domingo, 21 de julio de 2019

PROYECTO LEY DEL PATRIMONIO CULTURAL


EL ASALTO DE LA DERECHA AL MUNDO DE LA CULTURA



El 29 de mayo, Día del Patrimonio Cultural, el presidente Sebastián Piñera firmaba el varias veces anunciado proyecto de ley que, modificando sustancialmente la Ley de Monumentos Nacionales, promovería el reconocimiento y cuidado del patrimonio cultural de Chile. Sin conocer ese proyecto, en este mismo medio terminábamos un artículo diciendo “¡Habrá que estar alerta!”. Y ello, porque había elementos para pensar que se utilizaría una concepción elitista y trasnochada de lo que es la cultura y patrimonio cultural. Hoy, que el proyecto es público, y lo hemos podido leer en su totalidad, debemos reconocer que nos quedamos cortos en nuestra apreciación. Lo que hay en él es un intento desembozado por apropiarse de un mundo que no les pertenece, no les ha pertenecido, y no se vislumbre que les pueda pertenecer.

El mundo de la cultura, el mundo de las artes, de los intelectuales, de quienes son capaces de crear belleza, arte, conocimiento, reflexión, es un mundo progresista, un mundo de izquierda, más allá incluso de las diferencias que legítimamente esa expresión pueda generar. Y esto no es ninguna novedad. Ya era así en nuestro país a comienzos del siglo XX, y así ha continuado hasta el día de hoy. Gabriela Mistral, Pablo Neruda, Violeta Parra, Roberto Matta, Nicanor Parra, Gozalo Rojas, José Balmes, Francisco Coloane, por mencionar sólo algunos artistas de renombre internacional, dan cuenta de esta realidad. Y a pesar de las vacilaciones y los múltiples tropiezos que la izquierda ha tenido en los últimos años, nada indica que la derecha pueda conquistarlo. Por el contrario, el episodio de la renuncia del breve Ministro de las Culturas, las Artes y el Patrimonio, Mauricio Rojas, da cuenta claramente de ello. A sólo tres días de ser nombrado ministro debió renunciar, no porque lo que dijera era inaceptable, que lo era, ni mucho menos por un complot comunista, como lo ha tratado de justificar después, sino simplemente porque sus dichos tuvieron tal rechazo, precisamente en ese mundo al que debía llegar, que comprendió que su posición era insostenible y no lograría siquiera ser un interlocutor, no digamos válido, sino meramente aceptable.
Y la derecha sabe que el arte, la cultura, el patrimonio, no son su mundo, y que si nada hace pensar que lo pueda llegar a ser, si se hace necesario tener un mayor control de él. En verdad es mucho lo que pierden. Las permanentes opiniones de artistas e intelectuales en defensa del pueblo mapuche, de la educación pública, laica y de calidad, a favor de la diversidad sexual, de la enseñanza de historia, artes y filosofía, el Museo de la Memoria y los innumerables Memoriales a través de todo Chile, son algo más que simples piedras en el zapato, son preocupaciones permanentes, que obligan a la derecha a dar una y otra explicación, y que a menudoi dejan al descubierto sus miradas retrógradas, sus posiciones trasnochadas, en definitiva su falta de empatía con el mundo . El mundo de la cultura es un espacio donde la hegemonía cultural se jugó hace mucho tiempo, y ellos perdieron definitivamente. 

Pero la derecha también sabe que si ese mundo no lo puede conquistar precisamente desde la cultura, si lo puede intentar desde el gobierno. Y busca ese camino desde el primer gobierno de Piñera, cuando pretendieron crear un Ministerio de la Cultura, y modificar la ley de monumentos nacionales a su verdadero antojo. Hoy, el nuevo proyecto de ley es el intento más directo y descarado sobre la materia.

La Ley de Monumentos Nacionales, de 1970, nacida con visión en ese entonces ya superada, requiere de profundas modificaciones. En verdad nadie cree que deba seguir vigente por mucho tiempo más. Y más aún, probablemente también todos estemos de acuerdo en las críticas que el proyecto menciona: que dicha ley presenta problemas en relación con un Consejo de Monumentos Nacionales, orgánicamente insuficiente, desactualizado y con un  centralismo inaceptable, que las categorías de protección son obsoletas y poco eficaces, que se carece de un sistema de compensaciones e incentivo para la protección y salvaguarda del patrimonio cultural, y que el uso del recurso penal es absolutamente inadecuado. Pero si bien podemos estar de acuerdo en esos aspectos, claramente falta mencionar otras deficiencias muy importantes, y por sobre todo, la solución resulta inaceptable.

