viernes, 17 de junio de 2016

¿TU “CONDENAS LA VIOLENCIA VENGA DE DONDE VENGA”? YO NO, PORQUE LO ESTIMO INMORAL



Cada cierto tiempo algún político, un religioso conocido, o un simple “opinólogo” de la realidad nacional, y generalmente en torno a un acto de violencia repudiado por la inmensa mayoría, dice a los medios de comunicación que él “condena la violencia venga de donde venga”. Así ocurrió hace unos días, con motivo de los destrozos generados en la toma de un colegio. Esa entrevista motivó estas líneas, aunque la reflexión viene de los últimos tiempos de la dictadura, en que decenas de personas repitieron la frase, logrando generar un sentimiento de aceptación de dicha apreciación y aislar políticamente a quienes habían arriesgado su vida en la lucha contra el tirano.

Desde una perspectiva comunicacional, condenar la violencia venga de donde venga es “políticamente correcto”, en cuanto parece significar un reconocimiento a los valores más ampliamente compartidos y por esa vía identificarse con el pensamiento mayoritario de la población a quien va dirigido el mensaje. Más aún, como se trata de una valoración negativa de la violencia, y la violencia se asocia con destrucción y muerte, (como interesadamente lo muestran los dueños del país) aparece como un planteamiento éticamente positivo y digno de ser valorado.
Se trata de una apreciación ética, que, se supone, es la conclusión de un proceso de reflexión y análisis, dirigido a determinar qué acción, conducta o actitud es la más adecuada, frente al tema de la violencia, de entre un conjunto de alternativas, considerando el sistema de valores que compartimos con la sociedad donde vivimos.

El juicio que comentamos presenta dos operaciones intelectuales. Mediante la primera se equipara todo tipo de violencia, sin importar naturaleza, magnitud, finalidad, pero especialmente su origen. “Venga de donde venga” es la apreciación genérica que pone en el mismo status ético cualquier tipo de violencia. Mediante la segunda, se emite un nuevo juicio axiológico, se condena esa violencia. En síntesis, se trata, como se puede estimar, de una apreciación ética respecto de un determinado tipo de conducta humana, la violencia, que implica una desaprobación general.

Sin embargo, y más allá del análisis superficial de la expresión, desde una perspectiva real de contenido, y contrariamente a lo que pudiera estimarse, no sólo se trata de un juicio impensado, por tanto carente de esa reflexión y análisis que parece necesario antes de opinar de un tema tan complejo como la violencia, sino además, de una apreciación profundamente inmoral.

Y esto, porque no sólo hay miles de casos en que resulta imposible poner en el mismo rasero ético situaciones diferentes, sino porque en verdad existen múltiples situaciones de violencia que no sólo resultan éticamente aceptables, sino a veces exigibles. Y no se trata de situaciones exepcionalísimas, infrecuentes o poco conocidas. No. Por lo demás, en muchas de ellas se han elaborado profundas elaboraciones teóricas, que dan cuenta de acabados procesos reflexivos, infinitamente más serios que el eslogan que comentamos.

Veamos algunos.

Desde luego en el ámbito personal, no parece razonable poner al mismo nivel ético la violencia de la víctima que se defiende que la del victimario que agrede. Tal es así, que incluso el propio derecho penal, y desde tiempos muy antiguos, reconoce dicha legitimidad en la institución hoy llamada “legítima defensa”. No se trata de aprobar la venganza, tampoco la justicia de propia mano, sino simplemente de permitir a quien está siendo agredido, o lo va a ser de manera inminente, que se defienda, o que defienda a terceros. Por supuesto, dicha defensa debe reunir ciertas características, la agresión debe ser real, actual o inminente y de naturaleza ilegítima; pero además, la reacción defensiva debe ser al menos necesaria y proporcional.

¿Condenamos de igual manera la violencia del que agrede que la de quien se defiende? ¿Es acaso igualmente condenable la violencia del victimario que agrede, que la de la víctima que se defiende? Nos parece que todas esas preguntas tienen un rotundo NO de respuesta.

