miércoles, 10 de octubre de 2018

SAQUEO Y DESTRUCCIÓN CULTURAL DE NUESTRA AMÉRICA (Un tema de ayer, de hoy y de mañana)






“El deterioro y la destrucción del patrimonio cultural americano, y su traslado de manera ilícita hacia otros lugares del planeta, comenzó en el momento mismo de la llegada del hombre europeo a estas tierras. Han pasado más de 500 años desde aquel entonces y hoy, más encubiertos, esa destrucción y ese saqueo continúan”.


Más allá de los bosques milenarios, de las cordilleras monumentales, América Latina es hoy día una construcción de sus hombres. De los primeros, aquellos que probablemente llegaron hace más de treinta mil años desde Asia, de los miles que años después llegaron desde Europa y se instalaron aquí, de los traídos a la fuerza desde África, y particularmente de los que nacimos en ella. América Latina es una construcción humana en un doble sentido. Por un lado, el habitante modificó el paisaje, construyó ciudades, caminos, casas, encadenó los ríos y cultivó la tierra, también destruyó los bosques, eliminó cientos de especies y contaminó las aguas, la tierra y el aire. Todo eso y mucho más hemos hecho para construir-destruir esta realidad física que hoy nos cobija. Pero el hombre no sólo “construyó-destruyó”, también “inventó” está América. Fue él quien creó el concepto, y lo puso no sólo en los mapas, sino también en los diccionarios, en los libros de historia, de arte. Ladrillo a ladrillo los hombres y lo pueblos fuimos construyendo Nuestra América, haciéndola un resultado de su propia actividad, fuimos transformándola en un objeto cultural, elaborado por el sujeto de cultura. Y en este proceso, el hombre va dejando huellas, las más importantes de las cuales hoy las llamamos bienes culturales Y cuando ellas presentan un interés especial para la historia, el arte o las ciencias, esas huellas forman parte del patrimonio cultural de los pueblos.

