Con al menos 102 días de atraso,
el Presidente Piñera ha debido cambiar a su amigo Jaime Mañalich, quien en
calidad de ministro “estrella” en salud, es responsable directo de la peor
tragedia sanitaria que ha vivido nuestro país en más de un siglo.
Con una soberbia que ya
conocíamos de su paso anterior por el Ministerio de Salud, desde un comienzo
Mañalich se puso a disposición de los objetivos políticos y económicos de
Piñera, intentando capitalizar el enfrentamiento de la pandemia y recuperar, al
menos en parte, la deteriorada situación política en que se encontraba el
Presidente luego del estallido social. Sin importar la experiencia de otras
latitudes, que ya llevaban meses enfrentando su propia pandemia, ni las voces
de expertos nacionales, Mañalich y su equipo diseñaron una estrategia que no
escuchó consejo alguno, que se aisló de la ciudadanía y buscó siempre y por
sobre todo potenciar la imagen del gobierno y sus aliados, para lo cual por lo demás
contó entre otras cosas con una televisión obsecuente a niveles vergonzosos. Esta
estrategia, que en lo sanitario se fue mostrando cada vez más ineficaz, debió
por ello modificarse una y otra vez, sustentándose en una mentira tras otra, y
manifestándose, hasta el último momento, en un absoluto desprecio por la salud y
la vida de las personas.
Sabido es que la dirección de una
política pública -de salud o de otra naturaleza- que busca llegar a todos los
habitantes de la república y motivarlos hacia la realización de determinas
conductas, -quedarse en casa, usar mascarilla, mantener la distancia social, etc.-
requiere no solo de calidad técnica, sino además de un liderazgo responsable, y
por sobre todo creíble. Nada de eso hubo, ni políticas acertadas, ni liderazgo
creíble. Todo se transformó en un estruendoso fracaso, que tardíamente el
propio Mañalich reconoció al señalar que su proyecto se había derrumbado como
castillo de naipes.
Hoy, luego de soberbia, errores y
mentiras, sólo nos queda el horror. El horror por más de 167.000, contagiados, cifra
que crece con más 5.000 nuevos casos cada día y que significa más de 5.000
muertos y el triste récord de estar entre los países que lideran los niveles de
contagio y de muertes por millón de habitantes en el mundo.
El cambio de ministro era una
indudable necesidad. A Mañalich sus mentiras le habían explotado en la cara una
y otra vez, - la última referida al número de muertos-, carecía de la más mínima
credibilidad y ya no podía seguir dirigiendo una “batalla” que a todas luces
había perdido.
Pero el cambio de ministro, por
si sólo, no es garantía de nada. Se requieren cambios profundos, modificar una
estrategia probadamente fracasada, tanto en lo técnico como en lo político. Es
necesario diseñar nuevas medidas de salud, pero también económicas, que en
definitiva permitan que la gente se quede en sus casas, sin arriesgarse a pasar
hambre. Se necesita recuperar la confianza de las personas, hacer verosímil el
discurso, y para todo ello, es imprescindible escuchar lo que dice los
expertos, compartir decisiones, recurrir a la comunidad. Conocida la trayectoria
del nuevo ministro, no tenemos garantías de que eso vaya ha ocurrir. En las
últimas semanas ha mostrado más condescendencia hacia el gobierno que hacia la
comunidad, así y todo, podemos mantener el beneficio de la duda. Tiene la oportunidad,
y por el bien del país sería bueno que la tomara.
Pero el horror ha sido demasiado
y debe tener su costo. No es posible que los responsables de miles de contagios
y de muertes, del sufrimiento de cientos de miles de personas, que se pudieron
haber evitado, o al menos sobrellevado de manera más digna, queden en la
impunidad. Mañalich debe asumir sus responsabilidades políticas y legales. Pero
no podemos olvidar que el responsable de nombrarlo Ministro de Salud, y por
sobre todo de mantenerlo todo este tiempo, y en definitiva de aprobar la soberbia,
los errores, las mentiras, y horrores que hoy tenemos, es Piñera y también debe
pagar política y legalmente por ello.
Villa Alegre 13 de
junio de 2020
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