“El deterioro y la destrucción del patrimonio
cultural americano, y su traslado de manera ilícita hacia otros lugares del
planeta, comenzó en el momento mismo de la llegada del hombre europeo a estas
tierras. Han pasado más de 500 años desde aquel entonces y hoy, más
encubiertos, esa destrucción y ese saqueo continúan”.
Más allá
de los bosques milenarios, de las cordilleras monumentales, América Latina es
hoy día una construcción de sus hombres. De los primeros, aquellos que
probablemente llegaron hace más de treinta mil años desde Asia, de los miles
que años después llegaron desde Europa y se instalaron aquí, de los traídos a
la fuerza desde África, y particularmente de los que nacimos en ella. América
Latina es una construcción humana en un doble sentido. Por un lado, el
habitante modificó el paisaje, construyó ciudades, caminos, casas, encadenó los
ríos y cultivó la tierra, también destruyó los bosques, eliminó cientos de
especies y contaminó las aguas, la tierra y el aire. Todo eso y mucho más hemos
hecho para construir-destruir esta realidad física que hoy nos cobija. Pero el
hombre no sólo “construyó-destruyó”, también “inventó” está América. Fue él
quien creó el concepto, y lo puso no sólo en los mapas, sino también en los
diccionarios, en los libros de historia, de arte. Ladrillo a ladrillo los
hombres y lo pueblos fuimos construyendo Nuestra América, haciéndola un
resultado de su propia actividad, fuimos transformándola en un objeto cultural,
elaborado por el sujeto de cultura. Y en este proceso, el hombre va dejando
huellas, las más importantes de las cuales hoy las llamamos bienes culturales Y
cuando ellas presentan un interés especial para la historia, el arte o las
ciencias, esas huellas forman parte del patrimonio cultural de los pueblos.
El patrimonio cultural es en el presente, huella de
nuestro pasado y camino de nuestro futuro. Constituye un espacio de reflexión
que nos permite conocernos, reconocernos, construirnos y reconstruirnos, desde
nuestra condición básica de habitantes del universo, a la de pueblos, naciones,
cibvilizaciones, humanidad.
El patrimonio cultural es también aquella parte
esencial de nuestra memoria colectiva que nos da identidad y pertenencia. Si
ella desaparece, desaparece también nuestro pasado, nuestro presente como grupo
histórico, identificado con una tradición y unos valores, y nuestro futuro como
pueblo específico.
América, es, en primer lugar, un gigante físico de
dimensiones abrumadoras para el hombre europeo. Frente a un territorio
limitado, un mar Mediterráneo acotado, surgen ríos sin límites, llanuras
infinitas, desiertos gigantescos. Más de 4 veces mayor que Europa, América es,
en sus medidas, como dice Guillermo Díaz-Plaja, “sobrehumana”([1]).
Este continente, de más de 42 millones de
kilómetros cuadrados, casi con certeza fue descubierto por pueblos asiáticos
que, cruzando el Estrecho de Bering, llegaron a Alaska entre los 28.000 y los
40.000 años atrás. Durante la llamada glaciación de Wisconsins, período en que
la capa de hielo cubre gran parte de Europa y Norteamérica con masas de hasta 3
kilómetros de espesor en algunos lugares, y que como consecuencia produce una
baja considerable de las mareas, un verdadero puente de tierra se manifiesta
entre ambos continentes. Probablemente persiguiendo grandes mamíferos
existentes en la época, para obtener alimentación y vestuario, habitantes de
las estepas del norte de Asia se fueron adentrando en el territorio que hoy
ocupa el mar de Bering, internándose sin darse cuenta en América del Norte, y
desde allí expandiéndose por todo el continente.
Poblada desde el norte de Alaska hasta los canales
del extremo sur de Tierra del Fuego por cientos de culturas diferentes y desde
hace ya miles de años, a la llegada de los europeos, América posee dos de los
sólo 6 centros de alta civilización existentes en el mundo (los otros centros
de “alta civilización” eran Europa, Oriente Medio, Asia del Sur y el sudeste
Asiático). Por un lado Mesoamérica, esto es el sur de México, parte
de Guatemala y el actual Belice, y por otro, las tierras altas de Los Andes del
sur y parte de la franja costera, es decir, principalmente los territorios de
Perú y Bolivia actuales([2]).
