"Si alguna vez se ha
aplicado con precisión a un caso la palabra genocidio, es a éste. Me parece que
es un record, no sólo en términos relativos (una destrucción del orden de 90% y
más), sino también absolutos, puesto que hablamos de una disminución de la población
estimada en 70 millones de seres humanos. Ninguna de las grandes matanzas del
siglo XX puede compararse con esa hecatombe”
Tzvetan Todorov
El primer período de destrucción y saqueo
acelerado del patrimonio cultural americano se dio con el descubrimiento
europeo del continente, y los siguientes inicios de la conquista de él.
Manifestado en su forma más brutal, se expresó en toda la extensión que su
contenido avasallador lo permitió, que puede, sólo para efectos de análisis,
clasificarse en tres grandes categorías, la destrucción de los hombres, la
destrucción de las ideas, la destrucción de los objetos.
La llegada del hombre europeo, significó en
primer lugar el exterminio, la eliminación física de millones de sujetos de
cultura, ya en su condición de creadores de ella, de sus destinatarios, o de
ambos. En segundo, se eliminaron millones de textos, pintura, escultura, viviendas,
centros religiosos, millones de expresiones materiales, artísticas, religiosas,
educativas, políticas o simplemente pertenecientes a la vida cotidiana de miles
de pueblos. Además, se hizo desaparecer de la faz de la tierra cientos de
idiomas, miles de canciones, poesías, cuentos, leyendas, elementos
constitutivos todos ellos de un riquísimo patrimonio cultural inmaterial. En
definitiva, los procesos de descubrimiento y conquista en sus primeras décadas,
hicieron desaparecer, de manera acelerada, tal cantidad de expresiones del
patrimonio cultural material e inmaterial de los pueblos americanos, que el
patrimonio cultural de la humanidad se empobreció considerablemente para
siempre. En verdad es de tal envergadura este fenómeno, el exterminio de los
pueblos americanos, que aun cuando puede parecer sólo un mecanismo indirecto de
destrucción del patrimonio cultural, nos parece imposible soslayar. Y ello
adquiere más relevancia, en nuestra perspectiva, cuando fenómenos similares,
que también mencionaremos, se dieron con posterioridad.
Por supuesto que no hay cifras precisas sobre
la población indígena existente en América, a la llegada del hombre europeo, a
fines del siglo XV. El antropólogo H.F Dobyns señaló, en sus primeros trabajos
que serían entre 90 y 112 millones. S.F Cook y W.W. Borah
refiriéndose sólo a la población de la meseta central de Nuevo México
fijaron la cantidad en más de 25 millones. Tzvetan Todorov, señala textualmente
“Sin entrar en detalles y para dar sólo una idea general… diremos que en el año
1500 la población global debía ser de unos 400 millones, de los cuales 80
estaban en las Américas. A mediados del siglo XVI, de esos 80 millones quedan
10. O si nos limitamos a México: en víspera de la conquista, su población es de
unos 25 millones; en el año 1600, es de un millón”([5]). Otros autores han dado
cifras mucho menores, indicando que a lo más se trataría de unos 30 millones en
todo el continente. Ahora bien, ya sea que a la llegada de los europeos la
población americana sumara más de 100 millones, o sólo fuera una población de
entre 25 a 30 millones, lo cierto es que un siglo y medio después se
encuentra reducida en total a unos 3 millones y medio de habitantes.
Hablamos de una situación en que la población
es “diezmada” para describir el horror que significó la muerte de un gran
porcentaje de personas. Matar al 10%, 1 de 10, es el sentido literal, y la
expresión histórica proviene del castigo que aplicaban los romanos contra las
poblaciones que se sublevaban. La peste negra, que asoló a Europa a mediados
del siglo XIV y que aún se recuerda por el brutal exterminio que produjo, mató
a aproximadamente al 30% de la población. Si consideramos como cierta la cifra
de menor población estimada para América, sobrevivió el 10% de la población. Si
por el contrario, como cree la mayoría de los expertos, la población era de
entre 70 y 100 millones, se trata de la mayor matanza ocurrida jamás en la
historia de la humanidad. Ya no es sólo un porcentaje brutal el exterminado, el
90 o 95 por ciento de la población, es también la muerte del mayor número de
personas habida jamás en el planeta. ¡Más de 70 millones de muertos! Ni siquiera
la suma de víctimas de las dos guerras mundiales es capaz de compararse con el
exterminio en América. Steven Katz, autor de la principal historia del fenómeno
del holocausto en la historia de la humanidad([6]) ha dicho, en un lenguaje
más conciliador que la despoblación del Nuevo Mundo, con todo su terror y su
muerte, muy probablemente se trata del mayor desastre demográfico de la
historia. Tzvetan Todorov, en ese extraordinario estudio del problema del otro
en la conquista de América, es más drástico. Allí señala textualmente “Si
alguna vez se ha aplicado con precisión a un caso la palabra genocidio, es a
éste. Me parece que es un record, no sólo en términos relativos (una
destrucción del orden de 90% y más), sino también absolutos, puesto que
hablamos de una disminución de la población estimada en 70 millones de seres
humanos. Ninguna de las grandes matanzas del siglo XX puede compararse con esa
hecatombe”([7])
.
