sábado, 16 de junio de 2018

CONSUMO DE DROGAS EN LOS PUEBLOS PRECOLOMBINOS



Como se ha señalado, “es aparentemente en la América indígena donde se concentra el mayor número de sustancias psicoactivas utilizadas en el mundo, bajo la forma de una diversidad de plantas (e incluso ciertas secreciones animales) que se inhalan, comen, beben o se aplican en enemas”([1]).
La práctica del consumo de este tipo de drogas alcanza tales niveles de difusión, que ha motivado particulares preguntas antropológicas. Entre ellas, destaca la llamada “interrogante estadística”, que se planteara hace ya algunas décadas el etnobotánico Richard E. Schults, y que Peter T. Furst describe en los siguientes términos “¿Cómo va uno a explicarse la notable anomalía entre el gran número de plantas psicoactivas conocidas por los primeros americanos, que habían descubierto y utilizado de ochenta a cien especies diferentes y el número mucho menor -no más de ocho o diez- que como es sabido fueron empleadas en el Viejo Mundo?”([2]). La principal respuesta a esta inquietud fue entregada, hacia 1970, por La Barre, -erudito en antropología y religión- quien sostuvo que, considerando que la humanidad en el Viejo Mundo ha vivido cientos de miles de años, y no sólo algunos miles como en América, que la flora era al menos tan rica y variada y potencialmente poseedora de la misma cantidad de plantas alucinógenas, la respuesta no podía ser botánica, sino cultural. La tesis de este autor, es que “el interés de los indígenas americanos por las plantas alucinógenas está ligado directamente a la supervivencia en el Nuevo Mundo de un chamanismo esencialmente paleo mesolítico, eurasiático que los antiguos cazadores de grandes animales llevaron consigo del Asia nororiental, y que resultó ser la base religiosa de los indios americanos”([3]).
El chamanismo, como fenómeno socio cultural encuentra su cuna en Siberia, desarrollándose en Asia Central y septentrional, extendiéndose a Corea y Japón y alcanzando los pueblos fronterizos de Tíbet, China e India, y llegando a Indochina y América([4]). En lo esencial se caracteriza por constituir un marco cultural “…donde ciertas percepciones básicas de la realidad se construyen en base a estados modificados de conciencia…”([5]), cuyos conocimientos suelen “encarnarse en algún individuo que actúa el papel de Chamán”([6]). Este personaje, central en las culturas aborígenes americanas ha sido conceptualizado como “…el individuo visionario, inspirado y entrenado en decodificar su imaginería mental que, en nombre de la colectividad a la que sirve y con la ayuda de lo que concibe como sus espíritus aliados, entra en estados de catarsis profunda sin perder la consciencia despierta de lo que está percibiendo”([7]).
Esta orientación chamánica, común a Europa y Asia en los comienzos, se pierde durante el Neolítico, produciéndose diferencias substanciales entre las viejas religiones euroasiáticas y las prácticas del Nuevo Mundo, que permanecen fieles a las tradiciones del Chamán. Hoy sin embargo resulta interesante destacar que dentro del amplísimo mercado de espiritualidad que se ofrece en occidente, y dentro del cual América emerge como continente de origen y destino, algunas encuentran su sustrato práctico y conceptual en “…los intrincados sistemas de creencias, símbolos y prácticas chamánicas supervivientes de los pueblos indígenas americanos”([8]).
Es decir, si hemos de dar crédito a esta teoría, y considerando que las primeras migraciones hacia el Nuevo Mundo por el “puente de tierra” que conectaba Siberia y Alaska pudieran datar de unos 20 a 40 mil años y las más recientes de unos 12 mil, los orígenes del consumo de sustancias psicoactivas en este continente se remontan a más de 10 mil años. Comparten esta hipótesis algunos antropólogos chilenos expertos en el tema, que han señalado que el uso de alucinógenos en nuestro continente “está en la base misma de la tradición indígena americana, la que tendría sus antecedentes en pueblos del occidente asiático”([9]), desde donde habría llegado.
