viernes, 3 de julio de 2015

LOS EXÁMENES DE ADN Y SU RELACIÓN CON LAS CIENCIAS PENALES


 

Fernando García Díaz
 

 

Nota: Capitulo 3 del Libro Huella Genética e Investigación Criminal"

Aceptado el modelo tridimensional del ADN, la actividad científica estuvo dirigida en los años siguientes a verificar lo planteado por Watson y Crick y profundizar el conocimiento de dicha estructura.

La fotografía de rayos X, que tanta utilidad había prestado para los primeros avances, pronto mostró sus limitaciones, en cuanto a las posibilidades de contribuir a penetrar el interior de la molécula. Los diversos métodos empleados no logran grandes avances, a tal punto que a mediados de los años 60, para algunos el proceso de conocimiento se había desacelerado sustancialmente, entrando en una especie de estancamiento.

Hacia fines de 1960 y principios de los años 70 la situación había cambiado radicalmente. Los bioquímicos lograron aislar y utilizar de manera dirigida algunas enzimas, generando nuevas metodologías de trabajo. Se trata de las enzimas de restricción, proteínas capaces de identificar determinadas secuencias de nucleótidos, que cortan el ADN siempre en esos puntos En su origen, son útiles herramientas de defensa de las bacterias, que les permiten destruir ADN invasores, como los provenientes de virus por ejemplo.

Cortado el ADN en lugares precisos y determinados por las enzimas de restricción, el trabajo de otra enzima, la “ADN ligasa”, soldará los extremos. Si en el intertanto agregamos un trozo de ADN proveniente de otro organismo, y luego multiplicamos ese nuevo genoma, hemos producido “ADN recombinante”. De este modo, mediante un proceso de “corte, pegado y copiado”([1]), estamos ya en plena actividad de manipulación genética. A partir de este momento el ADN se puede cortar y pegar, es decir, alterarlo de manera dirigida. El hombre ha “tocado” el ADN, como en los años 30 del siglo pasado lo hizo con el átomo.

El desarrollo de estas tecnologías de manipulación genética permitió un acelerado proceso, que en sus manifestaciones más claras posibilitó el análisis detallado de zonas específicas. Los exámenes de ADN se empezaron a hacer más sencillos, más baratos, y con todo ello, a un alcance mucho más cercano.

Los primeros exámenes de esta naturaleza tienden a crear conocimientos de carácter general, pero muy pronto empiezan a dirigirse a personas individuales, que por alguna razón especial son examinados.

En la actualidad son múltiples las razones que justifican exámenes de ADN. El objetivo de dichos exámenes puede ser también muy variado. Por ejemplo, ya son miles las enfermedades asociadas directamente a determinados genes([2]), y gracias a ello es posible diagnosticar su presencia incluso antes de que efectivamente los síntomas se manifiesten. Este tipo de medicina “predictiva” pareciera ser una de las áreas con más futuro en el ámbito de la salud.

En la misma medida en que los exámenes se pusieron al alcance de un mayor número de científicos, y a un costo menor, se empezaron a desarrollar estudios sobre ADN no humano, dirigido al conocimiento de esos organismos. Bacterias como la Escherichia coli  u hongos como la levadura de la cerveza, Saccharoyces cerevisiae, ya habían sido estudiadas profusamente; pero esos estudios estaban encaminados a servir de base a posteriores investigaciones en humanos. En la actualidad hay cientos de investigaciones con ADN que no se relacionan directamente con humanos([3]).

Desde la perspectiva de las ciencias penales, la genética nos presenta grandes líneas de convergencia con estas disciplinas. Algunas pueden estimarse como nuevos problemas y otras como nuevas soluciones.

Así, un primer aspecto dice relación con el sentido del derecho penal, y en particular con el concepto de culpabilidad, en cuanto juicio de reproche. Si bien desde hace décadas se ha cuestionado el fundamento mismo de esta disciplina, en cuanto presume la libertad humana, -sólo es posible el juicio de reproche a quien siendo libre optó por el delito- las clásicas argumentaciones desde la criminología positivista no lograron afectarlo seriamente. Cualquiera fuera la naturaleza del determinismo, pero especialmente si éste provenía desde el mundo biológico, su impacto en el derecho penal fue limitado.

Hoy, la moderna genética molecular ha hecho resurgir, cual ave Fénix, la temática del determinismo, tan cara  a la criminología, pero que también puede abordarse desde del Derecho Penal. Ubicada en la discusión sobre el concepto mismo de acción finalista para algunos, o en referencia a los fundamentos de la culpabilidad para otros, preguntas como ¿Es el hombre verdaderamente libre? ¿Podemos emitir un juicio de reproche por su conducta delictiva? siguen sin una solución definitiva.

