Fernando García Díaz
Abogado El robo de pinturas en el museo Kunsthal de Rotterdam, en el que se sustrajeron obras de artistas como Picasso, Matisse, Monet y Gauguin, así como el acaecido en nuestro país poco antes, constituyen un buen pretexto para abordar un tema al que le solemos dar muy poca importancia: el robo y pérdida de nuestro patrimonio cultural, y que en definitiva significa el sistemático empobrecimiento de nuestra historia y nuestra identidad.
Digamos de partida que los casos, cuando los hay, suele ser abordarlos por la prensa como un hecho aislado, que rápidamente se olvida, y en el mejor de los casos, sirve para agregar unas líneas al trabajo del periodista que deba cubrir otra noticia parecida en unos meses o años más.
Este tratamiento de la noticia no sólo es periodísticamente pobre, sino a menudo errado, en cuanto lejos de dar una visión acertada de la realidad, la deforma. Y es que el robo de bienes culturales no es un fenómeno aislado, escaso y anecdótico, sino por el contrario, frecuente, grave, y en algunos casos de una magnitud inimaginable. Ahora bien, siendo sinceros, debemos agregar que desde el derecho penal, o desde la criminología y la política criminal, tampoco existe mayor preocupación por el problema, o más claro aún, ni siquiera es “problema” (un “problema social” existe sólo cuando una determinada situación se hace socialmente intolerable, y requiere urgentemente una solución).
La destrucción y el saqueo de nuestro patrimonio cultural se viene dando, al menos de manera permanente y sistemática, desde la llegada del hombre europeo a nuestro continente, pudiendo identificarse al menos cuatro períodos en los que ésta destrucción y saqueo son más intensos. En lo esencial, el primero de ellos corresponde a los primeros años de la conquista del territorio por los europeos, el segundo a los primeros años en que se empieza a valorar una cultura ya desaparecida (fines del siglo XVIII los mayas, principios del XX los incas, etc.), el tercero al período de conquista por los propios americanos, (hipócritamente llamados “Conquista del desierto” o “Conquista del chaco argentino”, para referirse a la ocupación de territorios ocupados por diversas tribus en Argentina, “Pacificación de la Araucanía”, en Chile). El cuarto, el último, lo estamos viviendo.
El periodo actual, cuyo inicio podemos ubicar a mediados de los años 50 del siglo pasado, y caracteriza por una situación casi esquizofrénica, constituye uno de los más graves que hemos sufrido. Por un lado, la mayor valoración que jamás había conocido la humanidad, respecto de la mayor universalidad de bienes culturales conocida. Decenas de normas internacionales se refieren a la materia, centenares de normas nacionales regulan diferentes aspectos. Instituciones y funcionarios, públicos y privados, a través de todo el mundo, parecen velar porque el patrimonio cultural de las naciones y con mayor razón el de la humanidad, siga vivo y vigente. La UNESCO, desde su posición de privilegio como organismo de ONU ha jugado un rol determinante al respecto. Pero por otro, el mayor desprecio por la valoración meramente cultural de los bienes y su transformación en meras mercancías de inversión, que se valoran en función no de lo que representan o simbolizan, o de la calidad artística que poseen, sino simplemente de lo que está dispuesto a pagar por ellos el mercado. Ejemplos de de ello son, por un lado los permanentes robos de obras de arte (con los robados en Chile en los últimos años podrían iniciar un no despreciable museos), el saqueo de sitios arqueológicos y paleontológicos (recuérdese el caso del Pelargonis chilensis), motivados según todos los antecedentes por los altos precios que el mercado está dispuesto a pagar por ellos y por otro, la destrucción sistemática bienes culturales de naturaleza arquitectónica, sin importar su valor cultural, si una empresa constructora está dispuesta a pagar mucho dinero por el terreno, o la destrucción del patrimonio arqueológico, si un evento circense (en el peor sentido de circense) como el Rally Dakar decide realizarse en Chile.
Dentro de todas las conductas reprochables, la que presenta la mayor frecuencia a nivel de sistema criminal es precisamente el robo. En verdad, es el fenómeno delictivo que manifiesta las mayores cifras en las estadísticas del sistema penal y los mayores niveles de percepción por la ciudadanía dentro de las figuras señaladas. La pérdida económica que muchas veces significa, el impacto publicitario que provoca cuando el robo ocurre en algún museo importante, la presencia de acciones judiciales por parte de las víctimas, son algunas de las características que permiten que este tipo de delitos tenga una mayor cobertura en la prensa y una mayor recepción en el imaginario colectivo. Pero ello no quiere decir, sin embargo, que tengamos un conocimiento acabado de esta realidad. Por el contrario, ella sigue siendo un verdadero misterio.
