Fernando García Díaz
In the history of catholic church, positions towards the subject of abortion han been approached from three points of view: the sexual morality, the right to life and the moral freedom, being the first one the most relevant historically. The author analyzes the most significant aspects of the sexual morality, sustained by the ecclesiastical hierarchy and its influence in different appreciations towards the subject of abortion.
“Aquellos que procuran la muerte de
sus hijos concebidos del pecado y nacidos del adulterio, o trataren de darles
muerte en el seno materno por medio de algún medicamento abortivo, a tales
adúlteros de uno y otro sexo, déseles la comunión solamente pasados siete años,
a condición de que toda su vida insistan especialmente en la humildad y en las
lágrimas de contrición”.
Concilio de Lérida, (546) can. LXVIII.
A modo de resumen
1. La Iglesia ha abordado el tema del aborto desde distintas perspectivas, siendo la primera y la históricamente más relevante, la visión desde la sexualidad humana.
2. La visión de la sexualidad humana se estructura sobre dos ideas centrales, la relación sexual es esencialmente pecaminosa y sólo se justifica en cuanto está dirigida a la procreación, y dentro del matrimonio religioso.
3. En algunos casos el aborto aparece explícitamente condenado cuando es prueba de un embarazo ilícito (adulterio o fornicación, por ej.) por lo que en definitiva la verdadera condena es al “pecado sexual”, no al aborto.
4. En otras situaciones, como cuando el aborto recibe una sanción menor que el empleo de métodos anticonceptivos, el aborto se está sancionando también por ser prueba del pecado sexual, (lujuria por ej.); pero esta vez relaciones sexuales no dirigidas a la procreación, por lo que en definitiva tampoco se sanciona el aborto consentido.
5. Esta concepción de la sexualidad humana se encuentra hoy cuestionada por millones de católicos y católicas, que sin dejar de sentirse miembros de la Iglesia; desarrollan una conducta sexual cada vez más alejada de las normas de la jerarquía eclesiástica, especialmente en materias de anticoncepción, relaciones sexuales fuera del matrimonio, y homosexualidad, así como por decenas de teólogos, principalmente especialistas en “teología moral”, que discrepan con la autoridad precisamente frente a los temas señalados.
En
la historia de la Iglesia las posiciones frente al tema del aborto se han abordado
esencialmente desde tres perspectivas, la moral sexual, el derecho a la vida y
la libertad moral. Históricamente lo primero y más destacado, es el enfoque
desde la moral sexual. Sólo de manera secundaria en el pasado y de manera más central
en un presente muy reciente, la jerarquía eclesiástica ha derivado sus
posiciones desde el derecho a la vida (después de todo como “derecho universal a la vida”, éste es propio de la modernidad, y
por tanto no sólo ajeno, sino en sus orígenes contrario al pensamiento
católico). Hoy también, miles de católicos, y cientos de especialistas
en Teología Moral, alejados sustancialmente de las autoridades formales de la
Iglesia, se plantean el tema del aborto (como el de la utilización de métodos
anticonceptivos), desde la perspectiva de libertad moral([1]).
Cualquiera
sea la perspectiva desde la que hoy se aborde, sin embargo, alcanza una mejor
comprensión de lo que es y ha sido la visión católica sobre el aborto, si nos
detenemos unos minutos en lo que ha sido la visión de la sexualidad humana para
la Iglesia. Y es que en los textos
religiosos católicos, durante más de 1.500 años el aborto se vinculó más bien con
los temas relativos a la sexualidad. Incluso en la actualidad, cuando la
Iglesia hace esfuerzos por aparecer como desde siempre una institución
protectora del derecho a la vida([2]),
a menudo se cuelan pensamientos, opiniones o sistematizaciones que dan cuenta
que el origen de la preocupación es esencialmente el referido al pecado sexual.
Así por ejemplo, el primer texto papal del siglo XX que plantea una condena
definitiva del aborto no está en un documento referido a la vida, sino en uno
referido al “matrimonio casto”([3]).