Por otro lado, confluyen como argumentos que refuerzan esta idea, el conocimiento que se tiene de las plantas con poder psicoactivo, de los mecanismos para extraer mejor dichas sustancias, la cantidad necesaria para el consumo, así como los diversos métodos de incorporación al organismo humano, pues todo ello requiere de largos procesos de aprendizaje y experimentación.
Sea cual sea la antigüedad del consumo de drogas a la llegada de Colón, se encuentra difundido en prácticamente todos los pueblos y culturas de la América precolombina. En aquella época, las sustancias psicoactivas tuvieron un origen esencialmente vegetal y sólo muy esporádicamente animal. En este último caso, se trata casi siempre de las secreciones venenosas de algún sapo o rana, siendo el más conocido el caso del Bufo marinus, un sapo del que se extraía un poderoso veneno en las regiones de Centroamérica y El Caribe ([10]).
En la América precolombina las sustancias psicoactivas provenían esencialmente de hongos, cactus, semillas, flores y en menor medida de árboles y arbustos. Sus efectos corresponden mayoritariamente a lo que hoy podemos llamar alucinógenos, (también conocidos como “enteógenos” ([11])) aun cuando también se utilizan estimulantes, como la coca, la nicotina o el cacao, y depresores como el alcohol.
En América Central, el Caribe y Sudamérica se encuentra extendido el uso de polvos psicoactivos, que Ott llama “rapé enteogénico” y que ubica en yacimientos arqueológicos descubiertos en “Argentina, Brasil, Chile, Colombia, Costa Rica, la República Dominicana, Haití, Perú y Puerto Rico”([12]).
En las tierras amazónicas, el psicoactivo más difundido proviene de las ramas de la Banisteriopsis sp, una enredadera de la selva. El producto obtenido mediante diferentes procesos, es conocido en un extenso territorio con una gran variedad de nombres, “como yajé, caapi, ayahuasca, natema o pinde”([13]). También se utiliza en esta zona polvos obtenidas de la molienda de la semilla del árbol llamado Vilca (Anadenanthera peregrina)([14]), cuya presencia se extiende hasta pueblos de nuestro territorio.
En la llamada actualmente cultura San Pedro, correspondiente a un pueblo que vivió en los oasis del desierto de Atacama entre el 200 y el 900 de nuestra era, es posible encontrar un conjunto de pequeños artefactos, algunos de gran riqueza artística, que eran utilizados en el consumo de sustancias psicoactivas. En más del 10 % de las 5.000 tumbas excavadas, se han encontrado restos de estos implementos, así como bolsitas de cuero con polvo de Vilca, rico en diversos alcaloides “todos de rápido efecto y que provocan una modificación radical de los estados de conciencia y de los patrones cognitivos y perceptuales”([15]). Los estudios arqueológicos efectuados, que constatan la presencia de gran cantidad de estos objetos, “más el hecho que la mayor parte de ellos parecen haber sido muy usados antes de ser depositados en las tumbas, permiten concluir que la ingestión de estas sustancias fue habitual entre los miembros de la cultura San Pedro”([16]).
Otra sustancia conocida en Chile es aquella “que los indios la llaman Miaya y los españoles chamico”([17]). De sus efectos ya da cuenta el jesuita Diego de Rosales en su “Historia General del Reino de Chile, Flandes Indiano”, escrita aproximadamente entre 1652 y 1673. Allí, junto a la geografía, fauna, vida y costumbres indígenas, se describe también las bondades medicinales de una extensa gama de plantas, entre  las que destaca el chamico. “Dadas a beber en bino, o en agua, entorpecen de tal suerte los sentidos que los delinquentes, si las beben, antes de darles los tormentos, no sienten dolor alguno, por mas que les aprieten los cordeles. Si aumentan la cantidad, quedan dormidos por un dia natural con los ojos aviertos, y para despertarlos, les ponen vinagre en las narices, o ceniza caliente en la frente. Si es mucha la bebida, se quedan dormidos, y riendo, y se mueren sin agonía ninguna”([18]).
