La visión
católica de la conducta sexual se remonta a los primeros años del cristianismo,
aunque curiosamente bien pude estimarse que tiene poco de origen cristiano. Al
menos si cristiano lo hacemos sinónimo de caridad cristiana, de perdón a los
pecadores y de palabras y enseñanzas de Cristo.
Las raíces de
esta visión se han extraído esencialmente de dos fuentes, doctrinas helénicas
tomadas tempranamente por el cristianismo, especialmente el pensamiento
estoico, para quien el placer perturbaba la razón humana, y una selección interesada
de textos del Antiguo y Nuevo Testamento.
Y decimos selección, porque en materia de sexualidad, como en todo
tema moral, la Biblia contiene un conjunto de enseñanzas variadísimas, que
asumiendo la modalidad de normas de origen divino o de sucesos promovidos por
Dios, muchas resultan contradictorias entre sí, y algunas moralmente tan
repulsivas, para todo tiempo y lugar, que ya en los comienzos del cristianismo resultaban
imposibles de promover. Un buen ejemplo de esto último encontramos en la oferta
de Lot de entregar a sus dos hijas vírgenes para que las violen “He aquí ahora
tengo dos hijas que no han conocido varón; permitidme sacarlas a vosotros y
haced con ellas como mejor os parezca; pero no hagáis nada a estos hombres,
pues se han amparado bajo mi techo” (Génesis 19.8), o en la conducta de las mismas
hijas de Lot descrita pocos versículos más adelante “Un día, la hija mayor
le dijo a la menor: Nuestro padre ya está viejo, y no quedan hombres en
esta región para que se casen con nosotras, como es la costumbre de todo el
mundo. Ven, vamos a emborracharlo, y nos acostaremos
con él; y así, por medio de él tendremos descendencia. … Así
las dos hijas de Lot quedaron embarazadas de su padre” (Génesis 19. 31-36).
Y decimos
interesada, porque, resulta obvio que la selección de textos se hizo buscando
aquellos que permitían ratificar una decisión previamente adoptada, la
sexualidad como actividad pecaminosa. “No te
acostarás con un varón como con una mujer; es una abominación" (Levitico
18:22), "...cuando se llegaba a la mujer de su hermano, derramaba su semen en
tierra para no dar descendencia. Pero lo que hacía era malo ante los ojos del
Señor", (Génesis 38:9). Si
la visión de la sexualidad hubiera sido no represiva, la selección de los
textos podría haberse extraído del Cantar de los cantares por ejemplo “La juntura
de tus muslos son como goznes, o charnelas, labrados de mano maestra. Es ese tu
seno cual taza hecha a torno, que nunca está exhausta de preciosos licores. Tu
vientre como montoncito de trigo, cercado de azucenas. Como dos cervatillos
mellizos son tus dos pechos. (Cantar de los Cantares VII, 1-3).
Y decimos poco
cristiana, porque lo que menos posee es origen evangélico. De hecho, si bien en
estos hay algunas referencias, al matrimonio por ejemplo, (El hombre
dejará padre y madre y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne
(...) por lo tanto, lo que Dios juntó, no lo separe el hombre" (Mateo
19:5-6), son limitadas, y se encuentran cruzadas por la idea del perdón, como
cuando refiriéndose a la mujer adúltera Jesús dice “El que de ustedes esté sin
pecado sea el primero en tirar una piedra" (Juan 8:7.). Por el
contrario, frente al perdón de Cristo a la adúltera, se ha preferido a Pablo,
que precisamente no la perdona “¿No sabéis que los injustos no
heredarán el reino de Dios? No erréis; ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados,
ni los homosexuales, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los
maldicientes, ni los estafadores, heredarán el reino de Dios” (Primera epístola a los Corintios, 6: 9-10).
Ya Orígenes,
(185-254) el principal intelectual cristiano con anterioridad a Agustín,
menciona entre los tres mayores pecados, la idolatría, el adulterio y la
fornicación, dos pecados sexuales. Pero la consolidación de esa doctrina, con sus ribetes más
represivos y anti naturales, la verdadera obsesión católica por el pecado
sexual, se da a
partir de los textos del Obispo de Hipona, Agustín (354-430).
Consagrado santo por la Iglesia, San
Agustín es el pensador más importante de la Iglesia en sus primeros 1.000 años.
