Carla González Aranda es
una muchacha transexual, lo que la identifica de inmediato como parte de una de
las poblaciones más vulnerables en nuestro país. Aquella en la que, según un
estudio reciente, el 93% ha sido discriminada en razón de su identidad de
género, el 74% ha recibido violencia verbal y psicológica, violencia física un
34,9% y sexual un 25,6. Una población en la que el 51,1% de ella se dañó a sí misma como consecuencia de la
discriminación sufrida, el 39% intentó suicidarse y el 43,6% se ha visto
afectada por el consumo de drogas. Pero para Carla González Aranda su situación
es aún peor, pues su madre biológica, Marcela Aranda, no sólo niega su
identidad de género, la rechaza y humilla, sino que además es una de las
activistas más visibles del discurso homofóbico y transfóbico.
Marcela Aranda, la madre de Carla, se
hizo públicamente famosa el año 2017 como vocera del llamado “bus de la libertad”,
que ese año recorrió las calles de Valparaíso y Santiago con mensajes
contrarios a la diversidad sexual. Expresiones como “Si naces hombre eres hombre”, “Los niños tienen pene”. “Las niñas
tienen vulva”, “Que no te engañen”, son algunas de las frases que se podían
leer en dicho bus. Probablemente la frase más destacada sin embargo, y a la que
su vocera recurre frecuentemente es “Con mis hijos no se metan”. Así por lo
demás lo destaca en Facebook precisamente la página de Marcela, en la que más
abajo se lee “el verdadero garante del bien superior de un niño son sus padres
y su familia” (sic). Y sin embargo Carla González no sólo no la tuvo a ella, su
madre biológica como garante, sino que al contrario, Marcela fue una de las
personas que más daño le hizo. Tanto, que el 2017, con sólo 19 años, hacía ya
tres años que no se comunicaba con ella. Marcela había discriminado y
abandonado a su hija desde el momento mismo que supo de su transexualidad, y
hoy nuevamente vuelve a difundir un discurso de odio, a través del bus mal
llamado de la libertad.
¿Qué
puede hacer que madres o padres rechacen y abandonen a sus hijos, por su
condición sexual? ¿Qué puede hacer
que desconocidos torturen y asesinen a alguien por su condición sexual, como
ocurrió con Daniel Zamudio y muchos otros? En definitiva, ¿Qué hace que la
condición de LGBT sea tan terrible de vivirse, que quienes la posean tengan una
mayor probabilidad de abandonar los estudios, tengan una mayor tasa de
suicidios, de problemas mentales o que hayan sido agredidos físicamente mucho
más que el resto? ¿En definitiva qué hace que el
horror sea la cotidianeidad de una persona transexual?
Para cada caso en particular
puede haber múltiples variables, pero como fenómeno social hay uno sólo, la
existencia de un “discurso del odio”, esto es, básicamente una argumentación
que aparentando racionalidad va construyendo realidad colectiva a partir de la
acumulación de información (verdadera o falsa) que se va integrando de forma
más o menos coherente en la conciencia social, a través de diferentes procesos,
que terminan por legitimarla. Un discurso que directa o indirectamente puede
repetirse en la enseñanza familiar, escolar, religiosa, universitaria incluso,
pero no sólo en ellas, también en los medios de comunicación masivos, en la
prensa, en las revistas, en la conversación cotidiana, en el chiste escuchado a
un cercano o a un profesional de hacer reír en la radio o la televisión. Un discurso que manifiesta hostilidad, repugnancia, desprecio
hacia un determinado colectivo, a cuyos integrantes no les reconoce igual
condición humana, igual dignidad, y frente a los cuales se siente claramente
superior. Un discurso que para muchos puede transformarse en verdad no cuestionada, en
realidad indiscutible, y llevarlos a ser protagonistas del horror.
Wolf Lepenies, probablemente uno de los sociólogos que más ha estudiado el influjo de la cultura en la vida política y en la vida cotidiana, da cuenta con claridad meridiana de un aspecto muy poco destacado, el rol fundamental de un sustrato ideológico que justifica las peores atrocidades contra el “otro”, cualquiera que éste sea. Como dice este autor, “Antes de que haya habido muertos en las batallas y torturados en los campos de prisioneros, se había destruido al enemigo en libros, panfletos, y numerosas reuniones en las universidades y academias”.
El discurso del odio
estigmatiza y denigra. Sus víctimas no lo son por ser determinadas personas,
sino simplemente por pertenecer a un colectivo determinado (transexuales,
homosexuales, inmigrantes, judíos, comunistas, etc….). En ese discurso la
víctima es absolutamente intercambiable, basta que pertenezca al colectivo
agredido.
Los diversos discursos
del odio tienen su origen en situaciones variadas, sin embargo hay un sustrato común a
todos ellos, que ayuda a entender la conducta de quienes han dado lugar al
horror, la desvalorización, el desprecio, en definitiva, la deshumanización del
otro. (En este sentido el discurso de la dictadura es ejemplar, se proponía exterminar
al “cáncer marxista”, y un alcohólico almirante hablaba de los “humanoides”,
logrando la absoluta deshumanización de los opositores).
El discurso homofóbico y transfóbico que
la campaña publicitaria de la cual forma parte el llamado “bus de la libertad”,
lleno de falsedades, verdades a medias, prejuicios y alejado de los más básicos
conocimientos actuales referidos a la sexualidad humana, que un sector del
mundo evangélico ha traído, (después de todo Marcela Aranda es simplemente un
peón de intereses superiores), no sólo desconoce la diversidad sexual, sino que
estigmatiza y humilla a quienes forman parte de ella. Sin perjuicio que muchos de
sus divulgadores verdaderamente crean el conjunto de falsedades que trasmiten y
crean en ese modelo moral que promueven, el verdadero objetivo de las
jerarquías parece ser otro, la defensa del poder que desde la Iglesia
evangélica se maneja, el que se mantiene en la medida en que se logra el
control de las conciencias, y se pone en riesgo cuando la hegemonía intelectual
empieza a decaer. En una sociedad en las iglesias han perdido de manera
silenciosa, pero total y absolutamente su batalla para que las mujeres no utilicen
la píldora anticonceptiva, por seguir discriminando a los hijos según si nacían
dentro o fuera del matrimonio (hijos legítimos o ilegítimos) y también la
referida a la indisolubilidad del matrimonio, un cierto sector evangélico ve
imprescindible mantener espacios de control de conciencias que le permitan conservar
o incluso aumentar el poder político que ya ostenta. Hoy le queda muy poco
espacio ideológico dentro del cual hacerse notar con alternativas de victoria
(al menos en el corto plazo), y ese es, el rechazo a una diversidad sexual que
cuestiona su poder. La ideología anti diversidad sexual es simplemente uno de
los últimos esfuerzos de una ideología religiosa, que desde el poder lucha por
seguir controlando las conciencias, y mantener un poder político y social que
de lo contrario se le puede esfumar a pasos agigantados.
Como en todo discurso del odio, esta
campaña publicitaria, que por lo demás precisamente lo que hace es combatir la
libertad que significa el respeto a la diversidad sexual, no es sólo una
afrenta, un insulto a todos quienes forman parte de la diversidad sexual, sino
a todos los seres humanos en general, que compartimos igual dignidad. Pero aún
más que un insulto, es el prejuicio, es el bullying, es la discriminación que
han vivido y siguen viviendo miles de personas de la diversidad sexual. Denunciar su postura criminal, promover su
retiro de las calles, generar acciones que impidan su circulación, son verdaderos
actos de defensa de la dignidad humana que es preciso promover.
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