Durante
esta semana, en las redes sociales, y con el apoyo de importantes
organizaciones internacionales, Unesco e ICOM, entre ellas, se desarrollan
diferentes iniciativas que buscan impulsar y promover, de una forma entretenida,
la labor de los museos.
Los
museos surgen, en nuestra América Latina, en los orígenes de los estados
independientes, a principios del siglo XIX, como el primer mecanismo tendiente
a proteger el patrimonio cultural de estas incipientes repúblicas. E. Harwey,
un conocido estudioso del mundo cultural decía “Las políticas de conservación
del patrimonio en las primeras décadas de vida independiente de las flamantes,
aunque débiles, repúblicas hispanoamericanas, estuvieron vinculadas a la
instalación de museos destinados a la preservación de los bienes culturales”.
En
Chile, desde los primeros años de la república se asumió, de manera implícita
pero clara, que existían bienes cuyo valor excepcional trascendía el ámbito de
lo privado, y obligaba al estado a darles algún tipo especial de protección.
Pero además, se consideró que no bastaba sólo su custodia y protección, sino
que era necesaria además su difusión, para que todos -un “todos” limitado en
esa época un sector muy reducido de la población- pudieran disfrutarlo. Así, en
un comienzo y durante varias décadas, el único mecanismo de protección que se
reconoce, es la adquisición por el estado de esos bienes, para desde la
propiedad pública, custodiarlos y exhibirlos. Es así como en el temprano 1813,
el Senado aprueba la creación del Instituto Nacional, la Biblioteca Nacional y
un Museo de Ciencias, lo que en todo caso no se materializará hasta años más
tarde, primero por la Reconquista española, que deshizo gran parte de lo obrado
durante la Patria Vieja y luego por la ausencia de recursos, económicos y
humanos. En 1822. O´Higgins encarga al intelectual francés José Francisco
Dauxion Labaysee la formación de un Museo Nacional, pero éste muere, sin
concretar el encargo. En 1830, el francés Claudio Gay crea el primer museo
chileno, el Museo Nacional de Historia Natural, hoy, instalado en la Quinta
Normal. Luego vendrán muchos más.
Por
supuesto la visión de la cultura y el patrimonio cultural hoy no es la misma
que la de ayer. Durante más de un siglo, los museos históricos, artísticos o
científicos, sólo exhibieron objetos que de un modo u otro representaban las
visiones y los intereses de un sector de la población, aquel que ostentaba el
poder. Uniformes de militares, trajes y utensilios de la aristocracia, el arte
de los grandes salones, la historia, la ciencia y las artes, eran la historia,
la ciencia y las artes de los sectores dominantes. Los obreros de las minas o
de las industrias, los artesanos del campo o la ciudad, los propios campesinos,
carecían de existencia en el mundo cultural y como consecuencia, carecían de
presencia en los museos.
¡Y ni que hablar de los aborígenes!
Pero
los tiempos han ido cambiando. La evolución histórica, la evolución de la
historia como disciplina, y por sobre todo la pérdida del poder hegemónico a
nivel ideológico que han ido experimentando en nuestra sociedad las clases tradicionalmente
dominantes, -y que en el ámbito jurídico se refleja especialmente en el
surgimiento y desarrollo del Derecho Laboral frente al poder económico, y en el
sistema democrático y de los derechos humanos frente al poder político- han
incorporado nuevos criterios a la selección y valoración de los bienes que
integran nuestro patrimonio cultural en la actualidad. Así, poco a poco, y con
distinto vigor y en diferentes áreas, se van incorporando al patrimonio
cultural bienes provenientes de diferentes sectores sociales, del mundo obrero,
del mundo campesino y más recientemente del mundo indígena. La vida urbana se
hace presente de manera muy variada, museos del deporte, de la historieta, de
la moda, son una prueba de ello.
Todo
esto por supuesto no ha sido fácil, y el “patrimonio cultural” (como por lo
demás todo el mundo de la cultura) se ha transformado a menudo en un espacio de
conflicto, en donde se enfrentan visiones diferentes del mundo y de la vida. En
algunos casos esos enfrentamientos son velados, subterráneos, como cuando la
prensa o la televisión oficial simplemente menosprecia las noticias referidas
al patrimonio o la cultura popular. Pero en otros momentos, especialmente
cuando el conflicto político adquiere ribetes de mayor envergadura, el
conflicto por definir lo que es cultural y/o lo cultural que debe protegerse,
alcanza una mayor dimensión, como ha ocurrido con los intentos de cambiar el
carácter del Museo de la Memoria, que da cuenta de los crímenes cometidos por
la dictadura cívico militar de Pinochet, para cambiarlo por uno que la
justifique.
En
la actualidad, como elemento central en el desarrollo de prácticas culturales y
de protección y conservación de patrimonios, está un principio sostenido a
nivel de UNESCO, desde hace décadas, y consagrado en nuestra legislación
nacional desde el año 2017, cuando la ley 21.045 crea el Ministerio de las Culturas,
las Artes y el Patrimonio, el principio de diversidad cultural, que significa “Reconocer
y promover el respeto a la diversidad cultural, la interculturalidad, la
dignidad y el respeto mutuo entre las diversas identidades que cohabitan en el
territorio nacional como valores culturales fundamentales”. Este principio es
plenamente aplicable a los museos.
La
“semana del museo” es una buena alternativa para difundir la misión y el valor
de los museos, y por sobre todo visitarlos. Y la próxima vez que lo hagas, especialmente
si el museo es de historia, te invito a un desafío. Busca en él dónde estás tú,
tu familia, tu entorno, tu grupo social. Si no encuentras nada de eso,
probablemente ese museo aún no tiene la necesaria diversidad cultural que hoy
se propone y tú tienes la posibilidad de hacérselo presente.
Santiago,
14 de mayo de 2019
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