martes, 18 de enero de 2022

"ENVILECIMIENTO" DEL ESPACIO PUBLICO

 


Hace unos días apareció en la sede donde se prepara el nuevo gobierno (La Moneda chica), un rayado haciendo alusión a los presos de la revuelta. Camila Vallejo señaló a la prensa que le parecía legítima esa manera de expresarse. La reacción de la derecha vino de inmediato. Carlos Peña sacó rápidamente una columna en El Mercurio sobre el “Envilecimiento del Espacio Público”, (9 de enero, 2022), en el que, entre otras cosas señalaba “Entre las paredes con grafitis y las bancas antes destinadas a sentarse, se encuentran hoy, a metros de La Moneda, de la universidad, del centro cívico, carpas y habitaciones precarias donde personas movidas por la necesidad han decidido instalarse. No lo hacen con conciencia de ilicitud, sino como quien ejerce un derecho obvio del que se es titular”. Y más adelante agregaba “Porque el espacio público quiere reflejar una memoria común, hay en él estatuas y conmemoraciones; porque en el espacio público se ejercita una condición de igualdad, nadie puede apropiárselo; porque el espacio público quiere expresar virtudes, se lo ordena, se lo limpia y se lo embellece”. Como no podía ser de otro modo, rápidamente surgieron las alabanzas a dicha columna y este pasado domingo 16 de enero, El Mercurio dedicó la portada del suplemento Artes y Letras al tema, entrevistando a 7 “connotados arquitectos” para preguntarles sobre el tema.

 

 

Sin duda que el “Envilecimiento del Espacio Público” merece más de una reflexión, pero si lo queremos hacer en serio, ni lo podemos hacer desde premisas falsas, ni el tema de los rayados es de los más relevantes.

 

Digamos de partida que nada hay más falso que sostener que “…en el espacio público se ejercita una condición de igualdad…”. En verdad nada hay más desigual que la profunda discriminación entre los “espacios públicos” que hay en cualquier lugar de las comunas del rechazo (Vitacura, Lo Barnechea y Las Condes), llenos de parques, jardines, árboles, plazas y aquellos que se dan en las centenares de poblaciones o campamentos pobrísimos que hay en todo Chile, en dónde en el mejor de los casos hay un poco de tierra para que jueguen los niños. El primer gran envilecimiento del espacio público lo constituye la astronómica diferencia entre los espacios públicos de los lugares donde viven los ricos y aquellos en donde viven los pobres. Y aun cuando limitemos el concepto de “espacio público” a calles, plazas o parques del centro de Santiago, -y no hay una explicación racional para hacerlo- tampoco resulta que ese espacio se recorra desde una condición de igualdad, porque la historia vital marca también la percepción que tenemos del mundo exterior. “En mi población no hay árboles”, fue la brutal explicación que dio un muchacho que durante los días del estallido social iniciaba una barricada bajo un árbol en el barrio Lastarria, a una persona que le hacía presente el daño que destruir ese árbol causaba. Un razonamiento paralelo es aplicable cuando se contempla una escultura, una pintura o una obra arquitectónica. No es lo mismo hacerlo desde el conocimiento y la experiencia frecuente de su observación, que desde la ignorancia y la sorpresa.

 

Tampoco es efectivo que el “…espacio público quiere reflejar una memoria común…”. Hoy, tras más de dos años del estallido social, con una Comisión Constituyente paritaria y fuerte presencia ideológica de los pueblos aborígenes, hay más conciencia –que no parece haber llegado a los columnistas de El Mercurio- que más que reflejar una memoria común, lo que hay especialmente en “…estatuas y conmemoraciones…” es una visión segada que ya no resulta compartida por todos. Aquello que durante décadas se presentó como “lo nuestro” bello y valioso en el espacio público, hoy claramente resulta que no es capaz de emocionar ni entusiasmar a cientos de miles de chilenos. Por el contrario, el “envilecimiento” que han provocado los rayados y las distintas manifestaciones de vandalismo, son claramente la muestra más palpable de una verdadera desafección –un “no sentir afecto o estima”- precisamente por esos símbolos o manifestaciones que se presentan en ciertos espacios públicos.

 

Por ello, envilecimiento del Espacio público es también que en él siga vigente una historia que no sólo no reconoce al pueblo como protagonista, sino que simplemente lo niega, lo ha querido olvidar, dejarlo fuera. No hay ni estatuas ni conmemoraciones de sus luchas, de las masacres sufridas, de sus héroes, ni de sus triunfos y derrotas. ¿Dónde están las avenidas o estatuas con nombres de Luis Emilio Recabarren, o Clotario Blest? ¿Dónde los recuerdos a los asesinados durante el “mitín de la carne”, en Plaza Colón, en la Escuela Santa María, en Ranquil, en San Gregorio, en La Coruña? Por el contrario, hay calles o lugares dedicados a Pedro Montt o Roberto Silva Renard, Presidente de la República y militar responsable de la masacre de Santa María de Iquique, respectivamente, y una rotonda destacada recuerda a Edmundo Pérez Zujovic, responsable de la masacre de once pobladores desarmados, incluyendo un bebé de meses, en Puerto Montt, en 1967.

 

Por cierto disminuir significativamente el “envilecimiento” del espacio público deberá ser una tarea más del nuevo gobierno, de la mano de la participación popular organizada. El pueblo no sólo debe abrir las grandes alamedas para transitar por ellas, sino además reconstruirlas para así reconocerse en ellas.

 

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