Digamos en primer lugar que no aparece reflejada en la documentación oficial de nuestro país. Y para ser justo, tampoco en los de otras latitudes. En verdad ni los organismos de seguridad, ni los ministerios de educación y/o cultura, ni las instituciones de estadísticas nacionales, ni las policías, ni las instituciones oficiales del mundo cultural, en América Latina, informan de manera permanente, oportuna y completa sobre ella. Cuantitativamente no sabemos casi nada. No hay (o al menos no hemos encontrado nunca) datos estadísticos, fidedignos y completos, aunque por cierto las cifras de la Brigada de
El problema por lo demás no es sólo nuestro, sino prácticamente de todo el planeta. Estadísticas nacionales medianamente serias sólo es posible encontrar en Canadá, USA, Italia, Francia, España
Sin perjuicio de lo anterior, en la actualidad existen organismos que aspiran a llevar un registro mundial de objetos robados. El primer organismo que se planteó un desafío de esta naturaleza fue la Organización Internacional de Policía Crimina, INTERPOL, que desde sus orígenes ha dedicado esfuerzos a combatir este delito. Uno de las principales organismos dedicados en la actualidad a mantener al día esta información es el Registro de Arte Perdido. Se trata de una organización creada con la participación de dos tipos de instituciones. Por un lado, algunas que participan dentro del intercambio de objetos artísticos, como las casas de remate Sotheby’s y Cristie y por otra las compañías de seguros, como el Lloyd de Londres y Nordsten. Esta institución, que en la actualidad tiene oficinas en Londres, Nueva York, Dusseldorf, Peth (Australia) y San Petersburgo (Rusia), se ha planteado tres objetivos centrales: impedir los robos, recuperar el arte robado y reducir el tráfico. En la actualidad “unos mil nuevos objetos se añaden cada mes” al Registro de Arte Perdido.
Siguiendo además lo que parece ser la tónica del mundo subdesarrollado, los objetos robados en nuestro continente tampoco aparecen difundidos en la documentación de INTERPOL. Y si no tenemos siquiera estadísticas de robos cuyas denuncias se efectuaron a las policías o ingresaron al sistema penal, por supuesto debemos agregar los casos de cifras negra, esto es, aquellos que nunca fueron conocidos siquiera por el sistema penal.
Categorías de robos contra el patrimonio cultural
Los robos de bienes culturales pueden clasificarse de diferentes maneras, atendiendo a diferentes criterios. Una descripción de ellos nos permite una aproximación más precisa a la realidad del fenómeno y desde esa perspectiva, también a los mecanismos de enfrentamiento.
1.- Según el tipo de motivaciones existentes en los autores:
Un primer criterio de clasificación puede ser el de las motivaciones subjetivas que sus autores parecen tener para realizar dichas conductas. Y es que, mientras resulten posibles de identificar, siempre las motivaciones de una determinada conducta humana ilustran sobre ella.
Económicas
Al igual como ocurre con los robos de cualquier tipo de objetos, el interés económico constituye lejos la regla general. El delincuente que roba bienes culturales lo hace casi siempre motivado por el deseo de obtener dinero a cambio del bien sustraído. Ahora bien, dado que el bien cultural en sí no significa dinero, la manera de esperar obtener ese dinero puede variar.
Como resulta obvio, una manera de alcanzar los objetivos de lucro es exigiendo el pago de una cantidad de dinero por la devolución de la obra. Se trata por cierto de una situación excepcional, que adquiere mayores posibilidades con piezas que no sólo tienen un alto valor cultural, sino también un fuerte contenido simbólico, ya para la institución que la tenía, o aún para la población, que ve en ella un poderoso elemento identificatorio.
Solicitado el rescate, lo normal será que los delincuentes presionen para obtener su pago, amenazando con la desaparición del bien robado (nunca más sabrán de él) o peor aún, con su destrucción.
La demanda de un rescate, por regla general, da cuenta de un grupo delictivo con una capacidad de organización superior a la media.
