Fernando García Díaz
LOS
PRECURSORES
“La división internacional del trabajo
consiste en que unos países se especializan en ganar y otros en perder. Nuestra
comarca del mundo que llamamos América Latina, fue precoz: se especializó en
perder desde los remotos tiempos en que los europeos del Renacimiento se
abalanzaron a través del mar y hundieron los dientes en la garganta”
Eduardo Galeano
En estricto rigor,
histórico o cronológico, esta galería debería ir al comienzo del Museo. Después
de todo, la sola idea de “precursor”, nos habla de que “precede”. Pero yo tengo
la esperanza de que alguien lo visite y no sólo que llegue hasta la puerta. (En
verdad estoy cansado de hacer cosas que sólo me interesan a mi). Por eso la
coloqué al final, pues como ya te señalé, no es necesario que visites esta
galería. Es más, te recomiendo que no lo hagas. Hoy la gente va a los museos a
entrenerse, a tomar fotos, incluso a conversar en la caefetería, a buscar
personas que los motive el mismo interés idiota que cada uno puede tener, o en
el mejor de los casos, a pasar el rato. No va a ver o escuchar largas peroratas
sobre un tema que no les importa. Por eso, quédate afuera. Esta galería,
probablemente no sea para ti. Pero si insistes..., es tú problema.
La galería de “Los
Precursores”, está destinada a aquellos robos cuya obra fundacional impacta de
manera decisiva en el desarrollo del arte que nos convoca. Ocurrieron durante más de cuatrocientos años, y si bien
lo hicieron de manera regular y permanente, hay período y lugares dentro de los
cuales la creatividad alcanza dimensiones desconocidas hasta entonces. De
este modo, su existencia marca a fuego tres períodos decisivos de nuestra
historia colonial y republicana y nos permite conocer mejor lo que es hoy el
estado del arte. ¡Sin duda que sin ellos la historia hubiera sido muy
diferente! A inicios de la conquista y
la colonia los primeros; el resto lo fue haciendo durante los siglos venideros,
y todos juntos dejaron un impronta que no se borrará jamás de nuestra historia.
En algunos casos, la huella directa de sus obras perdura nítida y clara hasta
nuestros días, en otros, una vez más Cronos ha devorado a sus hijos,
perdiéndose para siempre los detalles. Quienes como autores lideran
estos robos son hombres conocidos, con nombres, apellidos, y respetables calles
que los recuerdan. La gran mayoría de
quienes les acompañan, son hombres anónimos, esforzados emprendedores, extranjeros
o americanos, que si bien no constituyen una verdadera “escuela” o
“generación”, muestran una presencia cronológica que autoriza para agruparlos
como lo hemos hecho. No son exclusivos de nuestro país, al contrario,
comprenden un género compartido prácticamente por todos los pueblos y culturas
del sur del río Bravo. Aquí, en esta galería, hablaremos de ellos.
Más
allá de los bosques milenarios, de las cordilleras monumentales, América Latina
es hoy día una construcción de sus hombres. De los primeros, aquellos que
probablemente llegaron hace más de treinta mil años, de los miles que años
después llegaron desde Europa y se instalaron aquí, de los traídos a la fuerza
desde África, y particularmente de los que nacimos aquí. América Latina es una
construcción humana en un doble sentido. Por un lado, el habitante modificó el
paisaje, construyó ciudades, caminos, casas, encadenó los ríos y cultivó la
tierra, también destruyó los bosques, eliminó cientos de especies y contaminó
las aguas, la tierra y el aire. Todo eso y mucho más hemos hecho para
construir-destruir esta realidad física que hoy nos cobija. Pero el hombre no
sólo “construyó-destruyó”, también “inventó” está América. Fue él quien creó el
concepto, y lo puso no sólo en los mapas, sino también en los diccionarios, en
los libros de historia, de arte. Ladrillo a ladrillo los hombres y lo pueblos
fuimos construyendo Nuestra América, haciéndola un resultado de su propia
actividad, fuimos transformándola en un objeto cultural, elaborado por el
sujeto de cultura. Y en este proceso, el hombre va dejando huellas, las más
importantes de las cuales hoy las llamamos bienes culturales Y cuando ellas
presentan un interés especial para la historia, el arte o las ciencias, esas
huellas forman parte del patrimonio cultural de los pueblos.
El
patrimonio cultural es en el presente la huella de nuestro pasado y de nuestro
futuro, él nos permite conocer nuestra historia como pueblos, identificarnos y
reconocernos. El patrimonio cultural es aquella parte esencial de nuestra
memoria colectiva que nos da identidad y pertenencia. Si ella desaparece,
desaparece también nuestro pasado, nuestro presente como grupo histórico,
identificado con una tradición y unos valores, y nuestro futuro como pueblo
específico.
América,
es, en primer lugar, un gigante físico de dimensiones abrumadoras para el
hombre europeo. Frente a un territorio limitado, un mar Mediterráneo acotado,
surgen ríos sin límites, llanuras infinitas, desiertos gigantescos. Más de 4
veces mayor que Europa, América es, en sus medidas, como dice Guillermo
Díaz-Plaja, “sobrehumana”([1]).
Este continente, de más de 42 millones de kilómetros cuadrados, casi con
certeza fue descubierto por pueblos asiáticos que, cruzando el Estrecho de
Bering, llegaron a Alaska entre los 28.000 y los 40.000 años atrás. Durante la
llamada glaciación de Wisconsins, período en que la capa de hielo cubre gran
parte de Europa y Norteamérica con masas de hasta 3 kilómetros de espesor en
algunos lugares, y que como consecuencia produce una baja considerable de las
mareas, un verdadero puente de tierra se manifiesta entre ambos continentes.
Probablemente persiguiendo grandes mamíferos existentes en la época, para
obtener alimentación y vestuario, habitantes de las estepas del norte de Asia
se fueron adentrando en el territorio que hoy ocupa el mar de Bering, internándose
sin darse cuenta en América del Norte, y desde allí expandiéndose por todo el
continente.
Poblada
desde el norte de Alaska hasta los canales del extremo sur de Tierra del Fuego
por cientos de culturas diferentes y desde hace ya miles de años, a la llegada
de los europeos, América posee dos, de los sólo 6 centros de alta civilización
existentes en el mundo (los otros centros de “alta civilización” eran Europa,
Oriente Medio, Asia del Sur y el sudeste Asiático). Por un lado Mesoamérica, esto es el sur de México, parte
de Guatemala y el actual Belice, y por otro, las tierras altas de Los Andes del
sur y parte de la franja costera, es decir, principalmente los territorios de
Perú y Bolivia actuales([2]).
Así, los
millones de habitantes que poblaban América, ocupaban selvas, mesetas, valles,
montañas, ríos, fiordos, desiertos, canales, en una variedad de paisajes,
religiones, costumbres, juegos, vestuario, cerámica, escultura, arquitectura,
poesía, música, danza, teatro, se manifestaban de muy diferentes maneras, en
los miles de pueblos que ocupaban el continente, (sólo en las tierras del norte
del Río Bravo se estima en unas 600 las tribus que lo habitaban). Y si la
diversidad de pueblos es enorme, la diversidad cultural adquiere dimensiones
desconocidas hasta ese momento. Es que la América precolombina no sólo está
habitada por miles de pueblos, sino además, sus estructuras de desarrollo son
tan variadas como no es posible encontrar, en ese momento, ni en Europa, ni en
Asia, ni en la parte conocida de África, por el mundo occidental. Así, al lado
de los millones de habitantes que integran pueblos cazadores o recolectores,
con vidas nómades y una escasa infraestructura habitacional, hay otros que
construyen imperios, con estructuras políticas complejas, ciudades habitadas
por cientos de miles de habitantes, y con una arquitectura monumental
antisísmica, capaz de soportar el paso de los siglos. A fines del siglo XV, y
cuando París era poco más que un pueblecito, Londres no supera los 150.00
habitantes y en Madrid aún no se instala la Corte Real, Tenoshtitlan tiene al
menos unos 250.000 habitantes.
De este
modo, mientras en las llamadas “altas culturas precolombinas”, el desarrollo
artístico e intelectual se manifestaba en el conocimiento del cero, el
desarrollo de avanzados calendarios, de complejos procesos de gestión ambiental
para amplias zonas geográficas, y originales sistemas políticos y sociales, así
como en la construcción antisísmica, el trabajo en la piedra, avanzados
sistemas de riego, y complejos sistemas de manipulación genética y cultivo del
maíz, en otras culturas, como las de ciertos pueblos pescadores y recolectores,
como algunos del extremo sur, se vivía en condiciones físicas similares a la
visión más clásica de lo que habría sido la prehistoria de la humanidad.
