La gran motivación del conquistador europeo es obtener en América riquezas, y en aquella
época eso es sinónimo de oro y plata. Ese oro y esa plata que a unos enloquece
y a otros hace esclavos. Por ello, en un primer momento, todo el oro
y la plata posible de robar fué robado. Todo el oro y la plata posible de fundir
fué fundido. Sólo se salvaron aquellos bienes que no tenían en ese momento
valor económico para los europeos, no parecían constituir una manifestación de
paganismo o no estaban al alcance de los conquistadores. La descripción que
hace un historiador indígena de los españoles de Pizarro, entrando al templo
del sol luego de haber recibido el rescate por Atahualpa, muestra claramente
esa realidad: "Forcejeando, luchando entre ellos, cada cual procurando
llevarse del tesoro la parte del león, los soldados, con cota de malla,
pisoteaban joyas e imágenes, golpeaban los utensilios de oro o les daban
martillazos para reducirlos a un formato más fácil y manuable... Arrojaban al
crisol, para convertir el metal en barras, todo el tesoro del templo cobrado..."
En esta primera etapa el valor patrimonial de la obra no es en absoluto
considerado. Más aún, su desprecio constituye un elemento necesario del
proyecto explotador. Los "indios" son racialmente inferiores, sus
religiones simples herejías, su idioma un dialecto y, en definitiva, su cultura
es barbarie e incivilización. En esta perspectiva, su destrucción entonces no
constituye pérdida alguna, y por el contrario, puede entenderse como requisito
indispensable precisamente para civilizarlos, o para convertirlos a la religión
verdadera, y con frecuencia, para ambas cosas, que son inseparables. Se trata
por lo demás de una práctica que ya viene milenaria de los cristianos contra el
paganismo, y que se asumió nada más llegar al poder. “… hay que recordar que
los edictos del emperador Teodosio-con quien el cristianismo se convirtió en
religión estatal- además de ordenar la destrucción de los templos paganos y de
prohibir en el año 393 los Juegos Olímpicos, puesto que celebraban una
festividad de esa religión, arrasaron también el bosquecillo sagrado de Dafne,
donde estaba la fuente Castalia, cantada por diversos poetas de la antigüedad
grecolatina. Se debe también al “celo” de Teodosio a favor del cristianismo,
entonces en expansión, la destrucción de la estatua de Zeus, obra celebérrima
de Fidias…”([41])([42]).
Como
contrapartida, el simple desprecio por algún símbolo cristiano trae los peores
castigos. Entre las tradiciones y leyendas ecuatorianas hay una que da cuenta
de esta situación. En el centro de Quito, restaurada con posterioridad al
terremoto de 1987, se levanta la llamada “Iglesia del robo”. Según cuenta la
leyenda, la noche del 19 de enero de 1649, varios sacerdotes subían por la
quebrada de Jerusalén, en la misma ciudad de Quito, cuando encontraron,
esparcidas en suelo, un conjunto de hostias, y el respectivo copón en donde
ellas se guardaban. Ante tamaño sacrilegio, se iniciaron procesiones para
calmar la furia de Dios, hasta encontrar a los ladrones. Tiempo más tarde
fueron acusados unos indígenas, que habían robado el copón, creyendo
que era de plata y poseía valiosas joyas en su interior. Al no encontrar nada
de eso, simplemente los botaron a la quebrada y huyeron a Conocoto. Y si hemos
de creer en la leyenda, ésta, según testimonio entregado en una página web
denominada “Quito, Historia y leyenda”, continúa:
- ¿Qué
castigo recibieron los ladrones?
- El morir ahorcados,
arrastrados y descuartizados.
- ¿Se cumplió esa orden?
- Al
pie de la letra. En el lugar donde los religiosos encontraron los objetos
sagrados se levanta hoy la Iglesia del robo([43]).
Y en lo que a nosotros nos interesa, lo más probable es que de ser
cierta la historia, ese haya sido el final. Después de todo se trata del pecado
de “sacrilegio”, o más precisamente, de la “profeanación de la eucaristía”, que
merece las peores penas.
Sólo si algún valor poseen sus elementos (oro, plata, piedras preciosas,
etcétera), éstos son considerados como tales. Consecuencia de este criterio es
que los primeros años que siguieron a la llegada del europeo significaron el
robo y la destrucción de millones de piezas de las culturas aborígenes. Si
ellas eran de oro, las posibilidades del robo eran totales, si alcanzaban a ser
descubiertas por los españoles. Sólo para pagar el rescate de Atahualpa se
juntaron objetos por más 6.080 Kg de oro y 11.872 Kg de plata. Como se sabe,
además, y no obstante haber recibido el rescate, Pizarro y sus hombres
igualmente asesinaron al heredero del imperio inca.