Tres
son las principales causas de la muerte.
La
primera, la muerte ocasionada por la violencia del conquistador. Aquí están por
cierto los muertos en combate, aquellos miles que murieron en muy desiguales
batallas contra el invasor. Pero no sólo ellos. Aquí también están los cientos
de miles de aborígenes indefensos que son asesinados impunemente por cualquier
razón, las miles de víctimas de esa brutalidad humana incomprensible,
inimaginable casi, las más de las veces con una crueldad repugnante incluso, de
la que dan cuenta centenares de textos. Diego de Landa, por ejemplo,
cuyo texto, descubierto recién en 1863, posibilitó en parte el
descifrar los jeroglíficos mayas, en el capitulo XV de la “Relación de las
cosas de Yucatan” señala textualmente “Quemaron vivos a algunos principales de
la provincia de Cupul y ahorcaron a otros. Hízose información contra los de
Yobain, pueblo de los cheles, y prendieron a la gente principal y, en cepos la
metieron en una casa a la que prendieron fuego abrasándola viva con la mayor
inhumanidad del mundo, y dice este Diego de Landa que él vio un gran árbol
cerca del pueblo en el cual un capitán ahorcó muchas mujeres indias de las
ramas y de los pies de ellas a los niños, sus hijos”([8]). Y
más adelante agrega “Que se alteraron los indios de la provincia de Cochua y
Chectemal y los españoles los apaciguaron de tal manera que, siendo esas
dos provincias las más pobladas y llenas de gente, quedaron las mas
desventuradas de toda aquella tierra. Hicieron (en los indios) crueldades
inauditas cortando narices, brazos y piernas, y a las mujeres los pechos y las
echaban en lagunas hondas con calabazas atadas a los pies; daban estocadas a
los niños porque no andaban tanto como las madres, y si los llevaban en
colleras y enfermaban, o no andaban tanto como los otros, cortábanles las
cabezas por no pararse a soltarlos. Y trajeron gran número de mujeres y hombres
cautivos para su servicio con semejantes tratamientos.”([9]).
Por su parte, el Padre Las Casas, que como es sabido dedica una serie de textos
a denunciar el mal trato, entre las decenas de casos que describe, refiriéndose
a la isla de Cuba señala “Después que todos los indios de la tierra desta isla
fueron puestos en servidumbre e calamidad de los de la Española, viéndose morir
y perecer sin remedio, todos comenzaron a huir a los montes; otros, a ahorcarse
de desesperados, y ahorcábanse maridos e mujeres, e consigo ahorcaban los hijos;
y por las crueldades de un español muy tirano (que yo conocí) se ahorcaron más
de doscientos indios”([10])
y concluye “Pereció desta manera infinita gente”([11]).
En
nuestro país la violencia y la crueldad, poco narrada, se vive desde los comienzos
de la llegada del europeo. Diego de Almagro, nada más cruzar la cordillera,
hizo morir en la hoguera a algunos jefes indígenas, Alonso
de Reinoso hizo morir en la pica a Caupolicán y García Hurtado de
Mendoza torturó a Galvarino, cortándole las manos.
