En las
últimas décadas y especialmente terminada la Segunda Guerra Mundial, con
Estados Unidos convertido en superpotencia, e iniciada la llamada “Guerra Fría”,
los políticos norteamericanos de uno u otro partido, han presentado a su país
como el guardián de la democracia y de
la libertad. Desde esa posición, la de ejemplos para el resto del mundo, no
sólo se han permitido criticar otros gobiernos, sino además invadir países,
iniciar guerras y promover golpes de estado para, según ellos, llevar
precisamente libertad y democracia. Cualquiera que analice con un mínimo de
objetividad la historia de las últimas décadas (Viet Nam, Chile, Afganistán, Irán,
Irak, Libia, y por supuesto toda América latina), tiene claro que más que la
libertad o la democracia lo que importaba era el petróleo, el cobre, el estaño
o simplemente el impedir que se desarrollara un régimen político contrario a
sus propios intereses. Pero si fuera de su propio territorio impusieron
dictaduras sangrientas, (y los chilenos conocemos por experiencia esa
realidad), masacraron a millones de personas, quemaron con Napalm a decenas de
miles de personas, para muchos puede haber quedado la imagen que al menos desde
el interior de su propio territorio efectivamente si podían ser ejemplo de
libertad y democracia. Los últimos años, y particularmente la última elección,
han echado por tierra esta mirada ingenua y nos permiten ver, con total claridad,
algo absolutamente diferente.
Como
lo hemos reiterado desde esta tribuna, la libertad es entendida hoy y con justa
razón, no sólo como la ausencia de prohibiciones, sino por sobre todo, como la
efectiva posibilidad de elegir un determinado curso de acción, en materias e
interés personal o colectivo.
En Estados Unidos, y nos lo han mostrado las noticias en los últimos tiempos con inusitada frecuencia, la libertad siquiera de circular por la calle sin ser asesinado por la policía no existe para los negros; los inmigrantes, (y particularmente los mexicanos), pueden ser expulsados mediante medidas meramente administrativas, aun cuando lleven décadas viviendo allí, y sus hijos y sus nietos, aunque hayan nacido en territorio de USA, también. Más de de 2 millones cien mil personas encarceladas, (la mayor población encarcelada en el mundo) y más de 4,5 millones sometidas al control del sistema penal, libertad vigilada (probation) o libertad condicional (parole), (la mayor población sometida al control del sistema penal en el mundo), muestran otra de las caras de la ausencia real de libertad para millones de personas. Pero sin duda, como lo hemos dicho, la pobreza, que es muchísimo más que la mera falta de recursos económicos, y que en definitiva es la manifestación más brutal de la falta de libertad, pues es la imposibilidad absoluta de elegir sobre los aspectos más básicos de la vida cotidiana (comida, alojamiento, vestuario, educación, salud,…), en Estados Unidos se ha enseñoreado con decenas de millones de habitantes. Más de 6.300 personas muertas por desnutrición en 2018, según la OMS, un índice de personas sin hogar que aumenta cada año, superando el medio millón, más de 40 millones de personas que viven bajo la línea de la pobreza, lo que en definitiva significa que carecen de la libertad más básica, 97 millones de personas sin seguro de salud o infra asegurados, etc.
Es
cierto que la pobreza no es exclusividad de los Estados Unidos, sino que existe
en decenas de países del mundo, pero por un lado desde los otros países no
andan dictando cátedra sobre la libertad, y por otro, aquí existen los recursos
suficientes para ponerle término de manera muy rápida, cosa que no ocurre en
otras latitudes.
Por
supuesto no todos quieren ver esto y uno de ellos es nuestro propio presidente,
cuyas luces políticas también en el ámbito internacional han sido desastrosas.
No olvidemos que para sus pretensiones de líder internacional, que naufragaron
el 18 de octubre del año pasado y murieron definitivamente cuando no pudo ser
anfitrión del Foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico APEC, ni de la
Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, buscó apoyo en
personajes como Trump, Bolsonaro, Duque, Guaidó, Fernández, todos hoy verdaderos
cadáveres políticos. Piñera, que hasta ayer era perro fiel de Trump, que llegó
incluso a mostrarle la bandera chilena dentro de la bandera de Estados Unidos, ahora
envía un mensaje de saludo a Biden señalándole que “Chile y Estados Unidos compartimos valores como la libertad,
la defensa de los derechos humanos y desafíos como la paz y la protección del
medio ambiente".
Si de
democracia se trata, y hay dos elementos esenciales que la definen, el respeto
a los derechos humanos, y la elección regular de sus autoridades políticas en
procesos informados y trasparentes, tampoco tenemos buenos ejemplos en Estados
Unidos. Y ya parece innecesario recordar las violaciones a los derechos humanos
por parte de la policía, al interior de las cárceles, etc. Y es que, en los
últimos días hemos podido apreciar el espectáculo más grotesco posible, un
verdadero circo en torno a uno de los actos más importantes del sistema
democrático, la elección de un presidente de la república. Un sistema en el que
no importa quien obtiene más votos, esto es, qué deciden las mayorías, sino
quien obtiene más delegados, (de hecho Trump el 2016 obtuvo menos votos que Hillary Clinton), como si los ciudadanos
norteamericanos estuvieran en una especie de interdicción y necesitaran que
otros votaran por ellos. Un sistema en que el duopolio político reinante por
décadas tiene asegurada el millonario aporte político de las empresas y en
definitiva la elección, un recuento de votos peor que el de la aldea más
alejada en nuestro país, en el que transcurrido una semana desde que finalizó,
aún no se entrega un resultado definitivo, un presidente, que como payaso de
circo se niega a salir del escenario y debe ser retirado a la rastra por
terceros, que no sólo no reconoce su derrota, sino que denuncia fraude en todos
los estados donde hubiera querido ganar, y no lo logró, sin aportar prueba
alguna.
Pero
más aún, hay también un problema serio con la población norteamericana, a quien
parece importarle poco o nada su propio sistema democrático. Así, en una de las
elecciones más importantes de las últimas décadas, donde en lo interno está en
juego el control de la pandemia del Covid 19, el modo de desarrollo de la economía, la manera de enfrentar los problemas de seguridad
y la evolución del conflicto racial, y en el ámbito externo la política
a seguir sobre el cambio climático en el planeta, el tipo de relaciones con los
tradicionales aliados, especialmente europeos, el modo de abordar la creciente influencia
China, casi la mitad de los estadounidenses que aún votan lo hacen por un
presidente racista, misógino, ignorante, que en lo internacional ha generado
una tensión con sus aliados europeos de la Otan, iniciado una guerra comercial
con China, y que, en el ámbito nacional, bajo su mandato, en pocos meses, han
muerto más de 230 mil personas, más de cuatro veces los muertos en los 13 años
de la intervención norteamericana en la guerra de Viet Nam, víctimas de una
enfermedad, que el mismo presidente había calificado como una farsa.
En
verdad hace muchos años que Estados Unidos ya no es ejemplo de libertad ni de democracia (si es que alguna vez lo fue), lo actualmente novedoso parece ser
que esa realidad hoy resulta imposible de esconder.
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