Pero no sólo en el ámbito personal se encuentran conductas violentas justificadas, también ello ocurre en situaciones complejas, incluso de violencias masiva, como en el caso de la guerra. Ya Aristóteles y Platón habían entregado algunas ideas sobre la guerra legítima, pero fueron los teólogos cristianos quienes más desarrollaron el tema. Tomás de Aquino parece ser el primero que analiza en detalle dicha idea, precisando los requisitos que se necesitan para que ello ocurra, en la Suma Teológica. Más tarde lo hará la propia comunidad internacional, que a través del Derecho Internacional, ha ido estableciendo normas al respecto. Pero más allá de las reflexiones que sobre este tema a nivel teórico se pueden hacer, y que por cierto son muchas, ¿alguien puede pensar que durante la Segunda Guerra Mundial la violencia usada por los franceses para defenderse era éticamente equiparable a la utilizada por los nazis? ¿O la posterior de los vietnamitas y los argelinos para expulsar precisamente a los franceses? ¿Podemos rechazar de igual manera la violencia del invasor que la del invadido?

En el ámbito de la política interna también hay situaciones que no permiten equiparar éticamente una violencia con otra. El caso más obvio, nos parece, es el referido al “derecho de rebelión”.

Abordamos el estudio de esta materia durante la dictadura y una parte de esas reflexiones fueron publicadas en la revista clandestina “El Rodriguista” (por supuesto que sin nombre de autor, y sólo en parte, porque nunca hemos sabido tanto como para escribir breve). En síntesis, nuestro planteamiento fue que efectivamente la rebelión contra el tirano es un derecho, que en la historia de la humanidad se manifiesta en tres ámbitos distintos pero vinculados, el primero, los hechos, la efectiva rebelión contra el tirano, de los cuales la historia está plagada. En segundo lugar, la reflexión filosófica sobre el tema, que en nuestra investigación logramos remontar a Mencio, el filósofo chino anterior a Confucio, que se manifiesta como ya lo dijimos en diferentes filósofos cristianos, incluyendo a San Isidoro de Sevilla, que además expresamente justifica el asesinato del tirano, y que probablemente alcanza una de sus más claras expresiones en Locke. El tercer ámbito es la consagración jurídica de dicho derecho, y probablemente su primera manifestación más explícita esté en el artículo segundo de la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, en donde se dice “La finalidad de toda asociación política es la conservación de los derechos naturales e imprescriptibles del hombre. Esos derechos son la libertad, la propiedad, la seguridad y la resistencia a la opresión” y una de las últimas, si bien de manera menos clara, en la Declaración Universal de Derechos Humanos, en cuyo considerando tercero del Preámbulo se lee “Considerando esencial que los derechos humanos sean protegidos por un régimen de Derecho, a fin de que el hombre no se vea compelido al supremo recurso de la rebelión contra la tiranía y la opresión...”.

En nuestro país no conocemos una reflexión significativa sobre el tema, pero si tenemos, por un lado el ejercicio del derecho desde los primeros tiempos de la conquista, por nuestro pueblo mapuche, y por otro, su consagración indirecta en diversos textos nacionales, como el de nuestra Canción Nacional, en donde se lee:

“Que o la tumba serás de los libres
o el asilo contra la opresión”

No olvidemos por lo demás que los que hoy con mayor fuerza rasgan vestiduras contra la violencia, son los mismos que apoyaron al dictador, cuya violencia significó miles de muertos, y decenas de miles de torturados, y que precisamente buscó legitimarse en sus primeros momentos sobre un supuesto ejercicio del derecho de rebelión, como dan cuenta los bandos 1 -y sobre todo- 5, ambos de la Junta de Gobierno.

Desde luego el sólo hecho de reconocer la legitimidad de la violencia en los casos anteriores hace perder todo sentido a la expresión genérica que comentamos. Por supuesto no se trata de justificar cualquier violencia, sino simplemente de decir que no todas son iguales, y no todas condenables. Existen cientos de situaciones en que el ejercicio de la violencia no puede condenarse a priori, ni mucho menos equipararse. Hacerlo, y ponerlas en el mismo nivel de condena es no sólo una apreciación apresurada, falsa, sino además, inmoral.



La historia no enseña que todos los derechos de los que hoy disfrutamos, incluyendo todos los relativos a la libertad (ambulatoria, sexual, de autodeterminación, etc.), el derecho a voto, a un sueldo, a una jornada de 8 horas, a vacaciones, etc., son resultados de "La Lucha por el Derecho”, recordando el clásico texto de Rudolf von Ihering. Y las más de las veces, esas luchas se manifestaron de manera violenta.