Fernando García Díaz
Aceptado el modelo
tridimensional del ADN, la actividad científica estuvo dirigida en los años
siguientes a verificar lo planteado por Watson y Crick y profundizar el
conocimiento de dicha estructura.
La fotografía de
rayos X, que tanta utilidad había prestado para los primeros avances, pronto
mostró sus limitaciones, en cuanto a las posibilidades de contribuir a penetrar
el interior de la molécula. Los diversos métodos empleados no logran grandes
avances, a tal punto que a mediados de los años 60, para algunos el proceso de
conocimiento se había desacelerado sustancialmente, entrando en una especie de
estancamiento.
Hacia fines de 1960 y principios de los años 70 la situación había
cambiado radicalmente. Los bioquímicos lograron aislar y utilizar de manera
dirigida algunas enzimas, generando nuevas metodologías de trabajo. Se
trata de las enzimas de restricción, proteínas capaces de identificar
determinadas secuencias de nucleótidos, que cortan el ADN siempre en esos
puntos En su origen, son útiles herramientas de defensa de las bacterias, que
les permiten destruir ADN invasores, como los provenientes de virus por
ejemplo.
Cortado el ADN en lugares precisos y determinados por las enzimas de
restricción, el trabajo de otra enzima, la “ADN ligasa”, soldará los extremos.
Si en el intertanto agregamos un trozo de ADN proveniente de otro organismo, y
luego multiplicamos ese nuevo genoma, hemos producido “ADN recombinante”. De
este modo, mediante un proceso de “corte, pegado y copiado”([1]), estamos ya en plena actividad de manipulación
genética. A partir de este momento el ADN se
puede cortar y pegar, es decir, alterarlo de manera dirigida. El hombre ha
“tocado” el ADN, como en los años 30 del siglo pasado lo hizo con el átomo.
El desarrollo de
estas tecnologías de manipulación genética permitió un acelerado proceso, que
en sus manifestaciones más claras posibilitó el análisis detallado de zonas
específicas. Los exámenes de ADN se empezaron a hacer más sencillos, más
baratos, y con todo ello, a un alcance mucho más cercano.
Los primeros exámenes
de esta naturaleza tienden a crear conocimientos de carácter general, pero muy
pronto empiezan a dirigirse a personas individuales, que por alguna razón
especial son examinados.
En la actualidad
son múltiples las razones que justifican exámenes de ADN. El objetivo de dichos
exámenes puede ser también muy variado. Por ejemplo, ya son miles las
enfermedades asociadas directamente a determinados genes([2]), y gracias a ello es
posible diagnosticar su presencia incluso antes de que efectivamente los síntomas
se manifiesten. Este tipo de medicina “predictiva” pareciera ser una de las
áreas con más futuro en el ámbito de la salud.
En la misma medida
en que los exámenes se pusieron al alcance de un mayor número de científicos, y
a un costo menor, se empezaron a desarrollar estudios sobre ADN no humano,
dirigido al conocimiento de esos organismos. Bacterias como la Escherichia coli
u hongos como la levadura de la cerveza, Saccharoyces cerevisiae, ya habían sido estudiadas profusamente;
pero esos estudios estaban encaminados a servir de base a posteriores
investigaciones en humanos. En la actualidad hay cientos de investigaciones con
ADN que no se relacionan directamente con humanos([3]).
Desde la
perspectiva de las ciencias penales, la genética nos presenta grandes líneas de
convergencia con estas disciplinas. Algunas pueden estimarse como nuevos
problemas y otras como nuevas soluciones.
Así, un primer
aspecto dice relación con el sentido del derecho penal, y en particular con el
concepto de culpabilidad, en cuanto juicio de reproche. Si bien desde hace
décadas se ha cuestionado el fundamento mismo de esta disciplina, en cuanto
presume la libertad humana, -sólo es posible el juicio de reproche a quien
siendo libre optó por el delito- las clásicas argumentaciones desde la
criminología positivista no lograron afectarlo seriamente. Cualquiera fuera la
naturaleza del determinismo, pero especialmente si éste provenía desde el mundo
biológico, su impacto en el derecho penal fue limitado.
Hoy, la moderna genética molecular ha hecho resurgir, cual ave Fénix,
la temática del determinismo, tan cara a
la criminología, pero que también puede abordarse desde del Derecho Penal.
Ubicada en la discusión sobre el concepto mismo de acción finalista para
algunos, o en referencia a los fundamentos de la culpabilidad para otros,
preguntas como ¿Es el hombre verdaderamente libre? ¿Podemos emitir un juicio de
reproche por su conducta delictiva? siguen sin una solución definitiva.
