lunes, 23 de noviembre de 2020

EL BUS DE LA LIBERTAD Y EL DISCURSO DEL ODIO

 


 

Carla González Aranda es una muchacha transexual, lo que la identifica de inmediato como parte de una de las poblaciones más vulnerables en nuestro país. Aquella en la que, según un estudio reciente, el 93% ha sido discriminada en razón de su identidad de género, el 74% ha recibido violencia verbal y psicológica, violencia física un 34,9% y sexual un 25,6. Una población en la que el 51,1% de ella se dañó a sí misma como consecuencia de la discriminación sufrida, el 39% intentó suicidarse y el 43,6% se ha visto afectada por el consumo de drogas. Pero para Carla González Aranda su situación es aún peor, pues su madre biológica, Marcela Aranda, no sólo niega su identidad de género, la rechaza y humilla, sino que además es una de las activistas más visibles del discurso homofóbico y transfóbico.

Marcela Aranda, la madre de Carla, se hizo públicamente famosa el año 2017 como vocera del llamado “bus de la libertad”, que ese año recorrió las calles de Valparaíso y Santiago con mensajes contrarios a la diversidad sexual. Expresiones como “Si naces hombre eres hombre”, “Los niños tienen pene”. “Las niñas tienen vulva”, “Que no te engañen”, son algunas de las frases que se podían leer en dicho bus. Probablemente la frase más destacada sin embargo, y a la que su vocera recurre frecuentemente es “Con mis hijos no se metan”. Así por lo demás lo destaca en Facebook precisamente la página de Marcela, en la que más abajo se lee “el verdadero garante del bien superior de un niño son sus padres y su familia” (sic). Y sin embargo Carla González no sólo no la tuvo a ella, su madre biológica como garante, sino que al contrario, Marcela fue una de las personas que más daño le hizo. Tanto, que el 2017, con sólo 19 años, hacía ya tres años que no se comunicaba con ella. Marcela había discriminado y abandonado a su hija desde el momento mismo que supo de su transexualidad, y hoy nuevamente vuelve a difundir un discurso de odio, a través del bus mal llamado de la libertad.

¿Qué puede hacer que madres o padres rechacen y abandonen a sus hijos, por su condición sexual? ¿Qué puede hacer que desconocidos torturen y asesinen a alguien por su condición sexual, como ocurrió con Daniel Zamudio y muchos otros? En definitiva, ¿Qué hace que la condición de LGBT sea tan terrible de vivirse, que quienes la posean tengan una mayor probabilidad de abandonar los estudios, tengan una mayor tasa de suicidios, de problemas mentales o que hayan sido agredidos físicamente mucho más que el resto? ¿En definitiva qué hace que el horror sea la cotidianeidad de una persona transexual?

Para cada caso en particular puede haber múltiples variables, pero como fenómeno social hay uno sólo, la existencia de un “discurso del odio”, esto es, básicamente una argumentación que aparentando racionalidad va construyendo realidad colectiva a partir de la acumulación de información (verdadera o falsa) que se va integrando de forma más o menos coherente en la conciencia social, a través de diferentes procesos, que terminan por legitimarla. Un discurso que directa o indirectamente puede repetirse en la enseñanza familiar, escolar, religiosa, universitaria incluso, pero no sólo en ellas, también en los medios de comunicación masivos, en la prensa, en las revistas, en la conversación cotidiana, en el chiste escuchado a un cercano o a un profesional de hacer reír en la radio o la televisión. Un discurso que manifiesta hostilidad, repugnancia, desprecio hacia un determinado colectivo, a cuyos integrantes no les reconoce igual condición humana, igual dignidad, y frente a los cuales se siente claramente superior. Un discurso que para muchos puede transformarse en verdad no cuestionada, en realidad indiscutible, y llevarlos a ser protagonistas del horror.

Wolf Lepenies, probablemente uno de los sociólogos que más ha estudiado el influjo de la cultura en la vida política y en la vida cotidiana, da cuenta con claridad meridiana de un aspecto muy poco destacado, el rol fundamental de un sustrato ideológico que justifica las peores atrocidades contra el “otro”, cualquiera que éste sea. Como dice este autor, “Antes de que haya habido muertos en las batallas y torturados en los campos de prisioneros, se había destruido al enemigo en libros, panfletos, y numerosas reuniones en las universidades y academias”.


El discurso del odio estigmatiza y denigra. Sus víctimas no lo son por ser determinadas personas, sino simplemente por pertenecer a un colectivo determinado (transexuales, homosexuales, inmigrantes, judíos, comunistas, etc….). En ese discurso la víctima es absolutamente intercambiable, basta que pertenezca al colectivo agredido.

Los diversos discursos del odio tienen su origen en situaciones variadas, sin embargo hay un sustrato común a todos ellos, que ayuda a entender la conducta de quienes han dado lugar al horror, la desvalorización, el desprecio, en definitiva, la deshumanización del otro. (En este sentido el discurso de la dictadura es ejemplar, se proponía exterminar al “cáncer marxista”, y un alcohólico almirante hablaba de los “humanoides”, logrando la absoluta deshumanización de los opositores).

El discurso homofóbico y transfóbico que la campaña publicitaria de la cual forma parte el llamado “bus de la libertad”, lleno de falsedades, verdades a medias, prejuicios y alejado de los más básicos conocimientos actuales referidos a la sexualidad humana, que un sector del mundo evangélico ha traído, (después de todo Marcela Aranda es simplemente un peón de intereses superiores), no sólo desconoce la diversidad sexual, sino que estigmatiza y humilla a quienes forman parte de ella. Sin perjuicio que muchos de sus divulgadores verdaderamente crean el conjunto de falsedades que trasmiten y crean en ese modelo moral que promueven, el verdadero objetivo de las jerarquías parece ser otro, la defensa del poder que desde la Iglesia evangélica se maneja, el que se mantiene en la medida en que se logra el control de las conciencias, y se pone en riesgo cuando la hegemonía intelectual empieza a decaer. En una sociedad en las iglesias han perdido de manera silenciosa, pero total y absolutamente su batalla para que las mujeres no utilicen la píldora anticonceptiva, por seguir discriminando a los hijos según si nacían dentro o fuera del matrimonio (hijos legítimos o ilegítimos) y también la referida a la indisolubilidad del matrimonio, un cierto sector evangélico ve imprescindible mantener espacios de control de conciencias que le permitan conservar o incluso aumentar el poder político que ya ostenta. Hoy le queda muy poco espacio ideológico dentro del cual hacerse notar con alternativas de victoria (al menos en el corto plazo), y ese es, el rechazo a una diversidad sexual que cuestiona su poder. La ideología anti diversidad sexual es simplemente uno de los últimos esfuerzos de una ideología religiosa, que desde el poder lucha por seguir controlando las conciencias, y mantener un poder político y social que de lo contrario se le puede esfumar a pasos agigantados.

Como en todo discurso del odio, esta campaña publicitaria, que por lo demás precisamente lo que hace es combatir la libertad que significa el respeto a la diversidad sexual, no es sólo una afrenta, un insulto a todos quienes forman parte de la diversidad sexual, sino a todos los seres humanos en general, que compartimos igual dignidad. Pero aún más que un insulto, es el prejuicio, es el bullying, es la discriminación que han vivido y siguen viviendo miles de personas de la diversidad sexual.  Denunciar su postura criminal, promover su retiro de las calles, generar acciones que impidan su circulación, son verdaderos actos de defensa de la dignidad humana que es preciso promover.

 

 

 

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