Más de catorce millones setecientas mil personas tienen derecho a participar en las elecciones del próximo domingo, que determinarán, de manera sustancial, la sociedad que tendremos en nuestro país durante los próximos años. Pueden votar los hombres o mujeres chilenos mayores de 18 años y los extranjeros que cumplen con determinados requisitos.
El derecho a voto
está hoy reconocido internacionalmente como un derecho humano básico, por
ejemplo, en el artículo 21 de la Declaración Universal de Derechos Humanos, en
el artículo 25 del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos y en el
23 de la Convención Americana sobre Derechos Humanos. Por otro lado, la
ampliación de dicho derecho se vincula directamente con la ampliación de la
democracia. Pero no siempre ha sido así. La posibilidad que hoy tenemos que un número tan
elevado de personas pueda votar, en nuestro país es resultado de más de
doscientos años de lucha política y social, primero contra la monarquía y luego
contra la oligarquía, tanto para ampliar el derecho a voto, como para suprimir
el fraude electoral.
El
“derecho a voto” es una conquista contra el poder absoluto que durante siglos
mantuvo el monarca. Pero la independencia del reinado español no fue sinónimo
de democratización efectiva del voto. En un principio éste sólo alcanzó a un
grupo muy reducido, los varones de la oligarquía. Así, la Constitución de 1833,
consagraba en su texto original, que eran ciudadanos activos y tenía derecho a
sufragio los chilenos que reunían varios requisitos, entre ellos, haber cumplido
veinticinco años, si eran solteros, o veintiuno, si eran casados, saber leer y
escribir y además ser propietarios de un inmueble, o de capital invertido en
alguna especie de giro o industria cuyo valor mínimo lo fijaba la ley para cada provincia y cada diez años, o ejercer una industria o arte, el goce de algún
empleo, renta o usufructo, siempre que ello les asegurara unos ingresos
proporcionales a los que se exigían como valor del inmueble o capital ya
mencionado. Demás está decir que el pueblo llano no tenía esos ingresos, aunque
en verdad ni siquiera sabía leer y escribir.
Producto de las presiones sociales y políticas, en 1888, una reforma legal amplió el derecho a todos los hombres mayores de 21 años, que supieran leer y escribir, eliminando la exigencia de determinados bienes o de un mínimo de ingresos.
La conquista del voto femenino fue aún más tarde y se debió especialmente a la lucha de innumerables mujeres, que conocidas como las “sufragistas”, exigieron ser tomadas en consideración al momento de tener que decidir la elección de ciertas autoridades. Fue conquistado recién en 1935 para elecciones municipales, pero en ese momento la derecha estimó que las mujeres no estaban preparadas para decidir sobre algo tan importante como la elección de parlamentarios y presidente. Éste derecho a voto se alcanzó sólo 14 años después, en 1949.
En 1969 se amplía el voto a personas no videntes, en 1970 a todos los mayores de 18 años de edad y en 1972 a los analfabetos.
Pero no sólo fue necesario luchar por
verdaderamente democratizar el voto, sino también fue necesario hacerlo contra
las múltiples maneras de fraude electoral que en torno a las propias elecciones
se cometían. Estas maniobras eran muy variadas. Dado por ejemplo que la
inscripción en los registros electorales se podía hacer sólo 10 días al año y
estaba a cargo de los alcaldes, no era infrecuente que mediante distintas
maniobras se permitiera la inscripción de los partidarios de determinado bando
y se impidiera o dificultara enormemente la inscripción de los del bando
contrario. La ausencia de apoderados en las mesas hacía que no fuera difícil
falsificar las actas, o introducir votos en una determinada urna o robarse las
urnas cuando la votación era claramente mayoritaria para el opositor. No fue
infrecuente hacer votar a una persona suplantando a otra y a veces se hizo
votar a los muertos. Y todo esto, sin empezar a hablar siquiera del cohecho
descarado que hubo por décadas.
El registro electoral permanente, la cédula única, el
financiamiento público de las campañas, son logros alcanzados por la lucha
popular y contra la voluntad de la oligarquía, que sistemáticamente ha puesto
problemas para todos estos avances. Por supuesto que aún quedan temas
pendientes, pero sin duda el voto se ha convertido en un mecanismo de lucha por
el poder cuya importancia ha mostrado ser decisiva en muchos momentos.
Hoy cuando la próxima elección se trata de la más decisiva
de las últimas décadas, el concurrir a votar es una exigencia ética y política
del mayor nivel. Y es que nunca hasta ahora, en los últimos 30 años había
estado en juego de manera tan clara y determinante el modelo de sociedad que
queremos. En lo esencial, tratándose de candidaturas con perspectivas de
triunfo, sólo habíamos tenido aquellas que nos ofrecían mantener el modelo, con
más o menos pequeños y no significativos cambios. Por ello, el éxito de una u
otra no presentaba un cambio relevante en la situación nacional. Hoy el escenario
es distinto. Tenemos por cierto un proyecto continuista, con pequeñas
variaciones, pero claramente continuista, encabezado por Yasna Provoste, por
otro, uno que sin ser revolucionario pretende modificar sustancialmente aspectos
relevantes de nuestra actual situación, con Gabriel Boric, y lo que no sólo es
novedoso, sino tremendamente peligroso, un proyecto de la extrema derecha con
fuertes tintes fascistas y claras reminiscencias del pasado pinochetista.
Es posible que algunos duden del carácter fascistoide
del proyecto de Kast, pero en realidad existen múltiples elementos que nos
permiten calificarlo así. Por lo demás, no podemos olvidar que el resurgimiento
del fascismo en los últimos años es un fenómeno que ha tomado fuerza en
diversos países del mundo, y en diferentes continentes, incluyendo Alemania, Estados
Unidos o Brasil.
En nuestro país manifestaciones como la marcha anti
migrantes y posterior quema de sus enseres más básicos, ocurrida el 25 de
septiembre del presente en Iquique, por lo demás cargada de insultos racistas y
xenófobos, ataques transfóbicos como el sufrido por Alejandra Soto, sólo el mes
pasado, el 12 de octubre, camisetas burlándose de las personas arrojadas al mar
por la dictadura de Pinochet, la negación de los crímenes del Dictador hecha de
forma reitera por Kast, su apoyo explícito y reiterado a uno de los peores
criminales que ha conocido nuestro país, M. Krasnov, así como su programa anti
migración –si bien rayano en la locura al pretender construir una zanja para
evitarla-, misógino –entre otras cosas eliminar el Ministerio de la Mujer,
anular la ley de aborto, valorarla sólo si está casada, etc.-, negacionista del
cambio climático, etc. etc. dan cuenta de la presencia de un sector claramente fascistoide.
Y para quienes no creen que el proyecto de Boric es
efectivamente transformador, es bueno recordarles que precisamente uno de los
componentes más claros del surgimiento y desarrollo fascismo los constituye el que
el movimiento popular ponga en riesgo los intereses del capitalismo financiero
especialmente y ya la democracia liberal no resulta suficiente para
protegerlos. Italia con Mussolini, Alemania con Hitler, España con Franco,
Portugal con Oliveira Salazar, Chile con Pinochet, son ejemplos históricos
clarificadores al respecto.
Este domingo se deciden grandes cosas.
¡Todos a votar!
Por más democracia, más justicia, más libertad.
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