El
deterioro y la destrucción del patrimonio cultural americano, y su traslado de
manera ilícita hacia otros lugares del planeta, comenzó en el momento mismo de
la llegada del hombre europeo a estas tierras. Han pasado más de 500 años desde
aquel entonces y hoy, más encubiertos, pero con más fuerza, esa destrucción y
ese saqueo continúan.
La
historia de América Latina, desde la perspectiva de su patrimonio cultural, es
en los últimos siglos la sucesión de una larga historia de tragedias. Desde que
le clavaran los dientes en la garganta, poco o nada hemos hecho en este
territorio para alterar esa situación, en una conducta que, como adecuadamente
la describe Galeano, es rayana en la estupidez.
La
historia del saqueo de nuestras riquezas básicas está escrita, con lujo de
detalles, en grandes e importantes obras de nuestro continente. “Las venas
abiertas de América Latina”, de Eduardo Galeano, y que simbólicamente el
Presidente Chavez de Venezuela le regalara al Presidente Obama, de los Estados
Unidos, es quizás una de las más completas y seguramente la más conocida de
todas. Del saqueo de nuestro patrimonio cultural estamos empezando a conocer su
historia, iniciando un proceso de toma de conciencia del problema([3]);
pero seguimos estando en una etapa tan básica e ingenua de su desarrollo
histórico, que lo desconocemos incluso en su conceptualización como tal. (No
deja de ser ilustrativo que Galeano no dedicara un solo capítulo al tema, no
obstante referirse al cobre, al petróleo, a la plata, el caucho y mucho más).
Denunciados
a veces por la prensa, estos atentados se presentan como hechos aislados, como
situaciones puntuales que en el mejor de los casos dan lugar a una cifra cuya
validez estadística, cuando la hay, resulta difícil de verificar y que, dado
además la muy alta cifra negra, en definitiva poco o nada nos indica.
Nosotros
planteamos exactamente lo contrario. No son hechos aislados, sino inmersos en
una lógica común, -la de que todo vale cuando de enriquecimiento se trata-
insertos en un modelo de desarrollo económico que no sólo los acepta, sino que
a menudo los promueve, como en el caso de la destrucción de sitios
arqueológicos por represas, caminos, o proyecto mineros, más allá de sus
discursos condenatorios, que más bien son palabras de buena crianza, pero que
jamás han terminado por poner en riesgo el gran negocio que todo esto
representa.
Ahora
bien, si el saqueo y la destrucción han acompañado a Nuestra América de manera
permanente, parece posible distinguir algunos periodos en los que esa actividad
se ha dado con más intensidad, con más fuerza. No se crea que se trata de
períodos de un origen inexplicable, como singularidades en un big bang con
inflación caótica. No. Son más bien períodos consecuencia de la aplicación de
una lógica implacable
Desde esta perspectiva, nosotros creemos
distinguir cuatro grandes momentos en este proceso de destrucción. El primero
se inicia con la llegada del europeo a nuestro continente, el período mal
llamado del "descubrimiento", y que nosotros por las razones que más
adelante exponemos hemos llamado de igual forma, el segundo se desarrolla a
partir de 1790 aproximadamente, cuando por primera vez se empieza a valorar el
patrimonio cultural americano, que hemos denominado del
“redescubrimiento”, el tercero
corresponde al esfuerzo republicano por incorporar los últimos territorios en
manos de aborígenes a la soberanía estatal, y que más o menos corresponde a la
segunda mitad del siglo XIX y el cuarto lo estamos viviendo en estos días. Del
cuarto período da cuenta el resto del Museo. En esta galería sólo nos referimos
a las etapas anteriores
Compartimos
la idea de ELENA PONIATOWSKA, que “Llamar
descubrimientos a lo que estaba no sólo descubierto sino habitado y contaba con
una cultura anterior a la Era Cristiana es simple y llanamente prepotencia
europea”([4]).
Sin embargo hemos utilizado esta expresión, “descubrimiento”, acompañada de los
predicados “desde Europa” y “del hombre americano”, pues de este modo
resaltamos algunas características que nos interesa destacar. En primer lugar,
porque hace referencia a una expresión que no obstante los miles de litros de
tinta gastados sobre lo inapropiada que puede ser, sigue constituyendo el
término más común, más utilizado y más reconocido para referirse a ese
determinado período de la historia americana, y eso, nos parece, puede ayudar a
una mejor y más rápida comprensión del fenómeno que exponemos, verdadero
objetivo de este trabajo. En segundo lugar, porque el complemento agregado,
“desde Europa, del hombre americano”, permite acotar el concepto, dar cuenta de
sus cuestionamientos, y a la vez mostrar claros elementos de realidad. Porque
en definitiva, lo que los europeos hacen patente para su propia cultura, más
que tierras, ríos o montañas, es la existencia de hombres y de las obras de
ellos, su cultura.
La primera sala de esta
galería se ilumina con el oro y la plata que brilla por doquier. Son miles de
objetos los que llenan y rellenan las vitrinas. (Si nuestro museo lo hubiera
sido de toda América Latina, sólo el tesoro de Moctezuma comprendería varias
toneladas de oro y plata, y requeriría varios museos mayores que éste, y si a
ello agregamos el tesoro de los incas, la construcción del museo habría sido
una epopeya). Pero no, aún cuando hablemos del contexto, nuestro museo sigue
siendo exclusivamente chileno, y por
ello, los autores que destacaremos, siguen siendo, en general, “hombres de
diversos oficios y pecados”, al decir de Cortés y en particular, “…aquellos españoles esforzados, que a la cerviz de Arauco no domada, pusieron
duro yugo por la espada”, al decir de Ercilla. (Aún cuando por cierto se
debiera decir “quisieron poner”).
Pero como
ya lo dijimos, más allá de los detalles de cada proceso en particular, esta
realidad es ampliamente compartida.
El primer
período de destrucción y saqueo acelerado del patrimonio cultural americano se
dio con el descubrimiento europeo del continente, y los siguientes inicios de
la conquista de él. Manifestado en su forma más brutal, se expresó en toda la
extensión que su contenido avasallador lo permitió, que puede, sólo para
efectos de análisis, clasificarse en tres grandes categorías, la destrucción de
los hombres, la destrucción de las ideas, la destrucción de los objetos.
La llegada
del hombre europeo, significó en primer lugar el exterminio, la eliminación
física de millones de sujetos de cultura, ya en su condición de creadores de
ella, de sus destinatarios, o de ambos. En segundo, se eliminaron millones de
textos, pintura, escultura, viviendas, centros religiosos, millones de
expresiones materiales, artísticas, religiosas, educativas, políticas o
simplemente pertenecientes a la vida cotidiana de miles de pueblos. Además, se
hizo desaparecer de la faz de la tierra cientos de idiomas, miles de canciones,
poesías, cuentos, leyendas, elementos constitutivos todos ellos de un riquísimo
patrimonio cultural inmaterial. En definitiva, los procesos de descubrimiento y
conquista en sus primeros décadas, hicieron desaparecer, de manera acelerada,
tal cantidad de expresiones del patrimonio cultural material e inmaterial de
los pueblos americanos, que el patrimonio cultural de la humanidad se
empobreció considerablemente para siempre. En verdad es de tal envergadura este
fenómeno, el exterminio de los pueblos americanos, que aún cuando puede parecer
sólo un mecanismo indirecto de destrucción del patrimonio cultural, nos parece
imposible soslayar. Y ello adquiere más relevancia, en nuestra perspectiva,
cuando fenómenos similares, que también mencionaremos, se dieron con
posterioridad.
Por
supuesto que no hay cifras precisas sobre la población indígena existente en
América, a la llegada del hombre europeo, a fines del siglo XV. El antropólogo H.F
Dobyns señaló, en sus primeros trabajos que serían entre 90 y 112 millones. S.F
Cook y W.W. Borah refiriéndose sólo a la
población de la meseta central de Nuevo México fijaron la cantidad en más de 25
millones. Tzvetan Todorov, señala textualmente “Sin entrar en detalles y para
dar sólo una idea general… diremos que en el año 1500 la población global debía
ser de unos 400 millones, de los cuales 80 estaban en las Américas. A mediados
del siglo XVI, de esos 80 millones quedan 10. O si nos limitamos a México: en
víspera de la conquista, su población es de unos 25 millones; en el año 1600,
es de un millón”([5]).
