jueves, 26 de julio de 2018

¿SON ANTI ABORTO LOS GRUPOS PRO-VIDA?



Pues sí, qué duda cabe. ¿O hay dudas?

Un elemento común a todos los grupos que se identifican como pro-vida, es la supuesta defensa de la vida humana desde el momento de la concepción y por ello se oponen radicalmente al aborto en cualquier momento y bajo cualquier circunstancia.

La verdad es que una vez producido el embarazo, todos los grupos pro-vida se oponen al aborto. Es más, esa posición es el elemento identificatorio como “pro-vida”. ¿Pero significa eso ser antiaborto?  Si, y no.

Un viejo aforismo jurídico, que nos enseñaran en los primeros años de la universidad, es que en derecho las cosas son lo que son, y no lo que se dice que son, es plenamente aplicable a esta situación.

Desde luego, y ya lo hemos dicho, todos los grupos pro-vida tienen un discurso anti aborto, y probablemente si no lo tuvieran, no podrían catalogarse como tales. Pero ese no es el verdadero problema. De lo que se trata es de dilucidar si objetivamente su discurso y su actuar propenden a la reducción del número de abortos que día a día se practican en las diferentes sociedades.

Frente a esto, hay al menos dos situaciones complejas, que ponen en duda el carácter efectivamente anti abortista de los grupos pro-vida.


En primer lugar el tema penal. El principal discurso ideológico de los grupos pro-vida, en referencia al aborto, es la oposición a la despenalización del aborto en donde todavía es delito, o la petición de que vuelva a considerarse como tal, en aquellos países en donde ya no lo es, o sólo lo es parcialmente. Ahora bien, la creencia en la eficacia de la amenaza penal para la disminución o eliminación de ciertas conductas se encuentra ampliamente difundida. Así suele ocurrir con el tema de la pena de muerte o con el aumento de la pena. Con demasiada frecuencia y sin datos de la realidad, se afirma la existencia de un efecto intimidatorio en la pena de muerte que la justificaría, como también el hecho que a mayor sanción, mayor es el efecto disuasivo. En materia de abortos, se sostiene lo mismo. Una vez más sin embargo, la realidad parece distinta. Como señalan Faúndes y Barzelato, “Muchos dirigentes políticos y religiosos, así como las personas que se identifican con el movimiento pro vida, parecen creer que la prohibición legal y moral es el medio más eficaz para reducir la cantidad de abortos. De ese modo, ignoran de manera sistemática las pruebas recogidas en todo el mundo, que muestran la ineficacia de esa prohibición en reducir la incidencia del aborto”. Pero más aún, sabiendo que la cantidad de abortos realizados anualmente es cientos de veces superior a la que se condena en tribunales, nada hacen porque ello mejore. No hay proposiciones de más recursos para perseguir el delito, ni la creación de brigadas especializadas, ni nada que busque efectivamente disminuir la cifra negra de casos no conocidos ni menos condenados. Sólo les basta el discurso antiaborto referido a la penalización de la conducta. No les preocupa que sólo tenga efectos simbólicos, pero no reales.

En segundo lugar, la gran mayoría de los abortos consentidos, y sólo a ellos nos referimos aquí, son resultado de un embarazo no deseado, aunque dicha situación sea resultado de la presión de terceros. Por ello, no puede extrañar que lo que efectivamente disminuye el número de abortos, es precisamente la reducción de los embarazos no deseados. De este modo, el primer objetivo a tener en cuenta en una política contraria al aborto debiera ser la disminución de dichos embarazos. Y aquí nuevamente surgen problemas frente a los grupos pro-vida.

