viernes, 8 de marzo de 2019

8 DE MARZO, DÍA INTERNACIONAL DE LA MUJER


Una vez más, este nuevo 8 de marzo, miles de mujeres, estudiantes, trabajadoras, dueñas de casa, de todas las edades, están en las calles manifestándose por la igualdad de derechos y particularmente contra el machismo que las discrimina, agrede y mata.

El año pasado, mientras se mantenían las manifestaciones feministas, el Ministro de Educación definía como “pequeña humillación” el que a una alumna el profesor le preguntara “¿Usted vino a dar una prueba oral o a que la ordeñen?, haciendo referencia al escote que presentaba. Probablemente pocas expresiones, al menos de las denunciadas públicamente por las alumnas de derecho de la Universidad Católica, resultan más humillantes que esa. Pero a la vez, probablemente pocas frases de un ministro representan mejor aquello contra lo que se lucha, la deshumanización de la mujer, el desprecio y la cosificación de ella; pero además, como práctica diaria, como conducta habitual, sin siquiera percatarse de la naturaleza machista del discurso empleado. Algo parece haber cambiado desde el año pasado hasta hoy. Pero no todo. Incluso las más altas autoridades se han permitido chistes, hoy de un inaceptable machismo. Y el decano de una facultad califica la huelga femenina como “el colmo del ridículo, por decir lo menos”.

Durante décadas, las mujeres se han levantado en nuestro país luchando por diferentes ideales. La mujer trabajadora ha estado codo a codo en las huelgas, en las marchas por una jornada de ocho horas, por un salario mejor, por el derecho a la salud, al trabajo. Ayer estuvo luchando por el derecho a voto femenino, que como sabemos, sólo lo logró, respecto de las elecciones presidenciales y parlamentarias en 1949. Durante la dictadura, las mujeres fueron las primeras en rebelarse contra el tirano, las primeras que salieron a la calle preguntado por sus hijos, sus padres, sus compañeros detenidos.

Hoy, como pocas veces en la historia de nuestro país, las mujeres se han levantado con una fuerza imparable para combatir precisamente ese machismo del que diariamente son víctimas, y que se manifiesta en un continuo de agresiones desde las más obvias y violentas, quemarlas vivas, arrancarles los ojos, hasta otras más leves o menos obvias, incluyendo aquellas en que la humillación se desconoce o se banaliza.

Como en los crímenes de odio (racismo, homofobia,…), la violencia contra la mujer, esa basada en el género y ejercida en el ámbito de las relaciones de poder, que históricamente desiguales han caracterizado nuestra sociedad, tiene un trasfondo ideológico. Es decir, se da en una realidad colectiva construida a partir de la acumulación de información (verdadera o falsa) que se va integrando de forma más o menos coherente en la conciencia social, a través de diferentes procesos, que terminan por legitimar la diferencia, por normalizar el ejercicio del poder desde la condición de varón. De este modo, esa información, se transforma en verdad no cuestionada, en realidad indiscutible, que se repite a través de múltiples elementos de la propia realidad, ya sea a nivel de lenguaje o de acción. 

A nivel de discurso, en la enseñanza familiar, escolar, religiosa, universitaria incluso; pero no sólo en ellas, también en los medios de comunicación masivos, en la prensa, en las revistas, en la conversación cotidiana, en el chiste escuchado a un cercano o a un profesional de hacer reír, en la radio o la televisión.

Wolf Lepenies, probablemente uno de los sociólogos que más ha estudiado el influjo de la cultura en la vida política y en la vida cotidiana, da cuenta con claridad meridiana de un aspecto muy poco destacado por el mundo intelectual, precisamente el rol de los intelectuales en la entrega de un sustrato ideológico que justifica las peores atrocidades contra el “otro”, cualquiera que éste sea. Como dice este autor, “Antes de que haya habido muertos en las batallas y torturados en los campos de prisioneros, se había destruido al enemigo en libros, panfletos, y numerosas reuniones en las universidades y academias”.

