martes, 3 de agosto de 2021

SOBRE HIROSHIMA, NAGASAKI Y OTROS CRÍMENES

 


 

Cada año, los días 6 y 9 de agosto, la humanidad recuerda los bombardeos atómicos de las ciudades de Hiroshima y Nagasaki, en Japón. Esos días, los Estados Unidos desataron, en instantes, el horror más grande que ha conocido la humanidad.

Como se ha dicho, el 6 de agosto, a las 8,14 de la mañana era un día asoleado en Hiroshima, una ciudad que no había sido bombardeada, que estaba absolutamente intacta, y por tanto era un buen lugar para experimentar los efectos de un arma de esa naturaleza. A las 8.15 era el infierno.

La explosión tuvo un efecto similar al de unas 15.000 toneladas de TNT (un Kg de TNT basta para destruir un automóvil) y generó una onda de calor de más de 4.000 grados en un radio aproximadamente de 4, 5 kilómetro.

Hasta hoy no existen cifras definitivas sobre cuántos hombres, mujeres y niños murieron a causa de los bombardeos, ya como consecuencia inmediata de la explosión, o en las semanas y meses siguientes debido a las heridas provocadas o a los efectos de la radiación. Los cálculos más conservadores estiman que a fines de 1945 los muertos podían estimarse en unas 110 mil personas, mientras que otros estudios llevan esa cifra a los 210 mil.

Los sobrevivientes no sólo tuvieron que hacerlo con las quemaduras, las mutilaciones, que marcaron para siempre sus cuerpos, sino también con las secuelas de la radiación.

Por otro lado, los efectos psicológicos fueron espantosos, el impacto de la explosión, el infierno posterior a ella, la perdida de seres queridos, el miedo a enfermar producto de la radiación, la culpa por no haber podido salvar a los parientes o amigos que murieron a su lado. A todo ello se debe agregar la discriminación sufrida producto de su apariencia física (quemaduras, heridas, perdida de pelo,…) y la creencia, en muchos, que las enfermedades que padecían podían contagiarse.

Pero si ese horroroso experimento de guerra Estados Unidos no se ha atrevido a repetirlo, -varios parlamentarios norteamericanos lo han solicitado- ha continuado con su política de muerte y exterminio hasta el día de hoy.

Después de Hiroshima y Nagasaki, primero fue Corea, pero sobre todo Viet Nam, en donde el uso del napalm, sustancia altamente inflamable y adhesiva, capaz de quemar toda forma de vida, que arde lentamente, y que puede producir temperaturas entre 800 y 1200 grados, fue lanzado por miles de toneladas contra la población y contra la vegetación. La fotografía de Kim Phunc, de 9 años, corriendo desnuda, quemándose por el napalm, (“la niña del napalm”) constituye hasta hoy uno de los mayores símbolos de los crímenes norteamericanos en Viet Nam. (De modo similar a lo ocurrido con nuestra Carmen Gloria Quintana, quemada por nuestro glorioso ejército, Kim se salvó, permaneció hospitalizada 14 meses y sufrió innumerables operaciones de injertos de piel).

En el intertanto, hechos como el ocurrido el 16 de marzo de 1968 marcaron la pauta. En esa oportunidad, el segundo teniente William Laws Calley y su sección, en la aldea de My lai, violaron a las mujeres y las niñas, mataron el ganado, incendiaron completamente la aldea, luego reunieron a los supervivientes en una acequia y procedieron a asesinarlos, matando a unas 500 personas, la inmensa mayoría ancianos, mujeres y niños, pues los hombres estaban fuera combatiendo. (En Estados Unidos, Calley fue más tarde juzgado, “condenado”, permaneciendo tres años bajo arresto domiciliario y luego fue indultado por Nixon).

Además del napalm, los norteamericanos usaron en Viet Nam el “agente naranja”, un poderoso herbicida, que además de destruir la flora y la fauna de miles de hectáreas, causó deformaciones y cáncer en miles de personas.

En Viet Nam los norteamericanos lanzaron unos 6 millones de toneladas de bombas. Si, 6 “millones” de toneladas de bombas, y 75 millones de litros de agente naranja.

Como es sabido, el pueblo vietnamita triunfó sobre los invasores norteamericanos y los hizo huir de la manera más vergonzosa de su historia, en abril de 1975.

Pero la historia de crímenes continúa y es larguísima. Luego de Viet Nam vino el Líbano (1983), Libia (1986), Panamá (1989), la Guerra del Golfo (1991), Somalía (1993 – 1994), Haití (1994),  … Sudán, Afganistán, Yugoslavia, Filipinas, y nuevamente Afganistán, y nuevamente Somalía, y nuevamente Libia…Irak…, hasta el día de hoy.

Y si de crímenes y violaciones a los derechos humanos se trata, no podemos pasar por alto el campo de concentración de Guantánamo, -ubicado en territorio cubano ocupado por los norteamericanos desde 1903-, como resquicio para evitar aplicar las leyes norteamericanas y poder mandar allí a cientos de personas con el único objetivo de obtener información de ellos, a menudo con métodos de tortura, y al margen de responsabilidad alguna en hechos delictivos, como lo revelaron en su oportunidad 759 informes secretos que fueron revelados. Hace un par de meses, en mayo, Joe Biden anunció que liberaría a tres presos de Guantánamo, entre ellos al paquistaní Saifullah Paracha, de 73 años, y que ha pasado 16 en campos de concentración norteamericano, sin juicio alguno.

Por último, no podemos dejar de recordar lo que podría ser una verdadera ironía, si no fuera una realidad dramática. Hace una semanas Joe Biden anunció nuevas sanciones contra Cuba, aun cuando la promesa de campaña había sido la contraria, esto es, flexibilizar las relaciones con la isla, por “violaciones a los derechos humanos”.

Hoy, sin duda, el gran violador de los derechos humanos en el mundo, incluyendo a su propio territorio, es Estados Unidos.

 

Fernando García Díaz