El Proyecto presentado por Piñera, entre otras cosas, establece una nueva institucionalidad, a nivel nacional, integrando algunas ya existentes, pero sobre todo creando un Consejo Nacional del Patrimonio Cultural, y a nivel regional, los Consejos Regionales del Patrimonio Cultural, con amplias facultades en materia de definir los bienes que tendrán la condición de patrimoniales, ya sea porque son declarados en algunas de las categorías que se establecen o porque se integran al Inventario del Patrimonio Cultural en Chile y los Registros Regionales del Patrimonio Cultural. Por otra parte, establece nuevas categorías de bienes patrimoniales protegidos, manteniendo algunas de las ya vigentes, crea la categoría jurídica de Patrimonio Cultural Inmaterial, así como el Inventario del Patrimonio Cultural en Chile y los Registros Regionales del Patrimonio Cultural. Por último, establece una serie de procedimientos destinados, entre otras cosas a regular la Inscripción en los Registros Regionales del Patrimonio Cultural, o la Declaratoria de un Bien como de Interés Cultural.

El proyecto adolece de una serie de deficiencias técnicas, desde simplemente olvidar el tema de la recuperación de los bienes patrimoniales chilenos en el extranjero, hasta desarrollar un insuficiente manejo del recurso penal. Pero no es eso lo más relevante, eso se puede superar. Lo que es inaceptable, y traspasa todo el proyecto, constituyendo un verdadero atentado contra la diversidad, es el intento de controlar ese mundo de la cultura que se les escapa de las manos.

Y hay dos maneras de hacerlo y a ambas se recurre en el proyecto. Por un lado, dejando fuera precisamente a los actores de ese mundo cultural que no se controla y por otra, creando una institucionalidad con amplios poderes y que dependa exclusivamente del Poder Ejecutivo.

El proyecto en cuestión, por mencionar lo más significativo, deja fuera de esta ley a los pueblos indígenas y su patrimonio. No se les considera en el Consejo Nacional de Patrimonio Cultural, ni en los Consejos Regionales de Patrimonio Cultural, ni aún en aquellas regiones en que su presencia es significativa a nivel cultural o simplemente numérica. Por supuesto, tampoco se les otorga capacidad alguna para promover la incorporación de su patrimonio a las categorías que contempla la ley. Por lo demás, lo mismo se hace con la comunidad organizada. Ésta simplemente no existe.

Por otro lado, crea, como ya lo dijimos, el Consejo Nacional del Patrimonio Cultural, y a nivel regional, los Consejos Regionales del Patrimonio Cultural, cuyos miembros son, todos, absolutamente todos, o funcionarios de algún ministerio, o directamente nombrados por el Presidente de la República. El Consejo Nacional queda integrado por 17 personas, 10 de los cuales, son funcionarios públicos designados por el gobierno y los otros 7, elegidos directamente por el Presidente de la República a partir de ternas propuestas por diversas instituciones, como el Colegio de Arquitectos de Chile, la Sociedad Chilena de Historia y Geografía, la Sociedad Chilena de Arqueología o del Colegio de Arqueólogos, el Colegio de Antropólogos, o las universidades  reconocidas por el estado y acreditadas por un determinado período. A diferencia de lo que pasa con el Consejo de la Cultura las Artes y el Patrimonio, establecido en la ley que crea el Ministerio respectivo, aquí no son las instituciones quienes designan a sus representantes. Aquí es el Presidente el que lo hace.

La cultura no viene desde el poder, la hacemos todos, las decisiones sobre qué es y qué no es patrimonio cultural, no deben corresponder ni a un grupo de expertos, ni menos a una élite de una orientación política determinada, que deciden por otros. Son los propios miembros de cada grupo social los que deben tomar sus propias decisiones al respectoLas personas y las comunidades, como sujetos de cultura tienen el derecho a definir qué bienes y lugares son los que para ellos poseen un valor excepcional para la memoria colectiva, y en consecuencia los que deben ser considerados patrimonio cultural. Y para ello, se requieren instituciones que garanticen la diversidad y mecanismos que fomenten la participación comunitaria. Nada de eso hay en esta ley.

Santiago, julio de 2019