Considerados como signos de ignorancia o paganismo, los bienes
culturales de los pueblos precolombinos carecen absolutamente de valor y
perfectamente pueden ser destruidos sin consideración alguna. Y esta percepción
es compartida incluso por las vanguardias artísticas de la época, para quienes
el arte aborigen americano carece tan absolutamente de significación, que no
ejerce ninguna influencia en el arte europeo, a diferencia por ejemplo de lo
que va suceder con el arte negroafricano, cientos de años más tarde, en pleno
siglo XX.
Durante este período, la mayor parte de los sitios monumentales de
América fueron destruidos. Y en esta búsqueda de perfección del discurso
hegemónico, se utilizó una modalidad ya probada con y por los musulmanes, la
construcción de nuevos templos, sobre lo que fueron lugares de adoración y/o
admiración de antiguos dioses y reyes. La Catedral Metropolitana de la
Ciudad de México, no sólo está construida sobre lo que fue posiblemente un
templo dedicado aQuetzalcóatl, y otras edificaciones menores, sino que incluso
aprovechando el mismo material de dichos templos aztecas. La mítica
“piedra de los doce ángulos”, sorprendente testimonio arqueológico y
arquitectónico de la destacadísima tecnología inca, y del grado de perfección
alcanzado en sus murallas, ubicada en el Cusco, formaba parte del muro exterior
del palacio atribuido a Inca Roca (Sexto soberano de los incas - siglos XIII-XIV),
hoy lo hace del Palacio Arzobispal. La iglesia de San Juan Bautista, en el
departamento de Huancavelica, actual Perú, fue construida sobre los cimientos
del antiguo Intiwasi incásico y en Bolivia, la Iglesia de Tiwanaku, la
Basílica de Nuestra Señora de Copacabana, y la monumental Iglesia de San
Francisco en el centro de la ciudad de La Paz, utilizan piedra labrada
extraída del antiguo templo de Tiwanaku.
De esta época muy pocos objetos culturales que llegaron a manos de los
europeos se salvaron. Curiosidad y una buena dosis de desprecio y racismo
permitieron que se conservara uno de los más refinados objetos del arte
plumario azteca, (expresión artística por lo demás hecha desaparecer por el
europeo, y a hasta hace muy poco ridiculizada como símbolo del “indio
americano”) tocado con más de 580 plumas verdes de quetzal,
trabajado y adornado en su parte inferior con plumas de colibrí en azul, rosa,
verde y marrón. Según la tradición, perteneció a Moctezuma, quien se lo envió a
Cortés en 1519, creyendo que se trataba de Quetzlacoatl. Fue enviado a Europa
poco después de la conquista, y hoy, lejos de la cultura que le dio origen, se
exhibe en el Museo Etnológico de Viena. Una situación similar ocurre con un
manto de plumas, que hoy se exhibe en el Museo Pigorini de Roma.
La justificación de todo esto, el asesinato, el robo, el saqueo, la
destrucción, la mayor parte de las veces no es necesaria. Por regla general
nadie hay a quien rendir cuentas. Y en las pocas oportunidades que ello parece
tener alguna importancia, la conversión al cristianismo puede resultar una
buena excusa.
Es importante destacar además que este modelo económico que destruyó a
la América indígena, también contribuyó generosamente a la destrucción del
África negra. Desde los primeros años del siglo XVI y hasta avanzado el siglo
XIX millones de personas de color negro salieron del continente africano, en
calidad de esclavos, para ser traslados con cadenas, hasta las minas, los
ingenios azucareros, las plantaciones de algodón, el simple interior de las
mansiones, y en general en donde se necesitara mano de obra. El tráfico de
esclavos constituyó un próspero negocio para ingleses, holandés y una tragedia
de dimensiones inimaginables no sólo para los 40 millones de esclavos robados
desde sus tierras, sino también para la población africana que permaneció en el
continente, que vio como secuestraban a su gente, y sufrió la
permanente angustia de verse prisionero de los traficantes.
El primer período de destrucción acelerada del patrimonio cultural
americano se caracteriza entonces por su particular brutalidad, por dirigirse
contra hombres y cosas, y particularmente por desconocer total y absolutamente
la condición de patrimonio cultural a aquellos elementos que se
destruyen. En cuanto a sus alcances, al igual como ocurre con los
dos períodos siguientes, y a diferencia del actual, él se referirá
exclusivamente contra el patrimonio cultural aborigen.
A título de ejemplo, que jamás podría constituir una enumeración
exhaustiva, este significó:
En primer lugar la muerte masiva de los constructores y destinatarios de
ese patrimonio cultural, y como consecuencia de ello, y de la prohibición de
ejercer las actividades culturales prohibidas, la pérdida del conocimiento para
elaborar dichas obras, como ocurrió con el arte plumario, o para interpretar su
contenido, como pasó con los códices mayas.