El
segundo grupo muere como causa de la esclavitud y la explotación sistemática
que se hizo de ellos. El conquistador vino a buscar riquezas, a hacerse de una
fortuna, y para lograrlo sólo tiene el poco tiempo que la breve vida de
aquellos años le otorgaba. Es urgente reunir, en el más breve plazo, la mayor
cantidad de oro y riquezas posible, sin importar la salud o la vida de quienes
trabajan para ello. La primera y mayor explotación se da en las minas, que son
la segunda fuente de riqueza que se explota (la primera son los tesoros
acumulados por los aborígenes); pero más adelante se extiende a todo tipo de
trabajos. Jornadas extenuantes de 18 a 20 horas, falta de alimentación
adecuada, y condiciones de trabajo miserables deterioran rápidamente la salud
de los aborígenes y rápidamente cobran la vida de millones de ellos. Toribio de
Benavente, religioso franciscano conocido como “Motolinía”([12])
llegó a México en mayo de 1524([13]),
y años después escribió un texto dando a conocer la historia de la conquista,
como las costumbres, modos de vivir, ritos y cultura de los indios. Publicado
recién fragmentariamente en 1848 y completo en 1858, constituye una de las
fuentes históricas más importantes de la época. Conocido como “Historia de los
Indios de la Nueva España”, al inicio describe las supuestas diez plagas que
Dios ha enviado a los aborígenes. Refiriéndose a la novena plaga señala “… o
los ocupaban en hacer casas y servirse de ellos, adonde acababa la comida, o se
morían allá en las minas o por el camino porque dineros no los tenían para
comprarla, ni había quien se las diese. Otros volvían tales, que luego morían y
de estos y de los esclavos que morían en las minas fue tanto el hedor, que
causó pestilencia, en especial en las minas de Oaxyecac, en las cuales media
legua a la redonda y mucha parte del camino, apenas se podía pasar sino sobre
hombres muertos o sobre sus huesos; y eran tantas las avesy cuervos que venían
a comer sobre los cuerpos muertos, que hacían gran sombra al sol, por lo cual
se despoblaron muchos pueblos, así del camino como de la comarca”([14]) .
Así,
a poco andar, la ausencia de mano de obra genera el mayor tráfico de esclavos
jamás registrado. Cuando aún no han pasado 20 años desde la llegada a esas
tierras, ya en 1511, se establece la esclavitud en Cuba, que si bien va estar
unida a la historia de la industria azucarera y particularmente al trabajo en
los cañaverales, especialmente desde finales del siglo XVIII y principios del
XIX, en su origen está encaminada a proveer de mano de obra en las minas y en
el trabajo doméstico([15]).
Por ello, no puede extrañar lo que señala, Jack Weatherford, “El producto más
demandado por los españoles eran los esclavos, porque ya habían terminado con
los indios del Caribe”([16]).
La
explotación colonial es tan brutal que sólo Potosí, ese mineral de plata que
por un tiempo fue la ciudad más grande de América “requirió el trabajo de
tantos esclavos indios..”([17])
que “… se tragó 8 millones de mineros indígenas”([18]).
La
imagen del conquistador español, que algunos historiadores, españoles los más,
pero también americanos, han querido propagar, de patriota, fiel soldado, y
férreo defensor de la doctrina cristiana, mas bien parece una ilusión, una
verdadera ironía, frente a la realidad de un hombre ambicioso, sin
escrúpulos, cruel y sanguinario, ávido de oro, mujeres y tierras.
La
tercera causa sistemática de muertes es la ocasionada por las enfermedades.
A
la llegada de los españoles, los indios americanos gozaban de buena salud. Y en
lo esencial, ello era el resultado de un conjunto de situaciones, casuales
algunas, consecuencia deliberada del actuar humano otras.
Desde
luego no existía en América, a diferencia de lo que ocurría en el mundo
occidental, un conjunto de enfermedades altamente contagiosas y con elevados
índices de mortalidad. En verdad si exceptuamos la sífilis, cuyo origen aún se
discute y existen fundadas razones para suponerle un origen Europeo, los
aborígenes americanos desconocen las grandes epidemias. Como señala Woodrow
Borah, experto en historia de la enfermedad en América “… los indígenas
americanos tuvieron relativamente pocas enfermedades, y aparte de desastres
naturales como inundaciones y sequías que echaban a perder las cosechas, parece
que disfrutaban de una buena salud”([19]).
Por lo demás, una conclusión como ésta es la única compatible con lo que se
viviría después, una inmensa mortalidad en América producto de las enfermedades
introducidas por el europeo, y la total ausencia de un fenómeno similar en
Europa con enfermedades provenientes de América.