Otros autores han dado cifras mucho menores, indicando que a lo más se trataría
de unos 30 millones en todo el continente. Ahora bien, ya sea que a la llegada
de los europeos la población americana sumara más de 100 millones, o sólo fuera
una población de entre 25 a
30 millones, lo cierto es que un siglo y medio después se encuentra reducida en
total a unos 3 millones y medio de habitantes.
Hablamos
de una situación en que la población es “diezmada” para describir el horror que
significó la muerte de un gran porcentaje de personas. Matar al 10%, 1 de 10,
es el sentido literal, y la expresión histórica proviene del castigo que
aplicaban los romanos contra las poblaciones que se sublevaban. La peste negra,
que asoló a Europa a mediados del siglo XIV y que aún se recuerda por el brutal
exterminio que produjo, mató a aproximadamente al 30% de la población. Si
consideramos como cierta la cifra de menor población estimada para América,
sobrevivió el 10% de la población. Si por el contrario, como cree la mayoría de
los expertos, la población era de entre 70 y 100 millones, se trata de la mayor
matanza ocurrida jamás en la historia de
la humanidad. Ya no es sólo un porcentaje brutal el exterminado, el 90 o 95 por
ciento de la población, es también la muerte del mayor número de personas
habida jamás en el planeta. ¡Más de 70 millones de muertos! Ni siquiera la suma
de víctimas de las dos guerras mundiales es capaz de compararse con el
exterminio en América. Steven Katz, autor de la principal historia del fenómeno
del holocausto en la historia de la humanidad([6])
ha dicho, en un lenguaje más conciliador que la despoblación del Nuevo Mundo,
con todo su terror y su muerte, muy probablemente se trata del mayor desastre
demográfico de la historia. Tzvetan Todorov, en ese extraordinario estudio del
problema del otro en la conquista de América es más drástico. Allí señala
textualmente “Si alguna vez se ha aplicado con precisión a un caso la palabra
genocidio, es a éste. Me parece que es un record, no sólo en términos relativos
(una destrucción del orden de 90% y más), sino también absolutos, puesto que
hablamos de una disminución de la población estimada en 70 millones de seres
humanos. Ninguna de las grandes matanzas del siglo XX puede compararse con esa
hecatombe”([7]).
Tres son
las principales causas de la muerte.
La
primera, la muerte ocasionada por la violencia del conquistador. Aquí están por
cierto los muertos en combate, aquellos miles que murieron en muy desiguales
batallas contra el invasor. Pero no sólo ellos. Aquí también están los cientos
de miles de aborígenes indefensos que son asesinados impunemente por cualquier
razón, las miles de víctimas de esa brutalidad humana incomprensible,
inimaginable casi, las más de las veces con una crueldad repugnante incluso, de
la que dan cuenta centenares de textos. Diego de Landa, por ejemplo, cuyo texto, descubierto recién
en 1863, posibilitó en parte el
descifrar los jeroglíficos mayas, en el capitulo XV de la “Relación de las
cosas de Yucatan” señala textualmente “Quemaron vivos a algunos principales de
la provincia de Cupul y ahorcaron a otros. Hízose información contra los de
Yobain, pueblo de los cheles, y prendieron a la gente principal y, en cepos la
metieron en una casa a la que prendieron fuego abrasándola viva con la mayor
inhumanidad del mundo, y dice este Diego de Landa que él vio un gran árbol
cerca del pueblo en el cual un capitán ahorcó muchas mujeres indias de las
ramas y de los pies de ellas a los niños, sus hijos”([8]). Y más adelante agrega “Que se alteraron los
indios de la provincia de Cochua y Chectemal y los españoles los apaciguaron de
tal manera que, siendo esas dos
provincias las más pobladas y llenas de gente, quedaron las mas desventuradas
de toda aquella tierra. Hicieron (en los indios) crueldades inauditas
cortando narices, brazos y piernas, y a las mujeres los pechos y las echaban en
lagunas hondas con calabazas atadas a los pies; daban estocadas a los niños
porque no andaban tanto como las madres, y si los llevaban en colleras y
enfermaban, o no andaban tanto como los otros, cortábanles las cabezas por no
pararse a soltarlos. Y trajeron gran número de mujeres y hombres cautivos para
su servicio con semejantes tratamientos.”([9]).
Por su parte, el Padre Las Casas, que como es sabido dedica una serie de textos
a denunciar el mal trato, entre las decenas de casos que describe, refiriéndose
a la isla de Cuba señala “Después que todos los indios de la tierra desta isla
fueron puestos en servidumbre e calamidad de los de la Española, viéndose morir
y perecer sin remedio, todos comenzaron a huir a los montes; otros, a ahorcarse
de desesperados, y ahorcábanse maridos e mujeres, e consigo ahorcaban los
hijos; y por las crueldades de un español muy tirano (que yo conocí) se
ahorcaron más de doscientos indios”([10])
y concluye “Pereció desta manera infinita gente”([11]).
En nuestro
país la violencia y la crueldad, poco narrada, se vive desde los comienzos de
la llegada del europeo. Diego de Almagro, nada más cruzar la cordillera, hizo
morir en la hoguera a algunos jefes indígenas, Alonso de
Reinoso hizo morir en la pica a Caupolicán y García Hurtado de
Mendoza torturó a Galvarino, cortándole las manos.
El segundo
grupo muere como causa de la esclavitud y la explotación sistemática que se
hizo de ellos. El conquistador vino a buscar riquezas, a hacerse de una
fortuna, y para lograrlo sólo tiene el poco tiempo que la breve vida de
aquellos años le otorgaba. Es urgente reunir, en el más breve plazo, la mayor
cantidad de oro y riquezas posible, sin importar la salud o la vida de quienes
trabajan para ello. La primera y mayor explotación se da en las minas, que son
la segunda fuente de riqueza que se explota (la primera son los tesoros acumulados
por los aborígenes); pero más adelante se extiende a todo tipo de trabajos.
Jornadas extenuantes de 18 a 20 horas, falta de alimentación adecuada, y
condiciones de trabajo miserables deterioran rápidamente la salud de los
aborígenes y rápidamente cobran la vida de millones de ellos. Toribio de
Benavente, religioso franciscano conocido como “Motolinía”([12])
llegó a México en mayo de 1524([13]),
y años después escribió un texto dando a conocer la historia de la conquista,
como las costumbres, modos de vivir, ritos y cultura de los indios. Publicado
recién fragmentariamente en 1848 y completo en 1858, constituye una de las
fuentes históricas más importantes de la época. Conocido como “Historia de los
Indios de la Nueva España”, al inicio describe las supuestas diez plagas que
Dios ha enviado a los aborígenes. Refiriéndose a la novena plaga señala “… o
los ocupaban en hacer casas y servirse de ellos, adonde acababa la comida, o se
morían allá en las minas o por el camino porque dineros no los tenían para
comprarla, ni había quien se las diese. Otros volvían tales, que luego morían y
de estos y de los esclavos que morían en las minas fue tanto el hedor, que
causó pestilencia, en especial en las minas de Oaxyecac, en las cuales media
legua a la redonda y mucha parte del camino, apenas se podía pasar sino sobre
hombres muertos o sobre sus huesos; y eran tantas las avesy cuervos que venían
a comer sobre los cuerpos muertos, que hacían gran sombra al sol, por lo cual
se despoblaron muchos pueblos, así del camino como de la comarca”([14])
Así, a
poco andar, la ausencia de mano de obra genera el mayor tráfico de esclavos
jamás registrado. Cuando aún no han pasado 20 años desde la llegada a esas
tierras, ya en 1511, se establece la esclavitud en Cuba, que si bien va estar
unida a la historia de la industria azucarera y particularmente al trabajo en
los cañaverales, especialmente desde finales del siglo XVIII y principios del
XIX, en su origen está encaminada a proveer de mano de obra en las minas y en
el trabajo doméstico([15]).
Por ello, no puede extrañar lo que señala, Jack Weatherford, “El producto más
demandado por los españoles eran los esclavos, porque ya habían terminado con
los indios del Caribe”([16]).
La
explotación colonial es tan brutal que sólo Potosí, ese mineral de plata que
por un tiempo fue la ciudad más grande de América “requirió el trabajo de
tantos esclavos indios..”([17])
que “… se tragó 8 millones de mineros indígenas”([18]).
La imagen
del conquistador español, que algunos historiadores, españoles los más, pero
también americanos, han querido propagar, de patriota, fiel soldado, y férreo
defensor de la doctrina cristiana, mas bien parece una ilusión, una verdadera ironía, frente a la realidad de un hombre ambicioso,
sin escrúpulos, cruel y sanguinario, ávido de oro, mujeres y tierras.