La actual página web de Wikipedia sobre “moral sexual católica”, indudablemente
elaborada por seguidores de la doctrina oficial señala “La Iglesia requiere que sus miembros no practiquen la masturbación, la fornicación, el adulterio, la pornografía, la prostitución, la violación, los actos homosexuales, y los métodos anticonceptivos. Específicamente, intervenir en un aborto puede acarrear
la pena de excomunión.”([4]). “En primer lugar, la mayoría de los
abortos son pecados contra el sexto y el noveno mandamientos (adulterio,
fornicación y lujuria)”, dice hoy el sacerdote católico Thomas J. Euteneuer,([5])
presidente de la organización pro-vida[6] Human Life International,
HLI, entre el 2000 y el 2010. José
Ugarte, autor probablemente de una de las obras actuales más
monumentales en materia de repetición de la doctrina de la Iglesia sobre temas
referidos a la vida, expresamente señala “Es decir la legalización del aborto
tiene un efecto multiplicador, lo que es muy natural, pues fomenta el
desenfreno, el que a su vez aumenta los casos de aborto”([7]).
Y todo esto no nos puede extrañar; sabido es que la
preocupación de la Iglesia Católica en materia de pecado ha estado más centrada
en lo sexual que en otros temas.
Sexualidad
La preocupación católica por la conducta sexual es una realidad que se
remonta a los primeros años del cristianismo, aunque curiosamente bien pude
estimarse que tiene poco de origen cristiano. Y esto, porque lo que menos posee
es origen evangélico. De hecho, si bien en estos hay algunas referencias, al matrimonio
por ejemplo, (El hombre dejará padre y madre
y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne (...) por lo tanto, lo
que Dios juntó, no lo separe el hombre" (Mateo 19:5-6), son limitadas, y
se encuentran cruzadas por la idea del perdón, como cuando refiriéndose a la
mujer adúltera Jesús dice “El que de ustedes esté sin pecado sea el primero en tirar una
piedra" (Juan 8:7.), lo que no ocurre en la vida de la Iglesia por casi
1800 años.
Las raíces de la visión de la sexualidad como pecado se han extraído de
una selección interesada([8])
de textos del Antiguo Testamento, (“No te acostarás con un varón
como con una mujer; es una abominación" Levitico 18:22), (...cuando se
llegaba a la mujer de su hermano, derramaba su semen en tierra para no dar
descendencia. Pero lo que hacía era malo ante los ojos del Señor", Génesis
38:9), de
algunas epístolas de Pablo, (...los hombres, abandonando el
uso natural de la mujer, se encendieron en su lujuria unos con otros,
cometiendo hechos vergonzosos" (Romanos 1:27), “Pues los deseos de la
carne están contra el espíritu y los deseos del Espíritu contra la carne”,
(Gálatas 5,17) y de doctrinas helénicas tomadas tempranamente por el
cristianismo, especialmente el pensamiento estoico, para quien el placer
perturbaba la razón humana.
Ya Orígenes,
(185-254) el principal intelectual cristiano con anterioridad a Agustín,
menciona entre los mayores pecados, la idolatría, el adulterio y la fornicación,
dos pecados sexuales. Pero la consolidación de esa doctrina, con sus ribetes
más represivos y anti naturales, la verdadera obsesión católica por el pecado
sexual, se da a partir de los textos del Obispo de Hipona, Agustín
(354-430).
Consagrado santo por la Iglesia, San Agustín es el pensador
más importante de la Iglesia en sus primeros 1.000 años. Maniqueo primero y
converso al cristianismo después, dedica parte importante de sus textos a
“confesar” su vida de pecador, en la que el pecado sexual tiene especial
relevancia, y a arrepentirse de ella,. (“De mí se exhalaban nubes de
fangosa concupiscencia carnal en el hervidero de mi pubertad, … y arrastraban
mi debilidad por los derrumbaderos de la concupiscencia en un torbellino de
pecados” …”¿Por dónde andaba yo, … cuando le concedí el cetro a la lujuria y
con todas mis fuerzas me entregué a ella en una licencia que era indecorosa
ante los hombres y prohibida por tu ley?”