La experiencia y la investigación internacional demuestran, sin ninguna duda, que entre los factores que más ayudan a disminuir los embarazos no deseados se encuentran:
  • Educación sexual
  • Planificación familiar
  • Servicios anticonceptivos al alcance de quienes tienen una vida sexual activa.
  • Aumento del poder de las mujeres en la capacidad para tomar decisiones sobre aspectos sexuales y reproductivos.
Y la verdad, es que a todas estas medidas los movimientos pro-vida, como regla general, se oponen. Podríamos largamente argumentar demostrando su oposición a estas medidas, pero basta con transcribir lo que ellos mismos dicen. Respecto de la primera de ellas, la educación sexual, la Red Provida Chile dice textualmente La escuela no es el lugar para impartir educación sexual. La educación sexual adecuada para un niño depende de su particular madurez mental. Los Programas de educación sexual pueden muchas veces deformar la conciencia de un niño. Muchos psicólogos y psiquiatras se han pronunciado en contra de la educación sexual en las escuelas, destacando su efecto dañino en los niños. Los Programas de educación sexual desde pre-kinder hasta la escuela secundaria menosprecian continuamente la naturaleza íntimamente afectuosa y monógama de la sexualidad humana”. Y respecto de la planificación familiar, la misma red señala “Los programas de planificación familiar promueven abiertamente el aborto, la homosexualidad, la inseminación artificial y el control de la población. Por otra parte, suelen rechazar los valores morales, afirmando que el bien y el mal deben ser decididos por cada individuo”. Y agrega “Respecto a la educación de los niños, estos programas niegan la verdad y el significado de la sexualidad humana. Esta educación pervertida rompe las inhibiciones naturales. Como resultado, se observa un aumento de la demanda juvenil por métodos para el control artificial de la natalidad y el aborto.

Y si no están por disminuir las causas de los abortos, ni por una persecución penal efectiva de dichas conductas, ¿puede estimarse seriamente que están contra el aborto?

No. Los grupos “pro vida” no son “pro vida”, no son anti aborto, son pro moral conservadora, homofóbicos, anti matrimonio igualitario, anti mecanismos anticonceptivos, anti divorcio, anti eutanasia, anti igualdad de género. En definitiva, son uno de los eslabones ideológicos de una mentalidad conservadora que se niega a morir, pero a la que le queda aún fuerzas para seguir subsistiendo, aunque sea a costa del sufrimiento de miles de hombres y mujeres que no sólo no comparten su ideología, sino que la sufren.

jueves, 19 de julio de 2018

SOBRE EL “CONFLICTO MAPUCHE” (A 50 años de la masacre de My Lai)





Las guerras tradicionales suelen ganarse en función de alguno de los siguientes tres elementos: mayor cantidad de población capaz de ir a la guerra, mayor tecnología bélica, un sistema de administración civil que funcione decentemente (Hobsbawn). Pero la confianza en esos tres elementos como potenciales desequilibrantes en los casos de conflicto armado se perdió definitivamente en Viet Nam, en donde una mayor capacidad bélica muy lejana a la del enemigo, se estrelló dramáticamente, (y con resultados vergonzosos para quienes teóricamente debían vencer) con un pueblo digno, que luchaba por su independencia, contra un invasor extranjero.

La zona mapuche está en un espacio geográfico, político, social y cultural absolutamente distinto a la guerra de Viet Nam. Y sin embargo hay allí, en esa guerra, elementos que bien pueden servir de ejemplos sobre lo que no sólo no garantiza el éxito del Estado chileno, sino que probablemente garantice el fracaso, la creencia que más tecnología bélica asegurará ciertos resultados.