La tercera causa sistemática de
muertes es la ocasionada por las enfermedades.
A la llegada de los españoles, los
indios americanos gozaban de buena salud. Y en lo esencial, ello era el
resultado de un conjunto de situaciones, casuales algunas, consecuencia
deliberada del actuar humano otras.
Desde luego no existía en América,
a diferencia de lo que ocurría en el mundo occidental, un conjunto de
enfermedades altamente contagiosas y con elevados índices de mortalidad. En
verdad si exceptuamos la sífilis, cuyo origen aún se discute y existen fundadas
razones para suponerle un origen Europeo, los aborígenes americanos desconocen
las grandes epidemias. Como señala Woodrow Borah, experto en historia de la
enfermedad en América “… los indígenas americanos tuvieron relativamente pocas
enfermedades, y aparte de desastres naturales como inundaciones y sequías que
echaban a perder las cosechas, parece que disfrutaban de una buena salud”([19]).
Por lo demás, una conclusión como ésta es la única compatible con lo que se
viviría después, una inmensa mortalidad en América producto de las enfermedades
introducidas por el europeo, y la total ausencia de un fenómeno similar en
Europa con enfermedades provenientes de América.
Por supuesto que lo anterior no significa
ausencia de enfermedades. En América también las había, pero eran de menor
mortalidad, y, aún cuando todavía puede parecer curioso (dada la ignorancia y
subvaloración del aporte indígena a la formación mundo moderno) frente a ellas
los aborígenes habían desarrollado una farmacopea extraordinaria.
Hacia fines del siglo XV, y
mediados del siglo XVI, y mientras la medicina europea aún discute los aportes Hipócrates,
Galeno o Avicena, y las teorías humorales de Aristóteles, los aborígenes americanos investigan y
experimentan de manera que aún resulta asombroso. Y es que si bien el método
científico es un invento netamente europeo, y nada hay, como reflexión
universal que se le parezca en el resto del planeta, los indios americanos,
investigaban y experimentaban con los productos de la naturaleza, generando una
extraordinaria farmacopea, capaz de aliviar decenas de males, para muchos de
los cuales los europeos no tenían respuesta alguna.
Especialmente las culturas maya,
azteca e inca, conocían el uso de innumerables plantas medicinales, entre las
que podemos destacar la coca, el yagé, el yopo, el tabaco, el curare. Pero no
solo ellos. El primer tratamiento del escorbuto que llamó la atención de los
europeos se menciona en el Diario del explorador francés Jacques Cartier
(1491-1557) correspondiente a su segundo viaje a América. Allí da cuenta de
cómo el invierno de 1535 -1536 los sorprende en la desembocadura del hoy río San Carlos, quedando atrapados en el
hielo. A mediados de febrero, la gran mayoría de tripulantes, franceses e
iroqueses padecen escorbuto. Al ver que algunos nativos se salvan Cartier
consulta cautamente, por temor a que la debilidad de los tripulantes pudiera
ocasionarle mayores problemas. Allí se entera que la preparación de hojas de un
determinado árbol, conocido por los hurones como “annedda” podía curar el
escorbuto. La historia bien podría pasar como anécdota, sin embargo, como ha
destacado Jack Weatherford, el episodio indicado da cuenta de la mentalidad
americana y de la superioridad del modelo farmacológico americano. “El
descubrimiento indígena de drogas medicinales para una amplia gama de
enfermedades no fue una circunstancia fortuita, según la cual América fue
bendecida por la naturaleza con más drogas por descubrir. Si bien la quinina y
el ipecac crecían sólo en América, la cura del escorbuto ilustra la
superioridad general del conocimiento médico y farmacológico indígena. El Viejo
Mundo abundaba en plantas que podrían haber curado fácilmente esta enfermedad,
pero la ciencia occidental las ignoró hasta que los indios demostraron su
utilidad” ([20]).
De los extensos y complejos
conocimiento médicos americanos la mayoría se perdieron por la acción
“civilizadora” de los europeos. Algunos indicios quedan en el llamado Códice Badiano,
cuyo título en latín es precisamente “Libellus de medicinalibus indorum herbis”, Libro de las hierbas medicinales de los
indios, en el en el códice Magliabecchi, y en
las crónicas de algunos autores de la época.
A principios del año 2012 se
divulgó la noticia que las investigación coordinadas por el profesor Francisco
Ayala, de la Universidad de California habían permitido identificar cómo llegó
la malaria a Sud América([21]).
Mediante análisis de ADN de muestras de sangre humana de pacientes infectados,
se pudo determinar que vino desde África con la trata de esclavos. Conocida en
el Viejo Mundo desde tiempos inmemoriales, la malaria o paludismo atacó y
provocó la muerte de millones de personas, sin que se conociera un tratamiento
eficaz para su prevención o curación. Introducida en América, los indígenas
pronto descubrieron que una de sus fármacos tradicionales, la corteza del
quino, llamada quina, aliviaba rápidamente los síntomas. De la quina-quina,
llamada “corteza de corteza” por sus poderes medicinales, los científicos
franceses Joseph Pelletier y Joseph Caventou van a extraer, en 1820 el
principio activo de dicha corteza, y siguiendo en parte la nomenclatura quechua
llamaran “quinina”, principio activo de la cloroquina, medicamento que hasta
hoy se emplea en el tratamiento de la malaria([22]).
La investigación y experimentación
con productos naturales es de tal envergadura, que a la llegada de los hombres
del Viejo Mundo los americanos conocen el uso de más de 110 plantas con efectos
psicoactivos, Esto es identifican la planta, seleccionan la parte de ésta que
concentra mejor sus potencialidades y conocen el mecanismo de ingestión más
adecuado. Así por ejemplo, el cacao se bebe, “sangre de los dioses” le llamaban
los aztecas, el tabaco se fuma y la hoja de coca se masca. Frente a esto, los
europeos son capaces de manejar entre 12 o 14 plantas con efectos psicoactivos([23]).
Y la buena salud parecía no sólo
corresponder a los seres humanos, sino también a sus fuentes de alimentación,
dado que no existen registros de plagas que las pusieran sistemáticamente en
peligro. De este modo el hambre, que desde los tiempos bíblico constituía una
permanente tragedia para los invasores, en América “…parecía ausente en
comparación con la escasez periódica que amenazaba a los europeos durante los
años de cosechas perdidas y hambrunas”([24]).
La introducción de una enfermedad
en una población que nunca antes la había experimentado, o que había estado
libre de ella por tantas generaciones que cualquier tipo de inmunidad adquirida
había desaparecido, las llamadas epidemias de
“suelo virgen”, atacan con
extrema virulencia. Tal es así, que incluso a menudo presenta síntomas muy
diferentes de aquellos con que suele identificarse en poblaciones que la
padecen como endémica, y que son aquellas en donde se suelen haber estudiado.
Los europeos habían soportado durante milenios
las enfermedades endémicas que, con brotes epidémicos, habían asolado ese
continente. Las epidemias a menudo habían ocasionado estragos en Europa. Recuerdos de sus efectos
se tenían desde la Guerra del Peloponeso, cuando una epidemia azotó Atenas,
facilitando claramente el triunfo espartano. La “Muerte Negra” venida desde el
este, asoló el continente europeo a mediados del siglo XIV, diezmando la
población. Pero nada hay en los registros de la historia, hasta hoy, similar a
lo que sufrieron los aborígenes americanos. Lowell y Cook, editores del libro
que con el nombre de “Juicios Secretos de Dios”, en el artículo que cierra el
conjunto de textos de ese libro señalan “Sin embargo, fue en el Nuevo Mundo, no
en Europa, donde los brotes de enfermedades probablemente causaron la mayor
pérdida de vidas humanas conocida en la historia. Es del todo probable que tras
la expansión transoceánica de Europa a finales del siglo quince ocurriera la
mortalidad más grande jamás conocida”([25]).
De este modo, los invasores, que
eran a menudo sobrevivientes de ellas pues las habían padecido en su infancia,
no sufrieron las consecuencias desastrosas que tuvieron para la población
aborigen.
Más que a la guerras, muchos
autores atribuyen a las enfermedades traídas desde Europa un rol preponderante
en la debilitación de los pueblos aborígenes y como consecuencia de ello en la
derrota militar frente al invasor. “Ya
sea que hablemos del siglo dieciséis o del dieciocho, de los Aztecas o los
Mapuches, es indudable que las infecciones epidémicas del Viejo Mundo dieron
forma decisiva a los destinos del Nuevo Mundo. Las epidemias brotaron temprano
y se apagaron tarde”([26]).