Así, los millones de habitantes que poblaban
América, ocupaban selvas, mesetas, valles, montañas, ríos, fiordos, desiertos,
canales, en una variedad de paisajes, religiones, costumbres, juegos,
vestuario, cerámica, escultura, arquitectura, poesía, música, danza, teatro, se
manifestaban de muy diferentes maneras, en los miles de pueblos que ocupaban el
continente, (sólo en las tierras del norte del Río Bravo se estima en unas 600
las tribus que lo habitaban). Y si la diversidad de pueblos es enorme, la
diversidad cultural adquiere dimensiones desconocidas hasta ese momento. Es que
la América precolombina no sólo está habitada por miles de pueblos, sino
además, sus estructuras de desarrollo son tan variadas como no es posible
encontrar, en ese momento, ni en Europa, ni en Asia, ni en la parte conocida de
África, por el mundo occidental. Así, al lado de los millones de habitantes que
integran pueblos cazadores o recolectores, con vidas nómades y una escasa
infraestructura habitacional, hay otros que construyen imperios, con
estructuras políticas complejas, ciudades habitadas por cientos de miles de habitantes,
y con una arquitectura monumental antisísmica, capaz de soportar el paso de los
siglos. A fines del siglo XV, y cuando París era poco más que un pueblecito,
Londres no supera los 150.00 habitantes y en Madrid aún no se instala la Corte
Real, Tenoshtitlan tiene al menos unos 250.000 habitantes.
De este modo, mientras en las llamadas “altas
culturas precolombinas”, el desarrollo artístico e intelectual se manifestaba
en el conocimiento del cero, el desarrollo de avanzados calendarios, de
complejos procesos de gestión ambiental para amplias zonas geográficas, y
originales sistemas políticos y sociales, así como en la construcción
antisísmica, el trabajo en la piedra, avanzados sistemas de riego, y complejos
sistemas de manipulación genética y cultivo del maíz, en otras culturas, como
las de ciertos pueblos pescadores y recolectores, como algunos del extremo sur,
se vivía en condiciones físicas similares a la visión más clásica de lo que
habría sido la prehistoria de la humanidad.
El deterioro y la destrucción del patrimonio
cultural americano, y su traslado de manera ilícita hacia otros lugares del
planeta, comenzó en el momento mismo de la llegada del hombre europeo a estas
tierras. Han pasado más de 500 años desde aquel entonces y hoy, más encubiertos,
esa destrucción y ese saqueo continúan.
La historia de América Latina, desde la perspectiva
de su patrimonio cultural, es en los últimos siglos la sucesión de una larga
historia de tragedias. Desde que le clavaran los dientes en la garganta, poco o
nada hemos hecho en este territorio para alterar esa situación, en una conducta
que, como adecuadamente la describe Galeano, es rayana en la estupidez.
La historia del saqueo de nuestras riquezas básicas
está escrita, con lujo de detalles, en grandes e importantes obras de nuestro
continente. “Las venas abiertas de América Latina”, de Eduardo Galeano, es
quizás una de las más conocida de todas. Del saqueo de nuestro patrimonio
cultural estamos empezando a conocer su historia, iniciando un proceso de toma
de conciencia del problema([3]);
pero seguimos estando en una etapa tan básica e ingenua de su desarrollo
histórico, que lo desconocemos incluso en su conceptualización como tal. (No
deja de ser ilustrativo que Galeano no dedicara un solo capítulo al tema, no
obstante referirse al cobre, al petróleo, a la plata, el caucho y mucho más).
Denunciados a veces por la prensa, estos atentados
se presentan como hechos aislados, como situaciones puntuales que en el mejor
de los casos dan lugar a una cifra cuya validez estadística, cuando la hay,
resulta difícil de verificar y que, dado además la muy alta cifra negra, en
definitiva poco o nada nos indica.
Nosotros planteamos exactamente lo contrario. No
son hechos aislados, sino inmersos en una lógica común, -la de que todo vale
cuando de enriquecimiento se trata- insertos en un modelo de desarrollo
económico que no sólo los acepta, sino que a menudo los promueve, como en el caso
de la destrucción de sitios arqueológicos por represas, caminos, o proyecto
mineros, más allá de sus discursos condenatorios, que más bien son palabras de
buena crianza, pero que jamás han terminado por poner en riesgo el gran negocio
que todo esto representa.
Ahora bien, si el saqueo y la destrucción han
acompañado a Nuestra América de manera permanente, parece posible distinguir
algunos periodos en los que esa actividad se ha dado con más intensidad, con
más fuerza. No se crea que se trata de períodos de un origen inexplicable, como
singularidades en un big bang con inflación caótica. No. Son más bien períodos
consecuencia de la instalación de un modelo económico que van pasando por diferentes
etapas.
