al odio y la violencia. Del 2.000 en adelante, con la llegada de internet y con ella de las redes sociales, el tema adquiere una relevancia completamente nueva. La capacidad viral de éstas permite que esas diatribas puedan alcanzar una audiencia muy amplia y diversa en un muy breve tiempo. En la década del 2010 los gobiernos y las propias plataformas tecnológicas empiezan a ver la necesidad de establecer regulaciones y políticas destinadas a combatir este tipo de discursos, en plena concordancia con la mayor conciencia sobre la necesidad de proteger los derechos humanos y luchar contra la discriminación. A comienzos de la década del 20, Naciones Unidas asume un papel más relevante.

Hoy, aún cuando no hay una definición unánimemente aceptada, la Estrategia y Plan de Acción de la ONU para la lucha contra el discurso de odio” lo define como “cualquier tipo de comunicación ya sea oral o escrita, —o también comportamiento— , que ataca o utiliza un lenguaje peyorativo o discriminatorio en referencia a una persona o grupo en función de lo que son, en otras palabras, basándose en su religión, etnia, nacionalidad, raza, color, ascendencia, género u otras formas de identidad".

Si bien ha sido la capacidad de expansión que las redes sociales han dado a estas expresiones la principal razón de su actual preocupación, hay también otras que no deben dejarse de lado. Sin duda hoy existe mayor conciencia y sensibilidad a los problemas que la discriminación, el racismo y la violencia basada en prejuicios son capaces de generar. Especialmente movimientos sociales han puesto de manifiesto las injusticias, los prejuicios que enfrentan diversos grupos discriminados. Estudios científicos y testimonios sociales han difundido los efectos negativos, que en la salud, física y mental -ansiedad, depresión, aislamiento social, tendencia al suicidio, entre otros- son capaces de producir en la vida cotidiana de las personas.

Pero además de esto, es necesario tener en cuenta lo que señalaba Wolf Lepenies, esto es, que los discursos de odio son también las justificaciones ideológicas de la violencia y la muerte sufrida por millones de personas.

Los discursos de odio se caracterizan por deshumanizar a las personas o grupos odiados. No sólo se les estigmatiza, asignándoseles características negativas, cualidades morales reprobables, sino además se les suele presentar como un verdadero peligro para la patria, la moral, la religión, la tradición, la raza, la nación, el país, …etc. Los discursos de odio están a menudo fundados en falsedades o en hechos distorsionados, apelan al miedo y los prejuicios para aumentar la hostilidad hacia esos grupos, y facilitar el uso de la violencia contra ellos. El discurso del odio estigmatiza y denigra. Sus víctimas no lo son por ser determinadas personas, sino simplemente por pertenecer a un colectivo determinado. En ese discurso la víctima es absolutamente intercambiable, basta que pertenezca al colectivo agredido.

Al amparo del aumento de la delincuencia en nuestro país, ha surgido en los últimos años un discurso del odio populista y demagógico, amplificado por la extrema derecha y sus medios de comunicación, contra los extranjeros pobres que han llegado a nuestra patria.  No es xenofobia, como se suele presentar, porque no es “odio al extranjero”, es a los extranjeros pobres. A los extranjeros ricos los llamamos “turistas” o inversionistas”, y no los odiamos, de cualquier manera son bienvenidos.

Pero los discursos de odio en Chile, como en el mundo, también son muy antiguos, Hay algunos que tienen muchas décadas, como los dirigidos contra las mujeres, o los homosexuales, que hoy se extiende contra todos quienes participan de la diversidad sexual, (LGTB+ ), y/o manifiesten postulados feministas. (Casos recientes, como el crimen de Daniel Zamudio, las acciones dirigidas contra Daniela Vega, o la idea de quitar el derecho a voto a las mujeres resultan aún emblemáticos).

En estos discursos del odio, como por lo demás lo reflejan claramente los casos que mencionamos, se descalifica, menosprecia, se desvaloriza. El otro se construye esencialmente sobre la base de mentiras y verdades a medias. En esos discursos por un lado se identifica la moral conservadora tradicional, la de ellos, como propia del orden “natural”, y luego se descalifican las propuestas feministas y de reconocimiento y dignificación de la diversidad sexual, como “anti naturales” y con objetivos propios de perversión, especialmente de los niños, pedofilia, destrucción de la familia, entre otros antivalores.


