“Antes de que haya habido muertos en las
batallas y torturados en los campos de prisioneros, se había destruido al
enemigo en libros, panfletos y numerosas reuniones en las universidades y
academia. Debemos mirar de frente esta terrible verdad: la intolerancia tiene,
casi por principio, raíces intelectuales”.
Wolf
Lepenies
Hace sólo dos años, el 2022, Naciones Unidas conmemoró por primera vez
el 18 de junio como el Día Internacional para contrarrestar el “discurso de
odio”.
La expresión “discurso de odio” es relativamente nueva, aunque las
comunicaciones destinadas a denigrar a determinados grupos de personas son muy
antiguas.
La expresión encuentra sus raíces más cercanas en los tiempos
posteriores a la Segunda Guerra Mundial, cuando la toma de conciencia de las
barbaridades nazis motiva la necesidad de proteger a los grupos cuya
destrucción había sido propuesta mediante la incitación al odio y la violencia.
Del 2.000 en adelante, con la llegada de internet y con ella de las redes
sociales, el tema adquiere una relevancia completamente nueva. La capacidad
viral de éstas permite que esas diatribas puedan alcanzar una audiencia muy
amplia y diversa en un muy breve tiempo. En la década del 2010 los gobiernos y
las propias plataformas tecnológicas empiezan a ver la necesidad de establecer
regulaciones y políticas destinadas a combatir este tipo de discursos, en plena
concordancia con la mayor conciencia sobre la necesidad de proteger los
derechos humanos y luchar contra la discriminación. A comienzos de la década
del 20, Naciones Unidas asume un papel más relevante.
Hoy, aún cuando no hay una definición unánimemente aceptada, la Estrategia y Plan de Acción de la ONU para la lucha
contra el discurso de odio” lo define como “cualquier
tipo de comunicación ya sea oral o escrita, —o también comportamiento— , que
ataca o utiliza un lenguaje peyorativo o discriminatorio en referencia a una
persona o grupo en función de lo que son, en otras palabras, basándose en su
religión, etnia, nacionalidad, raza, color, ascendencia, género u otras formas
de identidad".
Si bien ha sido la capacidad de expansión que las redes sociales han
dado a estas expresiones la principal razón de su actual preocupación, hay
también otras que no deben dejarse de lado. Sin duda hoy existe mayor
conciencia y sensibilidad a los problemas que la discriminación, el racismo y
la violencia basada en prejuicios son capaces de generar. Especialmente
movimientos sociales han puesto de manifiesto las injusticias, los prejuicios
que enfrentan diversos grupos discriminados. Estudios científicos y testimonios
sociales han difundido los efectos negativos, que en la salud, física y mental
-ansiedad, depresión, aislamiento social, tendencia al suicidio, entre otros-
son capaces de producir en la vida cotidiana de las personas.
Pero además de esto, es necesario
tener en cuenta lo que señalaba Wolf
Lepenies, esto es, que los discursos de odio son también las justificaciones
ideológicas de la violencia y la muerte sufrida por millones de personas.
Los discursos de
odio se caracterizan por deshumanizar a las personas o grupos odiados. No sólo
se les estigmatiza, asignándoseles características negativas, cualidades
morales reprobables, sino además se les suele presentar como un verdadero
peligro para la patria, la moral, la religión, la tradición, la raza, la nación,
el país, …etc. Los discursos de odio están a menudo fundados en falsedades o en
hechos distorsionados, apelan al miedo y los prejuicios para aumentar la
hostilidad hacia esos grupos, y facilitar el uso de la violencia contra ellos.
El discurso del odio estigmatiza y denigra. Sus víctimas no lo son por ser
determinadas personas, sino simplemente por pertenecer a un colectivo
determinado. En ese discurso la víctima es absolutamente intercambiable, basta
que pertenezca al colectivo agredido.
Al amparo del aumento de la delincuencia en nuestro
país, ha surgido en los últimos años un discurso del odio populista y
demagógico, amplificado por la extrema derecha y sus medios de comunicación,
contra los extranjeros pobres que han llegado a nuestra patria. No
es xenofobia, como se suele presentar, porque no es “odio al extranjero”, es a
los extranjeros pobres. A los extranjeros ricos los llamamos “turistas” o
inversionistas”, y no los odiamos, de cualquier manera son bienvenidos.
Pero los discursos de odio en Chile, como en el
mundo, también son muy antiguos, Hay algunos que tienen muchas décadas, como
los dirigidos contra las mujeres, o los homosexuales, que hoy se extiende contra todos
quienes participan de la diversidad sexual, (LGTB+
), y/o manifiesten postulados feministas. (Casos recientes, como el
crimen de Daniel Zamudio, las acciones dirigidas contra Daniela Vega, o la idea
de quitar el derecho a voto a las mujeres resultan aún emblemáticos).
En estos discursos del odio, como por lo demás lo
reflejan claramente los casos que mencionamos, se descalifica, menosprecia, se
desvaloriza. El otro se construye esencialmente sobre la base de mentiras y
verdades a medias. En esos discursos por un lado se identifica la moral
conservadora tradicional, la de ellos, como propia del orden “natural”, y luego
se descalifican las propuestas feministas y de reconocimiento y dignificación
de la diversidad sexual, como “anti naturales” y con objetivos propios de
perversión, especialmente de los niños, pedofilia, destrucción de la familia,
entre otros antivalores.
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En todo caso, el principal discurso de odio en nuestro país, el más
permanente, el más explícito, el que más recursos ha requerido y por cierto el
que más víctimas ha provocado, ha sido el discurso anticomunista. Sus
manifestaciones más extremas se han dado durante tres periodos de nuestra
historia. Durante la dictadura de Ibáñez, (que también persiguió encarceló y
asesinó homosexuales) con cientos de militantes perseguidos, torturados,
encarcelado y asesinados; durante la aplicación de la Ley Maldita, gobierno de
González Videla y casi todo el segundo de Ibáñez y por cierto durante la
dictadura de Pinochet. Recordemos que, defendiendo los intereses del
imperialismo norteamericano y de la oligarquía nacional, el único elemento
ideológico que unía a las distintas corrientes que apoyaron y mantuvieron el
golpe de estado, conservadurismo católico, nacionalismo fascista y liberalismo
económico, fue el anticomunismo, que en esa época tenía en la Doctrina de la
Seguridad Nacional, elaborada -¡cómo no!- en los Estados Unidos, su
manifestación más sofisticada. El anticomunismo que llamaba a “extirpar el
cáncer marxista”, que distinguía entre “humanos y humanoides”, que buscaba
“estrangular la serpiente comunista”, fue la doctrina que justificó miles de
ejecutados políticos y de desaparecidos, decenas de miles de torturados y
presos políticos, cientos de miles de perseguidos y exiliados. Recordemos
además, que la acusación de “comunista” se aplicó indiscriminadamente a muchos
que jamás lo fueron, pero que sufrieron las consecuencias del anticomunismo.
SOBRE EL "ANTICOMUNISMO VISCERAL"
Hoy, cuando la homofobia sigue rondando nuestra historia, las mujeres
siguen sin tener plenos derechos sexuales y reproductivos y el anticomunismo
sigue siendo "visceral", se hace más imprescindible que nunca reconocer, concienciar y
contrarrestar las narrativas de odio, que, no lo olvidemos, es una
manera más de luchar contra las discriminaciones y por los derechos humanos.
Santiago 17 de junio de 2024
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