El patrimonio cultural es en el presente, huella de nuestro pasado y camino de nuestro futuro. Constituye un espacio de reflexión que nos permite conocernos, reconocernos, construirnos y reconstruirnos, desde nuestra condición básica de habitantes del universo, a la de pueblos, naciones, cibvilizaciones, humanidad.
El patrimonio cultural es también aquella parte esencial de nuestra memoria colectiva que nos da identidad y pertenencia. Si ella desaparece, desaparece también nuestro pasado, nuestro presente como grupo histórico, identificado con una tradición y unos valores, y nuestro futuro como pueblo específico.
América, es, en primer lugar, un gigante físico de dimensiones abrumadoras para el hombre europeo. Frente a un territorio limitado, un mar Mediterráneo acotado, surgen ríos sin límites, llanuras infinitas, desiertos gigantescos. Más de 4 veces mayor que Europa, América es, en sus medidas, como dice Guillermo Díaz-Plaja, “sobrehumana”([1]).
Este continente, de más de 42 millones de kilómetros cuadrados, casi con certeza fue descubierto por pueblos asiáticos que, cruzando el Estrecho de Bering, llegaron a Alaska entre los 28.000 y los 40.000 años atrás. Durante la llamada glaciación de Wisconsins, período en que la capa de hielo cubre gran parte de Europa y Norteamérica con masas de hasta 3 kilómetros de espesor en algunos lugares, y que como consecuencia produce una baja considerable de las mareas, un verdadero puente de tierra se manifiesta entre ambos continentes. Probablemente persiguiendo grandes mamíferos existentes en la época, para obtener alimentación y vestuario, habitantes de las estepas del norte de Asia se fueron adentrando en el territorio que hoy ocupa el mar de Bering, internándose sin darse cuenta en América del Norte, y desde allí expandiéndose por todo el continente.
Poblada desde el norte de Alaska hasta los canales del extremo sur de Tierra del Fuego por cientos de culturas diferentes y desde hace ya miles de años, a la llegada de los europeos, América posee dos de los sólo 6 centros de alta civilización existentes en el mundo (los otros centros de “alta civilización” eran Europa, Oriente Medio, Asia del Sur y el sudeste Asiático). Por un lado  Mesoamérica, esto es el sur de México, parte de Guatemala y el actual Belice, y por otro, las tierras altas de Los Andes del sur y parte de la franja costera, es decir, principalmente los territorios de Perú y Bolivia actuales([2]).
Así, los millones de habitantes que poblaban América, ocupaban selvas, mesetas, valles, montañas, ríos, fiordos, desiertos, canales, en una variedad de paisajes, religiones, costumbres, juegos, vestuario, cerámica, escultura, arquitectura, poesía, música, danza, teatro, se manifestaban de muy diferentes maneras, en los miles de pueblos que ocupaban el continente, (sólo en las tierras del norte del Río Bravo se estima en unas 600 las tribus que lo habitaban). Y si la diversidad de pueblos es enorme, la diversidad cultural adquiere dimensiones desconocidas hasta ese momento. Es que la América precolombina no sólo está habitada por miles de pueblos, sino además, sus estructuras de desarrollo son tan variadas como no es posible encontrar, en ese momento, ni en Europa, ni en Asia, ni en la parte conocida de África, por el mundo occidental. Así, al lado de los millones de habitantes que integran pueblos cazadores o recolectores, con vidas nómades y una escasa infraestructura habitacional, hay otros que construyen imperios, con estructuras políticas complejas, ciudades habitadas por cientos de miles de habitantes, y con una arquitectura monumental antisísmica, capaz de soportar el paso de los siglos. A fines del siglo XV, y cuando París era poco más que un pueblecito, Londres no supera los 150.00 habitantes y en Madrid aún no se instala la Corte Real, Tenoshtitlan tiene al menos unos 250.000 habitantes.
De este modo, mientras en las llamadas “altas culturas precolombinas”, el desarrollo artístico e intelectual se manifestaba en el conocimiento del cero, el desarrollo de avanzados calendarios, de complejos procesos de gestión ambiental para amplias zonas geográficas, y originales sistemas políticos y sociales, así como en la construcción antisísmica, el trabajo en la piedra, avanzados sistemas de riego, y complejos sistemas de manipulación genética y cultivo del maíz, en otras culturas, como las de ciertos pueblos pescadores y recolectores, como algunos del extremo sur, se vivía en condiciones físicas similares a la visión más clásica de lo que habría sido la prehistoria de la humanidad.
El deterioro y la destrucción del patrimonio cultural americano, y su traslado de manera ilícita hacia otros lugares del planeta, comenzó en el momento mismo de la llegada del hombre europeo a estas tierras. Han pasado más de 500 años desde aquel entonces y hoy, más encubiertos, esa destrucción y ese saqueo continúan.
La historia de América Latina, desde la perspectiva de su patrimonio cultural, es en los últimos siglos la sucesión de una larga historia de tragedias. Desde que le clavaran los dientes en la garganta, poco o nada hemos hecho en este territorio para alterar esa situación, en una conducta que, como adecuadamente la describe Galeano, es rayana en la estupidez.
La historia del saqueo de nuestras riquezas básicas está escrita, con lujo de detalles, en grandes e importantes obras de nuestro continente. “Las venas abiertas de América Latina”, de Eduardo Galeano, es quizás una de las más conocida de todas. Del saqueo de nuestro patrimonio cultural estamos empezando a conocer su historia, iniciando un proceso de toma de conciencia del problema([3]); pero seguimos estando en una etapa tan básica e ingenua de su desarrollo histórico, que lo desconocemos incluso en su conceptualización como tal. (No deja de ser ilustrativo que Galeano no dedicara un solo capítulo al tema, no obstante referirse al cobre, al petróleo, a la plata, el caucho y mucho más).
Denunciados a veces por la prensa, estos atentados se presentan como hechos aislados, como situaciones puntuales que en el mejor de los casos dan lugar a una cifra cuya validez estadística, cuando la hay, resulta difícil de verificar y que, dado además la muy alta cifra negra, en definitiva poco o nada nos indica.
Nosotros planteamos exactamente lo contrario. No son hechos aislados, sino inmersos en una lógica común, -la de que todo vale cuando de enriquecimiento se trata- insertos en un modelo de desarrollo económico que no sólo los acepta, sino que a menudo los promueve, como en el caso de la destrucción de sitios arqueológicos por represas, caminos, o proyecto mineros, más allá de sus discursos condenatorios, que más bien son palabras de buena crianza, pero que jamás han terminado por poner en riesgo el gran negocio que todo esto representa.