Y la verdad es que el impacto es
de tal naturaleza, que necesariamente debió haber afectado la situación de los
nativos. Por un lado disminuía directamente las posibilidades de resistencia
con la muerte o la enfermedad de posibles soldados. Por otro lado, generaba
situaciones de gobernabilidad precaria cuando las autoridades morían inesperada
y masivamente, como ocurrió con Huayna Capac, generando la guerra entre
Atahualpa y Huáscar, que tan beneficiosa resultó para Pizarro. Otro efecto no
menor, era el pánico que ocasionaban estas epidemias en la población sana, que
se acrecentaba con enfermedades como la viruela, que desfiguraban el rostro y
el cuerpo. Dado además el profuso intercambio comercial existente entre los
aborígenes de lejana regiones, no es infrecuente que algunas epidemias se
desplacen de manera más rápida que los propios conquistadores, contribuyendo a
debilitar a los indígenas antes que estos deban enfrentar siquiera al invasor.
Un buen ejemplo de ello lo cita Uriel
García Cáceres, en un trabajo sobre la implantación de la viruela en Los Andes.
Allí señala “En el caso del Imperio Inca, la viruela, el sarampión y la gripe
llegaron diez años antes que Pizarro y sus huestes. Como si se tratase de esos adelantados
– los agentes microbianos causantes de estas graves enfermedades - castigaron a
los supuestos infieles a la religión de las Santas Majestades, los reyes y
reinas de España, para preparar su sometimiento”([27]).
Probablemente llegaron por el sur, desde Buenos Aires, más que desde Panamá, en
donde se encontraba un contingente de españoles desde donde saldría más tarde
Pizarro.
Sobre la
responsabilidad en relación con esta causa de muerte, se han planteado las
posiciones más extremas, desde quienes rechazan cualquier indicio de
responsabilidad para los europeos, hasta quienes los ven como total y
absolutamente responsables. Entre estas últimas, destaca la de Fernando Báez,
quien expresamente señala “La responsabilidad de las epidemias, en todo caso, se
enmarca dentro de los crímenes voluntarios y no accidentales, pues los
conquistadores causaron este daño con premeditación. Usaron a los enfermos que
traían para diezmar a los indígenas y desmoralizarlos; no lo evitaron”([28]).
La verdad
es que obviamente los españoles de la época no poseían los conocimientos y las
capacidades técnicas para controlar absolutamente las enfermedades que llevaban por primera vez
a tierras americanas, pero eso no los libera de su responsabilidad. Por una
parte ellos sabían que varias de las enfermedades más graves, como la viruela,
el sarampión, y la gripe, se trasmitían por contagio de persona a persona, y ya
en la edad media se habían desarrollado prácticas de aislamiento de los
enfermos para impedir su difusión, y poco o nada se hizo a menudo por los
aborígenes. Por otro lado, y en esto se ha insistido poco, las condiciones de
vida inhumana en que han puesto a los aborígenes son tan precarias, que éstos
resultan fácil presa de todo tipo de enfermedades. Trescientos años después de
la llegada de Colón, el naturalista alemán Alexander von Humbolt hacía hincapié
en la estrecha relación entre las enfermedades, y en particular la viruela,
y las condiciones de hambre en que
vivían los aborígenes. Más aún, en reiteradas oportunidades hay conductas
claramente dirigidas a utilizar la enfermedad como castigo, incluso
favoreciendo su difusión. García Cáceres, en el artículo ya citado, describe la
situación más extrema. Haciendo referencia a la historia de la viruela escrita
por Behbehani ([29]),
recuerda que en 1633 ”… el gobierno colonial inglés instruyó a sus tropas para
esparcir frazadas contaminadas con viruela para ser recogidas por los nativos y
así ayudar a su exterminación” ([30]).
Por
último, tampoco se debe olvidar que los propios conquistadores utilizaron la
propagación de las enfermedades en la población aborigen, y no en ellos, (o al
menos no con dimensiones similares), como prueba de su superioridad, y por
sobre todo del castigo de Dios. Motolinía comienza el primer capítulo de su ya
citada “Historia” señalando “Hirió Dios y castigó esta tierra y a los que ella
se hallaron, así naturales como extranjeros, con diez plagas trabajosas. La
primer fue de viruelas…”([31]).
Por su parte Pedro de Liévano, Deán de la Catedral de Guatemala, en 1582
escribía “En lo que toca a morirse los indios e ir en disminución, son juicios
secretos de Dios que los hombres no los alcanzan y lo que este testigo ha visto
en el tiempo que ha estado en estas provincias es que desde la provincia de
México han venido tres o cuatro pestilencias con las cuales ha venido la tierra
en grandísima disminución”([32]),
según texto que da inicio al libro de LOVELL, GEORGE y DAVID COOK ya citado,
que precisamente se titula “Juicios Secretos de Dios”, ironizando con el texto
citado.
El primer
elemento de destrucción de la cultura se dio entonces mediante el exterminio,
mediante el genocidio de los actores culturales. Pero ello no quedó reducido a
los aspectos materiales, los europeos destruyeron intelectualmente también la
imagen del aborigen, creando realidad al respecto. Así, desde un comienzo
vieron en los primero habitantes de América lo que siglos más tarde van a ver
en sus propios delincuentes, primero intuitivamente, y luego de la obra de C.
Lombroso, “El Hombre delincuente”, de forma “científica”, los rastros más
claros de la degeneración, la regresión atávica a situaciones intermedias entre
el europeo y el antropoide. Para la propia Iglesia católica, los nativos
americanos, como por lo demás ocurrió con casi todos los pueblos no europeos,
siempre presentaron un marcado nivel de inferioridad. Ya fuera que la actitud
se traducía en la explotación más desenfrenada, en la defensa ideológica de
dicha explotación, o aún en una conducta marcadamente paternalista, lo cierto
es que siempre se actuó desde la superioridad. Como ha señalado Paul Johnson,
en La historia del Cristianismo”([33]),
jamás se les concedió la condición de cristianos adultos. Siempre se actuó con
ellos como si se encontraran permanentemente en una especie de interdicción.
Desde la
perspectiva directa de lo que puede ser el patrimonio cultural, esta vez
entendido como conjunto de bienes materiales de naturaleza cultural, la
colonización constituye también una tragedia. El robo de los bienes sirvió dos
finalidades diferentes. La primera, y más obvia, fue llenar las alforjas de los
conquistadores, que veían así la posibilidad de enriquecerse rápidamente. La
segunda, de naturaleza ideológico política, fortalecer el discurso cultural
hegemónico que el poder precisaba para dar sostenibilidad y permanencia al
esfuerzo conquistador, que exigía mostrar la superioridad del europeo sobre el
aborigen. Por ello, un esfuerzo especial
se hizo para destruir sus ideas, así como sus creencias y prácticas religiosas,
para lo cual se utilizaron todos los mecanismos, incluyendo el robo de
imágenes, objetos, artefactos, para su posterior destrucción.
“Desde la
época de Juan de Zumárraga, primer Obispo de México y gran destructor de
antigüedades religiosas, se realizó un intento sistemático de borrar todo
rastro de los cultos precristianos. En 1531, afirmó en sus escritos que
personalmente había arrasado 500 templos y destruido 20.000 ídolos”([34]),
según dice Paul Johnson en la obra ya citada. Se trata, como señala Fernando
Baez, de borrar la memoria del adversario, para insertar la propia, para
reconfigurar una identidad sumisa([35]).(¡Y pensar que faltaban siglos para que naciera Gramsci, y más todavía para que la UDI
descubriera su perfil siniestro!)
En esta
misma línea debe entenderse una situación especial ocurrida con el pueblo inca.
Configurado ya el imperio, la alta productividad alcanzada por su tecnología
alimentaria permitió que miles de personas dedicaran su capacidad laboral a
otras actividades, como construir caminos, desviar ríos, vaciar pantanos,
allanar colinas, y en algunas oportunidades, construir verdaderos palacios para
el rey, con parques, campos, jardines, palomares, cotos de caza, etc. Dentro de
estos últimos Quispiguanca, propiedad de Huayna Capac, fue uno de los más
destacados. Lo más curioso quizás es que Huayna Capac siguió siendo dueño de
ese palacio y sus tierras circundantes, incluso muchos años después de su
muerte, en Ecuador, hacia 1527. Y es que los reyes, momificados, perduraban con
gran poder detrás del trono. El culto a los antepasados es una práctica
generalizada en todo el continente americano a la llegada del invasor europeo,
y en el Imperio Inca, respecto de sus reyes, después de todo eran hijos del
Sol, adquiría una dimensión excepcional. De hecho, el Inca reinante visitaba
con cierta frecuencia las momias de los reyes anteriores, a quienes pedía
consejos sobre decisiones trascendentales que debía tomar. Las momias, que
permanentemente estaban acompañadas de varios servidores que las atendían,
respondían a través de oráculos que
hablaban por ellas.
