Fernando García Díaz
Extracto del libro (en preparación), "MuseoRobado. El robo de museos en Chile considerado como una de las bellas artes".
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A
veces he estado tentado por incluir piezas robadas fuera de Chile en mi museo.
Me encantaría dedicarle una sala entera, a “El Grito”, robado
el 12 de febrero de 1994 desde la
Galería Nacional de Oslo, o aún la versión de mayor tamaño robada diez años
después, el 22 de agosto del 2004, desde el Museo de Munch, también en Oslo. La sala en penumbras y la pintura, con iluminación
directa, sobre un muro rojo. Un verdadero grito, digo yo.
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Ordinario,
sería lo menos que te dirían otros.
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No
importa, es MI museo, y hago con él lo que quiero.
-
Tampoco
eso es tan real. Primero, porque tienes una responsabilidad social con él, y
eso lo sabes. Y segundo, porque tampoco es sólo tuyo, sino también en parte de
quienes te hemos ayudado a su implementación.
- Bueno… pero sigue siendo Mío. En todo caso no vale la
pena discutir eso. También me gustaría incorporar el “Muchacho del Chaleco
Rojo”, ese tremendo retrato de mirada melancólica y tonalidades primarias, que
estuvo con nosotros en la inolvidable exposición “De Cezanne a Miró”, en 1968. ¿Y
quién no querría tener en su museo a la Gioconda? Te leo… “El
22 de agosto de 1911 se denunció, en El Louvre, que la pieza más emblemática de
ese museo, La Gioconda, o Mona Liza, pintada por Leonardo da Vinci entre 1503 y
1519, había desaparecido. Durante 2 años
y 111 días, el paradero de dicha pintura fue un total y absoluto misterio. ¿Dónde
estaba? Probablemente a pocas cuadras de ahí, en el modesto hotel en que vivía
Vicenso Peruggia, el italiano que dos días antes que se detectara el robo la había
sustraído. En diciembre de 1913, Peruggia llevó la pintura a Florencia y la
trató de vender a un comerciante de antigüedades. Éste dio cuenta a las
autoridades y Peruggia fue detenido, y la pintura incautada”.
Hasta
ahí los hechos. Las explicaciones en torno al robo nunca fueron del todo
satisfactorias y surgió la leyenda, o mejor dicho “las” leyendas, porque a lo
menos hay dos.
Para
algunos, especialmente italianos, Vicenzo Peruggia es un patriota que no pudo
soportar que la principal obra del principal pintor renacentista italiano
permaneciera en un museo francés. Por ello, la robó para devolverla a su país
de origen, y si en algún momento trató de venderla fue sólo motivado por las
limitaciones económicas en que vivía. Pero en todo caso, sólo la ofreció a un
italiano, dentro de Italia.
La
otra leyenda viene desde Argentina. Según ésta, autor intelectual del robo del
retrato más famoso fue el argentino Eduardo Valfierno, que había llegado a
Europa, poco antes, acompañado de Ives Chaudron, un falsificador de pintura de
alta calidad. En París, Chaudron había recibido de Valfierno el encargo de
realizar 6 falsificaciones de la Mona Liza. Catorce meses habría demorado en
hacerlas. Mientras tanto, Valfierno convencía a Vicente Peruggia de la
posibilidad de robar la Gioconda, y a 6 millonarios que estaban dispuestos a
comprarla. Robada ésta, Valfierno nunca tomó contacto con Peruggia, pero sí logró
una fortuna, vendiendo las falsificaciones a 6 millonarios, cada uno de los
cuales creía comprar el original. Con esos dineros el argentino viajó a Estados
Unidos, en donde vivió hasta su muerte en 1931|. Como buena leyenda, resulta
imposible de confirmar, pues sólo poco antes de morir Valfierno habría contado
esta historia a su amigo y periodista Kare Becker, quien, con lujo de detalles
sólo podía revelarla después de su muerte.
El
domingo 4 de enero de 1914, la Mona Liza volvía a mostrar su enigmática sonrisa
desde una sala del famoso Louvre.
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