Es en las zonas al sur del Río Bravo en donde más se ha estudiado el tema del consumo de sustancias psicoactivas. Allí, en lo que hoy es México, vivieron una gran cantidad de tribus -Kiowa, Comanche, Shawnee, Kickapoo, Osage, Quapaw, Seminola, Sheyene, Ponca y muchas más, y por cierto otras más conocidas como las olmecas, toltecas, mayas o aztecas- y se desarrollaron decenas de culturas. En general, en todas ellas se utilizaron productos vegetales capaces de producir algún estado de alteración de la conciencia.
De aquellas sustancias, las más difundidas en la actualidad corresponden a dos estimulantes que en algún momento tuvieron un carácter sagrado; pero que hoy se han tornado profanas y circulan como simples mercancías.
El chocolate, originario de México central es una de estas sustancias. A la llegada de los españoles, según cuentan cronistas de la época, lo traían de las tierras bajas de Veracruz, y con él se preparaba una espumosa bebida, que incluía miel y especies aromáticas y que sólo los nobles podían consumir. “Se le conocía como “corazón sangre” y era un alimento asociado a la felicidad. Su bebida embriagaba a los señores, a los protegidos por Quetzalcóatl y Xiuhtecuhtli, a los destinados a gobernar. Su poder era visionario…”([19]).
El tabaco, hoy de difusión universal y también de origen americano es la segunda sustancia. “Desde el valle del Mississippi hasta Tierra del Fuego toda América bebía, comía o fumaba esta hierba, la más sagrada del continente”([20]). En la actualidad se ha acentuado su condición de droga perniciosa, luego de siglos de ser mayoritariamente  considerado un inofensivo elemento de placer, de uso preferentemente masculino y símbolo de elegancia cuando se consumía bajo ciertas condiciones (boquillas, pipas, cachimbas, etc.).
Entre los múltiples productos psicoactivos consumidos en esa zona, a veces resulta difícil distinguir cuál es uno y cuál el otro. Favorecen esta situación los problemas de idiomas, los nombres diferentes que para un mismo producto se utilizan según las zonas y las condiciones de secreto con que luego de la conquista española se solían preparar e ingerir esas sustancias. Ejemplo claro de esto es el uso de la palabra mezcal, que está lleno de confusiones. En la antigua literatura se utiliza frecuentemente para denominar al peyote; en la actualidad es la denominación de una bebida alcohólica, pero “el verdadero mezcal es el Agave spp”([21]), sin perjuicio que por sus propiedades embriagantes, se describa a otras dos plantas como “frijol de mezcal” (Sophora secundiflora) y “botón de mezcal” (Lophophora williamsii) ([22]).
Numerosas tribus mexicanas consumieron -y consumen-, diversos hongos alucinógenos, siendo el producto llamado “teonanacatl” o “carne de los dioses”, el más conocido en la cultura occidental([23]).
Descrito el uso de estas plantas desde la llegada de Cortés por algunos cronistas de la época, el teonanacatl fue desapareciendo de la práctica y de la literatura, quizás por los efectos represivos que su consumo -asociado directamente a ritos religiosos paganos- suscitaba. W.E. Safford, conocido etnobotánico norteamericano, planteó incluso la idea de que los hongos alucinógenos jamás habían existido. En 1915 postuló que por problemas de idiomas, los españoles habían confundido estos hongos con el peyote o que simplemente los indios los habían engañado ([24]).
En 1938, R. E. Schultes, acompañado de P. Reko en la fase preliminar, recolecta los primeros hongos que él mismo logra identificar ([25]). Con posterioridad, Albert Hofmann, famoso químico suizo que ya había elaborado dietilamida de ácido lisérgico (L.S.D.25), aisló, identificó y sintetizó los constituyentes psicoactivos -alcaloides psilocibina y psilocina- en ejemplares cultivados de Psilocybe mexicana.
En 1957 R. Gordon Wasson, en la revista Life, da a conocer al mundo profano la existencia de estos hongos mágicos.
En la actualidad se encuentra plenamente confirmado que en México se emplearon y se emplean varias decenas de hongos con características alucinógenas. A la luz de estos descubrimientos, hoy resultan más fáciles de explicar diversos dibujos indígenas que muestran a alguno de ellos en posición contemplativa frente a un hongo.