A medida
que el Imperio iba desapareciendo, los incas realizaron ingentes esfuerzos por
mantener los símbolos de la autoridad, entre los cuales las momias, como hemos
señalado, tenían una especial significancia. “Grupos de siervos recogieron los
sagrados cuerpos de sus reyes para ocultarlos en las inmediaciones de Cuzco,
donde los veneraban en secreto desafiando a los sacerdotes españoles” ([36]).
Los españoles por su parte, hicieron todo tipo de esfuerzos destinados a hacer
desaparecer las religiones ancestrales de indígenas, y una de ellas fue
precisamente, eliminar la adoración que a los restos de los hijos del sol
practicaban los incas. En esa línea, en 1559,
Juan Polo de Ondegardo, recién nombrado corregidor del Cuzco y decidido
a poner término a la “idolatría” que manifestaban los aborígenes, descubrió y
confiscó probablemente todas las momias de reyes existentes. Al sur del Cuzco,
en una casa en la aldea Wimpillay, incautó las momias de los reyes del Bajo
Cuzco, y en distintos lugares, las momias de los reyes del Alto Cuzco, hasta
completar 11 momias. Según señalan algunas fuentes, varias de esas momias
fueron enviadas a Lima, en donde se exhibieron, como curiosidades, en el
Hospital de San Andrés, lugar al que por cierto, sólo llegaban pacientes
europeos. Allí estuvieron las momias varias décadas, para la curiosidad y el
morbo de quienes las querían ver, hasta que el clima, más cálido y más húmedo
que el del Cuzco, las empezó a deteriorar. Atendido esto, fueron enterradas ocultamente,
para evitar las manifestaciones de amor y reverencia que el pueblo les
brindaba. En 1876, José Toribio Polo, (1841- ) uno de los más destacados
historiadores y hombre público del Perú, en la segunda mitad del siglo XIX,
abrió una cripta en el Hospital de San Andrés buscando precisamente las momias
de los reyes incas; en 1937, José de la Riva Agüero (1885-1944), escritor,
político e historiador peruano que desde las filas del nacionalismo terminara
incorporándose a las corrientes fascistas de la época, efectuó excavaciones
dentro del Hospital con la misma finalidad. El 2001, más de 400 años después
que Polo de Ondegarlo privara al pueblo
inca de las momias de sus antepasados, Brian Bauer, arqueólogo, Teodoro Hampe
Martínez, historiador, y Antonio Coello Rodriguez, también arqueólogo,
intentaron una vez más recuperar esas momias, reparar en parte el agravio que
se había infligido y devolver al pueblo peruano parte importante de su
herencia, sin conseguirlo. Hasta hoy, nadie sabe donde reposan los restos de
los más grandes reyes que tuvo el imperio Inca.
Uno de los
crímenes culturales más relevantes ocurridos durante este período corresponde a
la destrucción masiva de los textos aztecas. Fueron probablemente miles los
textos existentes en el imperio, a la llegada de los españoles, que daban
cuenta de las más variadas actividades y creencias de los aborígenes.
Motolinía, en un texto conocido como “Epístola Proemial”, publicado al comienzo
de su conocida Historia nos aproxima a esta realidad. “Había entre estos
naturales cinco libros, como dije, de figuras y caracteres. El primero habla de
los años y tiempos. El segundo de los días y fiestas que tenían todo el año. El
tercero de los sueños, embaimientos, vanidades y agüeros en que creían. El
cuarto era el del bautismo y nombres que daban a los niños. El quinto de los
ritos y ceremonias y agüeros que tenían en los matrimonios”([37]).
Pero el autor no se queda ahí, y no obstante estimar que dichos textos
contienen los errores propios de pueblos paganos, reconoce el manejo que esta
cultura tiene del calendario, por lo demás bastante superior al utilizado en
Europa en esa época. Y así señala “De todos estos, al uno, que es el primero,
se puede dar crédito, porque habla la verdad, que aunque bárbaros y sin letras,
mucha orden tenían en contar los tiempos, días semanas, meses y años y fiestas
como adelante parecerá. Y así mismo contaban las hazañas y historias de
vencimientos y guerras y el suceso de los señores principales; los temporales y
notables señales del cielo y pestilencias generales; en qué tiempo y de que
señor acontecían y todos los señores que principalmente sujetaron esta Nueva
España hasta que los españoles vinieron a ella”( ([38]).)
Sobre el destino de dichos textos, Fray Diego Landa, de quien ya hemos hecho
referencia, lo describe así: <“Usaba también esta gente ciertos caracteres o
letras con las cuales escribían en sus libros sus cosas antiguas y sus
ciencias, y con estas figuras y algunas señales de las mismas entendían sus
cosas y las daban a entender y enseñaban. Hallámosle gran número de libros de
estas sus letras, y porque no tenían cosas en que no hubiese superstición y
falsedades del demonio, se los quemamos todos, lo cual sintieron a maravilla y
les dio mucha pena”([39]).
En una
conducta similar, casi en los confines del mundo, en aquellos lugares donde
ejercía sus dominios el imperio inca, fueron destruidos miles de “quipus”,
sistema de cuerdas integrado por una cuerda principal de la que dependen otras,
de diferentes colores y anudadas de diferentes maneras, que en un principio se
creyó eran sistemas memotécnicos para recordar cantidades, y hoy, se cree, al
menos por algunos científicos, que se trata de un complejo sistema
tridimensional de escritura.
La gran
motivación del conquistador es obtener riquezas, y en aquella época eso es
sinónimo de oro y plata. Ese oro y esa plata que a unos enloquece y a otros
hace esclavos. Por ello, en un primer
momento, todo el oro y la plata posible de robar fué robado. Todo el oro y la
plata posible de fundir fué fundido. Sólo se salvaron aquellos bienes que no
tenían en ese momento valor económico para los europeos, no parecían constituir
una manifestación de paganismo o no estaban al alcance de los conquistadores.
La descripción que hace un historiador indígena de los españoles de Pizarro,
entrando al templo del sol luego de haber recibido el rescate por Atahualpa,
muestra claramente esa realidad: "Forcejeando, luchando entre ellos, cada
cual procurando llevarse del tesoro la parte del león, los soldados, con cota
de malla, pisoteaban joyas e imágenes, golpeaban los utensilios de oro o les
daban martillazos para reducirlos a un formato más fácil y manuable...
Arrojaban al crisol, para convertir el metal en barras, todo el tesoro del
templo cobrado..."
En esta
primera etapa el valor patrimonial de la obra no es en absoluto considerado.
Más aún, su desprecio constituye un elemento necesario del proyecto explotador.
Los "indios" son racialmente inferiores, sus religiones simples
herejías, su idioma un dialecto y, en definitiva, su cultura es barbarie e
incivilización. En esta perspectiva, su destrucción entonces no constituye
pérdida alguna, y por el contrario, puede entenderse como requisito
indispensable precisamente para civilizarlos, o para convertirlos a la religión
verdadera, y con frecuencia, para ambas cosas, que son inseparables. Se trata
por lo demás de una práctica que ya viene milenaria de los cristianos contra el
paganismo, y que se asumió nada más llegar al poder. “… hay que recordar que
los edictos del emperador Teodosio-con quien el cristianismo se convirtió en
religión estatal- además de ordenar la destrucción de los templos paganos y de
prohibir en el año 393 los Juegos Olímpicos, puesto que celebraban una
festividad de esa religión, arrasaron también el bosquecillo sagrado de Dafne,
donde estaba la fuente Castalia, catada por diversos poetas de la antigüedad
grecolatina. Se debe también al “celo” de Teodosio a favor del cristianismo,
entonces en expansión, la destrucción de la estatua de Zeus, obra celebérrima
de Fidias…”([41])([42]).
