viernes, 19 de mayo de 2023

EN EL PAÍS DEL MIEDO, AHORA LAS ISAPRES

 


Oscurecido por un debate ideológico a veces racional, o al menos con esa apariencia, a menudo olvidamos que el verdadero argumento de la derecha, aquel que ha permanecido inalterable por más de un siglo, que se ha esgrimido de manera permanente, pero que ha alcanzado niveles de fuerza incontenible cuando los riesgos de pérdida de privilegios son más acuciantes, ha sido el miedo.

El miedo es, por una parte, esa emoción poderosa que la evolución fue estableciendo en los animales como mecanismo adaptativo; una manera de ponerlos en alerta, potenciar sus capacidades y permitirles responder con rapidez y eficacia, ante la percepción de un peligro, real o supuesto. El miedo, al instante, hace aumenta la presión arterial, el ritmo cardíaco, potencia los sentidos, aumenta la fuerza muscular, y aún cambia la apariencia de ciertos animales, de modo que simulan ser más grandes o más poderosos.

Pero el miedo también puede paralizar el organismo, y en los humanos, impedir o dificultar la capacidad para resolver problemas, extraer conclusiones o aprender de manera consciente. El miedo dificulta o impide todo tipo de razonamientos y especialmente el razonamiento lógico o causal, y nos puede hacer actuar de manera irracional, con tal de escapar o evitar las situaciones de riesgo, real o supuestas, que provocaron el miedo.

Y ese miedo, el que impide el razonamiento, ha sido el factor político más presente en la derecha chilena desde hace más de 100 años, ya como motivador de sus propias decisiones, ya como efecto a infundir en los contrarios. El miedo a la modernidad fue la principal motivación de la derecha conservador en los siglos XIX y principios del XX, contra la derecha liberal. Trasmitido especialmente desde una Iglesia que era capaz de condenar la libertad de pensamiento, de culto, de imprenta y de consciencia, entre otras, (Sylabus de por medio) el miedo sigue siendo por ejemplo, casi el único argumento de quienes hoy inventaron una supuesta “ideología de género”, y esconden su oscurantismo moral bajo la supuesta defensa de la vida, los auto erigidos como grupos “provida”. El miedo al infierno para unos o el miedo a terminar con el modo de vida y la civilización occidental para otros. La familia se acababa si se igualaba la condición de los hijos nacidos dentro o fuera del matrimonio, luego si se legalizaba el divorcio, y más tarde si se aprobaba el matrimonio homosexual.

El empleo político y la difusión publicitaria del miedo llegó a límites hoy inimaginables durante la “campaña del terror”, para las elecciones presidenciales del año 1964. El Mercurio, con el debido, y hoy acreditado apoyo de la CIA, lideró una campaña publicitaria en la que se anunciaba que si ganaba Allende, habría deportaciones masivas de niños a la URSS, soldados rusos en Chile, quema de iglesias, violaciones de las monjas, etc.

El miedo tiene una doble perspectiva, actúa hacia partidarios y contrarios, aunque siempre busca impedir que razonen. A los contrarios busca paralizarlos, impedir que descubran la verdad y actúen conforme a ella, a los partidarios, justificar lo injustificable, y si es necesario, transformarlos en verdaderas máquinas de la tortura y el crimen, como ha ocurrido cada vez que se ha promovido el “exterminio del cáncer marxista”. En eses sentido, la CIA fue eficientísima en su campaña en el Chile de la Unidad Popular. Muchos se creyeron la existencia de una Plan Z, y aún hay algunos que todavía sostienen que en esa época había en Chile 10.000 cubanos armados.