([9])“Vine
a Cartago y caí como en una caldera hirviente de amores pecaminosos” ([10]), Particularmente
importante parece haber sido el texto de Pablo ya citado, pues el propio
Agustín señala: "Este combate,
que yo experimentaba en mí mismo, me hacía entender claramente aquella
sentencia que había leído en el Apóstol: que refiere como la carne tiene deseos
contrarios al Espíritu y el Espíritu los tiene contrarios a la carne"([11]).
En definitiva, la visión de la sexualidad de Agustín, que marcará a la Iglesia por más de mil quinientos
años se puede resumir en tres puntos:
1. La sexualidad
humana es una actividad a nivel instintivo, por lo tanto equiparable a la de
los animales y constituye en lo esencial un pecado.
2.
Dado su carácter
pecaminoso, sólo se justifica en cuanto va encaminada a la procreación.
3.
El matrimonio constituye
un sacramento, que exige la fidelidad y procura la procreación, por lo que es una barrera al adulterio.
La visión culposa de la sexualidad se inserta por
lo demás en una visión culposa del ser humano que traspasa a toda la Iglesia
durante siglos. Sólo así es posible entender, en Agustín de Hipona frases como
“¿Quién
me recordará los pecados de mi infancia? Porque nadie está libre de pecado ante
tus ojos, ni siquiera el niño que ha vivido un solo día”([12]). O la invención del
“limbo de los niños”, como lugar o estado para los niños no bautizados, que no
habían cometido pecado personal alguno, pero que al no haberse liberados del
pecado original, tampoco merecían el cielo.
Tomás
de Aquino, por su parte, “él” otro gran pensador cristiano, asumió la idea de
la procreación como la finalidad del matrimonio, y profundizó en el estudio del
pecado sexual distinguiendo entre “pecados contra la naturaleza” (sodomía, por
ej.) y “según la naturaleza”, (lujuria por ej.).
La
actitud tradicional cristiana ante la sexualidad es tan negativa que sólo la
reproducción podía justificar una actividad de esa naturaleza. Durante más de mil quinientos años el sexo es condenado
y denigrado, llegándose incluso a la determinación de las posturas que se
debían utilizar, para evitar cualquier posibilidad de disfrute físico.
La uniformidad de esta visión negativa de la sexualidad se rompe a
partir de 1517, con la reforma protestante, pues Martín Lutero no sólo rechaza
la visión del sexo como pecaminoso, sino que declara que el sexo es un regalo de
Dios, mientras esté confinado al matrimonio, pero continuó invariable en la
Iglesia Católica.
Será necesario llegar a mediados del siglo XX para tener los primeros, y
tibios cambios en este ámbito. Y una vez más, como resultado de descubrimientos
científicos que cuestionan enseñanzas milenarias de la Iglesia. Un verdadero
golpe para ella fue el descubrimiento, en la década del 30, de los días de
infertilidad de la mujer. La existencia de un período de infertilidad natural,
y aún mucho más largo que el de fertilidad, hacía evidente que “en el plan de
Dios”, la sexualidad humana no podía estar únicamente encaminada a la
procreación. Ello obligó a revisar el enfoque que hasta ese momento se había
sostenido. El primer cambio significativo lo dio Pío XII, que en 1951
acepta la legitimidad de la actividad sexual durante los días que la mujer no
puede concebir y por tanto la legitimidad de actividad sexual destinada
consciente y voluntariamente a no concebir. Como lo señala Cristian Barría, médico
psiquiatra creyente, investigador del Centro Teológico Manuel Larrain “… esta
aceptación moderna de Pío XII surge como la primera innovación doctrinal importante
en materia sexual desde Agustín”([13]). Por primera vez “En el
siglo XX, el amor y el placer conyugal empezaban a tener un espacio legítimo en
la moral sexual”([14]).