Como contrapartida, el simple desprecio por
algún símbolo cristiano trae los peores castigos. Entre las tradiciones y
leyendas ecuatorianas hay una que da cuenta de esta situación. En el centro de
Quito, restaurada con posterioridad al terremoto de 1987, se levanta la llamada
“Iglesia del robo”. Según cuenta la leyenda, la noche del 19 de enero de 1649,
varios sacerdotes subían por la quebrada de Jerusalén, en la misma ciudad de
Quito, cuando encontraron, esparcidas en suelo, un conjunto de hostias, y el
respectivo copón en donde ellas se guardaban. Ante tamaño sacrilegio, se
iniciaron procesiones para calmar la furia de Dios, hasta encontrar a los ladrones.
Tiempo más tarde fueron acusados unos indígenas, que habían robado el copón, creyendo que era de plata y
poseía valiosas joyas en su interior. Al no encontrar nada de eso, simplemente
los botaron a la quebrada y huyeron a Conocoto. Y si hemos de creer en la
leyenda, ésta, según testimonio entregado en una página web denominada “Quito,
Historia y leyenda”, continúa:
- ¿Qué
castigo recibieron los ladrones?
- El
morir ahorcados, arrastrados y descuartizados.
- ¿Se
cumplió esa orden?
- Al pie de la letra. En el lugar donde
los religiosos encontraron los objetos sagrados se levanta hoy la Iglesia del
robo([43]).
Y en lo que a nosotros nos interesa, lo más
probable es que de ser cierta la historia, ese haya sido el final. Después de
todo se trata del pecado de “sacrilegio”, o más precisamente, de la “profeanación
de la eucaristía”, que merece las peores penas.
Sólo si
algún valor poseen sus elementos (oro, plata, piedras preciosas, etcétera),
éstos son considerados como tales. Consecuencia de este criterio es que los
primeros años que siguieron a la llegada del europeo significaron el robo y la
destrucción de millones de piezas de las culturas aborígenes. Si ellas eran de
oro, las posibilidades del robo eran totales, si alcanzaban a ser descubiertas
por los españoles. Sólo para pagar el rescate de Atahualpa se juntaron objetos
por más 6.080 Kg de oro y 11.872 Kg de plata. Como se sabe, además, y no
obstante haber recibido el rescate, Pizarro y sus hombres igualmente asesinaron
al heredero del imperio inca.
Considerados
como signos de ignorancia o paganismo, los bienes culturales de los pueblos
precolombinos carecen absolutamente de valor y perfectamente pueden ser
destruidos sin consideración alguna. Y esta percepción es compartida incluso
por las vanguardias artísticas de la época, para quienes el arte aborigen
americano carece tan absolutamente de significación, que no ejerce ninguna
influencia en el arte europeo, a diferencia por ejemplo de lo que va suceder
con el arte negroafricano, cientos de años más tarde, en pleno siglo XX.
Durante
este período, la mayor parte de los sitios monumentales de América fueron
destruidos. Y en esta búsqueda de perfección del discurso hegemónico, se
utilizó una modalidad ya probada con y por los musulmanes, la construcción de
nuevos templos, sobre lo que fueron lugares de adoración y/o admiración de
antiguos dioses y reyes. La Catedral
Metropolitana de la Ciudad de México, no sólo está construida sobre lo que fue
posiblemente un templo dedicado a Quetzalcóatl,
y otras edificaciones menores, sino que incluso aprovechando el mismo material
de dichos templos aztecas. La
mítica “piedra de los doce ángulos”, sorprendente testimonio arqueológico y
arquitectónico de la destacadísima tecnología inca, y del grado de perfección alcanzado
en sus murallas, ubicada en el Cusco, formaba parte del muro exterior del
palacio atribuido a Inca Roca (Sexto soberano de los incas - siglos XIII-XIV), hoy
lo hace del Palacio Arzobispal. La iglesia de San Juan Bautista, en el
departamento de Huancavelica, actual Perú, fue construida sobre los cimientos
del antiguo Intiwasi incásico y en Bolivia, la Iglesia de Tiwanaku, la Basílica de
Nuestra Señora de Copacabana, y la monumental Iglesia de San Francisco en el
centro de la ciudad de La Paz, utilizan piedra labrada extraída
del antiguo templo de Tiwanaku.
De esta
época muy pocos objetos culturales que llegaron a manos de los europeos se
salvaron. Curiosidad y una buena dosis de desprecio y racismo permitieron que
se conservara uno de los más refinados objetos del arte plumario azteca,
(expresión artística por lo demás hecha desaparecer por el europeo, y a hasta
hace muy poco ridiculizada como símbolo del “indio americano”) tocado con más de 580 plumas verdes de
quetzal, trabajado y adornado en su parte inferior con plumas de colibrí en
azul, rosa, verde y marrón. Según la tradición, perteneció a Moctezuma, quien
se lo envió a Cortés en 1519, creyendo que se trataba de Quetzlacoatl. Fue
enviado a Europa poco después de la conquista, y hoy, lejos de la cultura que
le dio origen, se exhibe en el Museo Etnológico de Viena. Una situación similar
ocurre con un manto de plumas, que hoy se exhibe en el Museo Pigorini de Roma.
La
justificación de todo esto, el asesinato, el robo, el saqueo, la destrucción, la
mayor parte de las veces no es necesaria. Por regla general nadie hay a quien
rendir cuentas. Y en las pocas oportunidades que ello parece tener alguna
importancia, la conversión al cristianismo puede resultar una buena excusa.
Es
importante destacar además que este modelo económico que destruyó a la América
indígena, también contribuyó generosamente a la destrucción del África negra.
Desde los primeros años del siglo XVI y hasta avanzado el siglo XIX millones de
personas de color negro salieron del continente africano, en calidad de
esclavos, para ser traslados con cadenas, hasta las minas, los ingenios
azucareros, las plantaciones de algodón, el simple interior de las mansiones, y
en general en donde se necesitara mano de obra. El tráfico de esclavos constituyó
un próspero negocio para ingleses, holandés y una tragedia de dimensiones
inimaginables no sólo para los 40 millones de esclavos robados desde sus
tierras, sino también para la población africana que permaneció en el
continente, que vio como secuestraban a su gente, y sufrió la permanente angustia de verse
prisionero de los traficantes.
El primer
período de destrucción acelerada del patrimonio cultural americano se
caracteriza entonces por su particular brutalidad, por dirigirse contra hombres
y cosas, y particularmente por desconocer total y absolutamente la condición de
patrimonio cultural a aquellos elementos que se destruyen. En cuanto a sus alcances, al igual como
ocurre con los dos períodos siguientes, y a diferencia del actual, él se referirá
exclusivamente contra el patrimonio cultural aborigen.
A título
de ejemplo, que jamás podría constituir una enumeración exhaustiva, este
significó:
En primer
lugar la muerte masiva de los constructores y destinatarios de ese patrimonio
cultural, y como consecuencia de ello, y de la prohibición de ejercer las
actividades culturales prohibidas, la pérdida del conocimiento para elaborar
dichas obras, como ocurrió con el arte plumario, o para interpretar su
contenido, como pasó con los códices mayas.
En el ámbito
de la cultura inmaterial, la desaparición de cientos de lenguas autóctonas, la
casi extinción de otras y la imposición del monolingüismo, en gran parte del
continente; la desaparición de los sistemas políticos y organizativos de los
pueblos americanos, que en sus múltiples manifestaciones democráticas no sólo
habían dado origen al federalismo, con la “Liga Iroquesa”, sino que fue
precisamente un jefe iroqués, Canassatego, quien primero se lo propusiera en
1744, en Pensilvania, a los británicos([44]),
la imposición de la religión cristiana occidental, a millones de personas
politeístas, y probablemente también a algunos monoteístas, como lo eran las
tribus… al sur de Chile, la desaparición de la farmacopedia indígena, muy
superior también a la Europea([45]),
o el calendario azteca, también superior al europeo de la época.
Desde la
perspectiva del patrimonio cultural material, y teniendo claro que no se trata
sino de aspectos preferentemente inmateriales o materiales, debemos señalar la
destrucción de estructuras urbanas completas, desde pequeños poblados de pocas
residencias o habitaciones, a ciudades enormes como Tenochtitlan, de mayor
tamaño que París o Londres en aquella época, y desde pequeños senderos, a rutas
de miles de kilómetros, como el “camino del Inca”, en Los Andes de sud América.
Así mismo, la desaparición de miles de edificios públicos, o privados, como
palacios, mercados, centros astronómicos, religiosos, templos, cementerios,
enterratorios, pertenecientes a miles de culturas diferentes. Por último, también es digno de destacar la
destrucción de millones de objetos artísticos, pinturas, esculturas, tallados,
muestras de orfebrería, de uso militar, religioso, científico o simplemente
cotidiano.
