Hace casi 150 años, Rudolf von Ihering,
uno de los filósofos del derecho más importantes del siglo XIX, publicaba un
ensayo que rápidamente se haría famoso, (al menos 23 ediciones antes de la
muerte de su autor) y cuyo título, “La Lucha por el Derecho”, (1872), da cuenta
de un fenómeno que con frecuencia se quiere negar. En él, nada más comenzar,
expone lo que es la idea principal de todo el ensayo, “Todo derecho en el mundo
debió ser adquirido por la lucha”.
Y nuestro pueblo y su historia, dan
cuenta de la veracidad de esa afirmación. Ni la jornada de 8 horas, ni el
derecho a vacaciones, ni la protección contra la enfermedad, ni el derecho a
sindicalizarse, ni el derecho a voto femenino, ni nada, ha sido regalo desde la
oligarquía dominante. Todos esos derechos y múltiples más, son resultado de la
heroica lucha del pueblo, a menudo en las calles, y decenas de veces con muertos,
por conseguir una vida más digna. Y hoy la situación no es distinta. Como es sabido, el plebiscito fue la consecuencia
directa de la lucha iniciada por los estudiantes secundarios en octubre del 2019,
a las que se unieron rápidamente millones de personas de todas las edades y
condiciones. Como todos los logros de nuestro pueblo, este no ha sido ni fácil
ni gratuito. Decenas de muertos, cientos de mutilados, miles de torturados
(solo el Instituto Nacional de Derechos Humanos ha presentado más de 2.520
querellas por violaciones de los derechos humanos, referidas a 3.203 víctimas)
son algunas de las cifras que esas jornadas nos han dejado.
Chile está en deuda con todos ellos, con las
familias de los asesinados, con quienes perdieron la vista, con los cientos que
sufrieron mutilaciones, con quienes sufrieron vejaciones, golpes y torturas. A
ellos les debemos gran parte de lo que hemos avanzado en este último año, desde
el retiro del 10% de las AFP, hasta el proceso de elaboración de una nueva
constitución, desde el límite a la reelección de los políticos, hasta la
reducción de su suelto. La historia les
reconocerá el lugar destacado que se merecen. Pero no basta con ello. Es
preciso que hoy, no mañana, las sistemáticas violaciones a los DDHH realizadas
por la policía se investiguen y sancionen, que las víctimas de la violencia
estatal conozcan la verdad, se haga justicia y el Estado las repare por dichas
violaciones. Pero aún no basta con ello, es preciso que a la brevedad se ponga
término a ese encarcelamiento injusto en que hoy se mantiene a quienes fueron
encerrados por luchar.
En verdad existen múltiples razones para
pedir, en verdad exigir esa libertad. Y sin duda no es la menor el saber que
gracias a la acción valiente y decidida de muchos de ellos hemos ido cambiando
nuestra realidad y abriendo el camino a un Chile más digno. Hoy cuatro de cada
cinco chilenos han dado fe que queremos y necesitamos una nueva constitución. Pero
ésta posibilidad de exigir esa nueva carta magna sólo fue posible gracias a las
movilizaciones sociales.
¿Qué los encarcelados actuaron con
violencia en algún caso? Puede ser. Desde luego algunos son dignos representantes
de la “primera línea”, esa heterogénea multitud de jóvenes, adultos, estudiantes,
trabajadores, profesionales, cesantes, que unidos por el único afán de contener
la represión, y permitir a otros que se manifestaran libremente, en el más
ejemplar ejercicio del derecho a la legítima defensa de terceros, se
enfrentaron directamente con los esbirros del sistema que querían impedirla.
Pero ni siquiera eso es seguro. Con una policía para la cual la mentira y el
montaje están en su ADN, como nos lo recuerdan los casos de Rodrigo Avilés,
Camilo Catrillanca, Operación Huracán, por mencionar algunos pasados, el
reciente caso del muchacho arrojado al río Mapocho, en que en cuestión de horas
Carabineros dio tres versiones diferentes (Hasta El Mercurio hacía hincapié en
ello, y el domingo 04.10.2020, en la primera página del cuerpo C, publicaba un
recuadro bajo el título “Las Versiones de la Policía”), o simplemente la
ridícula cifra de 25 mil personas que dio la institución para la concentración
del 25 de octubre celebrando el triunfo del Apruebo), no podemos asegurar que las
personas hoy presas por luchar efectivamente hubieren cometido algún acto de
violencia. Si a ello le agregamos un Poder Judicial que envía a la cárcel a
quien rompe un torniquete del Metro, y libera a quien totalmente borracho
atropella a una persona por ser hijo de un senador, o manda a clases de ética a
quienes se coluden para robaron cientos de millones de dólares a toda la
población, con una jueza que en opinión de otro juez “… fundamentó su resolución “…en prejuicios,
estereotipos, odio, sesgo (u) … otra consideración espuria…”, y no en los
hechos de la causa que se le acababan de exponer, tampoco podemos confiar en ellos.