Por
supuesto que lo anterior no significa ausencia de enfermedades. En América
también las había, pero eran de menor mortalidad, y, aún cuando todavía puede
parecer curioso (dada la ignorancia y subvaloración del aporte indígena a la
formación mundo moderno) frente a ellas los aborígenes habían desarrollado una
farmacopea extraordinaria.
Hacia
fines del siglo XV, y mediados del siglo XVI, y mientras la medicina europea
aún discute los aportes Hipócrates, Galeno o Avicena, y las teorías humorales
de Aristóteles, los aborígenes americanos investigan y experimentan
de manera que aún resulta asombroso. Y es que si bien el método científico es
un invento netamente europeo, y nada hay, como reflexión universal que se le
parezca en el resto del planeta, los indios americanos, investigaban y
experimentaban con los productos de la naturaleza, generando una extraordinaria
farmacopea, capaz de aliviar decenas de males, para muchos de los cuales los
europeos no tenían respuesta alguna.
Especialmente
las culturas maya, azteca e inca, conocían el uso de innumerables plantas
medicinales, entre las que podemos destacar la coca, el yagé, el yopo, el
tabaco, el curare. Pero no solo ellos. El primer tratamiento del escorbuto que
llamó la atención de los europeos se menciona en el Diario del explorador
francés Jacques Cartier (1491-1557) correspondiente a su segundo viaje a
América. Allí da cuenta de cómo el invierno de 1535 -1536 los sorprende en la
desembocadura del hoy río
San Carlos, quedando atrapados en el hielo. A mediados de febrero, la gran
mayoría de tripulantes, franceses e iroqueses padecen escorbuto. Al ver que
algunos nativos se salvan Cartier consulta cautamente, por temor a que la
debilidad de los tripulantes pudiera ocasionarle mayores problemas. Allí se
entera que la preparación de hojas de un determinado árbol, conocido por los
hurones como “annedda” podía curar el escorbuto. La historia bien podría pasar
como anécdota, sin embargo, como ha destacado Jack Weatherford, el episodio
indicado da cuenta de la mentalidad americana y de la superioridad del modelo
farmacológico americano. “El descubrimiento indígena de drogas medicinales para
una amplia gama de enfermedades no fue una circunstancia fortuita, según la
cual América fue bendecida por la naturaleza con más drogas por descubrir. Si
bien la quinina y el ipecac crecían sólo en América, la cura del escorbuto
ilustra la superioridad general del conocimiento médico y farmacológico
indígena. El Viejo Mundo abundaba en plantas que podrían haber curado
fácilmente esta enfermedad, pero la ciencia occidental las ignoró hasta que los
indios demostraron su utilidad” ([20]).
De
los extensos y complejos conocimiento médicos americanos la mayoría se
perdieron por la acción “civilizadora” de los europeos. Algunos indicios quedan
en el llamado Códice Badiano, cuyo título en latín es precisamente
“Libellus de medicinalibus indorum herbis”, Libro de las hierbas
medicinales de los indios, en el en el códice Magliabecchi, y en
las crónicas de algunos autores de la época.
A
principios del año 2012 se divulgó la noticia que las investigación coordinadas
por el profesor Francisco Ayala, de la Universidad de California habían
permitido identificar cómo llegó la malaria a Sud América([21]).
Mediante análisis de ADN de muestras de sangre humana de pacientes infectados,
se pudo determinar que vino desde África con la trata de esclavos. Conocida en
el Viejo Mundo desde tiempos inmemoriales, la malaria o paludismo atacó y
provocó la muerte de millones de personas, sin que se conociera un tratamiento
eficaz para su prevención o curación. Introducida en América, los indígenas
pronto descubrieron que una de sus fármacos tradicionales, la corteza del
quino, llamada quina, aliviaba rápidamente los síntomas. De la quina-quina,
llamada “corteza de corteza” por sus poderes medicinales, los científicos
franceses Joseph Pelletier y Joseph Caventou van a extraer, en 1820 el
principio activo de dicha corteza, y siguiendo en parte la nomenclatura quechua
llamaran “quinina”, principio activo de la cloroquina, medicamento que hasta
hoy se emplea en el tratamiento de la malaria([22]).