Más conocido aún que los hongos es el caso del peyote. Con dificultades en un principio para su identificación, hoy no cabe duda que se trata de la Lophophora williamsi, un cactus sumamente particular, pequeño, sin espinas y con forma de zanahoria, que crece desde el valle del Río Grande al sur.
Este cactus es generoso en la presencia de alcaloides y en su estado adulto contiene al menos nueve([26]). Estos pueden ser clasificados en dos grandes clases, según el tipo de acción fisiológica que poseen, aquellos que acrecientan la irritabilidad refleja, al estilo de la estricnina y los que poseen una acción sedante-somnífera, de tipo morfina([27]).
En América del Sur es conocida la tradición de consumo de hojas de coca en una amplia zona de la cordillera de Los Andes. A la llegada de los españoles, esta tradición de cultivo y uso de la coca tendría ya unos 6.500 años, si hemos de creer lo que señala el Gobierno Peruano ([28]).
Como se ha dicho, las sustancias psicoactivas han sido usadas en nuestro continente por las más variadas culturas, así las encontramos consumidas por pequeñas tribus de la cuenca del Amazonas en América del Sur, por pueblos cazadores del oeste norteamericano, por habitantes de los imperios Maya, Azteca o Inca, por chamanes mapuches, en definitiva, por todos o casi todos los pueblos originarios de estas tierras.  En torno a esta situación es necesario sí un par de reflexiones.
En primer lugar, el consumo aparece como resultado de un largo y cuidadoso proceso de observación y experimentación, que ha permitido a los antiguos habitantes reconocer aquellas plantas capaces de producir los efectos deseados y precisar los procedimientos más adecuados relativos tanto a la obtención de las sustancias psicoactivas, como al modo de introducirlas al organismo.
En segundo lugar, la existencia de miles de objetos y dibujos relativos al consumo, en cientos de sitios arqueológicos diferentes, dan cuenta de que la ingestión de este tipo de sustancias no constituyó un hecho aislado ni esporádico, sino más bien una práctica relativamente frecuente.
Aquí es necesario destacar que la visión occidental que tenemos del consumo de productos alucinógenos poco o nada expresa acerca de lo que los aborígenes veían en esta actividad. Para ellos, su consumo proporcionaba “sentido a los sentidos, fuerza a los sentimientos y sabiduría al intelecto”([29]).
En síntesis, como dice Fericgla, si “el consumo de enteógenos es una práctica cuasi universal del ser humano, en especial entre los pueblos ágrafos”([30]), el consumo de drogas en un sentido aún más amplio, incluyendo estimulantes y depresores, es definitivamente universal, geográfica y cronológicamente. Más aún, en los pueblos habitantes de nuestra América precolombina, el consumo de drogas constituiría un elemento central al momento de comprender los métodos de subsistencia, las relaciones ayuda y curación, la memoria colectiva y los sistemas de toma de decisiones, rol que con alguna variación se mantendría hasta la actualidad en la población indígena y mestiza americana([31]).
Y no obstante lo anterior, es decir la antigüedad del consumo y la diversidad cultural en donde se daba, no existía el “problema” de la droga. ¿Qué hace hoy que el fenómeno sea diferente?
El advenimiento de un nuevo orden económico y político vino a cambiar radicalmente la situación. En los sistemas económicos no capitalistas, la droga se utiliza asociada siempre a ceremonias o rituales, con funciones medicinales, religiosas, mágicas, afrodisíacas, aún orgiásticas o bélicas. Pero siempre se trata de una sustancia mágica, que otorga conocimiento, fuerza, valor, espiritualidad y que nunca es considerada como producto transable con miras al enriquecimiento. Con posterioridad, la situación varía, transformándose la droga en una mercadería que se utiliza para facilitar la explotación del trabajo, pero sobre todo, para reportar ingentes utilidades, finalidad esta última que constituye el leiv motif del actual tráfico de drogas.