La suerte
del imperio azteca es similar a la de todos los pueblos americanos. Y C.W.
Ceram la describe así “el emperador Cuitlahuac murió de viruela a los cuatro
meses y le sucedió Cuauhtémoc, de veinticinco años de edad. Este defendió la
capital del país con tal tenacidad que, a pesar de los nuevos refuerzos con que
Cortés contaba, le causó mayores pérdidas que cualquiera de los jefes aztecas
anteriores. Pero el inevitable final era la destrucción de Méjico; se
incendiaron las casas, se derrumbaron las estatuas de los dioses, se cubrieron
los canales -Méjico hoy día ya no es una Venecia- y, por último, Cuauhtémoc cayó
prisionero y fue torturado y ejecutado por los invasores”([46]).
[1] DIAZ-PLAJA,
GUILLERMO, “Hispanoamérica en su literatura”, Biblioteca Básica Salvat, Salvat
Editores, España, 1970, pág. 75
[3] Una contribución significativa a ello lo
hace el reciente libro de Fernando BAEZ,
“El saqueo Cultural de América Latina. De la Conquista a la globalización”.
Editorial debate. Primera edición en la Argentina bajo este sello, julio 2009.
Sin embargo probablemente el primer libro que efectivamente tiene un impacto relevante sobre el tema esla obra de KARL E. MEYER, publicado en castellano como “El saqueo
del pasado. Historia del tráfico ilegal de obras de arte”, F.C.E., México,
agosto de 1990[4] PONIATOWSKA, ELENA, Nuestra América pag. 148.
[5] TODOROV, TZVETAN “La Conquista de América. El problema del otro”, Siglo XXI editores, 9° edición en español, Madrid, 1998, pág. 144.
[6] Katz ,Steven The Holocaust in Historical Context,
[7] TODOROV, TZVETAN “La Conquista de América. El problema del otro”, Siglo XXI editores, 9° edición en español, Madrid, 1998, pág. 144.
[8] DE LANDA, DIEGO Texto disponible en
[10] LAS CASAS, FRAY BARTOLOMÉ “Brevísima
relación de la destrucción de las indias”, texto disponible en http://aix1.uottawa.ca/~jmruano/relacion.pdf
[12] MOTOLINÍA, expresión náhuatl, “el que es
pobre”, nombre dado por los aborígenes americanos, que el propio Toribio de
Benavente prefirió ocupar, y por el que es más conocido en la historia.[13] El texto de Motolinía señala erradamente 1523
[14] MOTOLINIA, “Historia de los Indios de la Nueva España”, disponible en http://www.fundacionaquae.org/sites/default/files/motolinia_indios_de_nueva_espana.pdf
[16] WEATHERFORD, JACK “El Legado Indígena. De cómo los indios americanos transformaron el mundo”, Traducción de Roberto Palet, Editorial Andrés Bello de España, primera edición, Barcelona, 2000, pág. 41
[17] WEATHERFORD, JACK. op. cit., pág. 15
[18] WEATHERFORD, JACK. op. cit., pág. 31|
[19] BORAH, WOODROW “Introducción”, en “Juicios Secretos de Dios. Epidemias y despoblación indígena en Hispanoamérica colonial”, W. George Lovell y Noble David Cook (coordinadores), Ediciones Abya Yala, Quito, Ecuador 2000, pág.227, 228
[21] BBC Mundo Noticias, martes 3 de enero de 2012, http://www.bbc.co.uk/mundo/noticias/2012/01/120102_origen_malaria_sudamerica_men.shtml
[22] En todo caso la malaria sigue causando estragos en las poblaciones pobres del mundo. Investigaciones reciente señalan que “… las muertes a nivel mundial se han incrementado de 995.000 en 1980 a su máximo de 1.820.000 en 2004, antes de caer a 1.240.000 en 2010” cit. En BBC Mundo Noticias, 3 de febrero de 2012 http://www.bbc.co.uk/mundo/noticias/2012/02/120202_malaria_muertes_ao.shtml
[23] Véase GARCÍA DÍAZ, FERNANDO “El consumo de Drogas en los Pueblos Precolombinos. Elementos para una política criminal alternativa”, en Revista Electrónica de Ciencia Penal y Criminología, Universidad de Granada, RECPC 04, r3, 2002, http://criminet.ugr.es/recpc/recpc_04-r3.pdf
[25] LOVELL, GEORGE y DAVID COOK, NOBLE “Desenredando la madeja de la enfermedad”, en “Juicios Secretos de Dios. Epidemias y despoblación indígena en Hispanoamérica colonial”, W. George Lovell y Noble David Cook (coordinadores), Ediciones Abya Yala, Quito, Ecuador 2000, pág.227, 228
[26] LOVELL, GEORGE y DAVID COOK, NOBLE op. cit.
[27] GARCÍA CÁCERES, URIEL “La implantación de la viruela en los andes, la historia de un holocausto, en Revista Peruana de Medicina Experimental y Salud Pública; 2003, Vol. 20, p41-50
[28] BAEZ, FERNANDO “El saqueo Cultural de América Latina. De la Conquista a la globalización. Editorial debate. Primera edición en la Argentina bajo este sello, julio 2009, pág. 40
[29] BEHBEHANI am “The smallpox stoty”. Kansas City: The University of Kansas, 1988.
[30] GARCÍA CÁCERES, URIEL “La implantación de la viruela en los andes, la historia de un holocausto, en Revista Peruana de Medicina Experimental y Salud Pública; 2003, Vol. 20, p41-50
[31] MOTOLINÍA, TORIBIO DE BENAVENTE “Historia de los Indios de la Nueva España”,
[32] PEDRO DE LIEVANO, cit. Por LOVELL, GEORGE y DAVID COOK, NOBLE, op. Cit,
[33] JOHNSON, PAUL “La Historia
del Cristianismo”, ediciones B.S.A., 1° edición, Barcelona septiembre de 2010.
[34] JOHNSON, PAUL “La Historia del
Cristianismo”, ediciones B.S.A., 1° edición, Barcelona septiembre de 2010, pag.
536.
35] BAEZ, FERNANDO “El saqueo Cultural de América Latina.
De la Conquista a la globalización. Editorial debate. Primera edición en la
Argentina bajo este sello, julio 2009, pag. 271[36] PRINGLE, HEATHER, “Las encumbradas ambiciones de los incas”, en National Geographic en Español, abril 2011, vol. 28, Num. 4, pág. 24
[37] MOTOLINÍA, TORIBIO DE BENAVENTE “Historia de los Indios de la Nueva España”, disponible en http://www.fundacionaquae.org/sites/default/files/motolinia_indios_de_nueva_espana.pdf
[38] MOTOLINÍA, TORIBIO DE BENAVENTE, op. Cit.
[39] DE LANDA, DIEGO. “Relación de las cosas de Yucatán”, capítulo XLI Siglo de los Mayas – Escritura de ellos, en http://www.wayeb.org/download/resources/landa.pdf
[41] BAUZA, HUGO FRANCISCO “Qué es un mito. Una
aproximación a la mitología clásica”, Fondo de Cultura Económica, primera
edición Buenos Aires 2005, pág. 155
[42] La estatua de Zeus a la que se refiere es una de
las Siete Maravillas del Mundo Antiguo, de aproximadamente unos 12 metros de
altura, que había sido trasladada desde Olimpo hasta Constantinopla, en donde
fue destruida.[43] Quito, Historia y leyenda, en http://library.thinkquest.org/C005463F/robo.html
[44] Véase WEATHERFORD, JACK “El Legado Indígena. De cómo los indios americanos transformaron el mundo”, Traducción de Roberto Palet, Editorial Andrés Bello de España, primera edición, Barcelona, 2000, especialmente el capitulo 8°, “Los Padres Fundadores Indios”.
[45] Véase WEATHERFORD, JACK, op. cit, especialmente el capitulo 10°, “El Indio Sanador”. En el mismo sentido, referido al uso de sustancias psicoactivas, GARCÍA DÍAZ, FERNANDO “El consumo de Drogas en los Pueblos Precolombinos. Elementos para una política criminal alternativa”, en Revista Electrónica de Ciencia Penal y Criminología, Universidad de Granada, RECPC 04, r3, 2002, http://criminet.ugr.es/recpc/recpc_04-r3.pdf
[46] CERAM, C. W. “Dioses, tumbas y sabios”, ediciones Destino, colección
Destino libro, Volumen 12, primera edición en este formato: mayo 2003, pág.
333, Barcelona, España.