viernes, 15 de julio de 2016

EL DELITO, ENTENDERLO PARA PREVENIRLO

Desde los antiguos tiempos de la Grecia clásica podemos identificar razonamientos que buscan explicar conductas que hoy llamamos delictivas. Geniales algunos, ingenuos muchos, lo cierto es que la preocupación por el delito es varias veces milenaria. Va a ser necesario llegar hasta la Ilustración, para que dichas inquietudes se traduzcan en un conjunto de críticas con tan efectiva injerencia en el sistema penal, que muchas perduran hasta la actualidad. El nombre de Beccaria, asociado indisolublemente con esos planteamientos, legalidad del delito, eliminación de la tortura, humanidad de la pena, sigue presente, recordándonos que en algunas áreas no puede llegar la postmodernidad, si aún no cumplimos los desafíos de la modernidad.

Corresponderá si al siglo XIX ver como el modelo científico que tanto éxito reporta en las ciencias naturales, se dirige a la explicación de las conductas delictivas. Y desde un comienzo lo hace con perspectivas diferentes. Autores belgas y franceses, (aún recordamos con cierta familiaridad las llamadas “leyes térmicas” de Quetelet) buscarán en el análisis de las estadísticas judiciales tendencias y repeticiones que expliquen la evolución del fenómeno criminal, y autores italianos, con Lombroso a la cabeza, creerán en el “delincuente nato”, y buscaran en la estructura biológica del individuo los factores que, en el lenguaje de la época, configuren las “causas” del delito. En lo esencial, se trataba de entenderlo para prevenirlo.

Más allá de los aciertos o errores que pudieran presentar, lo concreto es que a fines del siglo XIX, una nueva disciplina aparece en el horizonte siempre complejo de la llamada “Enciclopedia del Delito”. A las ya clásicas áreas de la filosofía, referidas a la ética, la justicia, o aún más directamente la “pena”, y las disciplinas vinculadas al derecho, derecho penal, derecho procesal penal, y derecho penitenciario en sus esbozos, se ha unido la perspectiva empírica del análisis de delito, la llamada “criminología”, abriéndole paso a una biología criminal, psicología criminal, sociología criminal y aún estadística criminal, si de especializaciones se trata. Viniendo en sus planteamientos más conocidos desde el ámbito de la medicina, -Lombroso es médico- no puede extrañarnos que se hable de etiología criminal, prognosis criminal, terapéutica criminal, etc.

Nada pacífico ha sido el camino de la criminología, más que por las dificultades propias de su objeto, o del método, siempre complejo cuando la actividad que se estudia se comete por regla general de manera oculta o clandestina y el solo reconocimiento de ella puede conducir a la cárcel, pues las mayores dificultades han venido desde el interior mismo de la disciplina. En un primer momento fueron las diferentes orientaciones que al interior de ella se manifestaron, biológicas, psicológicas o sociológicas, que no sólo no lograban integrarse, sino que se presentaban claramente como incompatibles, pretendiendo cada una de ellas destruir a la otra. Fueron décadas de lucha de escuelas, en que buena parte de los esfuerzos de una orientación estaban dirigidos a mostrar los errores y la inutilidad de la otra. Es cierto que más tarde vino un esfuerzo por una criminología integrada, pero sería falso decir que fue exitoso. Desde luego fue más bien breve, y cuando se estaba en eso, el potente movimiento de la criminología crítica pareció reducir a cero el aporte de todos los esfuerzos anteriores. Las distintas orientaciones no habían sido más que esfuerzos desde diversas perspectivas, todas ellas “positivistas”, por justificar el injustificable sistema, que más que el delito, sancionaba la pobreza y por sobre todo las diferentes manifestaciones de rebeldía social, condenando las manifestaciones de desviación social, cuando estas cuestionaban los valores que los sectores dominantes habían logrado imponer, y querían mantener. La criminología era, más que una ciencia, una ideología de castigo y disciplina. A mediados de los años 70 la criminología crítica abjuraba del delito como su objeto de estudio y, en un giro copernicano, pasaba al paradigma del control. No el delito, sino el control del delito como objeto de la criminología. No los delincuentes, sino los políticos que creaban los delitos, los policías, que perseguían sólo a los desposeídos y los jueces que sancionaban conforme a intereses ajenos a la justicia.

