Hace unos días la prensa nos
sorprendió con la noticia del secuestro, en la ciudad de Santiago, de un exmilitar
venezolano, con activa participación contra el gobierno de Maduro.
La reacción política y de los
medios de comunicación fue inmediata, fuerte condena, permanente información. La
reacción institucional y política también lo fue. La Fiscalía inició una
investigación, la PDI difundió a través de INTERPOL la imagen de la víctima, el
gobierno, junto con querellarse, ordenó el exhaustivo control de las fronteras,
y anunció que no se descartaba ninguna hipótesis.
Con una ingenuidad a esta edad
no justificable, por unos instantes creí que la crueldad del delito era la
causa esencial que justificaba esas reacciones. Y es que el delito de secuestro
es sin duda uno de los más inhumanos, crueles, brutales y desalmados que hoy
conocemos y bien merece el mayor repudio social posible.
Consistente básicamente en “encerrar
o detener a otro privándolo de su libertad” como conductas descriptoras de la
acción, en el lenguaje jurídico penal, es definido como un atentado contra la
libertad de desplazamiento. Y sin embargo en la realidad es mucho, mucho más
que eso.
Considerando la perspectiva de
él o los delincuentes, no sólo es una conducta dolosa, sino siempre premeditada,
a menudo planificada en todos los detalles que sus autores son capaces de
vislumbrar, de modo no sólo de asegurar su comisión, abordando a la víctima en
momentos de su mayor indefensión -en este caso fue a media noche- sino también
las mayores posibilidades de impunidad del hecho.
Desde la víctima, si bien
primero siente que se le priva de su libertad, pronto comprende que ha perdido
todos sus derechos, dándose inicio a un camino de horror y sufrimiento que
puede alcanzar niveles inimaginables. Primero es la sorpresa, luego la
violencia con que se le obliga a salir de donde está, para luego continuar
situaciones hasta minutos antes insospechadas. Aislado totalmente de su
familia, amigos y en general del mundo, ya en la total y absoluta indefensión,
todo dependerá de los captores, y de sus objetivos. Hambre, frío, golpes, electricidad,
quemaduras, cortes, vejaciones, violaciones, muerte, cualquier situación es
posible, y el secuestrado ve todas ellas como posibles. Si a su lado hay otros
secuestrados, el sufrimiento de ellos aumenta el propio.
El dolor físico, dicen los
especialistas, tiene un fuerte componente psicológico, y en los casos de
secuestro, éste suele ser brutal. Hay un elemento siempre presente, durante
todo momento, la absoluta inseguridad, la incertidumbre total sobre lo que
ocurrirá en el minuto siguiente, que tiene un fuerte poder desequilibrante. Y
si tienes un momento de cierta relajación, surge de inmediato la preocupación
por la familia. Los hijos, los padres, la pareja, ¿Qué pasará con ellos? ¿Sabrán
del hecho? ¿Sólo seré yo el secuestrado?
¡El ser humano no está
preparado para esos niveles de inseguridad, esa total falta de control sobre la
propia vida!
La situación de secuestrado
desencadena en la víctima una serie de reacciones psicológicas complejas y muy
variadas. Desde luego el miedo se cuela por todas las rendijas del espíritu, la
ansiedad se hace extrema, la sensación de indefensión y desamparo se mezclan en
ciclos de esperanza y desesperación,… En verdad el impacto es tan brutal, que
no es extraño que pueda llegar a perdurar por el resto de la vida. Trastornos
de estrés postraumático, (TEPT), como recuerdos intrusivos, pesadillas o
irritabilidad, suelen ser frecuentes. También ansiedad, depresión, dificultades
para conciliar el sueño, dificultades en las relaciones interpersonales,
desconfianza en los demás, sentimientos de indefensión, y aún síntomas físicos,
como dolores de cabeza, problemas gastrointestinales, dificultades cognitivas, son
algunas de las consecuencias posibles de ser sufridas por las víctimas directas de un
secuestro. A ello debemos agregar el sufrimiento familiar. ¿Dónde estará? ¿Estará vivo? ¿Estará pasando hambre, frío? Son sólo algunas de las preocupaciones que se repiten entre madres, padres, hijos hermanos, parejas...
Pero ya lo dijimos, sólo por
unos instantes creímos que la crueldad del delito había generado la reacción
que veíamos. No era así. La derecha, opositora y oportunista como siempre, no
perdió la ocasión de llevar agua a su molino. Así, desde un comienzo, el hecho
se prestó para desprestigiar al gobierno de Boric, promoviendo mayor sensación
de inseguridad, y al de Maduro. Sin prueba alguna que lo sustente, la derecha
ha descubierto que estos hechos “pueden afectar la seguridad nacional”, porque “pueden
estar ordenadas por agentes de un país extranjero” y por si fuera poco “Que las
autoridades políticas y policiales sigan todavía sorprendidas, sin poder
esbozar ante la opinión pública explicación alguna sobre lo que ha ocurrido y
quienes podrían estar detrás de ello, es una muestra dramática de las
deficiencias de la inteligencia nacional” (El Mercurio 25.02.24, pág. A1)
Como ya lo dijimos, sin duda
que el delito de secuestro es un delito brutal y todos debemos condenarlo y
preocuparnos ante la comisión de ellos. Pero es claramente oportunismo que sin
preocupación real alguna por la víctima, sin pruebas que sustenten sus
argumentos, quienes surgieron para dar continuidad al gobierno que se sustentó
sobre el secuestro y la tortura de decenas de miles de chilenos, como la UDI, o
que aún lo defienden, como Los Republicanos, pretendan dar cátedra de
preocupación por estos delitos, sin haber hecho nunca un verdadero mea culpa
por lo que defendieron y defienden. Y qué decir de este mismo sector cuando sin
pruebas condena al régimen de Maduro por intromisión en otro país -lo que por
supuesto merecería la mayor reprobación de probarse que así fue- cuando “SU”
gobierno, intervino al menos en Argentina, asesinando al general Prats y su
esposa, en Estados Unidos, asesinando al ex canciller Letelier y su secretaria
y en Italia, poniendo una bomba contra Bernardo Leighton. Por último bien
valdría que recordaran que esa dictadura, que tuvo la mayor impunidad para
cometer cuanto crimen decidió cometer, y todos los recursos posibles para
investigar lo que quisieran, fue incapaz de encontrar al coronel Carreño, secuestrado
en Santiago el 1 de septiembre de 1987 y liberado en Brasil 92 días después.
Fernando
García Díaz
Secuestrado
entre el 13-09-73 y el 19.01.74
por los
esbirros de la Dictadura
Fernando, excelente perspectiva sobre el secuestro que lo sitúa, primero, desde el daño y sufrimiento indeleble que se le causa al la victima y a su entorno afectivo y , en segundo lugar, desde su uso como elemento de acción política terrorista de los regímenes dictatoriales.
ResponderBorrarAsimismo, observando las reacciones que se han suscitado en el país a propósito del secuestro no resuelto del exmilitar venezolano, es bueno destacar la utilización política de un hecho reprochable, en desarrollo y sin que, por ello, sepamos de sus motivaciones, para sacar innobles provechos. Destaca en ellos el doble estándar moral de quienes avalaron este delito cuando fueron sostén político de la dictadura chilena que, como señalas, no vaciló en utilizarlo.
gracias por el comentario
ResponderBorrarSufrir este acto en carne propia hace reaccionar, con una empatia necesaria frente a este horrible acto inhumano
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