Como hemos señalado, a la llegada de los españoles a América del Sur, los efectos del consumo de hoja de coca eran conocidos entre la población indígena desde hacía miles de años. No existe acuerdo en los autores respecto de su difusión. Para unos, contrario a lo que se cree, era limitada y estrictamente controlada por el soberano, utilizándose en fiestas religiosas y en algunos trabajos pesados. El derecho a mascarla sería concedido por el Inca a quienes desarrollaban ciertas actividades, entre las que es posible reconocer sacerdotes, doctores, guerreros, mensajeros y quienes mantenían las cuentas del imperio.
Para otros, en cambio, ello no concuerda con los datos históricos ni con la información arqueológica, que mostraría una más que milenaria popularidad. “En orden de importancia por la cantidad de consumidores declarados, la segunda gran droga descubierta en América es la hoja de coca” ([32]) dice Escohotado. Y concordante con esto Bustos  indica que “Hoy resulta indudable que a la llegada de los españoles a América, el consumo de la hoja de coca estaba extendido por toda la ruta andina, llegando hasta Centro América y aún extendiéndose al Caribe ([33]).
Cualquiera sea  la realidad, lo cierto es que el consumo de coca se insertaba armónicamente en la cosmovisión del indígena, sin constituir problema alguno para su sistema social.
Los españoles por su parte, mediante prohibición eclesial, que estuvo vigente entre 1551 y 1567, intentaron eliminar su consumo, logrando reducirlo, pero muy pronto alzaron dicha prohibición. “Los motivos eran meramente colonialistas, pues sólo lo hicieron tan pronto comprobaron que los nativos no podían ser sometidos a largas jornadas de trabajo en las minas, como sí sucedía cuando mascaban la coca” ([34]). Asumido esto, el siguiente paso es entregar aún mayores utilidades al sistema. “De este modo, si en 1569 un Real Decreto de Felipe II atribuía sus efectos “a la voluntad del maligno”, en 1573 una Ordenanza del virrey Francisco de Toledo legaliza oficialmente el cultivo y determina que el 10 por 100 del valor de las compraventas con esta sustancia corresponderá al clero; a partir de entonces este diezmo constituirá la fuente singular de ingreso más importante para los obispos y canónigos de Lima y Cuzco”([35]).
Sobre el particular, Galeano escribe “Los españoles estimularon agudamente el consumo de coca. Era un espléndido negocio. En el siglo XVI se gastaba tanto en Potosí en ropa europea para los opresores como en coca para los oprimidos. Cuatrocientos mercaderes españoles vivían, en el Cuzco, del tráfico de coca; en las minas de plata de Potosí entraban anualmente cien mil cestos con un millón de kilos de hojas de coca. La iglesia extraía impuestos a la droga. El Inca Garcilaso de la Vega nos dice en sus “comentarios reales” que la mayor parte de la renta del obispo y de los canónigos y demás ministros de la iglesia del Cuzco provenía de los diezmos sobre la coca y que el transporte y la venta de este producto enriquecían a muchos españoles. Con las escasas monedas que obtenían a cambio de su trabajo, los indios compraban hojas de coca en lugar de comida; masticándolas podían soportar mejor, al precio de abreviar la propia vida, las mortales tareas impuestas”([36]).

Epílogo
Del trabajo expuesto es posible establecer algunas conclusiones muy básicas:
·         El consumo de drogas en el mundo y particularmente en nuestra América es varias veces milenarios.
·         El “problema de la droga” es un fenómeno históricamente muy reciente.
·         La represión masiva, a cuya formación parece haber contribuido de manera decisiva una errónea política de guerra, que en nuestro país se sigue aplicando, no ha resultado efectiva.
Han pasado casi 500 años desde que en nuestra América, al menos “una” droga se transformara en mercadería y alterara definitivamente las relaciones entre el hombre y esas sustancias. Hoy día nuestros pueblos, consumidos por el abuso del alcohol, la pasta base o alguna otra droga, perseguidos y estigmatizados por su participación en el circuito internacional de estas sustancias, son víctimas una y otra y vez de un modelo económico y social excluyente, que parece no otorgarles salida. Cuando la experiencia y las ciencias sociales retoman el valor de la historia no sólo para interpretar el presente, sino también para modificarlo parece más aplicable que nunca la sugerencia del profesor de antropología de la Hawaii Pacific University, cuando señala “hay que conceder mayor prioridad al reconocimiento de los recursos de cada cultura para abordar los cambios… “([1]).