Una de las diferencias más significativas entre el robo de bienes culturales y el robo de joyas o de artículos electrónicos, tan comunes en nuestro país, radica en la imposibilidad de camuflar las especies robadas. Las joyas pueden ser alteradas, el oro fundido y las piedras desmontadas; los artículos electrónicos, por su producción en serie, se mimetizan con los adquiridos legítimamente. Los bienes culturales deben permanecer más o menos inalterables para que no pierdan su valor. Por ello, más que camuflar una obra de arte, los delincuentes escogen entonces una de las alternativas siguientes: venderlo lejos del lugar de sustracción (Begonias”, de J.F. González, robado desde un museo en La Serena, fue vendido en Concepción, “Un vencido” escultura de Rebeca Matte, robada desde el Museo de Linares, fue vendida en Valparaíso y “Tres Puertas”, de Claudio Bravo, robado desde un taller en Santiago fue vendido en Buenos Aires),conservarlo durante un largo tiempo, para comercializarlo después (“Rubén Antonio Cifuentes Inostroza, el Quito”, aún mantenía en su poder las pinturas robadas entre 1997 y 1998, cuando fue detenido en marzo del 2001), o aún despedazarlo y venderlo por partes, de modo que pierda en parte su identidad total (“Frutos de la tierra”, de Arturo Gordon, obra, de grandes dimensiones, (1.70 metros de ancho por 6.85 de largo) robada desde una de las salas de la Villa Cultural Huilquilemu, de la Universidad Católica del Maule, fue recuperada días más tarde pero cortada en seis pedazos)
Ideológicas
Los casos de robos motivados por razones ideológicas no son muchos. Se trata también de afectar piezas con un alto contenido simbólico, y la acción, precisamente por ello, persigue un objetivo que trasciende la temática cultural o económica. Mediante estos hechos, los autores privan al enemigo de un símbolo de su identidad cultural, recuperan una pieza que los identifica, o se adueñan de manera exclusiva de un elemento valioso compartido. En otros casos el objetivo perseguido es simplemente exhibir capacidad operativa y/o mostrar las debilidades del enemigo.
Ejemplos de robos con motivaciones ideológicas fueron frecuentes en el conflicto de los Balcanes. En América Latina destacan el robo espada de Bolívar (Colombia), el robo de la Bandera de los 33 orientales (Uruguay) y en Chile el robo bandera en que se juró la independencia, desde el Museo Histórico en Santiago, (Chile) y el robo en el Museo O’Higginiano de Talca.
Afán de protección.
Más como una justificación que como realidad, los autores de algunos delitos, una vez descubiertos, han planteado que los mueve el afán de proteger a la obra. Así ocurrió con R.I.S quien robara más de trescientos documentos de Archivo Nacional (entre ellos el llamado pasaporte de Carrera) y con L.O.F., quien robara la escultura “El dorso de Adela”, del Museo de Bellas Artes.
Simple goce estético:
Una última categoría de robos la encontramos en aquellos casos en que una pieza se roba –directamente o mediante el encargo de alguien- para ser contemplada privadamente por quien la adquiere. En verdad, este tipo de casos forma parte de la mitología que rodea estas actividades y se encuentran más en la literatura y el cine que en la realidad. Hay, sin embargo, uno que otro caso que pareciera puede encuadrarse aquí.
2.- Según la modalidad de comisión:
Otra categorización de robos que permite ayudar a su conocimiento, especialmente considerado para efectos de las medidas de protección a adoptar, dice relación con la modalidad de comisión.
Entre ellas podemos encontrar:
Con violencia o intimidación en las personas:
Jurídicamente se trata del verdadero delito de robo. Es aquel en que los autores ejercen algún tipo de violencia física en contra de las personas, produciendo lesiones o incluso la muerte de algunas, o al menos amenazando seriamente con la posibilidad de que ello ocurra. En estos casos a menudo se utilizan armas de fuego. En general en el mundo son raros, en nuestro país también. Quizás el más relevante de todos tuvo lugar el 9 de diciembre de 1990, en el Museo O’Higginiano y de Bellas Artes de Talca. En esa oportunidad, un grupo armado, presumiblemente de carácter político, sustrajo un ejemplar del Acta de la Independencia.
Con fuerza sobre los implementos de resguardo: La mayor cantidad de robos corresponde a este tipo. Mediante la ruptura de cerraduras, puertas, ventanas u otro mecanismo de protección, los individuos ingresan al lugar en donde se encuentran los bienes y proceden a su sustracción. Mediante un forado en la pared, dos valiosas pinturas, del artista nacional Benito Ramos Catalán, (1888 - 1961) fueron robadas en agosto del 2011, en el Club de Tenis Unión, en Viña del Mar. Rompiendo la vitrina que lo protegía, fue robado desde el Museo de la catedral un cáliz de oro confeccionado en el siglo XVIIII, y probablemente la pieza más valiosa que un orfebre chileno había confeccionado..