El miedo, primero al estallido social, “… estamos en guerra”, “un enemigo poderoso que no respeta a nada ni a nadie” y luego a una nueva constitución que en verdad terminaba para siempre con muchos de sus privilegios, fue parte fundamental de la campaña que concluyó posibilitando el rechazo a la propuesta constitucional del 2022 y recientemente el triunfo brutal de la ultraderecha. (Y con el Partido Republicano alcanzando un triunfo destacado, no hay ninguna duda de que el miedo seguirá constituyendo el arma política predilecta de la derecha. Después de todo no es más que seguir el legado de sus antepasados. Pero también el de sus ídolos. “El verdadero poder es -ni tan siquiera quiero utilizar la palabra- el miedo”, decía Donald Trump en una entrevista el 31 de marzo de 2016, cuando aún era candidato a presidente).

Aun cuando hay varios escenarios de miedo, sin duda uno de los miedos más infundidos desde la derecha, y, el más significativo de todos, … es el “miedo al comunismo”. Y así ha sido desde hace ya más de un siglo. Empezado a difundirse de manera masiva con la difusión de la encíclica Rerun Novarum, en 1891, se acrecienta con el triunfo de la revolución bolchevique en 1917, y se aplica, ya de manera sistemática en contra de Arturo Alessandri Palma en la campaña de 1920, a quien se acusa de “tendencias comunistas”, de tener “simpatía por la revolución rusa”, promover la revolución social y la lucha de clase, llegando incluso a llamarlo el “Lenin Chileno”. Desde 1922 se dirige hacia la izquierda en su conjunto, pero ahora preferentemente a través del Partido Comunista, alcanzando dimensiones especiales durante la dictadura de Ibáñez, (1927-1931), la campaña presidencial del 48, luego el período de vigencia de la Ley Maldita (1948 – 1958), la campaña presidencial de 1964 (en donde la campaña del terror financiada por la CIA alcanzó magnitudes demenciales). Durante la dictadura, el anticomunismo es el único elemento ideológico común a perspectivas tan variadas como el conservadurismo eclesiástico, el nacionalismo trasnochado y el liberalismo económico desenfrenado y a la vez el principal mecanismo de deshumanización del enemigo, requisito esencial para masificar la función de torturador. ¿Se acuerdan de la campaña del “Si”? Caos, colas, demagogia, estatismo, marxismo, inflación, desempleo, era lo que nos esperaba si triunfaba el NO.

En los últimos meses la propagación de dos tipos de miedo ha alcanzado dimensiones siderales. El miedo a la delincuencia primero, que cuando falta otro mejor sigue ocupando de manera preferente los lugares de los matinales en la televisión, y las portadas de El Mercurio o La Tercera y más recientemente el miedo a “quedarnos sin Isapres”.

En verdad pocas situaciones políticas han mostrado de manera más palpable la inmoralidad, la sinvergüenzura, el cinismo de la derecha que esta nueva campaña del terror.

Como es sabido, las Isapres llevan años esquilmando a los usuarios, robándoles su plata con planes abusivos e ilegales. Y cuando la Corte Suprema, cansada de fallar decenas de miles de casos cada año dicta un fallo con alcances generales, describiendo el sistema como discriminatorio e inconstitucional y obligándolas a devolver los dineros que ilegalmente han cobrado por años, sus dueños corren llorando y pidiendo que el estado las ayude, que las salve, porque de lo contrario el sistema puede quebrar y todos quedarnos sin Isapres. Y por otro lado, parlamentarios serviles a sus amos corren para proponer un proyecto de reforma constitucional que en la práctica significa que se deja el fallo sin efecto, dichas instituciones no deben pagar nada, y pueden seguir esquilmando a sus usuarios sin problemas.

Esta nueva campaña del terror, dirigida especialmente a quienes son usuarios del sistema (en verdad “beneficiarios” no lo son, pues los únicos verdaderamente beneficiados son los dueños) seguirá intensificándose, amenazando con el caos, la falta de libertad (¿Cómo si el 85% de los chilenos pudiera efectivamente elegir el sistema de salud que quisiera?), la ineficacia estatal y un sin número de otros fantasmas. Y por si fuera poco, “exigiendo” al gobierno que les solucione el problema.