El retorno a nuestras raíces, a nuestra historia larga, a aquella varias veces milenaria, puede ayudarnos a comprender mejor nuestra actual realidad, y a buscar instancias imaginativas, creadoras y conforme a nuestros propios intereses. En el ámbito de las relaciones hombre-droga, la tarea aún está pendiente.
Santiago, octubre de 2001.
Publicado en Revista Electrónica de Ciencia Penal y Criminología,
Universidad de Granada
año 2002,
Disponible http://criminet.ugr.es/recpc/recpc_04-r3.pdf


[1] CORNEJO, LUIS; GALLARDO, FRANCISCO; MEGE, PEDRO “La carne de los dioses: Psicoactivos en América”, en Revista Universitaria N. 33, segunda entrega, 1991, pág. 33.
[2] FURST, PETER T. “Alucinógenos y cultura”, Fondo de Cultura Económica, 2° reimpresión 1994, pág. 15.
[3] FURST, PETER T., op. cit. pág. 15 y 16.
[4] FERICGLA, JOSEP M. “El Chamanismo como sistema adaptante, http://www.imaginaria.org/chaman.htm, 15.03.2001,
[5] FERICGLA, JOSEP M. op. cit
[6] FERICGLA, JOSEP M. op. cit
[7] FERICGLA, JOSEP M. “El peso central de los enteógenos en la dinámica cultural”, enhttp://www.colciencias.gov.co/seiaal/congreso/Ponen1/FERICGLA.htm
[8] FERICGLA, JOSEP M. “El peyote y la  ayahuasca en las nuevas religiones mistéricas americanas”, enhttp://home.abaconet.com.ar/abraxas/fericgla2.htm
[9] CORNEJO, LUIS; GALLARDO, FRANCISCO; MEGE, PEDRO “La carne de los dioses: Psicoactivos en América”, en Revista Universitaria N. 33, segunda entrega, 1991, pág. 34.
[10] (Un orígen sólo aparentemente animal se encuentra en ciertas prácticas descritas de pueblos siberianos y de Kamtchaka. De esta última zona, Lotina Benguria narra el relato hecho por un miembro de su expedición, que recuerda una experiencia vivida en 1900. Para celebrar la realización de un formidable negocio entre un pescador y un cazador de renos se consumió Amanita muscaria, un conocido hongo psicoactivo. Y añade “Pero como la toxina productora de todas aquellas alucinaciones se elimina por la orina y, por otra parte, la Amanita muscaria se da tan poco por aquellas latitudes que únicamente se usa en las grandes ocasiones, el pastor y el pescador para poder continuar sin más gastos aquella formidable orgía, bebían su propia orina en vasos especialmente preparados para aquel uso, prolongando así la sucesión de bailes y alucinaciones hasta la tarde del día siguiente”. (LOTINA BENGURIA, R., “Les Champignos dans la nature”, en “Hongos Alucinógenos de Europa y América del Norte”, OTT, JONATHAN; BIGWOOD, JEREMY Y BELMONTE, DOLORES, en “Tenanácatl. Extractos de la Segunda Conferencia Internacional sobre Hongos Alucinógenos celebrada cerca de Port Towsend, Washington. 27 -30 de octubre de 1977”, editorial Swan, Madrid, 1985, pág. 92)
[11] Al respecto, Jonathan Ott señala: “El término “enteógeno” fue propuesto por los filósofos Carl A.P. Ruck y Danny Staples, por el pionero en el estudio de los enteógenos, R. Gordon Wasson, por el etnobotánico Jeremy Bigwood y por mí mismo. El neologismo deriva de una antigua palabra griega que significa “dios generado dentro”, término que usaron para describir estados de inspiración poética o profética y para describir un estado enteogénico inducido por plantas sagradas”, OTT, JONATHAN “Pharmacotheon. Drogas enteógenas, sus fuentes vegetales y su historia”, ed. Los libros de la liebre de marzo, 1ª edición, Barcelona,  abril de 1996, pág. 19.
[12] Idem, pág. 161.