Mediante clandestinidad:
Esta práctica se emplea especialmente en lugares abiertos al público, que exhiben o poseen obras culturales de valor. Numerosos robos se producen mediante la sustracción de las obras en el momento en que los guardias de seguridad no están, o no están atentos. No es infrecuente que ello ocurra incluso durante el horario de exposición de las obras. En estos casos, el delincuente aprovecha el momento oportuno, saca la pieza cultural y sale del recinto sin que los encargados de la custodia se percaten de la sustracción. El huaso y la lavandera por ejemplo, fue robado así, un sábado, pasado el mediodía. “Felix Culpa”, pintura de Roberto Matta, fue cortada desde su bastidor, mientras estaba expuesta al público desde la galería de Arte de Tomás Andreu.
Dentro de esta categoría debemos incluir gran parte de aquellas sustracciones realizados por el personal de la institución que mantiene o custodia los documentos. Todo parece indicar que esta modalidad se manifiesta en su mayor crudeza en los robos de libros y documentos.
3.- Según el lugar que afectan
Una tercera categoría posible de desarrollar dice relación con los lugares de comisión. Como se ha señalado, los robos de bienes culturales tienen lugar allí donde existen bienes de carácter cultural. A diferencia de Europa, aquí no existen castillos que robar, pero si se dan todos los otros lugares.
Bibliotecas, Archivos y Museos
Generalmente los casos que más trasciende a la opinión pública son los robos ocurridos en los museos. Tres son las características que permiten explicarlo. En primer lugar, muchos de ellos son públicos, lo que hace que los bienes robados se sientan como pertenecientes a todos los habitantes, y en aquellos casos en que los Museos son privados, de todas maneras existe conciencia de que prestan un “servicio” público y por ello se les asimilar fácilmente a los anteriores. Por otro lado, tratándose de obras expuestas, suelen ser ellas conocidas por un mayor número de personas, lo que también ayuda a generar una sensación de victimización colectiva. Por última, suelen estar en los Museos las obras más importantes, más significativas para un grupo humano, a menudo la población de un país. Estas mismas circunstancias llevan a que con mucha frecuencia estén precisamente en los museos las obras también más caras. Esto último presenta un doble efecto. Por un lado permite titulares de prensa o de TV más llamativos, y por otro motiva más fuertemente al robo.
Así como el robo de iglesias a menudo representa un duro golpe al sentimiento religioso de sus fieles, el robo de un museo suele afectar a la sensibilidad laica de una nación, especialmente si con él desaparece, al menos del acceso público, uno de los símbolos importantes de su identidad.
Iglesias y recintos dedicados al culto
Desaparecido el temor al pecado de sacrilegio, las iglesias y los recintos religiosos resultan un atractivo lugar para este tipo de delitos. Dos características parecen explicarlo en gran medida. A menudo reúnen en su interior bienes culturales de importante valor económico, que se encuentran en la total desprotección.
¡Ni el más elemental sistema de seguridad aparece protegiéndolos! En realidad, como dijo Hans Von Hentig, conocido criminólogo de la década de los años 40 del siglo pasado, “… el prototipo de lugar de comisión no protegido ha sidio desde antiguo la iglesia, que está abierta a todos”
Entre los múltiples casos, hay algunos que merecen ser destacados. Durante el años 2000 se produce una seguidilla de robos en la V región. Así por ejemplo, el 23 de junio, robo de la imagen religiosa “Nuestra Señora del Rosario y Niño Jesús”, en la Parroquia San Pablo, Placilla de Peñuelas, Valparaíso, el 15 de julio, robo de la imagen religiosa “San Juan”, de la Parroquia San Martín de Porres de Boco, en Quillota, el 4 de agosto, robo de una imagen de la “Virgen del Carmen”, en la capilla Nuestra Señora del Rosario, Tabolango, Con Con, el 3 de septiembre, robo de una imagen de “Nuestra Señora de la Merced”, capilla Nuestra Señora de la Merced, Quebrada Alvarado, Limache y el 13 del mismo mes, robo de la imagen religiosa “Virgen del Carmen” capilla Nuestra Señora del Carmen, Peñablanca, Villa Alemana. Se trata de piezas que presentan un mismo estilo, imaginería de carácter religioso, en madera policromada, con ropa de encajes y pelo natural, lo que hace sospechar que tras todos esos robos exista la misma persona, un coleccionista que está comprando esas piezas.
