lunes, 8 de agosto de 2016

EN TORNO AL ROBO DE LA BANDERA CHILENA, SOBRE LA QUE O’HIGGINS JURÓ SU INDEPENDENCIA


(Del capítulo “Por motivaciones ideológicas”, del libro inédito
“MuseoRobado. El robo de museos en Chile considerado como una de las bellas artes”)


Al salir por el costado izquierdo de la sala de robos con motivación económica, llegas a una sala de pequeñas dimensiones. Silencio, respeto y cuidado, estás entrando a uno de los lugares más sagrados de MI Museo.

En el centro de la sala, dos vitrinas, iluminadas desde arriba con focos direccionales, muestran las únicas piezas que con certeza se pueden exhibir en esta sala. Un ejemplar del Acta de la Independencia de Chile, impresa, pero con la rúbrica de O’Higgins y sus ministros, en una vitrina. En la otra, en el solemne entorno que dan los colores dorados, la bandera chilena sobre la que O’Higgins juró la independencia de la patria.

La sala está destinada a exhibir aquí robos tras los cuales hubo una clara inspiración esencialmente ideológica. Como hemos señalado anteriormente, los robos de museos tienen como motivación general la búsqueda de recompensa económica. De manera inusual, sin embargo, hay algunos en que dicha motivación varía. Se trata de excepcionales obras de arte, como hay pocas, y que, en este caso, merecen un detenido y acucioso análisis estético, que los invito a hacer.

A un Museo moderno no sólo le corresponde exhibir, presentar, proponer, sugerir y orientar, también analizar. Y el análisis de estas situaciones, aunque para muchos hoy resulte incomprensible, se remonta a mi más tierna infancia, pero ello ni por el lado del arte, ni por el amor al delito, más bien por el amor a las ideas. Cuando sólo había dado nueve pasos, mi cerebro se nutría de Allendismo. Éramos pocos en el curso, y yo era el único que hablaba y defendía. La derrota fue violenta, y la burla de mis compañeros también. Ese año Frei, el viejo, ganó por mucho. La “patria joven” marchó por Chile, y la Revolución en Libertad inició su corto camino al fracaso.

Pero volvamos a esta sala. El Giotto adelantó el Renacimiento, Goya, adelantó el arte moderno y Duchamp, con su urinario, el arte conceptual. Así, nos enseñó hace casi 100 años, que también en el arte lo que realmente importa es la idea. Más que la forma o la materia, lo verdaderamente valioso puede ser la propuesta de reflexión. El arte hoy, en su diversidad de manifestaciones, se entiende siempre como un proceso reflexivo-comunicativo, que reconoce la necesidad de destacar, desde cualquier visión contemporánea, la multidimensionalidad de la acción realizada, que expresa la libertad del genio, y que debe aspirar a la comprensión del otro.

En el caso de los robos por motivación ideológica debemos considerar al menos, entre las cuestiones que no son menores, el aspecto directamente político que implican, pero también el posible impacto psicológico que pueden ser capaces de producir, ya sea en el enemigo al que directamente atacan, o en la población en general.

Los casos de robos de museos motivados por razones ideológicas presentan características especiales. Se trata de afectar piezas con un alto contenido simbólico, y la acción, precisamente por ello, persigue un objetivo que trasciende la temática cultural o económica. Mediante estos hechos, los autores privan al enemigo de un símbolo de su identidad cultural, recuperan una pieza que los identifica, o se adueñan de manera exclusiva de un elemento valioso compartido. En algunos casos el objetivo perseguido puede ser simplemente exhibir capacidad operativa y/o mostrar las debilidades del enemigo.

En una situación de conflicto con fuertes connotaciones nacionalistas y racistas, como la guerra ocurrida en los Balcanes entre 1991 y 1995, ejemplos de robos con motivaciones ideológicas fueron frecuentes. En América latina es posible distinguir dos momentos relevantes en la realización de estas conductas. El primero se identifica con la conquista y colonización española. El segundo, con la división política, izquierda – derecha, y los casos más destacados se insertan en el ambiente de la guerra fría.

En la historia pasada de Nuestra América, el contenido ideológico está cargado de connotaciones políticas y religiosas, y con seguridad uno de los casos más representativos sea el robo de las momias de los Reyes Incas, que tratamos con más detalle al referirnos a Los Precursores.

Pero los objetos que en esta sala se exhiben no sólo no corresponden a la cultura indígena, pues son claramente republicanos, sino que la motivación del robo estuvo inspirada fuertemente en episodios contemporáneos a dicha apropiación.

