Hace
unos días apareció en la sede donde se prepara el nuevo gobierno (La Moneda
chica), un rayado haciendo alusión a los presos de la revuelta. Camila Vallejo
señaló a la prensa que le parecía legítima esa manera de expresarse. La
reacción de la derecha vino de inmediato. Carlos Peña sacó rápidamente una
columna en El Mercurio sobre el “Envilecimiento del Espacio Público”, (9 de
enero, 2022), en el que, entre otras cosas señalaba “Entre las paredes con grafitis y las bancas antes destinadas a sentarse,
se encuentran hoy, a metros de La Moneda, de la universidad, del centro cívico,
carpas y habitaciones precarias donde personas movidas por la necesidad han
decidido instalarse. No lo hacen con conciencia de ilicitud, sino como quien
ejerce un derecho obvio del que se es titular”. Y más adelante agregaba “Porque
el espacio público quiere reflejar una memoria común, hay en él estatuas y
conmemoraciones; porque en el espacio público se ejercita una condición de
igualdad, nadie puede apropiárselo; porque el espacio público quiere expresar
virtudes, se lo ordena, se lo limpia y se lo embellece”. Como no podía ser de
otro modo, rápidamente surgieron las alabanzas a dicha columna y este
pasado domingo 16 de enero, El Mercurio dedicó la portada del suplemento
Artes y Letras al tema, entrevistando a 7 “connotados arquitectos” para
preguntarles sobre el tema.
Sin
duda que el “Envilecimiento del Espacio Público” merece más de una reflexión,
pero si lo queremos hacer en serio, ni lo podemos hacer desde premisas falsas,
ni el tema de los rayados es de los más relevantes.
Digamos
de partida que nada hay más falso que sostener que “…en el espacio público se ejercita una condición de igualdad…”. En
verdad nada hay más desigual que la profunda discriminación entre los “espacios
públicos” que hay en cualquier lugar de las comunas del rechazo (Vitacura, Lo
Barnechea y Las Condes), llenos de parques, jardines, árboles, plazas y
aquellos que se dan en las centenares de poblaciones o campamentos pobrísimos que
hay en todo Chile, en dónde en el mejor de los casos hay un poco de tierra para
que jueguen los niños. El primer gran envilecimiento del espacio público lo
constituye la astronómica diferencia entre los espacios públicos de los lugares
donde viven los ricos y aquellos en donde viven los pobres. Y aun cuando
limitemos el concepto de “espacio público” a calles, plazas o parques del centro
de Santiago, -y no hay una explicación racional para hacerlo- tampoco resulta
que ese espacio se recorra desde una condición de igualdad, porque la historia
vital marca también la percepción que tenemos del mundo exterior. “En mi
población no hay árboles”, fue la brutal explicación que dio un muchacho que
durante los días del estallido social iniciaba una barricada bajo un árbol en
el barrio Lastarria, a una persona que le hacía presente el daño que destruir
ese árbol causaba. Un razonamiento paralelo es aplicable cuando se contempla
una escultura, una pintura o una obra arquitectónica. No es lo mismo hacerlo
desde el conocimiento y la experiencia frecuente de su observación, que desde
la ignorancia y la sorpresa.
Tampoco
es efectivo que el “…espacio público quiere
reflejar una memoria común…”. Hoy, tras más de dos años del estallido social,
con una Comisión Constituyente paritaria y fuerte presencia ideológica de los
pueblos aborígenes, hay más conciencia –que no parece haber llegado a los
columnistas de El Mercurio- que más que reflejar una memoria común, lo que hay
especialmente en “…estatuas y conmemoraciones…” es una visión segada que ya no
resulta compartida por todos. Aquello que durante décadas se presentó como “lo
nuestro” bello y valioso en el espacio público, hoy claramente resulta que no es
capaz de emocionar ni entusiasmar a cientos de miles de chilenos. Por el
contrario, el “envilecimiento” que han provocado los rayados y las distintas
manifestaciones de vandalismo, son claramente la muestra más palpable de una
verdadera desafección –un “no sentir afecto o estima”- precisamente por esos
símbolos o manifestaciones que se presentan en ciertos espacios públicos.
Por ello, envilecimiento del Espacio público es también que
en él siga vigente una historia que no sólo no reconoce al pueblo como
protagonista, sino que simplemente lo niega, lo ha querido olvidar, dejarlo
fuera. No hay ni estatuas ni conmemoraciones de sus luchas, de las masacres
sufridas, de sus héroes, ni de sus triunfos y derrotas. ¿Dónde están las avenidas
o estatuas con nombres de Luis Emilio Recabarren, o Clotario Blest? ¿Dónde los
recuerdos a los asesinados durante el “mitín de la carne”, en Plaza Colón, en
la Escuela Santa María, en Ranquil, en San Gregorio, en La Coruña? Por el
contrario, hay calles o lugares dedicados a Pedro Montt o Roberto
Silva Renard, Presidente de la República y
militar responsable de la masacre de Santa María de Iquique, respectivamente, y
una rotonda destacada recuerda a Edmundo Pérez Zujovic, responsable
de la masacre de once pobladores desarmados, incluyendo un bebé de meses, en
Puerto Montt, en 1967.
Por cierto
disminuir significativamente el “envilecimiento” del espacio público deberá ser
una tarea más del nuevo gobierno, de la mano de la participación popular
organizada. El pueblo no sólo debe abrir las grandes alamedas para transitar
por ellas, sino además reconstruirlas para así reconocerse en ellas.
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