Lugares públicos
Otro espacio generalmente calificado también por la falta de vigilancia y protección lo constituyen aquellos lugares por donde el público puede circular libremente. Plazas, parques, paseos o aceras, son los principales de ellos.
En Chile, uno de los lugares públicos más saqueados lo constituye el cerro Santa Lucía, ubicado en el centro mismo de la ciudad, a pocos cientos de metros de su plaza de armas. Remodelado como paseo público, constituyó durante décadas el parque más hermoso del país. Fuentes y caídas de agua, y más trescientos adornos le dieron una belleza desconocida hasta entonces en nuestro país. Desde dicho Parque, entre otras cosas se perdió un caballo de tamaño natural, registrado en fotografías antiguas y del que nada se sabe. De unas 200 ánforas ornamentales que se le instalaron con motivo de la remodelación en el siglo XIX, hoy sólo quedan 17.
Vías de recuperación
Las vías por las que un objeto cultural robado puede ser recuperado son varias. Entre ellas podemos mencionar:
a) La acción policial que, junto con descubrir a los culpables del delito, recupera especies y las pone a disposición del tribunal, para que luego sean entregadas a sus tenedores legítimos. Por esta vía se ha recuperado la mayor cantidad de objetos robados. El caso más relevante de los últimos años se refiere a la recuperación de más de ….pinturas robadas en distintas oportunidades
b) Otra situación, que se produce en escasas oportunidades, se da cuando los propios autores del delito abandonan el objeto robado. Incluso a veces comunican el lugar donde se encuentra.
Tratándose de obras muy conocidas, las dificultades de comercializarlas y aún el riesgo de poseerlas parecen ser los motivos que han llevado a los autores a hacer abandono de ellas rápidamente, y en algunas oportunidades anunciar el lugar donde se encuentran, con el objeto de disminuir la presión que significa la búsqueda. Existen numerosos casos que dan cuenta de esta situación. Así por ejemplo, el “Huaso y la Lavandera”, de Rugendas, que días después que desapareciera fue encontrado en una dependencia del propio museo luego de que se recibiera un llamado telefónico que indicaba el lugar donde buscarlo. Similar situación se produjo con “El Combate de Punta Gruesa”, de Somerscales, que a horas de haber sido robado del Museo Naval fue abandonado en un terminal de buses, o con los bienes robados en la casa de Neruda en Isla Negra, que fueron entregados a un párroco. Algo parecido ocurrió con unas vinajeras de plata robadas al Museo Colonial de San Francisco.
Ejemplificador de esta situación resulta el caso del robo de una litografía de Siqueiros, en cuya recuperación participamos, devuelta más de una mes después del robo, y al día siguiente que se hiciera público el robo.
c) Una última alternativa incorpora la labor mancomunada de expertos del área cultural respectiva y la de la policía. El experto, familiarizado con la obra y con el medio, la ubica generalmente en un remate, da aviso a los organismos pertenecientes, y luego la policía se encarga de recuperarla. Dos ejemplos de esta situación nos ilustran cómo ella puede darse.
La investigadora de arte, Alicia Rojas, ubicó en una casa de remates, el cuadro “San Antonio de Padua y el Niño”, robado a un convento. Luego de comprobar la identidad de la obra, dio aviso a la Policía de Investigaciones, y en conjunto hicieron trámites para impedir el remate. En una semana estaba en poder de sus dueños.
En 1976 desde un taller ubicado en Santiago, se robaron un cuadro al óleo, de 1.5 metros de ancho por 2.0 metros de alto, que representa un estudio y que se denomina “Tres puertas”, del pintor chileno Claudio Bravo. El 31 de octubre de 1989 –esto es, 13 años después que se efectuara aquel robo- se informó que el cuadro robado sería rematado el 20 de noviembre por firma Sotheby’s de Nueva York. A través de O.C.N. INTERPOL Chile se obtuvo su posterior devolución.
Como lo hemos señalado, el robo de bienes culturales se inserta en un proceso más amplio de destrucción y saqueo de nuestro patrimo0nio cultural, en donde el daño, el saqueo de sitios arqueológicos y paleontológicos y el tráfico ilícito constituyen las otras conductas que lo acompañan.
Se hace imperioso abordar su estudio y su conocimiento, si queremos tener respuestas serias que permitan enfrentar el problema.
Santiago, 22 de octubre de 2012
[1] VON HENTIG, HANS “Estudios de Psicología Criminal, El Hurto”, Espasa Calpe, España 1969, pág. 42.
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