De la mano del retorno conservador a la política internacional, la reacción no se hizo esperar. Especialmente de la mano de Reagan en los Estados Unidos y de Thatcher en Inglaterra, vimos resurgir la imagen del delincuente como un ser que voluntariamente elige delinquir, y por ello es plenamente responsable de delito, y con esa visión el auge de la cárcel como eficaz mecanismo del combate al delito, y en definitiva la fe en que esta vez sí el sistema penal resolvería lo que no había resuelto nunca. El neoclasicismo, también llamado modelo de “ley y orden”, se instaló no sólo en Nueva York, con su política de tolerancia cero, sino también en el ámbito académico, con teorías económicas aplicadas a la explicación del delito, y por sobre todo, con una política criminal represiva, que llenó las cárceles de seres humanos, como al parecer nunca había ocurrido en la historia de la humanidad. Los ecos de esta reacción conservadora, fracasada por cierto, aún perduran en países como el nuestro, en donde para muchos los problemas sociales siguen arreglándose con cárcel.

Pero si este complejo desarrollo de la disciplina gastó esfuerzos en autodestruirse, también fue abriendo caminos que estamos empezando a recorrer. Caminos que nos mostraron algunas cosas obvias, al menos hoy, y otras no tanto.

Quizás lo primero que aprendimos es que el fenómeno es más complejo de lo que se pensó. Probablemente tan complejo como la conducta humana misma. Y tal vez por ello, que su presencia está en todas partes. Si en un comienzo se identificó el delito con la conducta realizada por quienes estaban en las cárceles, hoy ya no hay duda que su presencia es ubicua. Si “El hombre delincuente”, de Lombroso, nos otorgó la primera visión, “El delito de cuello blanco”, de Sutherland, nos amplió el horizonte donde buscarlo y la criminología crítica nos entregó una nueva visión de clases del fenómeno, que por cierto no se ha plasmado en la realidad.

En este descubrimiento de la complejidad del delito, cuestión que hoy parece obvia desde un comienzo, fuimos lentamente abandonando las pretensiones más ambiciosas. Más que de “causas suficientes y necesarias” del delito, hoy preferimos hablar de “factores significativamente asociados”; más que de “teorías omnicomprensivas” de todo delito y todo delincuente, de “teorías de alcance medio” y de “esquemas tipológicos”, aplicables a ciertas situaciones concretas. Hemos aprendido que hay diferentes niveles de análisis. Después de todo parece obvio que no es lo mismo explicar por qué aumenta o disminuye cierta tasa delictiva en un determinado territorio, por qué se realizó tal hecho delictivo en particular, o por qué un determinado individuo desarrolló una carrera criminal.

En este proceso de comprensión del fenómeno también aprendimos que en el drama penal no solo interviene el delincuente, sino igualmente la víctima, que su rol puede ayudar a entender el delito, al menos en algunos casos como en aquellas estafas en que la víctima es presa de su ambición desmedida, o nos puede ayudar a entender por qué se perpetúa, como en ciertos casos de violencia doméstica, y por cierto, que merece una profunda consideración por parte de un estado que, poseyendo el monopolio de la fuerza legítima, fracasó en protegerla.

El delito, hoy lo sabemos, no es una realidad ontológica, nada hay en una conducta determinada que la defina esencialmente como delictiva, todas son resultados de un doble proceso, selección y atribución.

¿Por qué a quien mata a su enemigo lo castigamos si es en tiempo de paz, y lo glorificamos si es en tiempo de guerra? ¿Por qué es delito si el empleado de una farmacia se apropia de una caja de Paracetamol y no lo es si los dueños se coluden con otras para fijar los precios? ¿Por qué ayer era delito el adulterio y hoy ya no lo es? ¿Por qué hay un delito especial referido al robo de cajeros automáticos y ninguno referido al robo de patrimonio cultural?