El 16 de julio de 1969, la bandera original, la que estuvo en el desembarco en La Agraciada, el hecho considerado por los uruguayos como la primera acción de su proceso de independencia, y la bandera el más poderoso símbolo de ese proceso, esa de tres franjas horizontales del mismo ancho, azul, blanco y rojo, con el lema “Libertad o Muerte” escrito con tinta negra en la franja central, esa bandera inmortalizada por Blanes en un cuadro de dimensiones monumentales que lleva por título “El juramento de los treinta y tres orientales” y en el que aparece Juan Antonio Lavalleja enarbolándola, esa que permaneció, enmarcada en vidrio para su exhibición por decenas de años en el Museo Histórico Municipal, fue robada por militantes del grupo de orientación anarquista denominado Organización Popular Revolucionaria 33 Orientales, (OPR 33). Hasta hoy, la bandera se encuentra desaparecida.

El robo de la bandera de los 33 orientales fue conocido y alabado por muchos grupos políticos latinoamericanos y posteriormente fue reconocido como inspirador de acciones de naturaleza similar. De una de esas da cuenta la sala en la que estamos, en cuyo centro, la bandera chilena sobre la que O’Higgins juró la independencia de la patria, constituye un emotivo homenaje a quienes, en la lucha por la libertad, la enarbolaron ayer, y la enarbolan hoy, cualquiera sea su militancia.

En marzo de 1980 la dictadura chilena sólo mostraba indicios de querer perpetuarse, a costa de la vida, la sangre y la dignidad de millones de habitantes que la sufrían. Miles ya habíamos pasado por centros de tortura y o campos de concentración, cientos de miles habían sido sacados a la calle, golpeados, humillados en las poblaciones más humildes del país, y millones de personas vivían privadas de los más elementales libertades, como la de información, opinión, asociación. En estas condiciones, el Movimiento de Izquierda Revolucionario (MIR) agrupación política surgida en los años 60 claramente inspirado en la revolución cubana, y una de las que promovía el enfrentamiento armado a la dictadura, decidió ampliar su actividad militar, permitiendo que sus “Milicias Populares”, irrumpieran en el mundo político militar con una acción de enorme contenido simbólico. Inspirados, como ellos mismos lo han señalado en las acciones llevadas a cabo en Uruguay y Colombia ya descritas, decidieron apoderarse, desde el Museo Histórico de Chile, de la bandera nacional sobre la que se había jurado la independencia de la patria.

La ubicación, en ese entonces, del museo, a los pies del cerro Santa Lucía, y a un costado de la Biblioteca Nacional, hacía aún más osada la acción militar. A pocas cuadras del palacio de gobierno, La Moneda, por el costado poniente y del edificio donde funcionaba la Junta Militar, el Diego Portales, por el oriente, constituía una zona altamente protegida.

Luego de días de estudiar el lugar, cantidad de guardias, horarios, rutinas, el domingo 30 de marzo, a las 11 de la mañana, y luego de robar una camioneta, cuyo conductor permaneció amarrado en la parte posterior de ella, la estacionaron a un costado del museo. Los milicianos entraron y dado que los guardias estaban en otros lugares en ese momento, sin mayores dificultades rompieron el vidrio del lugar en que estaba la bandera, y salen del lugar.

La noticia explotó al día siguiente en la prensa, dando origen a las más desquiciadas hipótesis, todas ellas negando la posibilidad de una acción contra la dictadura: broma estudiantil de mal gusto, conducta de un psicópata, encargo de algún sofisticado coleccionista mundial.

Sólo una semana después el MIR reivindicó la acción, señalando “Que en todos los rincones de Chile se sepa que las milicias de la Resistencia Popular han recuperado de manos de la tiranía el emblema de la Independencia nacional para custodiarlo hasta el día, ya cercano, en que nuestro pueblo lo enarbolará con honra en una patria libre de opresión” Y agregaba “Porque sobre esta bandera que los padres de la patria jugaron la Independencia de Chile, nosotros, sus hijos leales, hemos jurado combatir sin descanso hasta derrocar la dictadura y construir la democracia de los trabajadores”. Para que no quedaran dudas sobre la verdadera autoría, días después el MIR envía un comunicado con fotografías del emblema, custodiado por milicianos armados.

La acción fue un duro golpe al orgullo de la dictadura. Se le atacaba exitosamente en dos de sus áreas más sentidas. Se trató de una acción armada, triunfante y además absolutamente limpia, sin disparar un solo tiro. Por otro lado, afectaba un símbolo patrio, protegido por aquellos que desde un comienzo pretendieron monopolizar el patriotismo.

De manera similar a como ocurrió con la espada de Bolívar, la bandera sobre la que O’Higgins juró la libertad de Chile nunca fue recuperada por los militares y permaneció desaparecida hasta avanzados años de la democracia. Sólo volvió a formar parte del patrimonio de la nación con libre acceso para todos, una vez que familias de militantes del MIR, asesinados por la dictadura y cuyos cuerpos fueron hechos desaparecer, decidieron hacer gestiones para entregarla, creando un hecho político que aumentara la presión sobre las fuerzas armadas chilenas, y de alguna manera los obligara a entregar información sobre los cuerpos de los miristas asesinados.

La bandera fue devuelta el año 2011, por padres y familiares de cientos de personas asesinadas y desaparecidas; los cuerpos de miles de desaparecidos, continúan desaparecidos.