[13] CORNEJO, LUIS; GALLARDO, FRANCISCO; MEGE, PEDRO op. cit., pág. 33.
[14] Sobre la composición  “química de los rapés de la Anadenanthera”  y en particular el clorhidrato de N, N-dimetiltriptamina (DMT), véase el capítulo tercero de  OTT, JONATHAN “Pharmacotheon. Drogas enteógenas, sus fuentes vegetales y su historia”, ya citado, págs. 159 y siguientes.
[15] CORNEJO B. LUIS E. “San Pedro de Atacama. Demasiado Mundo Terrenal (DMT)”, en “Mundo Precolombino. Revista del Museo Chileno de Arte Precolombino Nº 1, año 1994”, pág. 19. Nótese la expresa referencia en el título al clorhidrato de N, N-dimetiltriptamina (DMT),  presente en la Anadenanthera peregrina.
[16] Idem, pág. 20
[17] DE ROSALES, DIEGO “Historia General del Reino de Chile, Flandes Indiano”, pág. 222
[18] DE ROSALES, DIEGO, op. cit pág. 222
[19] VILCHES, FLORA, “Chocolate corazón”, en “Mundo Precolombino. Revista del Museo Chileno de Arte Precolombino Nº 1, año 1994”, pág. 27.
[20] ESCOHOTADO, ANTONIO, “Historia de las Drogas”, Alianza Editorial, séptima edición, Madrid 1998, tomo Y, pág. 349.
[21] LA BARRE, WESTON “El culto del peyote”, Premia, editores, México 1987, pág. 95
[22] Idem, pág. 95
[23] CORNEJO, LUIS; GALLARDO, FRANCISCO; MEGE, PEDRO op. cit. pág. 33.
[24] OTT, JONATHAN, “Exordium. Breve historia de los hongos alucinógenos”, en “Tenanácatl. Extractos de la Segunda Conferencia Internacional sobre Hongos Alucinógenos celebrada cerca de Port Towsend, Washington. 27 -30 de octubre de 1977”, editorial Swan, Madrid, 1985, pág. 22
[25] OTT, JONATHAN, “Exordium. Breve historia de los hongos alucinógenos”, en “Tenanácatl. Extractos de la Segunda Conferencia Internacional sobre Hongos Alucinógenos celebrada cerca de Port Towsend, Washington. 27 -30 de octubre de 1977”, editorial Swan, Madrid, 1985, pág. 48.
[26] LA BARRE, WESTON, op. cit.  pág. 125.
[27] LA BARRE, WESTON, op. cit., pág. 125.
[28] GOBERNO PERUANO. “Plan Nacional de Prevención y Control de Drogas 1994-2000”, separata El Peruano, Lima, lunes 3 de octubre de 1994, pág. 119.407.
[29] CORNEJO et at., pág. 35.
[30] FERICGLA, JOSEP M. “El peso central de los enteógenos en la dinámica cultural”, en http://www.colciencias.gov.co/seiaal/congreso/Ponen1/FERICGLA.htm
[31] FERICGLA, JOSEP M. “El peso central de los enteógenos en la dinámica cultural” ya citado.
[32] ESCOHOTADO, ANTONIO, op. cit. pág. 351.
[33] BUSTOS RAMIREZ, “Coca, cocaína. Política criminal de la droga”, Editorial Jurídica Cono Sur Ltda. Santiago, 1995, págs. 11 y 12.
[34] CASTILLO, FABIO “La Coca Nostra”, Editorial Documentos Periodísticos, 1ª edición, Bogotá, enero de 1991 pág. 33
[35] ESCOHOTADO, ANTONIO, op. cit. pág. 352.
[36] GALEANO, EDUARDO  “La Venas Abiertas de América Latina”, siglo XXI editores, cuadragésima edición, Madrid, enero de 1985 (6ª. de España), pág. 72 y 73.
[37]   BOROFSKY, ROBERT “Omnipresencia de la cultura”, artículo del Primer Informe Mundial sobre la Cultura, elaborado por UNESCO en http://www.crim.unam.mx/cultura/informe/defaut.htm 16.08.2001.


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