Así, antes que las mujeres quemadas, asesinadas, despreciadas en la realidad, han sido quemadas, asesinadas, despreciadas en los discursos legitimadores de nuestra realidad.

Ahora bien, ante un mundo de mujeres asesinadas, quemadas, destrozadas o a quienes se les arrancaron los ojos, necesariamente surgen preguntas relevantes ¿Cómo y quién ha construido esa realidad social que permite que en muy diferentes ciudades de esta cultura occidental, se puedan cometer estos crímenes que poseen ese común denominador? ¿Quién o quiénes son responsables de esa cultura del dolor, del terror, del horror?

Si decimos “todos”, en verdad decimos nadie. Pero además no es efectivo. Porque claramente no todos tenemos el mismo nivel de responsabilidad. ¿Quién o quiénes son aquellos intelectuales que más incidencia han tenido en la formación moral e ideológica de nuestra sociedad?

El derecho nacional, como sistema normativo, ha sido uno de los espacios que claramente ha consagrado y contribuido a la discriminación y el machismo. “El marido debe protección a la mujer y la mujer obediencia al marido”, decía el Código Civil. El Derecho Penal consagraba la impunidad del femicidio para “El marido que en el acto de sorprender a su mujer infraganti en delito de adulterio, da muerte, hiere o maltrata a ella y su cómplice…” Hoy las normas penales y civiles han aminorado su machismo, pero la discriminación aún continúa. La discriminación en las Isapres, en la administración de la sociedad conyugal, son claros ejemplos de ello. Pero también la penalización del aborto, o la no penalización del acoso sexual.

La lucha por cambiar las normas legales, garantizando verdaderamente la igualdad, debe constituir uno de los principales esfuerzos.

Pero si el derecho ha tenido un rol legitimador de la discriminación, la escuela, el liceo, la universidad, no lo han hecho de manera diferente, y la necesidad de lograr una educación igualitaria, en toda su extensión, sigue siendo una prioridad.

No debemos olvidar, por otro lado que, los “intelectuales” colectivos por excelencia, aquellos que desde hace más de 1700 años¸ han sido quienes han dictado las pautas más generalizadas de conducta, incluyendo las de carácter jurídico durante siglos y la justificación de ellas, y ante millones de personas aún lo siguen siendo, son las iglesias cristianas. Son ellas las que han modelado los patrones de conducta de millones de seres humanos, que han buscado, o simplemente recibido de ellas los parámetros sobre lo que está bien y lo que está mal, sobre lo que es legítimo y lo que es ilegítimo.  Directamente, a través del catecismo, de la enseñanza en los colegios, de la prédica en las misas y en general de las distintas manifestaciones pedagógicas de la Iglesia, o indirectamente, a través de leyes promulgadas por la autoridad civil, pero que se inspiran o directamente obedecen los mandatos de la Iglesia, las Iglesias son responsables de la discriminación hacia la mujer, y por esa vía, de las conductas que de esa discriminación se pueden desprender.

Hoy, como ayer, la lucha ideológica es clave. Es necesario tener claras las ideas, exponerlas y defenderlas, en la casa, en la academia, en el trabajo, pero también en la calle, con la fuerza de las mayorías, de todas las mujeres que quieran poner fin a un modelo de sociedad que las discrimina, que las destruye, que a veces incluso las mata.

Una vez más, este nuevo 8 de marzo, miles de mujeres, estudiantes, trabajadoras, dueñas de casa, de todas las edades, estarán en las calles manifestándose por la igualdad de derechos y particularmente contra el machismo que las discrimina, agrede y mata.

Y allí debemos estar también nosotros los varones, pues dicha lucha, también es nuestra.

“A las mujeres que viven en mí,
mi madre, mi hermana,
mi compañera, mis tres hijas, mis nietas”.

8 de marzo de 2019

Fernando García Díaz




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