En los últimos días, la Policía
de Investigaciones dió cuenta que había identificado al autor de un video
juego que incitaba a asesinar a Daniela Vega, Rafael Cavada, el colectivo Las
Tesis, integrantes de la “primera línea”, el perro “negro matapacos”, entre
otros.
Según cita la prensa “El autor
reconoció estar en contra de la “ideología de género” (las comillas son
nuestras) y de la postura política del comunicador”.
Crímenes bestiales por la
postura política tuvimos durante los 17 años de dictadura, sin perjuicio que
antes ya habíamos tenido experiencias horrorosas, como las masacres de la
Escuela Santa María o Ranquil, por recordar sólo las más masivas. En los
últimos años hemos tomado conciencia del asesinato de numerosas personas por su
condición sexual, siendo el de Daniel Zamudio probablemente el más conocido, y
sin lugar a dudas uno de los más deleznables cometidos en por esa razón en
nuestro país.
Es precisamente esta realidad
la que nos obliga a preguntarnos ¿Qué puede hacer que
desconocidos torturen y asesinen a alguien por su condición política o sexual?
Por supuesto que para
cada caso en particular pueden ser múltiples los factores significativos que se
asocian a la preparación y desencadenamiento de cada delito, pero como fenómeno
social hay un elemento común, la existencia de un “discurso del odio”, esto es,
un contenido que manifiesta hostilidad, repugnancia, desprecio hacia un
determinado colectivo, a cuyos integrantes no les reconoce igual condición
humana, igual dignidad, frente a los cuales se siente claramente superior. El
discurso del odio estigmatiza y denigra. Sus víctimas no lo son por ser
determinadas personas, sino simplemente por pertenecer a un colectivo
determinado (transexuales, homosexuales, inmigrantes, judíos, comunistas,
etc….). En ese discurso la víctima es absolutamente intercambiable, basta que
pertenezca al colectivo agredido.
Dicho discurso puede poseer motivaciones diversas.
Defendiendo los intereses del imperialismo
norteamericano y de la oligarquía nacional, el principal discurso del odio
difundido por la dictadura cívico militar encabezada por Pinochet fue el
anticomunismo, que en esa época tomaba la forma de Doctrina de la Seguridad Nacional.
Elaborada -¡cómo no!- en los Estados Unidos, como consecuencia del exitoso
movimiento guerrillero que llevó a Fidel Castro al poder, su principal
postulado señalaba que las democracias occidentales estaban amenazadas no sólo
por los enemigos externos, sino también por un “enemigo interno”, al que los
militares debían exterminar.
Contra las personas transgéneros, -el caso de
Daniela Vega-, homosexuales –el caso emblemático de Daniel Zamudio, y en
general, contra todos quienes participan de la diversidad sexual, y/o
manifiesten postulados feministas, el principal discurso del odio es la
“ideología de género”.
Y aclaremos de inmediato lo señalado.
Durante siglos, sexo y género se entendieron
prácticamente como sinónimos. Durante la segunda mitad del siglo XX sin
embargo, y desde diferentes disciplinas científicas, especialmente historia,
antropología, sociología y psicología, se fue poniendo de manifiesto la
existencia de una realidad social que se manifestaba en todos los ámbitos,
laboral, político, económico, educacional, familiar, sexual, entre otros y que
constituía una desigualdad brutal contra las mujeres. A partir de esta
realidad, y de diferentes discursos filosóficos y políticos que la denuncian,
se van perfilando conceptos que permiten, desde una perspectiva científica, comprender
mejor esa situación, y sobre todo, luchar por cambiarla por una sociedad
igualitaria. Esta es precisamente la idea central de todo “feminismo”.
Es así, como sexo y género van diferenciándose,
refiriéndose el primero en lo esencial a las características y diferencias
biológicas, anatómicas y fisiológicas que distinguen a un hombre de una mujer,
y el género, también en lo esencial, al conjunto de ideas, creencias y atribuciones que una cultura determinada y en momento
histórico preciso posee sobre los roles propios de hombres y mujeres. Así por
ejemplo, es un tema de género –y no de sexo- el menor sueldo que en nuestro
país reciben las mujeres frente a los hombres, aun cuando realicen el mismo
trabajo, o el muy diferente rol que se les exige en relación con el cuidado de
los niños o las labores domésticas. Por su parte, el enfoque o perspectiva de
género es aquel punto de vista, que al analizar una situación determinada,
considera precisamente los diferentes roles y las diversas oportunidades que
tienen hombres o mujeres.