La larga historia del uso del miedo como instrumento político nos demuestra que la derecha no vacila en mentir, mentir y seguir mintiendo para crear miedo, para provocar terror en las personas y de ese modo llevarlas a actuar de determinada manera, ya sea en las votaciones, en el quehacer diario o en diferentes circunstancias. Y esta no es la excepción. Debemos estar alertas, denunciar en todas las instancias el “carerajismo” que esto significa. Y si es necesario, salir a la calle y mostrar la fuerza de un pueblo cansado de tanta sinvergüenzura. Hacerlo, es también luchar por nuestra dignidad.

miércoles, 3 de mayo de 2023

¡POR QUE NO VOTAR NULO!

 

El 7 de mayo, esto es, en pocos días más, Chile votará por las nuevas personas que redactarán el texto constitucional que, aprobado en plebiscito, debiera reemplazar la constitución del dictador, que cincuenta años después del golpe de estado, aún nos rige.

No nos gustan las limitaciones que se impusieron en el acuerdo suscrito hace unos meses y que dio origen a este nuevo proceso, ni en materia de procedimiento ni en materia de contenido. Hubiéramos preferido una asamblea constituyente plenamente representativa, paritaria, con representación de los pueblos originarios, en definitiva, más democrática, con una hoja en blanco sobre la cual el pueblo manifestara libremente, sin trabas, su plena voluntad soberana. Pero no fue posible. Nos faltó poder político para imponer más democracia.

Y si no nos gusta el procedimiento que se está llevando a cabo, ni algunas de las ideas que con seguridad se consagrarán allí, muchos se preguntan ¿Por qué votar? O ¿por qué no mejor hacerlo en blanco? Por supuesto las dudas son legítimas. Son muchos los que se hacen esas preguntas. Y algunos incluso, están derechamente llamando a no votar, a votar en blanco o preferentemente a votar nulo.

Frente a estas interrogantes lo primero que nos parece relevante aclarar es que en política las cosas no dependen sólo de la voluntad. Para que una constitución, o incluso una ley salgan de manera adecuada y efectivamente contribuyan a mejorar las condiciones de vida de la inmensa mayoría de las personas, se necesitan al menos tres elementos, buenas ideas, voluntad de llevarlas a cabo, y poder para hacerlo. Faltando cualquiera de esos elementos no logramos alcanzar lo que esperábamos. Y eso fue lo que nos pasó con el proyecto anterior. Si bien los constituyentes progresistas desarrollaron un excelente texto, y tuvieron la voluntad de hacerlo ley presentándolo para el plebiscito, lo cierto es que quienes creímos en ellos, quienes anhelábamos un texto como ese o similar, no tuvimos el poder, la capacidad política para aprobarlo. Perdimos, y por mucho.

Pero si en el proceso anterior no logramos avanzar todo lo que queríamos, también es cierto que ahora, aún con todas las limitaciones que esta nueva alternativa presenta, existen argumentos más que suficientes para llamar a votar y por supuesto a votar por la izquierda, por una izquierda sin apellidos.

En primer lugar, lo primero y más obvio es que se trata de eliminar la constitución del dictador. Y ello, como sea, constituye un importante triunfo político y simbólico de la mayor significación, especialmente este año, cuando se conmemoran 50 desde el criminal golpe de estado, y cuando las banderas del fascismo se levantan como nunca había ocurrido desde el retorno a la democracia.

Pero hay más que eso.  Existe la posibilidad real de lograr avances significativos. Avances que desde luego dependerán en medida importante de la fuerza que logremos tener para elegir constituyentes a la nueva convención, pero también para estar en la calle exigiendo el cumplimiento de las demandas ciudadana.

Hay dos grandes áreas en las que es claro que este nuevo texto debiera significar avances relevantes sobre el de la dictadura.