La
investigación y experimentación con productos naturales es de tal envergadura,
que a la llegada de los hombres del Viejo Mundo los americanos conocen el uso
de más de 110 plantas con efectos psicoactivos, Esto es identifican la planta,
seleccionan la parte de ésta que concentra mejor sus potencialidades y conocen
el mecanismo de ingestión más adecuado. Así por ejemplo, el cacao se bebe,
“sangre de los dioses” le llamaban los aztecas, el tabaco se fuma y la hoja de
coca se masca. Frente a esto, los europeos son capaces de manejar entre 12 o 14
plantas con efectos psicoactivos([23]).
Y
la buena salud parecía no sólo corresponder a los seres humanos, sino también a
sus fuentes de alimentación, dado que no existen registros de plagas que las
pusieran sistemáticamente en peligro. De este modo el hambre, que desde los
tiempos bíblico constituía una permanente tragedia para los invasores, en
América “…parecía ausente en comparación con la escasez periódica que amenazaba
a los europeos durante los años de cosechas perdidas y hambrunas”([24]).
La
introducción de una enfermedad en una población que nunca antes la había
experimentado, o que había estado libre de ella por tantas generaciones que
cualquier tipo de inmunidad adquirida había desaparecido, las llamadas
epidemias de “suelo virgen”, atacan con extrema
virulencia. Tal es así, que incluso a menudo presenta síntomas muy diferentes
de aquellos con que suele identificarse en poblaciones que la padecen como
endémica, y que son aquellas en donde se suelen haber estudiado.
Los
europeos habían soportado durante milenios las enfermedades endémicas que, con
brotes epidémicos, habían asolado ese continente. Las epidemias a menudo habían
ocasionado estragos en Europa. Recuerdos de sus efectos se tenían
desde la Guerra del Peloponeso, cuando una epidemia azotó Atenas, facilitando
claramente el triunfo espartano. La “Muerte Negra” venida desde el este, asoló
el continente europeo a mediados del siglo XIV, diezmando la población. Pero
nada hay en los registros de la historia, hasta hoy, similar a lo que sufrieron
los aborígenes americanos. Lowell y Cook, editores del libro que con el nombre
de “Juicios Secretos de Dios”, en el artículo que cierra el conjunto de textos
de ese libro señalan “Sin embargo, fue en el Nuevo Mundo, no en Europa, donde
los brotes de enfermedades probablemente causaron la mayor pérdida de vidas humanas
conocida en la historia. Es del todo probable que tras la expansión
transoceánica de Europa a finales del siglo quince ocurriera la mortalidad más
grande jamás conocida”([25]).
De
este modo, los invasores, que eran a menudo sobrevivientes de ellas pues las
habían padecido en su infancia, no sufrieron las consecuencias desastrosas que
tuvieron para la población aborigen.
Más
que a la guerras, muchos autores atribuyen a las enfermedades traídas desde
Europa un rol preponderante en la debilitación de los pueblos aborígenes y como
consecuencia de ello en la derrota militar frente al invasor. “Ya
sea que hablemos del siglo dieciséis o del dieciocho, de los Aztecas o los Mapuches,
es indudable que las infecciones epidémicas del Viejo Mundo dieron forma
decisiva a los destinos del Nuevo Mundo. Las epidemias brotaron temprano y se
apagaron tarde”([26]).
Y
la verdad es que el impacto es de tal naturaleza, que necesariamente debió
haber afectado la situación de los nativos. Por un lado disminuía directamente
las posibilidades de resistencia con la muerte o la enfermedad de posibles
soldados. Por otro lado, generaba situaciones de gobernabilidad precaria cuando
las autoridades morían inesperada y masivamente, como ocurrió con Huayna Capac,
generando la guerra entre Atahualpa y Huáscar, que tan beneficiosa resultó para
Pizarro. Otro efecto no menor, era el pánico que ocasionaban estas epidemias en
la población sana, que se acrecentaba con enfermedades como la viruela, que
desfiguraban el rostro y el cuerpo. Dado además el profuso intercambio
comercial existente entre los aborígenes de lejana regiones, no es infrecuente
que algunas epidemias se desplacen de manera más rápida que los propios
conquistadores, contribuyendo a debilitar a los indígenas antes que estos deban
enfrentar siquiera al invasor. Un buen ejemplo de ello lo cita Uriel
García Cáceres, en un trabajo sobre la implantación de la viruela en Los Andes.