El delito es, ya lo dijimos, en su definición, un doble proceso. Selección por un lado de ciertas conductas, y atribución de la condición de delito a ellas. ¿Qué aprendimos de ello? De partida, que un estudio acabado del delito debiera considerar no solo a lo ya definido como tal, sino también los procesos que llevaron a dicha definición, y aún la pregunta legítima de por qué no son definidas como delito ciertas conductas socialmente muy dañinas, como las mencionadas más arriba por ejemplo.

Pero también aprendimos que la construcción social del delito no termina ahí, sino que el proceso selectivo continúa, y que en definitiva el sistema penal persigue y sanciona sólo a algunos. Una vez más a los más pobres, a los fracasados, a los más feos incluso, (encaran a la vida con “cara de delincuentes”, en el decir de muchos). De ahí la obviedad Bekeriana: es criminal quien es definido como criminal.

Hemos avanzado, es cierto, pero ello no significa que todo esté resuelto. En verdad ni siquiera que “mucho” esté resuelto. Por el contrario, la criminología se perfila hoy con múltiples interrogantes, probablemente más y más profundas que en sus comienzos.

Desde luego, una crítica común desde la academia, es la visión administrativista que ha adquirido la disciplina en muchos casos. Más que entender el delito, el objetivo parece ser simplemente administrarlo. Y como consecuencia de ello, surge una política criminal que más que disminuir los factores que se asociación a su génesis, busca simplemente modificar las circunstancias desencadenantes (más y mejor iluminación en las calles, más cámaras de televisión, más policías, etc.).

Pero no sólo eso. Las teoría vuelven a manifestarse en múltiples direcciones, sólo que esta vez muchísimo más variadas y complejas. ¿Fue la aprobación del aborto en Estados Unidos en los comienzos de la década del 70, con la disminución de los hijos no deseados, lo que disminuyó la tasa delictiva a fines de los 80? ¿Fue el enorme tumor que tenía en la corteza orbitofrontal el factor determinante en la conducta sexualmente delictiva que desarrolló “Alex”, que desapareció luego de la cirugía cerebral y volvió a aparecer cuando reapareció el tumor? ¿Disminuye el delito porque los video juegos mantiene a los jóvenes fuera del las calles? ¿Ha disminuido la violencia porque los niños están menos expuestos al plomo de las gasolinas? Todas estas son hipótesis que en algún momento se han sostenido, no sólo seriamente, sino con argumentos empíricos que nos obligan a replantearnos muchos temas.

Como hemos visto, hoy incluso han resurgido las miradas biologicistas del delito, que parecían enterradas definitivamente en los años 70. Por cierto ya no se nos habla de los estigmas lombrosianos, sino que los principales desafíos vienen especialmente desde la genética y la neurología. ¿Será que efectivamente hemos despreciado los factores biológicos determinantes de la conducta y estos vuelven a aparecer, pero hoy de la mano de los últimos conocimientos científicos sobre el ser humano? ¿Y qué decir de las nuevas teorías psicológicas sobre el aprendizaje? ¿Y de los aportes de la sociología?

La compresión del fenómeno delictivo, o más modestamente, el estudio de él, hoy resulta un desafío permanente. Un desafío teórico, en cuanto queremos comprender al hombre, un desafío ético, en cuanto de esa comprensión saldrán decisiones sobre la libertad de muchos, y la justicia de todos; pero también, y especialmente para quienes trabajan con dicha realidad, un desafío práctico que va a incidir definitivamente en la calidad y eficiencia del trabajo a realizar.

Y sin embargo en nuestro país, en donde el tema del delito constituye una de las más sentidas preocupaciones ciudadanas, poco o nada vemos en investigación científica que nos vuelva a las viejas cuestiones, entenderlo mejor para prevenirlo mejor.