El
descubrimiento de la píldora anticonceptiva esta vez altera sustancialmente la
conducta de las católicas, que poco a poco se van convenciendo de la
legitimidad de su uso, no obstante las reiteradas condenas que la iglesia
pronuncia sobre la materia.
A pesar
de ello se sigue rechazando el uso de mecanismos anticonceptivos.
Durante
el Concilio Vaticano II, un masivo grupo de teólogos y obispos hicieron
esfuerzos importantes por profundizar en la ruptura con la visión pecaminosa de
la sexualidad y la procreación como objetivo central de la actividad sexual
humana. El surgimiento de la píldora anticonceptiva hizo creer a muchos en la
posibilidad de un cambio radical en la Iglesia, que, se esperaba, se refiriera
también al celibato sacerdotal. Después de todo se trataba de una visión no
sólo conservadora de la sexualidad, sino alejada de la más elemental naturaleza
humana, toda vez que el deseo sexual se mantiene en la mujer de manera
permanente en períodos fértiles o no, y permanece incluso mucho más allá de la
pérdida definitiva de la fertilidad. Pero no ocurrió así. El avance fue mínimo.
Terminado el Concilio, muerto Juan XXIII que lo había citado, durante el
Pontificado de Pablo VI, se publica la encíclica Humanae Vitae, que reitera la doctrina de la Iglesia sobre el aborto, y condena tajantemente el uso de métodos
anticonceptivo, salvo cuando estos procedimientos se limitan a la abstinencia
sexual durante los días fértiles. La encíclica subraya que el acto conyugal no
puede separar los dos principios que lo rigen: el unitivo([15])
y el procreativo.
Desde un comienzo esta encíclica recibió el rechazo de millones
de católicos. Sólo en Estados Unidos la lista de teólogos que la cuestionaban
llegó rápidamente a los 600([16]). Una de las críticas más
repetidas, es que no aporta razones justificativas de sus afirmaciones, y sólo
se impone autoritariamente a los fieles([17]).
En 1985, el Catecismo Cristiano ratifica dicho
planteamiento consagrando una disposición incomprensible hoy para millones de
católicos: “La lujuria es
un deseo o un goce desordenados del placer venéreo. El placer sexual es
moralmente desordenado cuando es buscado por sí mismo, separado de las
finalidades de procreación y de unión”([18]).
En la actualidad se vislumbra una clara distinción entre la visión de la
sexualidad humana que se expone en las declaraciones de la jerarquía vaticana,
con la que manifiestan millones de fieles católicos. El vaticano sigue con una
mirada pecaminosa de la sexualidad, en la que la procreación constituye el
objetivo central que le da licitud a las relaciones sexuales y sólo cuando
éstas ocurren dentro del matrimonio. Dicha visión ha sido abandonada, en la
práctica por millones de mujeres, cuya conducta sexual se encuentra cada vez
más alejada de dichos cánones, especialmente en materias de anticoncepción,
relaciones sexuales fuera del matrimonio, y homosexualidad, así como por
decenas de teólogos, principalmente especialistas en “teología moral”, que
discrepan con la autoridad precisamente frente a los temas señalados Al parecer
muchos comparten la idea que Enrique Miret M, teólogo miembro de la Asociación
de Teólogos Juan XXIII expone cuando señala que “La teología católica tiene
como principio básico que “la gracia no destruye la naturaleza, sino que la
desarrolla y la perfecciona”… “Y, por eso, desde todos los puntos de vista,
psíquico, médico, humano y religioso, fracasa cualquier decisión eclesiástica
que vaya contra los principios fundamentales de la naturaleza”([19]).
Aborto y sexualidad
Como
lo hemos dicho muchas veces –y no nos cansaremos de repetirlo- ni el Nuevo Testamento
ni el Antiguo Testamento tienen una sola palabra de condena al aborto consentido,
por lo que no se puede desde allí, fundar una posición como la que actualmente
presenta la Iglesia Católica.