Allí señala “En el caso del Imperio Inca, la viruela, el sarampión y la gripe
llegaron diez años antes que Pizarro y sus huestes. Como si se tratase de esos
adelantados – los agentes microbianos causantes de estas graves enfermedades -
castigaron a los supuestos infieles a la religión de las Santas Majestades, los
reyes y reinas de España, para preparar su sometimiento”([27]).
Probablemente llegaron por el sur, desde Buenos Aires, más que desde Panamá, en
donde se encontraba un contingente de españoles desde donde saldría más tarde
Pizarro.
Sobre
la responsabilidad en relación con esta causa de muerte, se han planteado las
posiciones más extremas, desde quienes rechazan cualquier indicio de
responsabilidad para los europeos, hasta quienes los ven como total y absolutamente
responsables. Entre estas últimas, destaca la de Fernando Báez, quien
expresamente señala “La responsabilidad de las epidemias, en todo caso, se
enmarca dentro de los crímenes voluntarios y no accidentales, pues los
conquistadores causaron este daño con premeditación. Usaron a los enfermos que
traían para diezmar a los indígenas y desmoralizarlos; no lo evitaron”([28]).
La
verdad es que obviamente los españoles de la época no poseían los conocimientos
y las capacidades técnicas para controlar absolutamente las
enfermedades que llevaban por primera vez a tierras americanas, pero eso no los
libera de su responsabilidad. Por una parte ellos sabían que varias de las
enfermedades más graves, como la viruela, el sarampión, y la gripe, se
trasmitían por contagio de persona a persona, y ya en la edad media se habían
desarrollado prácticas de aislamiento de los enfermos para impedir su difusión,
y poco o nada se hizo a menudo por los aborígenes. Por otro lado, y en esto se
ha insistido poco, las condiciones de vida inhumana en que han puesto a los
aborígenes son tan precarias, que éstos resultan fácil presa de todo tipo de
enfermedades. Trescientos años después de la llegada de Colón, el naturalista
alemán Alexander von Humbolt hacía hincapié en la estrecha relación entre las
enfermedades, y en particular la viruela, y las condiciones de
hambre en que vivían los aborígenes. Más aún, en reiteradas oportunidades hay
conductas claramente dirigidas a utilizar la enfermedad como castigo, incluso
favoreciendo su difusión. García Cáceres, en el artículo ya citado, describe la
situación más extrema. Haciendo referencia a la historia de la viruela escrita
por Behbehani ([29]),
recuerda que en 1633 ”… el gobierno colonial inglés instruyó a sus tropas para
esparcir frazadas contaminadas con viruela para ser recogidas por los nativos y
así ayudar a su exterminación” ([30]).
Por
último, tampoco se debe olvidar que los propios conquistadores utilizaron la
propagación de las enfermedades en la población aborigen, y no en ellos, (o al
menos no con dimensiones similares), como prueba de su superioridad, y por
sobre todo del castigo de Dios. Motolinía comienza el primer capítulo de su ya
citada “Historia” señalando “Hirió Dios y castigó esta tierra y a los que ella
se hallaron, así naturales como extranjeros, con diez plagas trabajosas. La
primer fue de viruelas…”([31]).
Por su parte Pedro de Liévano, Deán de la Catedral de Guatemala, en 1582
escribía “En lo que toca a morirse los indios e ir en disminución, son juicios
secretos de Dios que los hombres no los alcanzan y lo que este testigo ha visto
en el tiempo que ha estado en estas provincias es que desde la provincia de
México han venido tres o cuatro pestilencias con las cuales ha venido la tierra
en grandísima disminución”([32]),
según texto que da inicio al libro de LOVELL, GEORGE y DAVID COOK ya citado,
que precisamente se titula “Juicios Secretos de Dios”, ironizando con el texto
citado.
El
primer elemento de destrucción de la cultura se dio entonces mediante el
exterminio, mediante el genocidio de los actores culturales. Pero ello no quedó
reducido a los aspectos materiales, los europeos destruyeron intelectualmente
también la imagen del aborigen, creando realidad al respecto. Así, desde un
comienzo vieron en los primero habitantes de América lo que siglos más tarde
van a ver en sus propios delincuentes, primero intuitivamente, y luego de la
obra de C. Lombroso, “El Hombre delincuente”, de forma “científica”, los
rastros más claros de la degeneración, la regresión atávica a situaciones
intermedias entre el europeo y el antropoide. Para la propia Iglesia católica,
los nativos americanos, como por lo demás ocurrió con casi todos los pueblos no
europeos, siempre presentaron un marcado nivel de inferioridad. Ya fuera que la
actitud se traducía en la explotación más desenfrenada, en la defensa
ideológica de dicha explotación, o aún en una conducta marcadamente
paternalista, lo cierto es que siempre se actuó desde la superioridad. Como ha
señalado Paul Johnson, en La historia del Cristianismo”([33]),
jamás se les concedió la condición de cristianos adultos. Siempre se actuó con
ellos como si se encontraran permanentemente en una especie de interdicción.