Las ideas que buscan un componente biológico en la conducta delictiva se remontan, en una perspectiva científica, al siglo XIX, con frenólogos primero, luego con el lombrosianismo, y muy poco más tarde, con teorías ya más directamente genéticas. Durante el siglo XX se manifestaron de manera muy variada, en teorías vinculadas a la estructura corporal, alteraciones hormonales, alteraciones neurológicas, y por cierto elementos genéticos.

Hoy, desde la genética, surgen voces que, al menos frente a determinados delitos, emiten respuestas claramente deterministas. Otros, plantean cuestiones a nivel de imputabilidad. Es decir, si bien no se cuestionan definitivamente la libertad como fundamento abstracto, si lo hacen a nivel concreto de ciertas realidades.

Otra línea relevante se relaciona con la generación de tipos penales vinculados al manejo de la información genética y al control de la manipulación del ADN, que en su expresión más concreta se transforman en los llamados “delitos relativos a la manipulación genética”, que contemplan los artículos 159 a 162 del Código Penal español.

Pero si bien todos estos son temas importantes, para el análisis de las relaciones entre genética y ciencias penales, por el momento, el que se refiere a los exámenes de identificación genética es el que presenta hoy la mayor preocupación.

La necesidad de identificar claramente a una persona, o de ésta de saber verdaderamente de quien desciende se deja sentir desde muy antiguo y por distintas razones. Por ejemplo, Edipo, consultando al Oráculo de Delfos por el nombre de sus verdaderos padres, antes de huir de Corinto, e insistiendo en la misma pregunta años después, cuando ya ha dado muerte a Layo, su padre y se ha casado con Yocasta, su madre, son imágenes más que milenarias, que dan cuenta no sólo de la lucha contra el destino, sino también de la importancia de alcanzar ese conocimiento que el propio destino le tenía vedado.

Desde la investigación criminal, las razones han estado casi siempre dirigidas a establecer la presencia de una persona en un determinado lugar, o ante un determinado hecho, como ocurrió en el caso del Tila, o a determinar la identidad de las víctimas, como pasó en Alto Hospicio. Para lograrlo, se han utilizado diversas pruebas biológicas que permiten asociar una persona con un determinado lugar o con un objeto especial. Así por ejemplo, se ha utilizado pelo y espermatozoide, pero especialmente sangre.

El análisis de la sangre, o más precisamente, de ciertas proteínas encontradas en ella, constituyó, durante varias décadas, uno de los mecanismos más utilizados para identificar o descartar paternidad y también para establecer asociaciones útiles en el trabajo criminalístico. El nombre de “sistema sanguíneo” se suele utilizar de preferencia para referirse a aquellos basados en los diferentes antígenos presentes en la sangre. El primero de ellos y el más conocido fue el sistema ABO, descrito a comienzos del siglo XX por el médico alemán Karl Landsteiner. Con posterioridad se han identificado varios sistemas más, como el Rh, identificado en 1939, siendo ambos, el ABO y el Rh  de gran importancia por su relación con ciertas patologías, y las reacciones en los procesos de transfusiones.

Con diferencias cuantitativas, todos los sistemas sanguíneos basados en antígenos presentan la misma dificultad, su poder de exclusión es limitado, y su poder de identificación es más limitado aún. Por ello, y como la identidad biológica radica verdaderamente en nuestro ADN, nada mejor que recurrir a él para alcanzar los mejores métodos de identificación. Y si bien, en el fondo son los genes los que aportan la diversidad en todas nuestras características biológicas, incluyendo por cierto las proteínas que se utilizan en los sistemas sanguíneos, va a bastar el análisis de determinadas zonas del genoma con altos niveles de diferencia entre los seres humanos, aunque no codifiquen proteínas.

Es en esta línea de trabajo, en la búsqueda de la identificación humana, que surge el concepto de huella genética.




[1] ALDRIGE, SUSAN, op. cit. pág. 96
[2] Y el número crece día a día, por lo que es seguro que en el momento en que esto se lee, ya son más las enfermedades cuyos genes se han identificado
[3] Por ejemplo, la resolución Nº 1.763, de 9 de agosto de 2000, publicada en el Diario Oficial del 28 de agosto del mismo año, autoriza a la Lincoln University, de Nueva Zelanda, para que uno de sus investigadores pudiera “...colectar 40 ejemplares de piojos del género Austrogonoides, de las plumas de 30 pingüinos de Humbold...”. Todo ello con el objetivo de “...estudiar la coevolución entre los piojos y los pingüinos huéspedes, por medio de análisis del ADN de los piojos”.

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