Maniqueo primero y converso al cristianismo después, dedica parte importante de
sus textos a “confesar” su vida de pecador, en la que el pecado sexual tiene
especial relevancia, y a arrepentirse de ella,. (“De mí se exhalaban nubes de
fangosa concupiscencia carnal en el hervidero de mi pubertad, … y arrastraban
mi debilidad por los derrumbaderos de la concupiscencia en un torbellino de
pecados” …”¿Por dónde andaba yo, … cuando le concedí el cetro a la lujuria y
con todas mis fuerzas me entregué a ella en una licencia que era indecorosa
ante los hombres y prohibida por tu ley?” ([1])“Vine a Cartago y caí como en una
caldera hirviente de amores pecaminosos” ([2]),
Particularmente importante parece haber sido el texto de Pablo ya citado, pues
el propio Agustín señala: "Este combate, que yo experimentaba en mí mismo,
me hacía entender claramente aquella sentencia que había leído en el Apóstol:
que refiere como la carne tiene deseos contrarios al Espíritu y el Espíritu los
tiene contrarios a la carne"([3]).
En
definitiva, la visión de la sexualidad de Agustín, que marcará a la Iglesia por más de mil quinientos
años se puede resumir en tres puntos:
1. La sexualidad humana es
una actividad a nivel instintivo, por lo tanto equiparable a la de los animales
y constituye en lo esencial un pecado.
2. Dado su
carácter pecaminoso, sólo se justifica en cuanto va encaminada a la procreación.
3. El matrimonio
constituye un estado que procura la procreación y la fidelidad, por lo que es
por tanto una barrera al adulterio.
La visión culposa de la sexualidad se
inserta por lo demás en una visión culposa del ser humano que traspasa a toda
la Iglesia durante siglos. Sólo así es posible entender, en Agustín de Hipona
frases como “¿Quién me recordará los pecados de mi infancia? Porque nadie está
libre de pecado ante tus ojos, ni siquiera el niño que ha vivido un solo día”([4]).
O la invención del “limbo de los niños”, como lugar o estado para los niños no
bautizados, que no habían cometido pecado personal alguno, pero que al no
haberse liberados del pecado original, tampoco merecían el cielo.
Tomás de Aquino, por su parte, “él” otro
gran pensador cristiano, asumió la idea de la procreación como la finalidad del
matrimonio, y profundizó en el estudio del pecado sexual distinguiendo entre
“pecados contra la naturaleza” (sodomía, por ej.) y “según la naturaleza”,
(lujuria por ej.).
La actitud tradicional cristiana ante la
sexualidad es tan negativa que sólo la reproducción podía justificar una
actividad de esa naturaleza. Durante más de mil quinientos años el sexo es
condenado y denigrado, llegándose incluso a la determinación de las posturas
que se debían utilizar, para evitar cualquier posibilidad de disfrute físico.
La uniformidad de esta visión negativa de la sexualidad
se rompe a partir de 1517, con la reforma protestante, pues Martín Lutero no
sólo rechaza la visión del sexo como pecaminoso, sino que declara que el sexo
es un regalo de Dios, mientras esté confinado al matrimonio, pero continuó
invariable en la Iglesia Católica.
Será necesario llegar a mediados del siglo XX para tener
los primeros, y tibios cambios en este ámbito. Y una vez más, como resultado de
descubrimientos laicos que cuestionan enseñanzas milenarias de la Iglesia. Un
verdadero golpe para ella fue el descubrimiento, en la década del 30, de los
días de infertilidad de la mujer. La existencia de un período de infertilidad
natural, y aún mucho más largo que el de fertilidad, hacía evidente que “en el
plan de Dios”, la sexualidad humana no podía estar únicamente encaminada a la
procreación. Ello obligó a revisar el enfoque que hasta ese momento se había
sostenido. El primer cambio significativo lo dio Pío XII, que en 1951 acepta la
legitimidad de la actividad sexual durante los días que la mujer no puede
concebir y por tanto la legitimidad de actividad sexual destinada consciente y
voluntariamente a no concebir. Como lo señala Cristian Barría, médico
psiquiatra creyente, investigador del Centro Teológico Manuel Larrain “… esta
aceptación moderna de Pío XII surge como la primera innovación doctrinal
importante en materia sexual desde Agustín”([5]).
Por primera vez “En el siglo XX, el amor y el placer conyugal empezaban a tener
un espacio legítimo en la moral sexual”([6]).
El
descubrimiento de la píldora anticonceptiva esta vez altera sustancialmente la
conducta de las católicas, que poco a poco se van convenciendo de la
legitimidad de su uso, no obstante las reiteradas condenas que la iglesia
pronuncia sobre la materia.
A pesar de ello
se sigue rechazando el uso de mecanismos anticonceptivos.
