“No es que yo crea que el pueblo me
erigió esta estatua
porque yo sé mejor que vosotros que
la ordené yo mismo.
Ni tampoco que pretenda pasar con
ella a la posteridad
porque yo sé que el pueblo la
derribará un día.
Ni que haya querido erigirme a mí
mismo en vida
el monumento que muerto no me
erigiréis vosotros:
sino que erigí esta estatua porque sé
que la odiáis”.
Ernesto
Cardenal,
(Refiriéndose
a la estatua de Somoza, en el estadio Somoza”
Cada día que pasa vemos a un
gobierno más lento en reaccionar,
vacilante, con nulo liderazgo de sus autoridades, sobrepasado por otras
instituciones como municipios, hospitales, universidades y servicios. Un
gobierno con la lógica empresarial que lo ha caracterizado, protegiendo hasta el
último momento a los grandes capitales, preocupado más de los grandes negocios que
de la salud de las personas, que ha sido incapaz de adoptar las medidas de
salud, económicas y administrativas que las circunstancias requieren.
Masificación
de los exámenes para detectar tempranamente a los contagiados y luego aislarlos
efectivamente, son medidas que han mostrado ser eficaces en otros países. En el
nuestro, los exámenes son caros, tardíos, (solo cuando ya hay síntomas) aún no tienen
“código Fonasa”, las Isapres no aportan un peso para ello, y el gobierno sigue sin
pronunciarse sobre el tema. Mientras otros países, incluso con menos
contagiados que nosotros, fijan los precios de bienes esenciales, como las mascarillas
o el alcohol gel, éste permite la especulación, mientras otros estados, como
España y Francia ponen todos los servicios de salud privada a disposición del
Estado, en Chile, éste contrata grandes y caros salones de eventos, como
Espacio Riesco, para utilizarlos como centros de salud; en definitiva, mientras
otros ponen como primera prioridad la vida y la salud de la población, este gobierno
se preocupa de la economía de las grandes empresas.
Pero
no es sólo eso. Este gobierno ya había sabido enardecer a la población
mandándola comprar flores, cuando el alza del costo de la vida subía y subía,
diciéndole a los viejos que iban a hacer vida social al consultorio o sugiriéndole
a los trabajadores levantarse aún más temprano para ahorrar unos pesos en el
Metro. Y la respuesta ya había sido dada durante el estallido social. Pero no
hay aprendizaje, o peor, simplemente parece no haber límites con este gobierno.
Cuando el
país entero está preocupado de la emergencia sanitaria producida por el
coronavirus, y el país se encuentra en estado de catástrofe nacional, el
gobierno, con una empresa privada y al amparo de la noche, como verdaderos
delincuentes, no sólo “limpia” el monumento a Baquedano, sino que lo enreja.
Es, sin duda, como lo ha dicho un grupo destacado de antropólogos, una acción
con “fuerte violencia simbólica y política”.
Se trata por cierto de
un intento burdo, provocador y sin ningún destino final, de borrar el estallido
social, de hacer desaparecer de la ciudad las manifestaciones de los millones
de personas que solicitaron nueva constitución, salarios justos, salud como
derecho, educación gratuita, laica y de calidad, pensiones dignas, y un sinfín más
de peticiones. Pero no se puede tapar el sol con un dedo. Como es obvio, nada
hay que sugiera que esa “limpieza” y esa reja vayan a durar siquiera hasta el
término del período de catástrofe. Pareciera que, como un patético remedo del
monumento a Somoza del poema de E. Cardenal, sólo tiene por objetivo producir
más indignación, enojar más a esa masa humana que ya dijo, y de manera
definitiva, que esa plaza, como muchas otras a lo largo del país, era del
pueblo, y se llama Plaza de la Dignidad.
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