Ahora bien, si el saqueo y la destrucción han acompañado a Nuestra América de manera permanente, parece posible distinguir algunos periodos en los que esa actividad se ha dado con más intensidad, con más fuerza. No se crea que se trata de períodos de un origen inexplicable, como singularidades en un big bang con inflación caótica. No. Son más bien períodos consecuencia de la instalación de un modelo económico que van pasando por diferentes etapas.
Desde esta perspectiva, nosotros creemos distinguir cuatro grandes procesos de destrucción.
El primero se inicia con la llegada del europeo a nuestro continente, y comprende especialmente todo aquel llamado “conquista”. Durante él se produce el mayor genocidio y el mayor saqueo cultural de la historia. A él dedicamos el siguiente artículo de este blog
El segundo, corresponde al caracterizado por la atribución del europeo de valor cultural a algunos bienes generados por los pueblos precolombinos. Si durante siglos, la cultura de dichos pueblos fue despreciada en toda su extensión, destruyéndose, como ya lo hemos visto, la mayor parte de ella, nuevas realidades económicas, con nuevos dueños del capital van generando también nuevas orientaciones políticas, filosóficas y en general culturales, se traducen, entre otras cosas, en un proceso de ampliación del concepto de bien cultural, que va a generar un nuevo proceso de saqueo intenso del patrimonio cultural precolombino. Quizás el ejemplo más claro de lo que significa el período que describimos lo constituye lo sucedido en torno al redescubrimiento del mundo inca, estrechamente ligada a Machu Picchu. Este antiguo poblado de piedra, ubicado en la unión de las montañas Machu Picchu y Huayna Picchu, al sur del Perú, si bien técnicamente nunca se redescubrió, pues nunca estuvo perdido, se abrió al mundo occidental sólo con la llegada de Hiram Bingham, un profesor norteamericano de la Universidad de Yale, con quien se inicia su estudio … y sistemático saqueo, que no ha sido reparado hasta el día de hoy. Entre los años 1911 y 1916, cuando realiza sus expediciones a Machu Picchu, más de 45.000 piezas, entre las que hay momias, restos humanos, ceramios, utensilios y objetos de arte, fueron trasladados a la Universidad de Yale. Otro ejemplo de esta situación, esta vez en Costa Rica y sus alrededores lo constituye la figura de Minor Cooper Keith. Norteamericano, dueño, amo y señor de amplios territorios en Costa Rica, gracias al contrato que le otorgó la explotación ferroviaria por 99 años y a través de la United Fruit Company, que ayudó a fundar, Keith no sólo fue un hombre de negocios, fue también el más grande de los coleccionistas de piezas arqueológicas de Costa Rica y el saqueador más importante de ese patrimonio cultural.
El tercero corresponde al esfuerzo republicano por incorporar los últimos territorios en manos de aborígenes a la soberanía estatal, que se inicia en la segunda mitad del siglo XIX, desarrollándose hasta el día de hoy, en amplios lugares de la Amazonía. En nuestro país se le llamó “Pacificación de la Araucanía” (Entre los ríos Bío Bio y el Tolten), y “Colonización” en Magallanes. En Argentina “Conquista del desierto” (Pampa y Patagonia) y en Estados Unidos “Conquista del oeste”. En todas partes significó el genocidio de miles de indígenas, y por supuesto la destrucción de sus culturas.
El cuarto período corresponde a la actualidad, se caracteriza en lo esencial por transformar a los bienes culturales en objetos de inversión, aplicarles la lógica -y la ética- del mercado, y en consecuencia, sobrevalorarlos cuando económicamente puede ser rentable (y por esa vía, estimular especialmente el saqueo arqueológico y paleontológico, el robo y las falsificaciones) y promover su destrucción cuando el valor que representan es inferior al que se puede obtener por otras vías (caminos represas, construcciones, turismo indiscriminado, incluyendo operaciones mediáticas como el Dakar y la Fórmula E). (Esta situación ya ha sido tratada con algún detalle en artículos anteriores de este Blog, especialmente en:
“Los bienes culturales como objetos de inversión”

Notas
[1] DIAZ-PLAJA, GUILLERMO, “Hispanoamérica en su literatura”, Biblioteca Básica Salvat, Salvat Editores, España, 1970, pág. 75
[2] DIETRICH, HEINZ, en Nuestra América frente al V Centenario,…. pag. 55 y 56)
[3] Una contribución significativa a ello lo hace el reciente libro de Fernando BAEZ, “El saqueo Cultural de América Latina. De la Conquista a la globalización”. Editorial debate. Primera edición en la Argentina bajo este sello, julio 2009. Sin embargo probablemente el primer libro que efectivamente tiene un impacto relevante sobre el tema esla obra de KARL E. MEYER, publicado en castellano como “El saqueo del pasado. Historia del tráfico ilegal de obras de arte”, F.C.E., México, agosto de 1990






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