Notas
[5] TODOROV, TZVETAN “La
Conquista de América. El problema del otro”, Siglo XXI editores, 9° edición en
español, Madrid, 1998, pág. 144.
[7] TODOROV, TZVETAN “La
Conquista de América. El problema del otro”, Siglo XXI editores, 9° edición en
español, Madrid, 1998, pág. 144.
[10] LAS CASAS, FRAY
BARTOLOMÉ “Brevísima relación de la destrucción de las indias”, texto
disponible en http://aix1.uottawa.ca/~jmruano/relacion.pdf
[12] MOTOLINÍA, expresión
náhuatl, “el que es pobre”, nombre dado por los aborígenes americanos, que el
propio Toribio de Benavente prefirió ocupar, y por el que es más conocido en la
historia.
[14] MOTOLINIA, “Historia
de los Indios de la Nueva España”, disponible en
http://www.fundacionaquae.org/sites/default/files/motolinia_indios_de_nueva_espana.pdf
[16] WEATHERFORD, JACK “El
Legado Indígena. De cómo los indios americanos transformaron el mundo”,
Traducción de Roberto Palet, Editorial Andrés Bello de España, primera edición,
Barcelona, 2000, pág. 41
[19] BORAH, WOODROW
“Introducción”, en “Juicios Secretos de Dios. Epidemias y
despoblación indígena en Hispanoamérica colonial”, W. George Lovell y Noble
David Cook (coordinadores), Ediciones Abya Yala, Quito,
Ecuador 2000, pág.227, 228
[21] BBC Mundo
Noticias, martes 3 de enero de 2012, http://www.bbc.co.uk/mundo/noticias/2012/01/120102_origen_malaria_sudamerica_men.shtml
[22] En todo caso la
malaria sigue causando estragos en las poblaciones pobres del mundo.
Investigaciones reciente señalan que “… las muertes a nivel mundial se han
incrementado de 995.000 en 1980 a su máximo de 1.820.000 en 2004, antes de caer
a 1.240.000 en 2010” cit. En BBC Mundo Noticias, 3 de febrero de 2012 http://www.bbc.co.uk/mundo/noticias/2012/02/120202_malaria_muertes_ao.shtml
[23] Véase GARCÍA DÍAZ,
FERNANDO “El consumo de Drogas en los Pueblos Precolombinos. Elementos para una
política criminal alternativa”, en Revista Electrónica de Ciencia Penal y
Criminología, Universidad de Granada, RECPC 04, r3, 2002, http://criminet.ugr.es/recpc/recpc_04-r3.pdf
[25] LOVELL, GEORGE y DAVID
COOK, NOBLE “Desenredando la madeja de la enfermedad”, en “Juicios Secretos de
Dios. Epidemias y despoblación indígena en Hispanoamérica colonial”, W. George
Lovell y Noble David Cook (coordinadores), Ediciones Abya Yala, Quito, Ecuador 2000,
pág.227, 228
[27] GARCÍA
CÁCERES, URIEL “La implantación de la viruela en los andes, la
historia de un holocausto, en Revista Peruana de Medicina Experimental y
Salud Pública; 2003, Vol. 20, p41-50
[28] BAEZ, FERNANDO “El
saqueo Cultural de América Latina. De la Conquista a la globalización.
Editorial debate. Primera edición en la Argentina bajo este sello, julio 2009,
pág. 40
[30] GARCÍA
CÁCERES, URIEL “La implantación de la viruela en los andes, la
historia de un holocausto, en Revista Peruana de Medicina Experimental y
Salud Pública; 2003, Vol. 20, p41-50
[33] JOHNSON, PAUL “La
Historia del Cristianismo”, ediciones B.S.A., 1° edición, Barcelona septiembre
de 2010.
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