Hay también otra razón para exigir su
libertad. Desde una perspectiva doctrinaria, debemos recordar que el derecho
penal es la última ratio, es decir el último recurso a utilizar por el Estado,
cuando no puede, por otros medios, conseguir sus legítimos objetivos. Pero aquí
los objetivos perseguidos, impedir las manifestaciones populares, negar el poder
constituyente a la ciudadanía, seguir lucrando con la educación, la salud o las
pensiones, mantener los altísimos niveles de explotación a los trabajadores, etc.,
lejos de ser legítimos, son espurios. Pero además, teóricamente, si
efectivamente hubiera actuado con las otras ramas del derecho, accediendo a las
legítimas peticiones del pueblo, no habría sido necesario el recurso penal,
(aunque sabemos, y von Ihering lo ratifica, que los derechos se consiguen
luchando).
(Por otro lado, si alguien cree que con
simples movilizaciones “pacíficas” se habrían obtenido estos resultados, debemos
recordarles que esas movilizaciones multitudinarias y pacíficas ya se habían
realizado (marchas por el derecho a la educación, por No más AFP, por los
derechos de la mujer, …) y nada, absolutamente nada se había logrado).
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No podemos olvidar tampoco que las
personas privadas de libertad han sido sometidas a violaciones sistemáticas de
sus derechos humanos. Desde luego han sido privadas de libertad sin que exista
razón jurídica alguna, pues todas las investigaciones se podrían haber
realizado sin necesidad de mantenerlos encarcelados. Pero además, en algunos
casos, especialmente en quienes fueron detenidos durante las manifestaciones,
porque el mismo hecho de la detención fue violento, y en todos, porque las
condiciones de vida en todas las cárceles del país (a excepción de Punta Peuco,
a donde por cierto no enviaron a nadie detenido en las manifestaciones),
constituyen una permanente violación a los más básicos derechos humanos, como
por lo demás lo señalan cada años los informes del propio Poder Judicial.
Von Ihering, de quien por supuesto nadie
puede sospechar que era marxista, violentista o cualquier otro apelativo de los
que se suelen utilizar para deslegitimar las manifestaciones populares, nos
ilustró, hace casi 150 años, que luchar por el derecho no puede ser ilegal,
sino más aún, que a menudo es en verdad un imperativo ético. Plantea este autor, en el texto referido, que
las personas tienen una especie de obligación moral de luchar contra la
injusticia. De este modo, se parte luchando por una norma moral y se termina consagrándola
como norma jurídica. Los actuales presos políticos han luchado contra la
injusticia, nos corresponderá ir avanzando en transformarlas en normas
jurídicas. Pero mientras tanto, debemos de luchar por la libertad de ellos.
En nuestro sistema existen mecanismos
jurídicos que permiten, sin que nadie pueda cuestionar su legalidad, dejar en
libertad a quienes millones de chilenos les deben parte de su tranquilidad
económica en los últimos meses y sus esperanzas políticas. Instituciones como el
indulto y la amnistía precisamente están para situaciones como éstas, pero por
cierto ni el gobierno, ni la derecha jamás las utilizarán para liberar a quienes
han ayudado a poner en riesgo sus múltiples privilegios. Tampoco podemos
confiar en todos los políticos de oposición, aunque muchos de ellos se hayan
subido al carro de la victoria iniciada con las movilizaciones, y pretendan
profitar de ellas, cuando precisamente estuvieron por paralizarlas con ese
acuerdo espurio que firmaron, pero que en definitiva, y por la presión del
pueblo ha ido dando frutos.
El mantener encarcelados, a más de un
año de las movilizaciones, a cientos de personas que participaron en ellas, es
por sobre todo, un acto de venganza de un sistema político y económico que se
resiste a dar paso a uno nuevo, en donde verdaderamente podamos tener una vida
más digna. Luchar por la liberación de los presos por luchar no es sólo un acto
de agradecimiento, es por sobre todo un acto de justicia.
Octubre de 2020
Que bien explicada la justicia de luchar por la libertad de los presos de la revuelta. Gracias
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