Pero
tampoco el tema de la “vida”, como valor universal, común, derecho de todos los
hombres, fue una preocupación esencial para la Iglesia durante siglos, como si
lo fue el “pecado sexual”. Y por ello, no puede extrañar que sea desde aquí de
donde se levantan las primeras condenas al aborto. Pero esta realidad a menudo
es pasada por alto por la propia Iglesia, que busca dar una imagen de condena
uniforme del aborto que en realidad no ha existido nunca.
Sobre
el tema, el destacado texto de Aníbal
Faundez, y José Barzelatto señala que “Dos filósofos católicos, Dombrowski y
Detete (2000), al pasar revista a la oposición de la Iglesia Católica al
aborto, llegan a la conclusión de que a lo largo de la historia se ha basado en
dos tipos de argumentos que llaman posición
de la perversidad y posición ontológica. El más tradicional es el primero,
que predominó casi sin discusión hasta el siglo XVII. El argumento parte de la
premisa que el aborto es una perversión de la verdadera y única función del
sexo: la reproducción. La relación sexual sólo se considera moral si se
practica con fines de procreación dentro del matrimonio. El aborto es un pecado
porque transgrede se propósito, al margen de la suerte corrida por el embrión o
feto”([20]).
Desde
la perspectiva de la sexualidad, y para los efectos referidos que nos
interesan, el pecado sexual puede producirse esencialmente de dos maneras. En
el caso de la primera, las relaciones sexuales se definen en su origen como
ilícitas pues corresponden a relaciones mantenidas fuera del matrimonio. El
adulterio y la fornicación son los ejemplos más claros de esta situación. Una
segunda manera de manifestarse el pecado sexual, es teniendo actividad sexual,
aún dentro del matrimonio, pero al descartar el fin procreativo que le da la
licitud, la evidencia nuevamente como pecado.
Pseudo condena por pecado
sexual. Primera situación
La
primera situación ya descrita como pecado sexual, es también la primera
identificada con claridad.
Así
en el texto conocido como Didaché, o “La Enseñanza
de los doce apóstoles”]
o “Enseñanza
del Señor a las naciones por medio de los doce apóstoles”, probablemente
uno de los más antiguos de la literatura cristiana, aparece una condena expresa
al aborto. En su número 2 se lee
“No harás abortar a la criatura engendrada en la orgía, y después de
nacida no la harás morir” La Didaché es con frecuencia citada como ejemplo de
texto cristiano antiguo que condena el aborto, pero rara vez se cita el texto
completo que lo hace.
Ricardo
Perez de Arce, en una investigación histórica sobre el delito de aborto en el
Derecho Canónico cita una serie de textos con contenido similar. Así por
ejemplo el Concilio de Elvira, del año 305, que en su can. LXVIII señala “La
catecúmena que concibiera adúlteramente y ahogare al feto tenemos por bien no
sea bautizada, ni aun en la hora de la muerte”. Algo similar hace el Concilio
de Ancira, del 314, que en su can. 21 establece una penitencia de 10 años a las
mujeres que abortan después de haber cometido adulterio. Y el mismo criterio se encuentra en el
Concilio de Lérida, (546) en cuyo can. II se lee: “Aquellos que procuran la
muerte de sus hijos concebidos del pecado y nacidos del adulterio, o trataren
de darles muerte en el seno materno por medio de algún medicamento abortivo, a
tales adúlteros de uno y otro sexo, déseles la comunión solamente pasados siete
años, a condición de que toda su vida insistan especialmente en la humildad y
en las lágrimas de contrición”([21]).
Un texto probablemente
gnóstico, pero que da cuenta de la mentalidad de la época, conocido como Apocalipsis
de Pedro señala "Muy cerca de allí vi
otro lugar angosto, donde iban a parar el desagüe y la hediondez de los que
allí sufrían tormento, y se formaba allí como un lago. Y allí había mujeres
sentadas, sumergidas en aquel albañal hasta la garganta; y frente a ellas,
sentados y llorando, muchos niños que habían nacido antes de tiempo; y de ellos
salían unos rayos como de fuego que herían los ojos de las mujeres; éstas eran
las que habían concebido fuera del matrimonio y se habían procurado aborto"([22]).