En el ámbito de la cultura inmaterial, la desaparición de cientos de
lenguas autóctonas, la casi extinción de otras y la imposición del
monolingüismo, en gran parte del continente; la desaparición de los sistemas
políticos y organizativos de los pueblos americanos, que en sus múltiples
manifestaciones democráticas no sólo habían dado origen al federalismo, con la
“Liga Iroquesa”, sino que fue precisamente un jefe iroqués, Canassatego, quien
primero se lo propusiera en 1744, en Pensilvania, a los británicos([44]), la imposición de la religión
cristiana occidental, a millones de personas politeístas, y probablemente
también a algunos monoteístas, como lo eran las tribus… al sur de Chile, la
desaparición de la farmacopedia indígena, muy superior también a la Europea([45]), o el calendario azteca, también superior
al europeo de la época.
Desde la perspectiva del patrimonio cultural material, y teniendo claro
que no se trata sino de aspectos preferentemente inmateriales o materiales,
debemos señalar la destrucción de estructuras urbanas completas, desde pequeños
poblados de pocas residencias o habitaciones, a ciudades enormes como
Tenochtitlan, de mayor tamaño que París o Londres en aquella época, y desde
pequeños senderos, a rutas de miles de kilómetros, como el “camino del Inca”,
en Los Andes de sud América. Así mismo, la desaparición de miles de edificios
públicos, o privados, como palacios, mercados, centros astronómicos,
religiosos, templos, cementerios, enterratorios, pertenecientes a miles de
culturas diferentes. Por último, también es digno de destacar la
destrucción de millones de objetos artísticos, pinturas, esculturas, tallados,
muestras de orfebrería, de uso militar, religioso, científico o simplemente
cotidiano.
La suerte del imperio azteca es similar a la de todos los pueblos
americanos. Y C.W. Ceram la describe así “el emperador Cuitlahuac murió de
viruela a los cuatro meses y le sucedió Cuauhtémoc, de veinticinco años de
edad. Este defendió la capital del país con tal tenacidad que, a pesar de los
nuevos refuerzos con que Cortés contaba, le causó mayores pérdidas que
cualquiera de los jefes aztecas anteriores. Pero el inevitable final era la
destrucción de Méjico; se incendiaron las casas, se derrumbaron las estatuas de
los dioses, se cubrieron los canales -Méjico hoy día ya no es una Venecia- y,
por último, Cuauhtémoc cayó prisionero y fue torturado y ejecutado por los
invasores”([46]).
[41] BAUZA, HUGO
FRANCISCO “Qué es un mito. Una aproximación a la mitología clásica”, Fondo de
Cultura Económica, primera edición Buenos Aires 2005, pág. 155
[42] La estatua
de Zeus a la que se refiere es una de las Siete Maravillas del Mundo Antiguo,
de aproximadamente unos 12 metros de altura, que había sido trasladada desde
Olimpo hasta Constantinopla, en donde fue destruida.
[43] Quito, Historia y leyenda, en http://library.thinkquest.org/C005463F/robo.html
[44] Véase WEATHERFORD, JACK “El Legado Indígena. De cómo los indios americanos transformaron el mundo”, Traducción de Roberto Palet, Editorial Andrés Bello de España, primera edición, Barcelona, 2000, especialmente el capitulo 8°, “Los Padres Fundadores Indios”.
[45] Véase WEATHERFORD, JACK, op. cit, especialmente el capitulo 10°, “El Indio Sanador”. En el mismo sentido, referido al uso de sustancias psicoactivas, GARCÍA DÍAZ, FERNANDO “El consumo de Drogas en los Pueblos Precolombinos. Elementos para una política criminal alternativa”, en Revista Electrónica de Ciencia Penal y Criminología, Universidad de Granada, RECPC 04, r3, 2002, http://criminet.ugr.es/recpc/recpc_04-r3.pdf
[43] Quito, Historia y leyenda, en http://library.thinkquest.org/C005463F/robo.html
[44] Véase WEATHERFORD, JACK “El Legado Indígena. De cómo los indios americanos transformaron el mundo”, Traducción de Roberto Palet, Editorial Andrés Bello de España, primera edición, Barcelona, 2000, especialmente el capitulo 8°, “Los Padres Fundadores Indios”.
[45] Véase WEATHERFORD, JACK, op. cit, especialmente el capitulo 10°, “El Indio Sanador”. En el mismo sentido, referido al uso de sustancias psicoactivas, GARCÍA DÍAZ, FERNANDO “El consumo de Drogas en los Pueblos Precolombinos. Elementos para una política criminal alternativa”, en Revista Electrónica de Ciencia Penal y Criminología, Universidad de Granada, RECPC 04, r3, 2002, http://criminet.ugr.es/recpc/recpc_04-r3.pdf
[46] CERAM, C. W.
“Dioses, tumbas y sabios”, ediciones Destino, colección Destino libro, Volumen
12, primera edición en este formato: mayo 2003, pág. 333, Barcelona, España.
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