En primer lugar y probablemente el más importante sea la sustitución del rol del Estado. La constitución del dictador consagró en nuestro país un “estado subsidiario”. En términos simples esto quiere decir que el Estado puede intervenir sólo en aquellas actividades que el sector privado o el mercado no pueden realizar.  De este modo, el Estado subsidiario no asegura ni garantiza derechos, ni la protección social de las necesidades básicas de la población, alimentación, empleo, educación, jubilaciones, etc., sólo se puede limitar a “suplir” a los privados. Es precisamente esta concepción del Estado la que entregó a los particulares la salud, las pensiones, la educación, la vivienda, etc. y le impide hoy al Estado intervenir en múltiples aspectos. (Y cuando alguien insiste, el Tribunal Constitucional se en carga de recordar ese rol subsidiario).

La nueva constitución cuyos redactores se eligen el 7 de mayo sanciona, desde ya, una situación diferente. Entre las “bases” ya consagradas se lee, en el número cinco “Chile es un Estado social y Democrático de Derecho, cuya finalidad es promover el bien común; que reconoce derechos y libertades fundamentales; y que promueve el desarrollo progresivo de los derechos sociales, con sujeción al principio de responsabilidad fiscal; y a través de instituciones estatales y privadas.”

No es, por supuesto, todo lo que quisiéramos, no es todo lo que teníamos en el proyecto rechazado, pero es infinitamente más de lo que actualmente nos rige. Al sancionar al Estado como “social”, estamos precisamente entregándole a éste la principal función en materia de aseguramiento de derechos sociales, es decir, dando los primeros pasos para seguir avanzando.

El segundo elemento en que podemos progresar de manera significativa, precisamente vinculado a lo anterior, se refiere a la consagración de verdaderos “derechos sociales”. La constitución del dictador, más que consagrar “derechos” y por tanto entregar facultades a los particulares para hacerlos exigibles, lo que hacía era consagrar supuestas “libertades”. Y así como en la historia de Bertolt Brecht el derecho sancionaba al rico como al pobre por pedir limosna o dormir bajo los puentes, nuestra constitución permitía al rico como al pobre “elegir” el plan de la Isapre que quería, el colegio privado que mejor le pareciera, comprarse la casa en el barrio que estimara o irse de vacaciones a Cancún cuando tuviera ganas.

En esta nueva constitución deberán consagrarse definitivamente “derechos sociales”, esto es, derechos que permitan asegurar a las personas condiciones de vida digna, precisamente el principal requerimiento demandado en aquellos días del estallido social.

Por supuesto que ambos avances no serán resultado de la generosidad de la derecha, ni de un alma de viejo pascuero que nunca ha tenido. Como todos los derechos que nuestro pueblo ha conquistado, incluyendo por cierto el de la jornada de 40 horas, serán resultado de la “lucha por el derecho”, como nos decía Von Ihering en el siglo XIX. Y no podemos olvidar que si parte de esa lucha ya se ha ido dando, y la propia derecha sabe que ya no es posible mantener las mismas condiciones que antes, nos queda todavía mucho por luchar, muchos espacios por ganar, mucho poder por conquistar. Y por cierto en estos momentos la lucha política más importantes está en la batalla por la nueva constitución

Y el último elemento a considerar, y que por sí sólo sería suficiente para llamar a votar por la izquierda, es que no votar, o votar nulo, cualquier cosa que se diga, es entregarle más poder a la derecha. Es no solo dejarles el triunfo en sus manos, con todo lo que eso representa desde el punto de vista político y simbólico, sino además entregarle más poder, mayores facultades para que el nuevo texto constitucional tenga menos derechos sociales, menos respeto por el medio ambiente, menos respeto por los pueblos originarios, …

Y eso, a una derecha no sólo obstruccionista, que trata de impedir cualquier avance del nuevo gobierno, aquella que rechazó incluso la idea de legislar sobre nuevos impuestos a los más ricos, sino a una que cada vez presenta con más fuerzas las nuevas caras del fascismo.

 

Santiago 3 de mayo de 2023