Desde esta perspectiva, nosotros creemos distinguir
cuatro grandes procesos de destrucción.
El primero se inicia con la llegada del europeo a
nuestro continente, y comprende especialmente todo aquel llamado “conquista”.
Durante él se produce el mayor genocidio y el mayor saqueo cultural de la
historia. A él dedicamos el siguiente artículo de este blog
El
segundo, corresponde al caracterizado por la atribución del europeo de valor
cultural a algunos bienes generados por los pueblos precolombinos. Si durante
siglos, la cultura de dichos pueblos fue despreciada en toda su extensión,
destruyéndose, como ya lo hemos visto, la mayor parte de ella, nuevas realidades
económicas, con nuevos dueños del capital van generando también nuevas orientaciones
políticas, filosóficas y en general culturales, se traducen, entre otras cosas,
en un proceso de ampliación del concepto de bien cultural, que va a generar un
nuevo proceso de saqueo intenso del patrimonio cultural precolombino. Quizás el
ejemplo más claro de lo que significa el período que describimos lo constituye
lo sucedido en torno al redescubrimiento del mundo inca, estrechamente ligada a
Machu Picchu. Este antiguo poblado de piedra, ubicado en la unión de las
montañas Machu Picchu y Huayna Picchu, al sur del Perú, si bien técnicamente
nunca se redescubrió, pues nunca estuvo perdido, se abrió al mundo occidental
sólo con la llegada de Hiram Bingham, un profesor norteamericano de la
Universidad de Yale, con quien se inicia su estudio … y sistemático saqueo, que
no ha sido reparado hasta el día de hoy. Entre los años 1911 y 1916, cuando
realiza sus expediciones a Machu Picchu, más de 45.000 piezas, entre las que
hay momias, restos humanos, ceramios, utensilios y objetos de arte, fueron
trasladados a la Universidad de Yale. Otro ejemplo de esta situación, esta vez
en Costa Rica y sus alrededores lo constituye la figura de Minor Cooper Keith.
Norteamericano, dueño, amo y señor de amplios territorios en Costa Rica,
gracias al contrato que le otorgó la explotación ferroviaria por 99 años y a
través de la United Fruit Company, que ayudó a fundar, Keith no sólo fue un hombre de negocios, fue también el más grande de
los coleccionistas de piezas arqueológicas de Costa Rica y el saqueador más
importante de ese patrimonio cultural.
El
tercero corresponde al esfuerzo republicano por incorporar los últimos
territorios en manos de aborígenes a la soberanía estatal, que se inicia en la
segunda mitad del siglo XIX, desarrollándose hasta el día de hoy, en amplios
lugares de la Amazonía. En nuestro país se le llamó “Pacificación de la
Araucanía” (Entre los ríos Bío Bio y el Tolten), y “Colonización” en
Magallanes. En Argentina “Conquista del desierto” (Pampa y Patagonia) y en
Estados Unidos “Conquista del oeste”. En todas partes significó el genocidio de
miles de indígenas, y por supuesto la destrucción de sus culturas.
El cuarto período corresponde a la actualidad, se
caracteriza en lo esencial por transformar a los bienes culturales en objetos
de inversión, aplicarles la lógica -y la ética- del mercado, y en consecuencia,
sobrevalorarlos cuando económicamente puede ser rentable (y por esa vía,
estimular especialmente el saqueo arqueológico y paleontológico, el robo y las
falsificaciones) y promover su destrucción cuando el valor que representan es
inferior al que se puede obtener por otras vías (caminos represas,
construcciones, turismo indiscriminado, incluyendo operaciones mediáticas como
el Dakar y la Fórmula E). (Esta situación ya ha sido tratada con algún detalle
en artículos anteriores de este Blog, especialmente en:
“Los
bienes culturales como objetos de inversión”
Notas
[1] DIAZ-PLAJA,
GUILLERMO, “Hispanoamérica en su literatura”, Biblioteca Básica Salvat,
Salvat Editores, España, 1970, pág. 75
[3] Una
contribución significativa a ello lo hace el reciente libro de Fernando BAEZ,
“El saqueo Cultural de América Latina. De la Conquista a la globalización”.
Editorial debate. Primera edición en la Argentina bajo este sello, julio 2009.
Sin embargo probablemente el primer libro que efectivamente tiene un
impacto relevante sobre el tema esla obra de KARL E.
MEYER, publicado en castellano como “El saqueo del pasado. Historia
del tráfico ilegal de obras de arte”, F.C.E., México, agosto de 1990
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