Durante el
Concilio Vaticano II, un masivo grupo de teólogos y obispos hicieron esfuerzos
importantes por profundizar en la ruptura con la visión pecaminosa de la
sexualidad y la procreación como objetivo central de la actividad sexual
humana. El surgimiento de la píldora anticonceptiva hizo creer a muchos en la
posibilidad de un cambio radical en la Iglesia, que, se esperaba, se refiriera
también al celibato sacerdotal. Después de todo se trataba de una visión no
sólo conservadora de la sexualidad, sino alejada de la más elemental naturaleza
humana, toda vez que el deseo sexual se mantiene en la mujer de manera
permanente en períodos fértiles o no, y permanece incluso mucho más allá de la
pérdida definitiva de la fertilidad. Pero no ocurrió así. El avance fue mínimo.
Terminado el Concilio, muerto Juan XXIII que lo había citado, durante el
Pontificado de Pablo VI, se publica la encíclica Humanae Vitae, que reitera la doctrina de
la Iglesia sobre el aborto, y condena
tajantemente el uso de métodos anticonceptivo, salvo cuando estos
procedimientos se limitan a la abstinencia sexual durante los días fértiles. La
encíclica subraya que el acto conyugal no puede separar los dos principios que
lo rigen: el unitivo([7])
y el procreativo.
Desde un
comienzo esta encíclica recibió el rechazo de millones de católicos. Sólo en
Estados Unidos la lista de teólogos que la cuestionaban llegó rápidamente a los
600([8]).
Una de las críticas más repetidas, es que no aporta razones justificativas de
sus afirmaciones, y sólo se impone autoritariamente a los fieles([9]).
El pontificado
de Juan Pablo II significó un verdadero retroceso en materia moral. No sólo se
centró en los aspectos sexuales, -dejando de lado lo avanzado en materia de
solidaridad y compromiso con los pobres- sino que además retomó visiones
medievales en estas materias.
En 1985, el
Catecismo Cristiano ratifica dicho planteamiento consagrando una disposición
incomprensible hoy para millones de católicos: “La lujuria es un deseo o un goce desordenados del placer
venéreo. El placer sexual es moralmente desordenado cuando es buscado por sí
mismo, separado de las finalidades de procreación y de unión”([10]).
En la
actualidad se vislumbra una clara distinción entre la visión de la sexualidad
humana que se expone en las declaraciones de la jerarquía vaticana, con la que
manifiestan millones de fieles católicos. El vaticano sigue con una mirada
pecaminosa de la sexualidad, en la que la procreación constituye el objetivo
central que le da licitud a las relaciones sexuales y sólo cuando éstas ocurren
dentro del matrimonio. Dicha visión ha sido abandonada, en la práctica, por
millones de mujeres, cuya conducta sexual se encuentra cada vez más alejada de
dichos cánones, especialmente en materias de anticoncepción, relaciones
sexuales fuera del matrimonio, y homosexualidad, así como por decenas de
teólogos, principalmente especialistas en “teología moral”, que discrepan con
la autoridad precisamente frente a los temas señalados. Al parecer muchos
comparten la idea que Enrique Miret M, teólogo miembro de la Asociación de
Teólogos Juan XXIII expone cuando señala que “La teología católica tiene como
principio básico que “la gracia no destruye la naturaleza, sino que la
desarrolla y la perfecciona”… “Y, por eso, desde todos los puntos de vista,
psíquico, médico, humano y religioso, fracasa cualquier decisión eclesiástica
que vaya contra los principios fundamentales de la naturaleza”([11]).
[1] AGUSTÍN, SAN,
“Confesiones”, Colección Filosofía y Teoría Social, Libros en Red, Libro II,
disponible en http://www.iesdi.org/universidadvirtual/Biblioteca_Virtual/Confesiones%20de%20San%20Agustin.pdf
[5] BARRIA CRISTIAN, “Cambios en la moral sexual
católica. Una mirada desde la historia”. Disponible en http://servicioskoinonia.org/logos/articulo.php?num=116
[9] MOLINA, ENRIQUE, “La evolución de la teología Moral Católica
a lo largo del siglo XX”. Disponible en http://www.almudi.org/articulos/1361-la-evolucion-de-la-teologia-moral-catolica-a-lo-largo-del-siglo-xx
[11] MIRET MAGDALENA, ENRIQUE, “Nadie puede poner barreras
ficticias a lo natural”, prólogo “Desde la teología”, al libro “La vida Sexual
del Clero”, de Pepe Rodriguez, Ediciones B, S.A., Argentina, 2001, pág. V.
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