Hace
sólo unos días, el gobierno de Trump ha presentado una acusación penal contra el
presidente venezolano Nicolás Maduro y altos dirigentes de ese país. Los acusó
de liderar una red de narcotráfico e “…inundar los Estados Unidos con cocaína,
para socavar la salud y el bienestar de nuestra población”. Al más puro estilo
de los tiempos de la conquista del oeste, ofreció una recompensa de 15 millones,
esta vez por información que pueda llevar a su detención y arresto.
Por
cierto, se trata de un acto político -en verdad de un uso grotesco del sistema
judicial norteamericano que, una vez más, se pone al servicio del gobierno de
turno- luego que todos los intentos por derrocar al actual gobernante
venezolano y poner al títere que levantaron como “presidente encargado”, han
fracasado.
Pero
más allá de eso, pocas acusaciones pueden resultar menos creíbles que ésta. Desde
luego, vienen de un presidente narcisista, con un nivel intelectual y moral
limitadísimo, acostumbrado a mentir, convencido que el mundo gira en torno a
él, y por cierto, dispuesto a hacer lo que sea necesario para lograr su
voluntad. Pero más aún, el acusar de narcotraficantes a los enemigos es una
herramienta ideológica demasiado vieja, gastada ya, y utilizada por los
gobiernos norteamericanos desde los primeros tiempos de la guerra fría, allá
por los años 50. En aquella época y hasta la caída de los socialismos europeos,
se nos dijo reiteradamente que la Unión Soviética y China traficaban drogas a
los Estados Unidos para pervertir a la juventud. En algún momento también se le
atribuyó esto al gobierno cubano. Y claro, nunca hubo pruebas al respecto.
Por
lo demás, quien tenga un mínimo conocimiento del mundo que hay detrás del negocio
de drogas, sabe que Estados Unidos, desde hace décadas, es el principal
consumidor de sustancias estupefacientes del mundo, sin necesidad de la
intervención de rusos, chinos o cubanos, y menos de Maduro, que aparece recién
en el escenario político. Y sabe que es también uno de los mayores productores
de estupefacientes y psicotrópicos, especialmente marihuana y drogas sintéticas,
como anfetaminas y metanfetaminas.
Pero
aparte de estos datos duros, es necesario recordar que quienes han utilizado el
narcotráfico como un arma política, desde décadas, han sido precisamente
los gobiernos norteamericanos, cuyo resultado ideológico más
logrado, ha sido el atribuir
a los extranjeros la condición de narcotraficantes, y ellos reservarse la de
víctimas. Es más, como si los extranjeros fueran omnipotentes, nos
convencen que al interior de Estados Unidos el tráfico lo controla la mafia
italiana, la yacuza japonesa, las tríadas chinas, la mafiya rusa, los
carteles colombianos, mexicanos o nigerianos, las maras centroamericanas, pero
nunca los propios norteamericanos. (No es
casualidad que cualquier persona medianamente informada pueda recordar el
nombre del algún narcotraficante u organización criminal de origen
latina, pero sólo especialistas puedan nombrar alguna
norteamericana).
Pero
además,
instituciones del gobierno norteamericano,
como la CIA
y la
DEA ,
han hecho del narcotráfico
una de sus fuentes directas de financiamiento, cada vez que lo han querido,
para combatir a sus enemigos políticos y/o efectuar acciones
ilegales. Esto es, han traficado con cocaína en
América y heroína en Asia.
Existe
numerosa información, incluyendo del Congreso Norteamericano, que prueba que la
CIA dirigió campos de producción de heroína en Birmania en los años 50 y en
Afganistán en los 80, para financiar algunas acciones de la Guerra Fría.
Entre los casos más y mejor documentados, está el
financiamiento de la “Contra” nicaraguense, para intentar
derrocar al gobierno del Frente Sandinista, mediante la internación a Estados
Unidos, de toneladas de cocaína por la CIA,.
(¡Hasta Wikipedia ,
en su información sobre la CIA, tiene un apartado especial dedicado a la CIA y
sus implicaciones en el tráfico de drogas).
Estos
mismos organismos norteamericanos han colaborado en reiteradas oportunidades
con capos de la droga, o señores de la guerra que se dedican al narcotráfico. De
hecho, el pacto de la DEA con el Chapo Guzmán, jefe del cartel de Sinaloa, y
acordado el 2004, sigue vigente 16 años después. Michael Levine, ex agente
encubierto de la DEA y el “…más importante de los Estados Unidos en los últimos
25 años”, como se le ha descrito, reveló ya en su libro “La Gran Mentira
Blanca”, como Estados Unidos apoyó el golpe de estado en Bolivia el año el año
1980, que llevó al poder a Luis García Mesa, y con él a los mayores narcotraficantes
que tenía ese país en ese momento.
La
amenaza que significa esta acusación contra el gobierno venezolano en todo caso
no es baladí. El pueblo panameño no olvidará jamás la invasión a
Panamá en 1989. En esa oportunidad, luego de una
amenaza similar, y bajo el pretexto de detener por su condición de
narcotraficante, al dictador Manuel A. Noriega, antiguo colaborador de la CIA y
que el propio Estados Unidos había ayudado a imponer, los norteamericanos
invadieron el país, destruyendo casi
completamente el barrio Chorrillos con sus bombarderos, y ocasionando la muerte
de unos 3.000 panameños.
Los
pueblos del mundo deben denunciar esta nueva agresión, develar sus mentiras y
estar atentos para mostrar la más amplia solidaridad con el pueblo venezolano.
Villa
Alegre, marzo de 2020
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