Desde la perspectiva directa de lo que puede ser el patrimonio cultural,
esta vez entendido como conjunto de bienes materiales de naturaleza cultural,
la colonización americana constituye también una tragedia. El robo de los bienes sirvió
dos finalidades diferentes. La primera, y más obvia, fue llenar las alforjas de
los conquistadores, que veían así la posibilidad de enriquecerse rápidamente.
La segunda, de naturaleza ideológico política, fortalecer el discurso cultural
hegemónico que el poder precisaba para dar sostenibilidad y permanencia al
esfuerzo conquistador, que exigía mostrar la superioridad del europeo sobre el
aborigen. Por ello, un esfuerzo especial se hizo para destruir sus
ideas, así como sus creencias y prácticas religiosas, para lo cual se
utilizaron todos los mecanismos, incluyendo el robo de imágenes, objetos,
artefactos, para su posterior destrucción.
“Desde la época de Juan de Zumárraga, primer Obispo de México y gran
destructor de antigüedades religiosas, se realizó un intento sistemático de
borrar todo rastro de los cultos precristianos. En 1531, afirmó en sus escritos
que personalmente había arrasado 500 templos y destruido 20.000 ídolos”([34]), según dice Paul Johnson en la obra
ya citada. Se trata, como señala Fernando Baez, de borrar la memoria del
adversario, para insertar la propia, para reconfigurar una identidad sumisa([35]).(¡Y pensar
que faltaban siglos para que naciera Gramsci, y más todavía para que la UDI descubriera su
perfil siniestro!)
En esta misma línea debe entenderse una situación especial ocurrida con
el pueblo inca. Configurado ya el imperio, la alta productividad alcanzada por
su tecnología alimentaria permitió que miles de personas dedicaran su capacidad
laboral a otras actividades, como construir caminos, desviar ríos, vaciar
pantanos, allanar colinas, y en algunas oportunidades, construir verdaderos
palacios para el rey, con parques, campos, jardines, palomares, cotos de caza,
etc. Dentro de estos últimos Quispiguanca, propiedad de Huayna Capac, fue uno
de los más destacados. Lo más curioso quizás es que Huayna Capac siguió siendo
dueño de ese palacio y sus tierras circundantes, incluso muchos años después de
su muerte, en Ecuador, hacia 1527. Y es que los reyes, momificados, perduraban
con gran poder detrás del trono. El culto a los antepasados es una práctica
generalizada en todo el continente americano a la llegada del invasor europeo,
y en el Imperio Inca, respecto de sus reyes, después de todo eran hijos del
Sol, adquiría una dimensión excepcional. De hecho, el Inca reinante visitaba
con cierta frecuencia las momias de los reyes anteriores, a quienes pedía
consejos sobre decisiones trascendentales que debía tomar. Las momias, que
permanentemente estaban acompañadas de varios servidores que las atendían,
respondían a través de oráculos que hablaban por ellas.
A medida que el Imperio iba desapareciendo, los incas realizaron
ingentes esfuerzos por mantener los símbolos de la autoridad, entre los cuales
las momias, como hemos señalado, tenían una especial significancia. “Grupos de
siervos recogieron los sagrados cuerpos de sus reyes para ocultarlos en las
inmediaciones de Cuzco, donde los veneraban en secreto desafiando a los
sacerdotes españoles” ([36]). Los españoles por su parte,
hicieron todo tipo de esfuerzos destinados a hacer desaparecer las religiones
ancestrales de indígenas, y una de ellas fue precisamente, eliminar la
adoración que a los restos de los hijos del sol practicaban los incas. En esa
línea, en 1559, Juan Polo de Ondegardo, recién nombrado corregidor
del Cuzco y decidido a poner término a la “idolatría” que manifestaban los
aborígenes, descubrió y confiscó probablemente todas las momias de reyes
existentes. Al sur del Cuzco, en una casa en la aldea Wimpillay, incautó las
momias de los reyes del Bajo Cuzco, y en distintos lugares, las momias de los
reyes del Alto Cuzco, hasta completar 11 momias. Según señalan algunas fuentes,
varias de esas momias fueron enviadas a Lima, en donde se exhibieron, como
curiosidades, en el Hospital de San Andrés, lugar al que por cierto, sólo
llegaban pacientes europeos. Allí estuvieron las momias varias décadas, para la
curiosidad y el morbo de quienes las querían ver, hasta que el clima, más
cálido y más húmedo que el del Cuzco, las empezó a deteriorar. Atendido esto,
fueron enterradas ocultamente, para evitar las manifestaciones de amor y
reverencia que el pueblo les brindaba. En 1876, José Toribio Polo, (1841- ) uno
de los más destacados historiadores y hombre público del Perú, en la segunda
mitad del siglo XIX, abrió una cripta en el Hospital de San Andrés buscando
precisamente las momias de los reyes incas; en 1937, José de la Riva Agüero
(1885-1944), escritor, político e historiador peruano que desde las filas del
nacionalismo terminara incorporándose a las corrientes fascistas de la época,
efectuó excavaciones dentro del Hospital con la misma finalidad. El 2001, más
de 400 años después que Polo de Ondegarlo privara al pueblo inca de
las momias de sus antepasados, Brian Bauer, arqueólogo, Teodoro Hampe Martínez,
historiador, y Antonio Coello Rodriguez, también arqueólogo, intentaron una vez
más recuperar esas momias, reparar en parte el agravio que se había infligido y
devolver al pueblo peruano parte importante de su herencia, sin conseguirlo.