En
todas estas situaciones, el embarazo al que se le pone término con el aborto ha
tenido su origen en una visible situación de pecado.
Algunos
autores han sostenido, y la Jerarquía eclesiástica lo hace a menudo, que se
trata de una prueba más de la permanente y reiterada condena al aborto que la
Iglesia ha sostenido. En nuestra opinión, sin embargo, estamos ante lo que
verdaderamente puede estimarse una pseudo condena al aborto, por cuanto aquí lo
que verdaderamente se está sancionando es el pecado sexual que da origen al
embarazo. El aborto aparece simplemente como el medio para esconder dicho
pecado, o dicho de otra manera, como la prueba objetiva del pecado sexual, y
por eso se asocia a una condena.
Por el
contrario, la interpretación más lógica de estas normas, es que si se sanciona
el aborto cuando el embarazo es producto del adulterio, cuando el embarazo es
resultado de relaciones sexuales lícitas –en la lógica católica- el aborto en
si no merece sanción alguna, o en todo caso, ninguna especialmente grave.
En
definitiva, aquí no se está sancionando el aborto consentido, sino el origen
ilícito del embarazo al que se pone fin
con ese aborto.
Pseudo condena por pecado
sexual. Segunda situación
Una segunda manera de manifestarse el
pecado sexual, es teniendo relaciones, aún dentro del matrimonio, -y por
supuesto fuera de éste- pero no encaminadas a la procreación. No se trata aquí
de sancionar relaciones sexuales siempre prohibidas, como las adulterinas o las
de los solteros, sino incluso las de los casados, en cuanto no se orientan al
único objetivo lícito de dichas relaciones, la procreación, y el aborto es la
prueba de ello.
Esta concepción del aborto como “perversión”
por el pecado sexual, más que
explicitarse en la norma que lo sanciona, se puede deducir claramente
del contexto en que se da ésta.
En primer lugar como el aborto se
sanciona en relación con el pecado sexual, el tema se aborda al tratar esas
materias, y no el derecho a la vida. En segundo, como el aborto manifiesta su
contrariedad con la procreación frente a un caso preciso y determinado, -el
embarazo concreto que justifica el aborto- resulta ser menos grave que la
oposición general a la procreación, como ocurre con el uso de métodos
anticonceptivos de manera regular. Por último, y aun cuando esta situación se
aborda con menos frecuencia, es también menos grave que los procesos de
esterilización.
Da testimonio de esta visión, Pío
XI, en la Encíclica Casti Connubii,
(Matrimonio casto), aun cuando como subtítulo se le señala “Sobre el matrimonio
cristiano”. En ella, bajo el título “Los bienes del matrimonio, figura en
primer lugar “La prole”, y bajo el título, “Vicios que se oponen a cada uno de
los bienes del matrimonio” figura en primer lugar “los atentados contra la
prole”. El primero de ellos, antes que el aborto, “Las prácticas
anticoncepcionistas”.
Y la forma como se ha abordado el tema
del aborto es una clara manifestación de ello: principalmente condenado no como
una conducta contra la vida, sino por su condición de prueba manifiesta del
“pecado sexual”.
Santiago
enero de 2016
[1] Con
diversos enfoques, por ejemplo la “Teología Moral Autónoma”. En una actitud más
de política contingente, pero desde un fondo similar, véase “Católicas por el
derecho a decidir”, en http://catolicasporelderechoadecidir.net/.