Las ideas que buscan un componente
biológico en la conducta delictiva se remontan, en una perspectiva científica,
al siglo XIX, con frenólogos primero, luego con el lombrosianismo, y muy poco
más tarde, con teorías ya más directamente genéticas. Durante el siglo XX se
manifestaron de manera muy variada, en teorías vinculadas a la estructura
corporal, alteraciones hormonales, alteraciones neurológicas, y por cierto
elementos genéticos.
Hoy, desde la genética, surgen voces que, al menos frente a
determinados delitos, emiten respuestas claramente deterministas. Otros,
plantean cuestiones a nivel de imputabilidad. Es decir, si bien no se
cuestionan definitivamente la libertad como fundamento abstracto, si lo hacen a
nivel concreto de ciertas realidades.
Otra línea
relevante se relaciona con la generación de tipos penales vinculados al manejo
de la información genética y al control de la manipulación del ADN, que en su
expresión más concreta se transforman en los llamados “delitos relativos a la
manipulación genética”, que contemplan los artículos 159 a 162 del Código Penal
español.
Pero si bien todos estos son temas importantes, para el análisis de
las relaciones entre genética y ciencias penales, por el momento, el que se
refiere a los exámenes de identificación genética es el que presenta hoy la
mayor preocupación.
La necesidad de
identificar claramente a una persona, o de ésta de saber verdaderamente de
quien desciende se deja sentir desde muy antiguo y por distintas razones. Por
ejemplo, Edipo, consultando al Oráculo de Delfos por el nombre de sus
verdaderos padres, antes de huir de Corinto, e insistiendo en la misma pregunta
años después, cuando ya ha dado muerte a Layo, su padre y se ha casado con
Yocasta, su madre, son imágenes más que milenarias, que dan cuenta no sólo de
la lucha contra el destino, sino también de la importancia de alcanzar ese
conocimiento que el propio destino le tenía vedado.
Desde la investigación criminal, las razones han
estado casi siempre dirigidas a establecer la presencia de una persona en un
determinado lugar, o ante un determinado hecho, como ocurrió en el caso del
Tila, o a determinar la identidad de las víctimas, como pasó en Alto Hospicio.
Para lograrlo, se han utilizado diversas pruebas biológicas que permiten
asociar una persona con un determinado lugar o con un objeto especial. Así por
ejemplo, se ha utilizado pelo y espermatozoide, pero especialmente sangre.
El análisis de la sangre, o más precisamente, de ciertas proteínas
encontradas en ella, constituyó, durante varias décadas, uno de los mecanismos
más utilizados para identificar o descartar paternidad y también para
establecer asociaciones útiles en el trabajo criminalístico. El nombre de
“sistema sanguíneo” se suele utilizar de preferencia para referirse a aquellos
basados en los diferentes antígenos presentes en la sangre. El primero de ellos
y el más conocido fue el sistema ABO, descrito a comienzos del siglo XX por el
médico alemán Karl Landsteiner. Con posterioridad se han identificado varios
sistemas más, como el Rh, identificado en 1939, siendo ambos, el ABO y el Rh de gran importancia por su relación con
ciertas patologías, y las reacciones en los procesos de transfusiones.
Con diferencias cuantitativas, todos los sistemas
sanguíneos basados en antígenos presentan la misma dificultad, su poder de
exclusión es limitado, y su poder de identificación es más limitado aún. Por
ello, y como la identidad biológica radica verdaderamente en nuestro ADN, nada
mejor que recurrir a él para alcanzar los mejores métodos de identificación. Y
si bien, en el fondo son los genes los que aportan la diversidad en todas
nuestras características biológicas, incluyendo por cierto las proteínas que se
utilizan en los sistemas sanguíneos, va a bastar el análisis de determinadas
zonas del genoma con altos niveles de diferencia entre los seres humanos,
aunque no codifiquen proteínas.
Es en esta línea
de trabajo, en la búsqueda de la identificación humana, que surge el concepto
de huella genética.
[1]
ALDRIGE, SUSAN, op. cit. pág. 96
[2]
Y el número crece día a día, por lo que es seguro que en el momento en que esto
se lee, ya son más las enfermedades cuyos genes se han identificado
[3]
Por ejemplo, la resolución Nº 1.763, de 9 de agosto de 2000, publicada en el
Diario Oficial del 28 de agosto del mismo año, autoriza a la Lincoln University ,
de Nueva Zelanda, para que uno de sus investigadores pudiera “...colectar 40
ejemplares de piojos del género Austrogonoides, de las plumas de 30 pingüinos
de Humbold...”. Todo ello con el objetivo de “...estudiar la coevolución entre
los piojos y los pingüinos huéspedes, por medio de análisis del ADN de los
piojos”.
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