Para el candidato Piñera, el término de la violencia contra las empresas en territorio mapuche era una de sus promesas de campaña, un texto de un discurso aprendido y repetido con la misma simpleza con que ocho años atrás ofreció terminar con la delincuencia. Para el presidente Piñera hoy el tema es apremiante. Hay muchas expectativas creadas en torno a su discurso populista y demagógico como candidato, pero también y especialmente a ese discurso que como presidente, y al mejor estilo de las película viejas de Hollywood, -aquellas en que los buenos, los soldados, siempre vencían a los malos, los indios- fue a exponer hace algunas semanas.
Eludir el debate de fondo, abordar sólo las consecuencias, responsabilizar siempre al eslabón más débil, y sobre todo, trasmitir la idea de firmeza, que siempre ha formado parte del discurso de la derecha, parecen ser los elementos claves de una política que si bien no es nueva, hoy parece alcanzar dimensiones verdaderamente bélicas. Recordemos que, hace menos de tres semanas, rodeado de tanquetas y de cientos de policías vestidos cual furibundas tortugas ninjas dispuestas al ataque, se nos contó de la instalación, en territorio mapuche del “Grupo Multidisciplinario de Operaciones Especiales”, de Carabineros, preparado nada menos que por el Comando Jungla, de Colombia, uno de los grupos policiales más letales del mundo (y más desprestigiados en materia de derechos humanos).
Pero las cosas no han salido como se esperaba. Por el contrario, las actividades violentas no sólo han aumentado en los últimos meses, sino que se han expandido “… a zonas que nunca habían sido atacadas desde que este sector se convirtió en blanco de atentados en 2014…” decía a El Mercurio (18.07.2018, pág. C-4) René Muñoz, el Gerente de la Asociación de Contratistas Forestales, luego de un fin de semana en que en 72 horas hubo cinco atentados.
Es cierto que han pasado pocos meses desde que empezara el presidente Piñera su gobierno, y pocos días desde la instalación de la versión chilena del Comando Jungla, pero también es cierto que uno de los lugares que sufrieron atentados, el ocurrido en el fundo Palihue, de Vilcún, contaba con medidas de protección policial, que resultaron absolutamente inútiles, y por sobre todo, que se ofrecieron resultados fáciles y prontos. Sólo así se explica que a tan temprana fecha ya haya expresiones como “Si a 50 metros de donde está la vigilancia del predio de la familia Cooper en Vilcún queman maquinaria, quiere decir que esto está desbordado” (Diputado RN Miguel Mellado), o que el propio Mercurio subtitule la noticia “Gremio considera que el Gobierno “se ha visto sobrepasado por los grupos terroristas” (idem).
Y volviendo al tema del inicio ¿Qué hizo que el pueblo vietnamita ganara la batalla?
Desde luego, no fue una, sino varias circunstancias las que se fueron sumando. En lo estrictamente militar, dos son los elementos que parecen relevantes, la negativa vietnamita a combatir en condiciones más favorables para los enemigos y la calidad de “población local” de las propias fuerzas guerrilleras. Esto último les otorgaba enormes ventajas frente al ocupante extranjero. De partida, un acabado conocimiento del terreno de operaciones, y como consecuencia de ello, una gran movilidad, pero también cohesión, disciplina, alta motivación y la simpatía y el apoyo de la población civil. En lo estrictamente político, no fue menor la barbarie con que actuó el ejército invasor, las bombas, el napalm, el agente naranja, las violaciones, la tortura y los asesinatos de la población civil, (En la aldea de My lai, el 16 de marzo de 1968, en 4 horas, los soldados norteamericanos al mando de William Laws Calley violaron a mujeres y niñas, mataron el ganado, prendieron fuego a todo el poblado. Para concluir, reunieron a los ancianos, mujeres y niños que quedaban y los ametrallaron. La investigación posterior del propio ejército norteamericano, aunque “insuficiente” para determinar con precisión los muertos indica que fueron entre 374 y 504 los civiles asesinados. En toda la operación se incautaron 3 armas del ejército norvietnamia.) no sólo mataron hombres, mujeres y niños vietnamitas, también voluntades norteamericanas de seguir combatiendo y seguir financiando el pozo sin fondos que era esa guerra. Y al contrario, favorecieron un constante flujo de nuevos combatientes vietnamitas, y una solidaridad internacional como sólo se había dado con España durante la guerra civil, (y más tarde se daría con Chile durante la dictadura). Las fuerzas invasoras hicieron todo lo que tenían a su alcance para vencer, incluyendo el mentirle a su propio pueblo sobre los supuestos éxitos alcanzados. Pero al final, a un costo enorme, es cierto, el pueblo vietnamita expulsó definitivamente al invasor norteamericano, como antes lo había hecho con los franceses
En la Araucanía, las fuerzas invasoras han hecho todo lo posible por vencer. Y en los últimos meses, el presidente Piñera ha apostado por un triunfo militar, rápido y rotundo, ante un problema que a todas luces, y para todo el mundo, trasciende los actos de violencia que puedan estar dándose. Yo apuesto a que el pueblo mapuche, una vez más, saldrá vencedor. Sólo lamento la cantidad de sufrimiento que ese triunfo le seguirá costando.


Santiago, julio 2018


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