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En todo caso, el principal discurso de odio en nuestro país, el más permanente, el más explícito, el que más recursos ha requerido y por cierto el que más víctimas ha provocado, ha sido el discurso anticomunista. Sus manifestaciones más extremas se han dado durante tres periodos de nuestra historia. Durante la dictadura de Ibáñez, (que también persiguió encarceló y asesinó homosexuales) con cientos de militantes perseguidos, torturados, encarcelado y asesinados; durante la aplicación de la Ley Maldita, gobierno de González Videla y casi todo el segundo de Ibáñez y por cierto durante la dictadura de Pinochet. Recordemos que, defendiendo los intereses del imperialismo norteamericano y de la oligarquía nacional, el único elemento ideológico que unía a las distintas corrientes que apoyaron y mantuvieron el golpe de estado, conservadurismo católico, nacionalismo fascista y liberalismo económico, fue el anticomunismo, que en esa época tenía en la Doctrina de la Seguridad Nacional, elaborada -¡cómo no!- en los Estados Unidos, su manifestación más sofisticada. El anticomunismo que llamaba a “extirpar el cáncer marxista”, que distinguía entre “humanos y humanoides”, que buscaba “estrangular la serpiente comunista”, fue la doctrina que justificó miles de ejecutados políticos y de desaparecidos, decenas de miles de torturados y presos políticos, cientos de miles de perseguidos y exiliados. Recordemos además, que la acusación de “comunista” se aplicó indiscriminadamente a muchos que jamás lo fueron, pero que sufrieron las consecuencias del anticomunismo.


                        SOBRE EL "ANTICOMUNISMO VISCERAL"


Hoy, cuando la homofobia sigue rondando nuestra historia, las mujeres siguen sin tener plenos derechos sexuales y reproductivos y el anticomunismo sigue siendo "visceral", se hace más imprescindible que nunca reconocer, concienciar y contrarrestar las narrativas de odio, que, no lo olvidemos, es una manera más de luchar contra las discriminaciones y por los derechos humanos.

 

Santiago 17 de junio de 2024

domingo, 2 de junio de 2024

ABORTO, LA HIPOCRESÍA DE LA DERECHA

 

Entre los anuncios de la Cuenta Pública rendida por el Presidente Boric este 1° de junio de 2024, estuvo el que señalaba que iba a proponer un proyecto de ley que ampliara los derechos sexuales y reproductivos de la mujer, estableciendo el aborto libre. Bastó que mencionara el tema, para que, como niños malcriados a los que se les amenaza con quitarles un dulce y les da una pataleta, algunos diputados de la extrema derecha nacional, olvidando lo que debiera ser su principal actitud, estar dispuestos a discutir democráticamente los temas, en definitiva, a parlamentar, (para lo cual es básico oír al interlocutor), hicieron abandono del salón. En las horas siguientes, mientras algunos intentaban justificar esa reacción, otros insistían en la postura, señalando esta vez que no había votos para aprobar la ley (es decir no tenemos nada que discutir pues las decisiones están previamente tomadas) o peor aún, que no era un tema relevante y que no se podía legislar para las minorías. (¡Como si no se tratara de miles de mujeres que cada año deben decidir entre realizarse un aborto clandestino o no, decisión que considera aspectos como la significación de la muerte, la valoración de su sexualidad, la calidad de vida, el derecho a la autodeterminación de sus cuerpos, en definitiva, su propia dignidad!)

 

Nadie discute la importancia de penalizar el aborto sin o contra la voluntad de la mujer embarazada. El tema conflictivo es el aborto consentido. Desde hace ya varios años y especialmente desde después del estallido social, la legalización del aborto libre se ha venido planteando como demanda, en numerosos foros, en el propio parlamento, en el mundo del feminismo, en las manifestaciones callejeras, en definitiva, en instancias de todo tipo.

 

De manera permanente y obstinada, la derecha se ha opuesto a discutir el tema, y cuando no ha podido eludir la discusión, ha votado en contra. Al hacerlo, siempre se ha insistido en que ellos están en contra del aborto pues que se trata de un crimen horroroso, contra los más desvalidos suelen agregar, y que por ello debe mantenerse y sancionarse como delito. Mirado desde afuera el discurso puede parecer incluso coherente, pero a poco de analizar surge verdaderamente como un acto de suma hipocresía,

 

Desde luego, estar en contra del aborto debiera significar en primer lugar estar dispuesto a movilizar acciones y recursos para prevenir su ocurrencia, para disminuir su realización al mínimo posible. Y aquí aparece el primer acto de hipocresía.