Hasta hoy, nadie sabe donde reposan los restos de los más grandes reyes que
tuvo el imperio Inca.
Uno de los crímenes culturales más relevantes ocurridos durante este
período corresponde a la destrucción masiva de los textos aztecas. Fueron
probablemente miles los textos existentes en el imperio, a la llegada de los
españoles, que daban cuenta de las más variadas actividades y creencias de los
aborígenes. Motolinía, en un texto conocido como “Epístola Proemial”, publicado
al comienzo de su conocida Historia nos aproxima a esta realidad. “Había entre
estos naturales cinco libros, como dije, de figuras y caracteres. El primero
habla de los años y tiempos. El segundo de los días y fiestas que tenían todo
el año. El tercero de los sueños, embaimientos, vanidades y agüeros en que
creían. El cuarto era el del bautismo y nombres que daban a los niños. El
quinto de los ritos y ceremonias y agüeros que tenían en los matrimonios”([37]). Pero el autor no se queda ahí, y
no obstante estimar que dichos textos contienen los errores propios de pueblos
paganos, reconoce el manejo que esta cultura tiene del calendario, por lo demás
bastante superior al utilizado en Europa en esa época. Y así señala “De todos
estos, al uno, que es el primero, se puede dar crédito, porque habla la verdad,
que aunque bárbaros y sin letras, mucha orden tenían en contar los tiempos,
días semanas, meses y años y fiestas como adelante parecerá. Y así mismo
contaban las hazañas y historias de vencimientos y guerras y el suceso de los
señores principales; los temporales y notables señales del cielo y pestilencias
generales; en qué tiempo y de que señor acontecían y todos los señores que
principalmente sujetaron esta Nueva España hasta que los españoles vinieron a
ella”( ([38]).) Sobre el destino de dichos
textos, Fray Diego Landa, de quien ya hemos hecho referencia, lo describe así:
<“Usaba también esta gente ciertos caracteres o letras con las cuales
escribían en sus libros sus cosas antiguas y sus ciencias, y con estas figuras
y algunas señales de las mismas entendían sus cosas y las daban a entender y
enseñaban. Hallámosle gran número de libros de estas sus letras, y porque no
tenían cosas en que no hubiese superstición y falsedades del demonio, se los quemamos
todos, lo cual sintieron a maravilla y les dio mucha pena”([39]).
En una conducta similar, casi en los confines del mundo, en aquellos
lugares donde ejercía sus dominios el imperio inca, fueron destruidos miles de
“quipus”, sistema de cuerdas integrado por una cuerda principal de la que
dependen otras, de diferentes colores y anudadas de diferentes maneras, que en
un principio se creyó eran sistemas memotécnicos para recordar cantidades, y
hoy, se cree, al menos por algunos científicos, que se trata de un complejo
sistema tridimensional de escritura.
.
[34] JOHNSON, PAUL “La Historia
del Cristianismo”, ediciones B.S.A., 1° edición, Barcelona septiembre de 2010,
pag. 536.
35] BAEZ, FERNANDO “El saqueo Cultural de
América Latina. De la Conquista a la globalización. Editorial debate. Primera
edición en la Argentina bajo este sello, julio 2009, pag. 271[36] PRINGLE, HEATHER, “Las encumbradas ambiciones de los incas”, en National Geographic en Español, abril 2011, vol. 28, Num. 4, pág. 24
[37] MOTOLINÍA, TORIBIO DE BENAVENTE “Historia de los Indios de la Nueva España”, disponible en http://www.fundacionaquae.org/sites/default/files/motolinia_indios_de_nueva_espana.pdf
[38] MOTOLINÍA, TORIBIO DE BENAVENTE, op. Cit.
[39] DE LANDA, DIEGO. “Relación de las cosas de Yucatán”, capítulo XLI Siglo de los Mayas – Escritura de ellos, en http://www.wayeb.org/download/resources/landa.pdf
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