Santiago julio de 2016



4 comentarios:

  1. John Conklin, sociólogo de la Universidad de Tufts, mantiene que un factor significativo que hay tras de la reducción del crimen en los noventa es el hecho de que había más criminales entre rejas y por tanto sin capacidad para delinquir. En su libro "Por qué descienden las cifras del crimen" apunta que en los años 60 y 70 las sentencias eran más indulgentes, por lo que la delincuencia aumentó. Tras ese periodo se endurecieron las condenas y se construyeron más prisiones.
    "Levitt (un prestigioso economista) también ha soliviantado a algunos con sus trabajos sobre las prisiones. Una de las principales conclusiones a que llegó es que la prisión sirve. Sí, reduce la delincuencia, no sólo porque mantiene encerradas a personas que de lo contrario estarían cometiendo delitos, sino que también tiene un efecto disuasivo, cosa que muchas personas desean no creer. En términos técnicos, un gran reto en este campo de la investigación fue el de analizar el caso clásico del llamado problema de la simultaneidad: las tasas de encarcelamiento afectan las tasas de delincuencia, pero lo opuesto también es cierto. Es imposible desentrañar ambas relaciones a no ser que se encuentre y pueda aprovecha una tercera variable con las propiedades estadísticas apropiadas.

    En una de las líneas de investigación, Levitt utilizó el litigio sobre el hacinamiento en las prisiones —un instrumento poco probable pero estadísticamente eficaz— para plantear su caso. Con un análisis apropiado, los datos prueban que si se reduce la población penitenciaria en uno (que significa un ahorro de U$S 30.000 al año) aumenta en quince la cantidad de delitos que se cometen anualmente (lo que cuesta aproximadamente U$S 45.000 al año). En otro trabajo, aunque igualmente mal recibido por muchas personas, Levitt demuestra que los menores responden a los efectos de desincentivos de la pena de manera muy similar a los adultos. En otras palabras, los regímenes más bondadosos promueven la delincuencia juvenil."

    Steven Levitt ha sido premiado con la medalla John Bates Clark por la Asociación Económica Americana
    http://www.elpais.com.uy/.../04/01/29/ecoymer_77897.asp

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  2. El encarcelamiento tiene dos efectos principales:privación de la libertad y disuasión. La privación de la libertad refleja el hecho de que una persona que está en la cárcel simplemente no se encuentra en posición de cometer crímenes contra los demás miembros de la sociedad. Esto no es sólo teoría, esta basado en poderos argumentos empíricos. Por ej; Steven Levitt, “Why Do Increased Arrest Rates Appear to Reduce Crime: Deterrence, lncapacitation, or

    Measurement Error?” Documento de trabajo núm. 5268, National Bureau of Economic Research, 1995.

    http://www.elpais.com.uy/.../04/01/29/ecoymer_77897.asp

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  3. El castigo severo a los pederastas, etarras y asesinos y violadores de niñas funciona. Más prisioneros, menos delincuencia http://www.elpais.com.uy/03/08/30/pinter_56019.asp De hecho, mantener bajo encierro a criminales conocidos es una política sensible y efectiva contra la delincuencia. El Times se lamenta de que el costo involucrado en mantener bajo custodia a un reo asciende a 22.000 dólares anuales, pero ese no es un precio exorbitante si se trata de impedir que ocurran millones de asesinatos, violaciones, robos a mano armada y ataques cada año. El costo para la sociedad de un solo robo armado se ha estimado en más de 50.000 dólares; si se multiplica esa cifra por los 12 ó 13 ataques que cometen anualmente los reos promedio que fueron liberados, entonces los 22.000 dólares que cuesta mantener a cada preso harán que parezca toda una ganga.

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    1. Alfonso, volvemos a discrepar.
      El castigo no debe ser "severo", sino "justo", y ese concepto tiene que ver con la percepción social de justicia. Cuando ocurre lo contrario, esto es, el castigo se percibe como "injusto" el efecto disuasivo pierde significativamente su valor. Los jueces tienden a no aplicar las penas (el "delito continuado" es un buen ejemplo de ello, y en nuestro país el invento referido al "microtráfico"), los testigos a no declarar y el sistema a perder su funcionalidad (La historia de Inglaterra del siglo XIX, con su Código Sangriento es un ejemplo a recordar).
      Ahora no me extraña en absoluto tu posición. Tal como lo señalo en otro artículo, "más que pro-vida", se trata de la defensa de una vieja moral conservadora, que se opone a la muerte de una mórula, pero si promueven la prisión para millones, sin una sola referencia a la responsabilidad que tiene la sociedad entera respecto del delito.

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