 

Sabido es que la gran mayoría de los abortos consentidos, y sólo a ellos nos referimos aquí, son resultado de un embarazo no deseado. Por ello, no puede extrañar que lo que efectivamente disminuye el número de abortos, es precisamente la reducción de los embarazos no deseados. De este modo, el primer objetivo a tener en cuenta en una política contraria al aborto debiera ser la disminución de dichos embarazos. Ahora bien, la experiencia y la investigación internacional demuestran, sin ninguna duda, que entre los factores que más ayudan a disminuir los embarazos no deseados se encuentran:

·                    La educación sexual y reproductiva

·                    La planificación familiar

·                    Los servicios anticonceptivos fácilmente al alcance de quienes tienen una vida sexual activa.

·                    El aumento del poder de las mujeres en la capacidad para tomar decisiones sobre aspectos sexuales y reproductivos.

Un caso paradigmático de lo que estamos planteando lo constituye Países Bajos (Holanda) que posee la mayor libertad para la práctica del aborto y sin embargo presenta una de las tasas más bajas de la Unión Europea, como consecuencia de un exitoso plan de educación sexual.

En nuestro país en cambio, un plan de educación sexual y reproductivo a hombres y mujeres, que efectivamente empodere a estas últimas, que fortalezca la planificación familiar y permita acceso fácil a métodos anticonceptivos no ha podido implementarse, principalmente porque los mismos parlamentarios que tanto se escandalizan porque se va a colocar en discusión el tema del aborto, se han opuesto y se siguen oponiendo de manera sistemática a esto.

El segundo elemento a considerar, es que si yo rechazo el aborto porque lo considero un delito grave, debo velar seriamente porque se sancione con la pena penal que corresponda tanto a las mujeres que se realizan un aborto, o consienten en que un tercero lo haga, como a dicho tercero. Y aquí vuelve a resurgir la hipocresía.

No tenemos cifras mayoritariamente aceptadas sobre el número de abortos ilegales que cada año se realizan en nuestro país. Un trabajo de Molina y cols. del año 2013 estimaba la cifra entre 72 mil y 148 mil. Cifras más recientes oscilan entre 60 mil y 300 mil. Cual sea la cifra, impacta saber que entre octubre de 2017 y octubre de 2021, sólo 366 mujeres fueron imputadas por el delito de aborto.

Más allá de que la experiencia señala que la sanción penal es ineficaz para reducir la incidencia del aborto, quienes la sostienen, sabiendo que la cantidad de abortos realizados anualmente es cientos de veces superior a la que se condena en tribunales, nada hacen porque ello cambie. No hacen proposiciones legales para mejorar la persecución del delito, no piden más recursos para perseguirlo, ni la creación de brigadas especializadas, ni nada que busque efectivamente disminuir la cifra negra de casos no conocidos, ni menos condenados. En definitiva, no hay ningún interés real en que efectivamente se sanciones a quienes cometen el delito de aborto. Sólo les basta el discurso. No les preocupa que sólo tenga efectos simbólicos, pero no reales.

De este modo, en estricto sentido, la “penalización” del aborto en nuestro país no pasa de ser una mera ficción, afortunadamente.

Es decir, en la práctica la disposición penal es simplemente simbólica, y sólo busca satisfacer la conciencia de aquellos antiabortistas que quieren dormir tranquilos, sabiendo que “en nuestro país está prohibido el aborto”, pues no sólo no se aplica, sino que nada se hace por aplicarla. ¿Será porque en verdad su aplicación es imposible? ¿O alguien cree seriamente que tendríamos policías, cárceles, tribunales, guardias, y en definitiva sociedad para perseguir, enjuiciar y encarcelar cada año a varias decenas de miles de mujeres que abortan? ¿Y para dejar cientos de miles de niños huérfanos de madres?


Las conductas abortivas se dan en todos los estratos sociales, sólo que en los más bajos, a veces, a lo lejos, se castiga algún caso, y con frecuencia doblemente. Primero, pues las maniobras abortivas se suelen realizar por personal no profesional y sin condiciones de higiene y seguridad, aumentando los riesgos de enfermedad, esterilidad y muerte y segundo, pues para que el simbolismo efectivamente funcione, cada cierto tiempo, una ruleta invisible determina que alguna mujer pobre debe irse presa por el delito de aborto, para satisfacción de los antiabortistas.

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En su simbolismo brutal, esa realidad es dramáticamente injusta, clasista y antidemocrática, y sólo se sostiene gracias a una derecha hipócrita, que en lo esencial es injusta, clasista y antidemocrática.

 

Santiago, 2 de junio de 2024