Después
de más de 20 años de la derrota de Pinochet, y cuando el modelo neoliberal
impuesto por éste se consolidaba a nivel institucional y aparentemente también en
las conciencias ciudadanas, Chile empezó a cambiar. Como había ocurrido en
otras oportunidades, y seguiría ocurriendo, los estudiantes marcaron la pauta.
Y así, aun cuando hubo otras manifestaciones de diversa índole, el primer
cuestionamiento masivo y radical al modelo neoliberal, lo constituyó la
petición de “educación gratuita” levantada en las manifestaciones del año 2011
Fue
precisamente este concepto, “gratuidad”, el primero que masivamente cuestiona un
sistema en que todo se vende y todo se compra, en que los derechos sociales no
existen, pues es el mercado el que distribuye los bienes y obviamente lo hace
entre quienes pueden pagar por ellos.
La
educación chilena había conocido la gratuidad prácticamente desde siempre, en
toda su extensión, desde los jardines infantiles hasta la educación superior. Durante el siglo XIX y gran parte del siglo XX había sido vista
como un elemento imprescindible para la construcción de la identidad y la ciudadanía
que el Estado-nación requería. Con el surgimiento de los modelos desarrollistas
posteriores a la II Guerra Mundial, la educación es mirada como una herramienta
fundamental para la consolidación de esos modelos y la ampliación de las
oportunidades de la población. La dictadura sin embargo, cuyo propósito desde
un comienzo fue paralizar el proceso evolutivo que el país había ido desarrollando
desde los años 50, y producir una regresión política, social y cultural, vio en
la educación uno de sus peores enemigos. Por ello, no sólo hubo intervenciones
militares en las universidades, con expulsiones, asesinatos, encarcelamientos
de académicos, investigadores, estudiantes, sino también rechazo al pluralismo,
abandono de la extensión y la investigación y por sobre todo, restricción
presupuestaria. La educación, en los años 80, se transformó en una mercancía
más.
Contra éste modelo, mantenido con pequeños cambios por los
gobiernos concertacionistas se rebelan los estudiantes. Después vendrán las
grandes marchas contra distintos pilares del sistema, como las AFP, o contra el
patriarcado, por una salud digna, …, hasta el estallido social, en donde se
confirma que “No son treinta pesos, sino treinta años” y que ya las demandas no
son dos, ni tres, ni cuatro, sino la necesidad cierta de cambiar el modelo
neoliberal que había significado la concentración de la riqueza y el poder en
unas pocas manos, como nunca antes se había visto, que había consolidado un
país de abusos, injusticias, precariedades y desigualdades, un país contra el
cual Chile entero se levantó.
El amplio apoyo con el que triunfara el Apruebo, y más tarde el
fracaso que experimentara el Rechazo en la elección de constituyentes, muestran
que la necesidad de una nueva constitución no sólo no era “fumar opio”, como lo
señaló el senador socialista Camilo Escalona hace algunos años, sino una
necesidad sentida por la más amplia mayoría de los chilenos. Y aquí estamos,
con una Convención Constituyente que más allá de demoras y errores, y en un
proceso que por cierto no será fácil, y requerirá el apoyo y control ciudadano, nos da esperanzas de que redactará
un marco constitucional que garantice las condiciones necesarias para asegurar
una vida digna para todos y cada uno de los habitantes de nuestro territorio, que
posibilite las transformaciones de nuestro país, de modo que podamos construir
un Chile plurinacional, intercultural, digno, soberano, diverso, centrado en un
enfoque de derechos sociales, un Chile con un estado social y democrático de
derechos, en que el respeto por todos los Derechos Humanos, políticos,
económicos, sociales y culturales, esté presente en la elaboración e implementación
de todas las políticas públicas.
Pero ese camino de construcción de un nuevo Chile ya iniciado no
sólo no es el único, sino que requiere de otros que se complementen, se
potencien, y por sobre todo, materialicen los cambios que se necesitan, De lo
contrario corremos el riesgo de quedar a medio camino, de no lograr lo que tanto
se anhela y lo que ha costado a nuestro pueblo detenciones, cegueras, torturas,
violaciones, asesinatos. Ya lo vivimos luego de la derrota a la dictadura; los
cambios anhelados, la alegría esperada, quedaron a medio camino.
Hoy no nos puede pasar lo mismo. No podemos creer en cantos de
sirenas, en que aquellos que se opusieron sistemáticamente a los cambios o no
tuvieron la voluntad de hacerlo, ahora si los llevaran adelante. Es necesario
no sólo contar con una Convención Constituyente dispuesta a construir un nuevo
Chile, debemos contar también con un Poder Ejecutivo y un Poder Legislativo con
verdadera voluntad transformadora.
La conformación de un nuevo parlamento será más adelante, pero el
camino para el establecimiento de ese Poder Ejecutivo que necesitamos ya
empezó, y este domingo 18 tiene una de sus etapas fundamentales. Para que
efectivamente podamos caminar hacia ese Chile que queremos, debemos concurrir
masivamente a las urnas y allí manifestar nuestra voluntad transformadora. No
basta con lo ya logrado, es necesario seguir avanzando, caminando de manera
firme y decidida hacia ese nuevo Chile que tantos anhelamos.
Por todo ello, yo, sin miedo, voto Daniel Jadue.
Santiago 16 de julio de 2021
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