Pues sí,
qué duda cabe. ¿O hay dudas?
Un
elemento común a todos los grupos que se identifican como pro-vida, es la supuesta
defensa de la vida humana desde el momento de la concepción y por ello se oponen radicalmente al aborto en cualquier momento y bajo
cualquier circunstancia.
La verdad
es que una vez producido el embarazo, todos los grupos pro-vida se oponen al
aborto. Es más, esa posición es el elemento identificatorio como “pro-vida”.
¿Pero significa eso ser antiaborto? Si, y no.
Un viejo
aforismo jurídico, que nos enseñaran en los primeros años de la universidad, es
que en derecho las cosas son lo que son, y no lo que se dice que son, es
plenamente aplicable a esta situación.
Desde
luego, y ya lo hemos dicho, todos los grupos pro-vida tienen un discurso anti
aborto, y probablemente si no lo tuvieran, no podrían catalogarse como tales.
Pero ese no es el verdadero problema. De lo que se trata es de dilucidar si
objetivamente su discurso y su actuar propenden a la reducción del número de
abortos que día a día se practican en las diferentes sociedades.
Frente a
esto, hay al menos dos situaciones complejas, que ponen en duda el carácter
efectivamente anti abortista de los grupos pro-vida.
En primer
lugar el tema penal. El principal discurso ideológico de los grupos pro-vida,
en referencia al aborto, es la oposición a la despenalización del aborto en
donde todavía es delito, o la petición de que vuelva a considerarse como tal,
en aquellos países en donde ya no lo es, o sólo lo es parcialmente. Ahora bien,
la creencia en la eficacia de la amenaza penal para la disminución o
eliminación de ciertas conductas se encuentra ampliamente difundida. Así suele
ocurrir con el tema de la pena de muerte o con el aumento de la pena. Con
demasiada frecuencia y sin datos de la realidad, se afirma la existencia de un
efecto intimidatorio en la pena de muerte que la justificaría, como también el
hecho que a mayor sanción, mayor es el efecto disuasivo. En materia de abortos,
se sostiene lo mismo. Una vez más sin embargo, la realidad parece distinta. Como
señalan Faúndes y Barzelato, “Muchos dirigentes políticos y religiosos, así
como las personas que se identifican con el movimiento pro vida, parecen creer
que la prohibición legal y moral es el medio más eficaz para reducir la
cantidad de abortos. De ese modo, ignoran de manera sistemática las pruebas
recogidas en todo el mundo, que muestran la ineficacia de esa prohibición en
reducir la incidencia del aborto”. Pero más aún, sabiendo que la cantidad de
abortos realizados anualmente es cientos de veces superior a la que se condena
en tribunales, nada hacen porque ello mejore. No hay proposiciones de más
recursos para perseguir el delito, ni la creación de brigadas especializadas,
ni nada que busque efectivamente disminuir la cifra negra de casos no conocidos
ni menos condenados. Sólo les basta el discurso antiaborto referido a la penalización
de la conducta. No les preocupa que sólo tenga efectos simbólicos, pero no
reales.
En
segundo lugar, la gran mayoría de los abortos consentidos, y sólo a ellos nos referimos aquí, son resultado de un embarazo no deseado, aunque dicha situación sea resultado de la
presión de terceros. Por ello, no puede extrañar que lo que efectivamente
disminuye el número de abortos, es precisamente la reducción de los embarazos no deseados.
De este modo, el primer objetivo a tener en cuenta en una política contraria al
aborto debiera ser la disminución de dichos embarazos. Y aquí nuevamente surgen
problemas frente a los grupos pro-vida.
La
experiencia y la investigación internacional demuestran, sin ninguna duda, que
entre los factores que más ayudan a disminuir los embarazos no deseados se
encuentran:
- Educación sexual
- Planificación familiar
- Servicios anticonceptivos al alcance de
quienes tienen una vida sexual activa.
- Aumento del poder de las mujeres en la
capacidad para tomar decisiones sobre aspectos sexuales y reproductivos.
Y la
verdad, es que a todas estas medidas los movimientos pro-vida, como regla
general, se oponen. Podríamos largamente argumentar demostrando su oposición a
estas medidas, pero basta con transcribir lo que ellos mismos dicen. Respecto
de la primera de ellas, la educación sexual, la Red Provida Chile dice
textualmente “La escuela no es el lugar para impartir educación
sexual. La educación sexual adecuada para un niño depende de su particular
madurez mental. Los Programas de educación sexual pueden muchas veces
deformar la conciencia de un niño. Muchos psicólogos y psiquiatras se han
pronunciado en contra de la educación sexual en las escuelas, destacando su
efecto dañino en los niños. Los Programas de educación sexual desde
pre-kinder hasta la escuela secundaria menosprecian continuamente la naturaleza
íntimamente afectuosa y monógama de la sexualidad humana”. Y respecto de la
planificación familiar, la misma red señala “Los programas de
planificación familiar promueven abiertamente el aborto, la homosexualidad, la
inseminación artificial y el control de la población. Por otra parte, suelen
rechazar los valores morales, afirmando que el bien y el mal deben ser
decididos por cada individuo”. Y agrega “Respecto a la educación de los niños,
estos programas niegan la verdad y el significado de la sexualidad humana. Esta
educación pervertida rompe las inhibiciones naturales. Como resultado, se
observa un aumento de la demanda juvenil por métodos para el control artificial de la natalidad y el aborto”.
Y si no
están por disminuir las causas de los abortos, ni por una persecución penal
efectiva de dichas conductas, ¿puede estimarse seriamente que están contra el
aborto?
No. Los
grupos “pro vida” no son “pro vida”, no son anti aborto, son pro moral
conservadora, homofóbicos, anti matrimonio igualitario, anti mecanismos
anticonceptivos, anti divorcio, anti eutanasia, anti igualdad de género. En
definitiva, son uno de los eslabones ideológicos de una mentalidad conservadora
que se niega a morir, pero a la que le queda aún fuerzas para seguir
subsistiendo, aunque sea a costa del sufrimiento de miles de hombres y mujeres
que no sólo no comparten su ideología, sino que la sufren.
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