Por supuesto que esta toma de
conciencia de la brutal discriminación en perjuicio de la mujer con que opera
nuestra sociedad – y en general todo el mundo occidental- ha ido acompañado de
una verdadera lucha social, política e ideológica por lograr un reconocimiento
a sus derechos y de una mayor igualdad.
Esta mejor comprensión de una
realidad mucho más compleja de lo que aparecía en un primer momento, se fue
cruzando también con una mejor comprensión de la diversidad sexual existente,
minoría aún más explotada que las propias mujeres, y así, ha resultado que, con
frecuencia, luchas feministas por el reconocimiento y respeto a las mujeres,
vayan de la mano con luchas por el reconocimiento y respeto a la diversidad
sexual.
Producto de estas luchas, en
nuestro país se eliminó –al menos parcialmente- el delito de sodomía, se
promulgaron las leyes como las de divorcio, de Acuerdo de Unión Civil, de
aborto en tres causales, la que establece medidas contra la discriminación. Y
la verdadera “insurgencia feminista”, producida a partir de mayo del 2018 en
nuestro país, ha generado cambios significativos en la mentalidad de muchos
chilenos, y es así como temas como el aborto libre, o la adopción homo parental,
que hasta un tiempo atrás habrían sido impensables siquiera de proponer, hoy
están en el debate público y ganan adeptos.
Pero así como el triunfo del
proyecto político de la Unidad Popular recibió el activo rechazo del
imperialismo norteamericano y la oligarquía nacional, el triunfo de ideas
feministas y de respeto a la diversidad sexual también ha sido rechazado
activamente por quienes ven desvanecerse sus antiguas ideas, y sienten la
pérdida de poder que eso va significando.
La principal reacción contra
el feminismo, y lo que ha venido junto a él, se dio luego de la Cuarta Conferencia
Mundial sobre la Mujer, que tuvo lugar en Beijing en 1995. Aquella reunión
constituyó un hito relevante en la búsqueda de la igualdad hombre – mujer, produciéndose un verdadero punto de inflexión en las
propuestas de políticas públicas sobre el tema.
Ante esta nueva realidad,
quienes más afectados se consideran, los defensores de la moral conservadora
tradicional, elaboran una nueva estrategia, para continuar defendiendo la
penalización de aborto, la condena a la homosexualidad y en general la
diversidad sexual, el matrimonio sólo entre un hombre y una mujer, el rechazo a
la adopción homo parental, y esta es,… la creación de la supuesta “ideología de
género”.
Por ello, a diferencia de lo
que suelen afirmar los llamados grupos “pro vida”, y otras agrupaciones anti
derechos de las mujeres y de la diversidad sexual, la expresión “ideología de
género”, con clara connotación despectiva, no surge desde el feminismo, sino
desde el Vaticano, como una estrategia discursiva para enfrentar precisamente
los logros alcanzados en la Cuarta Conferencia Mundial sobre la Mujer en
Beijing. Tal como lo ha señalado Karina Bárcenas, investigadora del Instituto
de Investigaciones Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México
(UNAM), la llamada “ideología de género” es una construcción ideológica de origen
religioso, diseñada desde el Vaticano, como una estrategia de desinformación,
que se emplea especialmente en redes sociales, pero también en artículos y
libros, y entre grupos de la sociedad civil, para popularizar un discurso que
va en contra de derechos de mujeres y de la comunidad LGBTI+.
Este verdadero discurso del
odio, como por lo demás lo refleja claramente el caso que comentamos, en el que
se descalifica, menosprecia, desvaloriza al otro, y que puede incluso llegara a
incitar al asesinato, se construye esencialmente sobre la base de mentiras y
verdades a medias. Por un lado identifican la moral conservadora tradicional,
la de ellos, como propia del orden “natural”, y las propuestas feministas y de
reconocimiento y dignificación de la diversidad sexual, como “anti natural” y con
objetivos propias de perversión, especialmente de los niños, pedofilia, destrucción
de la familia, entre otros antivalores. En el paroxismo de la irracionalidad, frente
a un fenómeno prácticamente universal, no faltan los que manifiestan que todo
esto es obra del “neo marxismo”.
Como
en todo discurso del odio, esta campaña publicitaria, que por lo demás lo que
hace es combatir la igualdad que significa valorar a la mujer y a la diversidad
sexual, no es sólo una afrenta, un insulto a todos a todos los seres humanos,
sino además una postura canallesca. Condenar ese discurso criminal, promover su
retiro de las redes sociales y generar acciones que impidan su circulación, son
verdaderos actos de defensa de la dignidad humana que es preciso promover.
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