[2] Por
ejemplo “La tradición de la Iglesia ha sostenido siempre que la vida humana debe
ser protegida y favorecida desde su comienzo como en las diversas etapas de su
desarrollo”, dice la “Declaración
sobre el Aborto” de la Congregación
para la Doctrina de la Fe, del 18 de noviembre de 1974. La verdad es que el
asesinato de los cátaros, de los Templarios, las Cruzadas contra los infieles,
la persecución de las brujas, la conquista de América, y mil ejemplos más, no
parecen confirmar la afirmación “La tradición de la Iglesia ha sostenido
siempre que la vida humana debe ser protegida y favorecida…”, y como lo hemos
escritos en otros artículos de este blog, menos aún “…desde su comienzo…”
[3] CASTI CONNUBII, ENCÍCLICA. SOBRE EL MATRIMONIO CRISTIANO
Pío XI, 31 de diciembre de 1930, Disponible en
Pío XI, 31 de diciembre de 1930, Disponible en
[5] Euteneuer, Thomas J “El aborto
obra maestra del demonio” Disponible http://www.fluvium.org/textos/aborto/abo188.htm
[6] Véase sobre
los grupos pro-vida nuestro artículo “Grupos Pro-vida. Un fraude ideológico”, Disponible en este mismo blog en http://fernandogarciadiaz2015.blogspot.cl/2015/12/grupos-pro-vida-un-fraude-ideologico_14.html
[8] En
materia de sexualidad, como en todo tema moral, el Antiguo Testamento es un
conjunto de enseñanzas variadísimas en el que asumiendo la modalidad de normas
de origen divino o de sucesos promovidos por Dios, algunos resultan moralmente
repulsivos, para todo tiempo y lugar, como por ejemplo la oferta de Lot de
entregar a sus dos hijas vírgenes para que las violen “He aquí ahora tengo dos
hijas que no han conocido varón; permitidme sacarlas a vosotros y haced con
ellas como mejor os parezca; pero no hagáis nada a estos hombres, pues se han
amparado bajo mi techo” (Génesis 19.8), o la conducta de las mismas hijas de
Lot descrita pocos versículos más adelante Un día, la hija
mayor le dijo a la menor: Nuestro padre ya está viejo, y no quedan
hombres en esta región para que se casen con nosotras, como es la costumbre de
todo el mundo. 32 Ven,
vamos a emborracharlo, y nos acostaremos con él; y así, por medio de él
tendremos descendencia. … Así
las dos hijas de Lot quedaron embarazadas de su padre” (génesis 19. 31-36). Por ello, resulta obvio que sólo puede haber
una selección de textos con criterios que busquen ratificar una conducta
previamente aceptada. Por ejemplo si la elección hubiera estado centrada en el
Cantar de los cantares, probablemente la visión de la sexualidad hubiera sido
absolutamente distinta “La
juntura de tus muslos son como goznes, o charnelas, labrados de mano maestra. Es
ese tu seno cual taza hecha a torno, que nunca está exhausta de preciosos
licores. Tu vientre como montoncito de trigo, cercado de azucenas. Como dos
cervatillos mellizos son tus dos pechos. (Cantar de los Cantares VII, 1-3).
[9] AGUSTÍN, SAN, “Confesiones”,
Colección Filosofía y Teoría Social, Libros en Red, Libro II, disponible en http://www.iesdi.org/universidadvirtual/Biblioteca_Virtual/Confesiones%20de%20San%20Agustin.pdf
[13] BARRIA CRISTIAN, “Cambios en
la moral sexual católica. Una mirada desde la historia”. Disponible en http://servicioskoinonia.org/logos/articulo.php?num=116
[14] BARRIA CRISTIAN, op. cit.
[16] BARRIA CRISTIAN, op. cit.
[17] MOLINA,
ENRIQUE, “La evolución de la teología Moral Católica a lo largo del siglo XX”.
Disponible en http://www.almudi.org/articulos/1361-la-evolucion-de-la-teologia-moral-catolica-a-lo-largo-del-siglo-xx
[19] MIRET
MAGDALENA, ENRIQUE, “nadie puede poner barreras ficticias a lo natural”,
prólogo “Desde la teología”, al libro “La vida Sexual del Clero”, de Pepe
Rodriguez, Ediciones B, S.A., Argentina, 2001, pág. V.
[20] FAUNDEZ, ANÍBAL y BARZELATTO,
JOSÉ “El drama del aborto. En busca de un consenso”, LOM ediciones, primera
edición en Chile, 2007, pág.104
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