viernes, 1 de septiembre de 2023

ESTA VEZ, YO NO ESTARÉ ALLÍ. A 50 años del golpe de Estado

 

Desde hace más de una década, los días 11 de septiembre de cada año, mi compañera, mis hijas, y mis nietos en los últimos años, concurrimos al Estadio Nacional. En una práctica que hoy ya parece una especia de ritual, ponemos velas en su entrada, visitamos la escotilla que aún mantiene las condiciones que tenía todo el estadio en 1973, y luego miramos y fotografiamos como corren los nietos libremente por los distintos espacios de ese recinto deportivo. Es una de nuestras maneras de rememorar a quienes pasaron por allí, o por otros recintos aún peores, víctimas de una dictadura criminal.

Pero este año no lo haré, no estaré allí. Mis hijas me pidieron que los días cercanos al 11 estuviera fuera, y yo accedí.

Fui detenido el 11 de septiembre del 73, recién cumplidos 19 años. Durante más de 4 meses pasé por el Blindado N°2, el Estadio Chile, el Estadio Nacional, las bodegas del barco Andalien, el campo de concentración de Chacabuco, y luego nuevamente en el Estadio Chile, desde donde salí en “libertad”. Fui detenido producto de una denuncia de una vecina de la casa en donde me detuvieron. Más tarde sería denunciado por un ex compañero de colegio ante los esbirros de la Dina y Colonia Dignidad, (mi ficha hoy es parte de ese archivo). Como muchos, no me fui del país. Pasé el resto de la dictadura aquí en Chile, sin poder opinar libremente, desconfiando de todo aquel a quien no conocía. Y 5 brutales años en una universidad, la Católica, (de la Chile me habían echado), en donde no sólo me enseñaron que “el error no tiene derecho”, y por cierto yo estaba en el error y ellos en la verdad, sino que además los “upelientos” éramos frecuentemente denostados, calumniados y ofendidos gratuitamente, por supuesto sin el más mínimo derecho a responder. (De “mal nacidos” nos trató en una oportunidad Sergio Gaete, el decano de la Escuela, que más tarde fue Ministro de Educación de Pinochet). Y cuando en una oportunidad observé a mi profesor de Derecho del Trabajo que lo que decía de Marx era exactamente lo contrario de lo que el autor sostenía, me pasé semanas sintiendo que ello me podía haber delatado y significar la detención, la tortura, la desaparición o la muerte. Después de todo hubo al menos 28 asesinados o desaparecidos entre alumnos y docentes de la U Católica.

Y así fueron 17 años, entre la obligación del silencio, el miedo a ser detenido nuevamente por la dictadura y la convicción profunda de tener que luchar contra ella, y la motivación, también profunda, que si no la derrotábamos nosotros, serían nuestras hijas las que estarían en la calle luchando por la libertad.

Durante más de 20 años creí sinceramente que todo el horror que me tocó vivir, y claramente no fui el prisionero más torturado, ni el que pasó mayor tiempo preso, ni el que vivió esos años en las peores condiciones, no había dejado mayores huellas en mí. Casi como curiosidad, contaba que producto de todo lo pasado, sólo no podía “comer garbanzos”. Si, “comer garbanzos”, y me duró más de 20 años. Y es que en el Estadio Nacional, en un momento en que el hambre era brutal, y mientras una comisión de la Cruz Roja Internacional nos visitaba, y La prensa nos filmaba, nos dieron a comer garbanzos “con carne”…, sólo que la carne estaba podrida. Y yo intenté comerlos…

Y luego vino la realidad. El horror siempre deja huellas, al menos en mí.

Noches de desvelo, y pensamientos recurrentes sobre los golpes, la tortura y la muerte, que aún aparecen, no eran sólo eso. Recordar a Luis Alberto Corvalán o a Ociel Nuñez, volver de los interrogatorios en una frazada sujeta por cuatro compañeros, pues luego de las torturas no podían siquiera caminar, no eran sólo recuerdos. Haber visto el signo de la Unidad Popular hecho en la espalda de un prisionero con un yatagán, tampoco. ¿Y qué decir del encapuchado del Estadio, entregando compañeros a la tortura y la muerte? ¿O que de los militantes de mi base (célula) de las Juventudes Comunistas de Sociología, 2 fueron asesinados, 4 al exilio? ¿Cómo olvidar 40 horas en el suelo, "de guata", con las manos en la nuca, mientras los valientes soldados caminaban sobre nosotros, y luego nos obligaban a levantar los brazos para robarnos anillos y relojes? ¿O la conversación con Littré Quiroga poco antes de que lo asesinaran, y sabiendo él que eso le iba a suceder?

Más allá de eso, o tal vez por eso mismo, he tenido episodios de somatización severos, diagnosticados como “estrés post traumático”. Primero fue una colitis ulcerosa, que me tuvo más de una década en tratamiento farmacológico diario, (y con exámenes regulares para detectar un eventual cáncer de Cólon), y varios meses con tratamiento psiquiátrico, con una especialista en violaciones a los derechos humanos. Luego han venido diferentes episodios.

Hace 10 años, a propósito de los 40 años del golpe, concurrí al campo de concentración de Chacabuco junto a mi familia y decenas de expresos políticos. Pretendía reencontrarme con ex compañeros de prisión y de alguna manera “cerrar un ciclo”. Una semana después ingresé de urgencia a la clínica, por un presunto derrame cerebral. No lo era. Era, “sólo” una amnesia temporal, que me tuvo más de 10 horas sin reconocer a mi familia, sin saber dónde estaba, y hablando incoherencias.

Lo último, un problema cardíaco que me tuvo 4 días hospitalizado, con exámenes invasivos en el pabellón de cirugía, para que el diagnóstico se repitiera, esta vez, nada al corazón, “solo” somatización por estrés post traumático.

En este último caso, y al momento de darme el alta, el médico, que conoció mi ficha, me señaló: “Todas estas somatizaciones son avisos. No hay ninguna seguridad que la próxima también lo sea”.

El próximo 11 de septiembre irán mis hijas y mis nietos al Estadio Nacional.

Pero esta vez, yo no estaré allí.

 

 

Fernando García Díaz

 

Santiago, septiembre de 2023.